Arthur Soriz
Gramps
22-01-2025, 06:02 AM
Dolos dejó escapar una carcajada la cual resonó en la noche. Era un sonido casi burlón, se notaba que sabía más de lo que aparentaba... en especial porque al escuchar tus palabras solamente pudo renegar un poco con la cabeza. Sus labios agrietados por el tiempo y el mar se curvaron en una sonrisa ambigua mientras giraba lentamente la cabeza hacia ti, sus ojos con un gesto de diversión velada ya que parecía disfrutar ese estado de confusión absoluta en el que te encontrabas ahora mismo.
— ¿Tributo? —repitió, cruzándose de brazos—. Nunca he tenido que pagar uno, al menos no de la manera que tú lo habrías hecho.
Se recostó contra los barriles de madera a su espalda, sus dedos tamborileando suavemente sobre la superficie de estos, un ritmo pausado que parecía marcar el tempo de la conversación. Volvió a mirarte de reojo, reanudando la charla.
— Nunca he estado en las Colinas de Hueso personalmente —admitió, dándole lo mismo honestamente si eso te agarraba de sorpresa o te molestaba—. Pero eso no significa que no sepa de ellas... a fin de cuentas, creíste mis historias, y disfrutaste de darte cuenta cuán verídicas eran, ¿verdad?
La sonrisa de Dolos se amplió apenas un poco, un destello de dientes maltrechos que brillaban amarillentos bajo la luz tenue de la luna y las estrellas. Había algo inquietante en su mirada, recordándote un poco a la última mirada que notaste provenir de aquella figura que te había acechado y, que por un momento, creíste te mataría allí mismo.
— ¿Tuviste miedo, muchacho?
El silencio que siguió a su pregunta fue pesado, como una niebla espesa que se asentaba sobre el muelle. Dolos mantuvo su mirada fija en ti, sus ojos como dos pozos oscuros y profundos que parecían querer absorber cada fragmento de información, midiendo tus palabras y casi que disfrutando de tu relato. Era como si Dolos estuviera esperando ese "algo" que le confirmara que tu aventura no haya sido en vano. Hasta notabas como si estuviera impaciente de oír más, de que le contaras todo con lujo y detalles.
— Tal vez no existan los Tribulantes, o tal vez... —su voz descendió a un susurro, una palabra que se desvanecía en la brisa nocturna como un secreto compartido entre sombras—. Tal vez simplemente disfruto viendo a los curiosos como tú caminar hacia lo desconocido, buscando respuestas a preguntas que nunca deberían haber sido hechas en un principio.
El ambiente cambió. Lo notaste de inmediato, no es que fuera hostil pero Dolos se enderezó lentamente... su expresión tornándose en algo más serio, más sombrío. La diversión había desaparecido de sus ojos, reemplazada por una seriedad absoluta que parecía penetrar hasta lo más profundo de tu alma.
— Muchacho —empezó, con una voz que era firme como el acero, un contraste total de su voz aguardentosa usual—. Si realmente quieres conocerlos, no bastará con unas monedas ni ofrecer mis historias como tributo.
Dejó caer esas palabras como si fueran martillazos en tu cabeza, como castigos de alguien que te quería ver victorioso. Se veía casi que decepcionado a juzgar por el tono de voz que estaba utilizando contigo. Aunque como dicho antes, no estaba siendo hostil... todo lo contrario, no sentías la misma presión y peligro que sentiste con la otra entidad en las Colinas.
— Con todo el tiempo que te dio para recorrer, ¿realmente no te diste cuenta de nada? —la voz de Dolos era un látigo, cortante y directa—. ¿No encontraste nada? Vamos, no me digas que estuviste perdiendo el tiempo papando moscas.
El silencio que siguió fue denso. Dolos mantuvo su mirada fija en ti, desafiándote a responder, a demostrar que había más en él que simple curiosidad, que tenías el coraje para seguir intentándolo... sin llegar a ser un tonto suicida sin ideas para sobrepasar ese peligro que ya te había advertido no volvieras sin un tributo adecuado.
— ¿Tributo? —repitió, cruzándose de brazos—. Nunca he tenido que pagar uno, al menos no de la manera que tú lo habrías hecho.
Se recostó contra los barriles de madera a su espalda, sus dedos tamborileando suavemente sobre la superficie de estos, un ritmo pausado que parecía marcar el tempo de la conversación. Volvió a mirarte de reojo, reanudando la charla.
— Nunca he estado en las Colinas de Hueso personalmente —admitió, dándole lo mismo honestamente si eso te agarraba de sorpresa o te molestaba—. Pero eso no significa que no sepa de ellas... a fin de cuentas, creíste mis historias, y disfrutaste de darte cuenta cuán verídicas eran, ¿verdad?
La sonrisa de Dolos se amplió apenas un poco, un destello de dientes maltrechos que brillaban amarillentos bajo la luz tenue de la luna y las estrellas. Había algo inquietante en su mirada, recordándote un poco a la última mirada que notaste provenir de aquella figura que te había acechado y, que por un momento, creíste te mataría allí mismo.
— ¿Tuviste miedo, muchacho?
El silencio que siguió a su pregunta fue pesado, como una niebla espesa que se asentaba sobre el muelle. Dolos mantuvo su mirada fija en ti, sus ojos como dos pozos oscuros y profundos que parecían querer absorber cada fragmento de información, midiendo tus palabras y casi que disfrutando de tu relato. Era como si Dolos estuviera esperando ese "algo" que le confirmara que tu aventura no haya sido en vano. Hasta notabas como si estuviera impaciente de oír más, de que le contaras todo con lujo y detalles.
— Tal vez no existan los Tribulantes, o tal vez... —su voz descendió a un susurro, una palabra que se desvanecía en la brisa nocturna como un secreto compartido entre sombras—. Tal vez simplemente disfruto viendo a los curiosos como tú caminar hacia lo desconocido, buscando respuestas a preguntas que nunca deberían haber sido hechas en un principio.
El ambiente cambió. Lo notaste de inmediato, no es que fuera hostil pero Dolos se enderezó lentamente... su expresión tornándose en algo más serio, más sombrío. La diversión había desaparecido de sus ojos, reemplazada por una seriedad absoluta que parecía penetrar hasta lo más profundo de tu alma.
— Muchacho —empezó, con una voz que era firme como el acero, un contraste total de su voz aguardentosa usual—. Si realmente quieres conocerlos, no bastará con unas monedas ni ofrecer mis historias como tributo.
Dejó caer esas palabras como si fueran martillazos en tu cabeza, como castigos de alguien que te quería ver victorioso. Se veía casi que decepcionado a juzgar por el tono de voz que estaba utilizando contigo. Aunque como dicho antes, no estaba siendo hostil... todo lo contrario, no sentías la misma presión y peligro que sentiste con la otra entidad en las Colinas.
— Con todo el tiempo que te dio para recorrer, ¿realmente no te diste cuenta de nada? —la voz de Dolos era un látigo, cortante y directa—. ¿No encontraste nada? Vamos, no me digas que estuviste perdiendo el tiempo papando moscas.
El silencio que siguió fue denso. Dolos mantuvo su mirada fija en ti, desafiándote a responder, a demostrar que había más en él que simple curiosidad, que tenías el coraje para seguir intentándolo... sin llegar a ser un tonto suicida sin ideas para sobrepasar ese peligro que ya te había advertido no volvieras sin un tributo adecuado.