Karina avanzó hacia Kael, ignorando completamente sus palabras, con una furia silenciosa que ardía en sus ojos. Cada paso resonaba con la gravedad de la situación, mientras la determinación de la líder ballenera se hacía palpable en el aire. El joven, herido y derrotado, apenas podía levantar la vista para enfrentarse a la tormenta implacable que se cernía sobre él.
Sin vacilar, Karina se acercó y, con un movimiento preciso y fulminante, descargó su puño en la cabeza de Kael. El golpe seco y calculado resonó como un trueno, y en un instante, la conciencia de Kael se desvaneció, dejándolo inmóvil en la oscuridad.
El puerto permaneció en un silencio sepulcral, la atmósfera cargada con el peso de la tragedia. No había lugar para celebraciones ni aplausos; el dolor colectivo se reflejaba en el rostro de la comunidad. Karina, con el cuerpo de Kael colgado de su hombro, se detuvo un momento. Se giró lentamente para observar a su gente, su rostro marcado por una mezcla de respeto y pesar. El asentimiento que ofreció era un silencioso tributo a los caídos y un reconocimiento de la tragedia que había azotado a Oykot.
Con una determinación inquebrantable, Karina reanudó su marcha hacia el interior de la ciudad, desafiando la presencia de la Marina que se había congregado, ignorándola por completo. Su mente estaba fija en el desafío que enfrentaría, el verdadero enemigo al que debía confrontar.
A lo lejos, el barco se alejaba, separando a los implicados en dos caminos muy distintos. Cada minuto que pasaba, el puerto se llenaba de nuevos gritos de dolor y lamentos. Las buenas gentes del barrio marinero de Oykot, con una tristeza palpable, comenzaban a retirar los cuerpos de la cubierta. Los colocaban con cuidado en una gran tela extendida en el puerto, preparando un triste homenaje a los perdidos.
Con cada paso que daba, Karina se alejaba más de esa escena desgarradora, centrando su mente en el futuro y en la tarea que tenía por delante. Impartir justicia
Sin vacilar, Karina se acercó y, con un movimiento preciso y fulminante, descargó su puño en la cabeza de Kael. El golpe seco y calculado resonó como un trueno, y en un instante, la conciencia de Kael se desvaneció, dejándolo inmóvil en la oscuridad.
El puerto permaneció en un silencio sepulcral, la atmósfera cargada con el peso de la tragedia. No había lugar para celebraciones ni aplausos; el dolor colectivo se reflejaba en el rostro de la comunidad. Karina, con el cuerpo de Kael colgado de su hombro, se detuvo un momento. Se giró lentamente para observar a su gente, su rostro marcado por una mezcla de respeto y pesar. El asentimiento que ofreció era un silencioso tributo a los caídos y un reconocimiento de la tragedia que había azotado a Oykot.
Con una determinación inquebrantable, Karina reanudó su marcha hacia el interior de la ciudad, desafiando la presencia de la Marina que se había congregado, ignorándola por completo. Su mente estaba fija en el desafío que enfrentaría, el verdadero enemigo al que debía confrontar.
A lo lejos, el barco se alejaba, separando a los implicados en dos caminos muy distintos. Cada minuto que pasaba, el puerto se llenaba de nuevos gritos de dolor y lamentos. Las buenas gentes del barrio marinero de Oykot, con una tristeza palpable, comenzaban a retirar los cuerpos de la cubierta. Los colocaban con cuidado en una gran tela extendida en el puerto, preparando un triste homenaje a los perdidos.
Con cada paso que daba, Karina se alejaba más de esa escena desgarradora, centrando su mente en el futuro y en la tarea que tenía por delante. Impartir justicia
Seguimos aquí.