[Autonarrada] [T2 Autonarrada] Escuero, Champa, Escuero

~ Champa, Escuero, Champa ~

Isla Tortuga

~ Día 5 de Invierno del año 724.

---

El sol comenzaba a salir, inundando Champa con una luz tenue que revelaba sus pintorescas y caóticas calles. Giorno se ajustó el sombrero negro que formaba parte de su disfraz como Matt Gevanni y miró de reojo a Escuero, quien lo seguía de cerca. La pequeña tortuga caminaba con determinación, ignorando por completo las miradas curiosas que le dirigían los transeúntes.

Escuero, ¿no crees que deberías quedarte en el cuarto? No es un lugar seguro para alguien como tú. Diría Giorno en voz baja. La respuesta fue inmediata.

¡Escuero! Replicó la tortuga, como si eso resolviera el debate.

Claro, ¿qué esperaba? Resopló Giorno. Mientras caminaban, el bullicio de Champa comenzó a envolverlos.

Tabernas con nombres extravagantes como "El Barril Roto" y "La Daga Oxidada" estaban llenas de piratas bebiendo ron incluso a esas horas de la mañana. Vendedores ambulantes ofrecían mercancías sospechosas desde puestos improvisados: armas exóticas, mapas que prometían llevar a tesoros legendarios, y frascos de extrañas pociones que aseguraban curar cualquier mal. El aire estaba impregnado de una mezcla de especias, sal marina y un leve toque de pólvora.

Giorno observaba todo con atención, intentando memorizar cada rincón de la ciudad. Champa era un laberinto de callejones estrechos y empedrados, donde la ley del más fuerte parecía ser la única que importaba. Piratas de todo tipo intercambiaban miradas desconfiadas mientras avanzaban, y un grupo de hombres discutía acaloradamente frente a una mesa de dados.

Es un lugar perfecto para esconderse o desaparecer, dependiendo de tus intenciones. Qué asco me dan estos piratas.  Murmuró Giorno, con desdén.

A su lado, Escuero se detenía a inspeccionar cada puesto de comida. En un momento, se subió a una caja para alcanzar un pedazo de fruta que un vendedor había dejado descuidado. Giorno lo atrapó justo a tiempo.

¡No robes, Escuero! ¿Qué te he dicho sobre ser discreto? Le reprendió en voz baja, mientras el vendedor, un hombre enorme con un parche en el ojo, los miraba sospechosamente.

¡Escuero! Respondió la tortuga, claramente ofendida por la reprimenda. Giorno suspiró, sacó unas monedas de su bolsillo y las dejó sobre el mostrador.

Por la fruta, caballero. Díria con una sonrisa tensa antes de arrastrar a Escuero fuera del lugar.

Avanzaron hacia el centro de la ciudad, donde una plaza amplia albergaba un mercado aún más caótico. Aquí se vendían objetos mucho más raros: fragmentos de cartas náuticas, piezas de barcos antiguos, y hasta jaulas con animales exóticos que parecían sacados de un cuento fantástico.

Todo esto debe ser contrabando. Si la Marina supiera… Murmuraría Giorno mientras hacía una nota mental de los rostros de algunos de los comerciantes más prominentes. Escuero, mientras tanto, había encontrado algo mucho más interesante: una jaula llena de pequeñas criaturas con plumas brillantes que cantaban melodías hipnóticas.

No, no vamos a llevarnos un pájaro. Diría Giorno, al ver a Escuero señalar la jaula con insistencia.

¡Escuero! Exclamó la tortuga, golpeando el suelo con una de sus patas como si estuviera negociando.

Ya tienes bastante con estar aquí fuera conmigo. No necesitamos más atención de la que ya atraemos. Diría apartándolo antes de que causara más problemas.

Decidiendo que era hora de alejarse del bullicio, Giorno se dirigió a una de las tabernas menos concurridas. El “Cráneo Dorado” tenía un ambiente más discreto, con mesas repartidas bajo una tenue iluminación de lámparas de aceite. Pidió un vaso de agua —para no llamar la atención pidiendo algo inusual— y se sentó en una esquina, con Escuero acomodándose bajo la mesa.

Desde ahí, observó a los clientes. Un grupo discutía en voz baja sobre un ataque reciente en alta mar, mientras un hombre encapuchado revisaba un mapa con coordenadas que parecían ilegibles. Giorno afinó el oído, tratando de captar información útil.

...El contrabando está listo para llevarlo al puerto de Tortuga. Murmuraría uno de los piratas en una mesa cercana.

Mejor,  esta vez parece que están moviendo más barcos de lo habitual. Respondería su compañero, inclinándose hacia adelante.

Giorno anotaría mentalmente el comentario, mientras Escuero, aparentemente aburrido, empezaba a jugar con la pata de la mesa. Un fuerte golpe lo sacó de sus pensamientos.

¿Eso fue un sonido? Diría un pirata, curioso, mirando a Giorno.

¡Escuero, no molestes! Exclamaría en un murmullo.

El pirata frunció el ceño, luego estalló en carcajadas.

¿Qué es eso? ¿Tu mascota? ¡Me gusta! Diría antes de regresar a su mesa, aparentemente perdiendo interés en Giorno.

¿Ves? Esto es exactamente lo que quería evitar. Quédate quieto, basta. Susurraría Giorno a Escuero, quien respondió con un inocente “¡Escuero!” antes de acomodarse nuevamente bajo la mesa.

Con la tensión disipada, Giorno terminó su bebida y decidió continuar explorando. Salió del “Cráneo Dorado” y se dirigió hacia la zona del puerto, donde los barcos se mecían suavemente bajo la luz del sol. Aquí, los sonidos del mercado y las tabernas eran reemplazados por el crujido de la madera y las voces de los piratas marineros trabajando.

El día continuó con más exploraciones. Giorno visitó callejones oscuros donde los informantes susurraban secretos, observó la rutina diaria de los piratas y aprendió los patrones de los guardias del puerto. Todo esto mientras Escuero se mantenía a su lado, a veces causando pequeñas interrupciones, aunque a veces le sacaba cierta gracia, su indiscreción no le hacia tanta gracia.

Finalmente, cuando el sol comenzó a ponerse y Champa se sumió en un caos aún mayor con la llegada de la noche, Giorno decidió regresar a su habitación.

Creo que hemos visto suficiente por hoy. Diría, mientras Escuero bostezaba a su lado.

Aunque su tiempo en Champa aún estaba lejos de completarse, al menos no estaba solo. Escuero lo acompañaba.