Recitar cada palabra era un suplicio para mí, por más mínima e ínfima que fuera. Era como si intentara hablar bajo el agua del mismísimo océano, pero aquí lograba que mi voz se transmitiera, aunque fuera breve y efímera. No me gustaba sentir aquella opresión, el no poder expresarme o hablar con fluidez. Sin duda, intentaban mermarme en múltiples sentidos y facetas para que no pudiera plantar cara en óptimas condiciones, ni física ni verbalmente. Era una sensación desconcertante y confusa; sin duda, podríamos decir que era algo aterrador, como enfrentar a la muerte misma, o al menos eso me gritaba todo mi cuerpo.
Ya no sabía cómo reaccionar ante esa situación. No me era extraño encontrarme en la frontera entre la vida y la muerte, pero siempre era consciente del motivo, la causa, o al menos había una razón tangible y lógica detrás de ello. Pero esta vez era una angosta y confusa sensación de estar enfrentando a un ser cuya naturaleza e identidad eran desconocidas, casi sobrenaturales, diría yo. No podría describir con palabras lo que sentía en esos momentos, porque incluso en las puertas de la muerte, enfrentar algo tan misterioso resultaba fascinante. Al fin y al cabo, un explorador pasa toda su vida siguiendo los pasos de aquellos que ya nos han dejado, retomando una pista allí donde ellos encontraron el final de sus viajes. Uno en este oficio sabe cuándo es el final, pero no dejaba de aterrorizarme encontrarme frente a este.
— No... no soy... un pirata... soy un ave... un aventurero... aquellos que buscamos la verdad — mis palabras pesaban.
Su pregunta era vibrante y resonaba por todo el lugar, incluso en mi propio interior. No comprendía cómo me estaba costando tanto hablar o moverme en aquel lugar, pero aun así, realicé el tributo a esa entidad misteriosa que moraba en la niebla y se deslizaba manipulando mi percepción a su antojo. Era un obstáculo que no me esperaba encontrar en esta aventura, pero, ¿qué esperar si había un tesoro en una isla pirata que ni los propios piratas querían buscar? Algo debía haber detrás de ello. Sin embargo, no podía hacer nada más. Mi espíritu aventurero me impedía dar marcha atrás ante tal desafío de la vida.
Y bueno, esas breves palabras que me hizo soltar con tanto esfuerzo me hicieron recordar por qué estaba haciendo esto, por qué dediqué mi vida a la arqueología y las aventuras, el motivo que cimenta todo mi ser en esos momentos de la vida. Como dirían los expertos, era mi razón de ser. Y aquello no cambiaría jamás; ese objetivo me definía a mí y yo le definía a él. Explorar las maravillas del mundo era algo fascinante y hermoso, y yo deseaba descubrir algunas ruinas perdidas históricas, pero eso no sería posible si todo continuaba así, especialmente porque el tributo no parecía ser suficiente para que esa entidad me aceptara y me dejara en paz.
Así que, ante la burla del espíritu de la niebla por el tributo, solo me quedaría una opción. No tenía certeza de si funcionaría, pero aunque me matara, no revelaría la ubicación de mis compañeros. Si este era mi último momento en este mundo, lo afrontaría con determinación y dignidad, toda la que me quedaba en esos momentos. Mi gesto fue sencillo; me dejé caer sobre aquellas aguas que cubrían un poco de mis piernas. Mientras cruzaba las mismas, quedé sentado sobre el agua, en medio de la niebla. Sinceramente, mis piernas ya temblaban, y me costaba mantenerme en pie debido al mareo que sentía.
— ¿El resto...? Pues solo... me queda una cosa... — me esforzaba en hablar y forzaría aún más mi voz.
Aunque mis palabras pesaban, parecía que no eran escuchadas. Aceptaría cualquier condición que me impusiera y buscaría poder tener una conversación extensa, con un poco de suerte.
— Lo único que me queda es información, aquel conocimiento que ya he adquirido y heredado de mis antepasados y de todo el mundo. Como te dije, soy un explorador, o aventurero, sería el término correcto. Solo vago por el mundo en busca del conocimiento de las antiguas civilizaciones que nos precedieron, los secretos de quienes ya no pueden contarlos, los cuentos de aquellos que ya han muerto — diría, sentado ya un poco fatigado por la presión.
No sabía si eso interesaría a ese engendro al que me enfrentaba en esos momentos. Era algo desconcertante, una situación a la que jamás me había enfrentado. Mi ofrenda anterior fue sencilla: oro, que muchos codician, y un recurso natural de la isla, por si tenían un interés más espiritual en la misma. Finalmente, mi sangre, porque algunos atribuyen un valor a las ofrendas de sangre, aunque suelen ser más caprichosas en los mitos con el fin de cobrarse una vida por completo. Pero ya estaba mentalizado para ese momento. Al estar rodeado de niebla, estaba claro que no tenía dónde huir, y la presencia de agua me hacía notar que no estaba en una situación convencional.
— No obstante, si no te interesa mi conocimiento y aún así ansías cobrarte mi vida, te pido que escuches, igual, las historias que logré escuchar. Del mismo modo que yo busco aquel conocimiento perdido en la historia, me gustaría que el mío lo heredara alguien y no se pierda en mí. No hay nada más triste que algo sea olvidado — mi mayor temor: el olvido.
Ya no sabía cómo reaccionar ante esa situación. No me era extraño encontrarme en la frontera entre la vida y la muerte, pero siempre era consciente del motivo, la causa, o al menos había una razón tangible y lógica detrás de ello. Pero esta vez era una angosta y confusa sensación de estar enfrentando a un ser cuya naturaleza e identidad eran desconocidas, casi sobrenaturales, diría yo. No podría describir con palabras lo que sentía en esos momentos, porque incluso en las puertas de la muerte, enfrentar algo tan misterioso resultaba fascinante. Al fin y al cabo, un explorador pasa toda su vida siguiendo los pasos de aquellos que ya nos han dejado, retomando una pista allí donde ellos encontraron el final de sus viajes. Uno en este oficio sabe cuándo es el final, pero no dejaba de aterrorizarme encontrarme frente a este.
— No... no soy... un pirata... soy un ave... un aventurero... aquellos que buscamos la verdad — mis palabras pesaban.
Su pregunta era vibrante y resonaba por todo el lugar, incluso en mi propio interior. No comprendía cómo me estaba costando tanto hablar o moverme en aquel lugar, pero aun así, realicé el tributo a esa entidad misteriosa que moraba en la niebla y se deslizaba manipulando mi percepción a su antojo. Era un obstáculo que no me esperaba encontrar en esta aventura, pero, ¿qué esperar si había un tesoro en una isla pirata que ni los propios piratas querían buscar? Algo debía haber detrás de ello. Sin embargo, no podía hacer nada más. Mi espíritu aventurero me impedía dar marcha atrás ante tal desafío de la vida.
Y bueno, esas breves palabras que me hizo soltar con tanto esfuerzo me hicieron recordar por qué estaba haciendo esto, por qué dediqué mi vida a la arqueología y las aventuras, el motivo que cimenta todo mi ser en esos momentos de la vida. Como dirían los expertos, era mi razón de ser. Y aquello no cambiaría jamás; ese objetivo me definía a mí y yo le definía a él. Explorar las maravillas del mundo era algo fascinante y hermoso, y yo deseaba descubrir algunas ruinas perdidas históricas, pero eso no sería posible si todo continuaba así, especialmente porque el tributo no parecía ser suficiente para que esa entidad me aceptara y me dejara en paz.
Así que, ante la burla del espíritu de la niebla por el tributo, solo me quedaría una opción. No tenía certeza de si funcionaría, pero aunque me matara, no revelaría la ubicación de mis compañeros. Si este era mi último momento en este mundo, lo afrontaría con determinación y dignidad, toda la que me quedaba en esos momentos. Mi gesto fue sencillo; me dejé caer sobre aquellas aguas que cubrían un poco de mis piernas. Mientras cruzaba las mismas, quedé sentado sobre el agua, en medio de la niebla. Sinceramente, mis piernas ya temblaban, y me costaba mantenerme en pie debido al mareo que sentía.
— ¿El resto...? Pues solo... me queda una cosa... — me esforzaba en hablar y forzaría aún más mi voz.
Aunque mis palabras pesaban, parecía que no eran escuchadas. Aceptaría cualquier condición que me impusiera y buscaría poder tener una conversación extensa, con un poco de suerte.
— Lo único que me queda es información, aquel conocimiento que ya he adquirido y heredado de mis antepasados y de todo el mundo. Como te dije, soy un explorador, o aventurero, sería el término correcto. Solo vago por el mundo en busca del conocimiento de las antiguas civilizaciones que nos precedieron, los secretos de quienes ya no pueden contarlos, los cuentos de aquellos que ya han muerto — diría, sentado ya un poco fatigado por la presión.
No sabía si eso interesaría a ese engendro al que me enfrentaba en esos momentos. Era algo desconcertante, una situación a la que jamás me había enfrentado. Mi ofrenda anterior fue sencilla: oro, que muchos codician, y un recurso natural de la isla, por si tenían un interés más espiritual en la misma. Finalmente, mi sangre, porque algunos atribuyen un valor a las ofrendas de sangre, aunque suelen ser más caprichosas en los mitos con el fin de cobrarse una vida por completo. Pero ya estaba mentalizado para ese momento. Al estar rodeado de niebla, estaba claro que no tenía dónde huir, y la presencia de agua me hacía notar que no estaba en una situación convencional.
— No obstante, si no te interesa mi conocimiento y aún así ansías cobrarte mi vida, te pido que escuches, igual, las historias que logré escuchar. Del mismo modo que yo busco aquel conocimiento perdido en la historia, me gustaría que el mío lo heredara alguien y no se pierda en mí. No hay nada más triste que algo sea olvidado — mi mayor temor: el olvido.