Octojin
El terror blanco
22-01-2025, 11:57 AM
Mientras practicáis con las runas, las miradas curiosas de los trabajadores del astillero os siguen como si fuerais un par de artistas callejeros en pleno espectáculo. No debe ser muy común que alguien se meta en su taller a aprender a pintar runas, digo yo, aunque quién sabe, cosas más raras se han visto, desde luego. De todos modos, intentan disimularlo, es evidente que vuestro interés por sus tradiciones y vuestra disposición a aprender les causa impresión. Incluso los más reticentes no pueden evitar mirar de reojo cómo os desenvolvéis con las herramientas y los pinceles.
John, al ver que Rocket se desentiende de cortar la madera, el tipo te pasa una sierra de apariencia rústica, pero al tomarla notas que su diseño está lejos de ser simple. Tiene un equilibrio perfecto, el mango encaja de manera ideal en tu mano y, al moverla, parece cortar la madera como si estuviera hecha de mantequilla. Esta gente le da mucha importancia a lo rústico, lo manual y, sobre todo, a la calidad de las herramientas. Y te das cuenta desde el minuto uno que agarras la propia sierra. Te concentras, guiándola con movimientos controlados, y pronto el tablón que Skein ha preparado queda dividido en un trozo perfectamente cortado.
—Es buena, ¿verdad? —te dice Skein, sonriendo— Aquí no usamos nada que no podamos hacer nosotros mismos, pero eso no significa que no sepamos hacerlo bien.
El comentario viene acompañado de un leve gesto de orgullo que no pasa desapercibido. Terminas el corte con cierta facilidad y colocas la madera en la mesa, listo para empezar a trazar las runas que tienes en frente tuya. No parecen sencillas, pero con práctica seguro que te salen bien.
Por tu parte, Rocket, coges el pincel con una confianza que, aunque no lo digas, quizá esconda una pizca de inseguridad inicial. Pero no te preocupes, no se lo diré a nadie. Empiezas a trazar las primeras runas en el tablón que te han proporcionado, y para tu sorpresa, tus manos parecen adaptarse rápidamente al movimiento preciso que requiere cada símbolo. Hay algunas más complejas que otras, como todo en la vida, pero con detenimiento y calculando cada trazo, todo es posible. Skein se coloca detrás de ti, observando con interés. A medida que avanzas, asiente varias veces, murmurando algo en voz baja que suena a aprobación.
Sin embargo, cuando terminas y le muestras el resultado, Skein señala cinco runas que no están del todo bien. Su corrección no es brusca ni crítica; al contrario, utiliza su pincel para trazar sobre las tuyas, mostrando la diferencia con una paciencia que casi parece paternal.
—Lo haces bien para ser tu primera vez —te dice, levantando el pulgar—. Con un poco de práctica, podrías tallar estas runas como uno de nosotros.
El comentario es sincero, y la leve sonrisa que lo acompaña refuerza la idea de que realmente está impresionado con tus esfuerzos. Vaya, eso seguro que no te lo esperabas.
Mientras tanto, John, te enfrentas a tus propios desafíos con el pincel. Las primeras líneas que trazas son algo toscas y tambaleantes, pero Skein está a tu lado, corrigiendo tus movimientos con una paciencia infinita. Te muestra cómo mantener el pincel en un ángulo preciso y cómo aplicar la presión justa para que las líneas fluyan con naturalidad. Los trazos son complejos para alguien que no está acostumbrado a ellos, y se nota. Pero todo con práctica se consigue.
—No te preocupes si no sale perfecto al principio —te dice mientras ajusta tu mano para mejorar tu trazo—. Las runas no son solo líneas; son una conversación con la madera. Aprende a escucharla.
Aunque el proceso es más lento para ti, terminas logrando unas cuantas runas bastante decentes, lo que arranca un gesto aprobatorio de Skein. La experiencia, aunque desafiante, resulta extrañamente satisfactoria.
Cuando finalmente termináis vuestra práctica, Skein sonríe con aprobación. Sin embargo, la calma del momento se interrumpe cuando dos hombres aparecen en la entrada del área de trabajo. Uno de ellos gesticula con las manos, claramente frustrado, mientras el otro intenta calmarle. Aunque están demasiado lejos para oír lo que dicen, su lenguaje corporal sugiere una discusión acalorada. Me imagino que es algo normal en un taller el tener alguna discusión. Algunos trabajadores les echan un vistazo rápido, pero pronto vuelven a centrarse en sus tareas. Igual es algo típico en ellos. O la gente de ahí resuelve sus cosas así. No sé, en cualquier caso no parecen darle demasiada importancia.
Uno de los recién llegados, un tipo robusto con una barba espesa, se acerca a vosotros. A diferencia de los otros dos, parece más interesado en el submarino que en cualquier otra cosa. Y eso se hace ver pronto cuando empieza a hablar. Su tono es más directo que el de los demás.
—¿Podéis mostrarnos los planos? —pregunta con una mezcla de entusiasmo y respeto— Nos encantaría ayudar a arreglarlo. Pero antes de tallar las runas, os recomendaría practicar un poco más en madera. Así podéis decidir la frase exacta que queréis y cómo queréis que quede. Os podemos ayudar con eso si queréis.
Al salir hacia la zona designada para el submarino, el bullicio del astillero os envuelve nuevamente. Los trabajadores están inmersos en sus tareas, moviéndose con una coordinación casi coreografiada. Enormes tablones de madera son transportados por grupos de hombres que parecen tan fuertes como los mismos barcos que construyen. El sonido de los martillos y las sierras llena el aire, mezclándose con el olor a resina y barniz.
Los barcos en construcción son una mezcla de funcionalidad y arte. Cada uno lleva grabadas distintas runas que parecen dotarlos de una personalidad propia, y el cuidado con el que se trabaja en ellos sugiere que son mucho más que simples medios de transporte. Son símbolos de la habilidad y la tradición de los skjoldr, un legado flotante que parece destinado a desafiar el tiempo y las tormentas. Son algo más que barcos, y el cuidado con el que los hacen lo refleja claramente.
Cuando finalmente os detenéis en la zona señalada, uno de los carpinteros se acerca y os observa con una mezcla de curiosidad y expectativa.
—Entonces, ¿qué frase queréis grabar? —pregunta, inclinando ligeramente la cabeza— Y si podéis, mostradnos los planos. Nos gustaría entender cómo está hecho ese submarino y cómo podemos ayudaros a mejorarlo antes de que ponernos a ello.
El entusiasmo en sus palabras es innegable. Aunque están acostumbrados a trabajar con madera y herramientas manuales, la idea de interactuar con una máquina tan avanzada parece despertar en ellos una mezcla de fascinación y desafío. Y es que, todos queremos hacer lo que no estamos acostumbrados a hacer, ¿no? Salir un poco de la rutina y aprender cosas nuevas. Está claro que, para ellos, el submarino no es solo una máquina: es una oportunidad de aprender algo completamente nuevo.
John, al ver que Rocket se desentiende de cortar la madera, el tipo te pasa una sierra de apariencia rústica, pero al tomarla notas que su diseño está lejos de ser simple. Tiene un equilibrio perfecto, el mango encaja de manera ideal en tu mano y, al moverla, parece cortar la madera como si estuviera hecha de mantequilla. Esta gente le da mucha importancia a lo rústico, lo manual y, sobre todo, a la calidad de las herramientas. Y te das cuenta desde el minuto uno que agarras la propia sierra. Te concentras, guiándola con movimientos controlados, y pronto el tablón que Skein ha preparado queda dividido en un trozo perfectamente cortado.
—Es buena, ¿verdad? —te dice Skein, sonriendo— Aquí no usamos nada que no podamos hacer nosotros mismos, pero eso no significa que no sepamos hacerlo bien.
El comentario viene acompañado de un leve gesto de orgullo que no pasa desapercibido. Terminas el corte con cierta facilidad y colocas la madera en la mesa, listo para empezar a trazar las runas que tienes en frente tuya. No parecen sencillas, pero con práctica seguro que te salen bien.
Por tu parte, Rocket, coges el pincel con una confianza que, aunque no lo digas, quizá esconda una pizca de inseguridad inicial. Pero no te preocupes, no se lo diré a nadie. Empiezas a trazar las primeras runas en el tablón que te han proporcionado, y para tu sorpresa, tus manos parecen adaptarse rápidamente al movimiento preciso que requiere cada símbolo. Hay algunas más complejas que otras, como todo en la vida, pero con detenimiento y calculando cada trazo, todo es posible. Skein se coloca detrás de ti, observando con interés. A medida que avanzas, asiente varias veces, murmurando algo en voz baja que suena a aprobación.
Sin embargo, cuando terminas y le muestras el resultado, Skein señala cinco runas que no están del todo bien. Su corrección no es brusca ni crítica; al contrario, utiliza su pincel para trazar sobre las tuyas, mostrando la diferencia con una paciencia que casi parece paternal.
—Lo haces bien para ser tu primera vez —te dice, levantando el pulgar—. Con un poco de práctica, podrías tallar estas runas como uno de nosotros.
El comentario es sincero, y la leve sonrisa que lo acompaña refuerza la idea de que realmente está impresionado con tus esfuerzos. Vaya, eso seguro que no te lo esperabas.
Mientras tanto, John, te enfrentas a tus propios desafíos con el pincel. Las primeras líneas que trazas son algo toscas y tambaleantes, pero Skein está a tu lado, corrigiendo tus movimientos con una paciencia infinita. Te muestra cómo mantener el pincel en un ángulo preciso y cómo aplicar la presión justa para que las líneas fluyan con naturalidad. Los trazos son complejos para alguien que no está acostumbrado a ellos, y se nota. Pero todo con práctica se consigue.
—No te preocupes si no sale perfecto al principio —te dice mientras ajusta tu mano para mejorar tu trazo—. Las runas no son solo líneas; son una conversación con la madera. Aprende a escucharla.
Aunque el proceso es más lento para ti, terminas logrando unas cuantas runas bastante decentes, lo que arranca un gesto aprobatorio de Skein. La experiencia, aunque desafiante, resulta extrañamente satisfactoria.
Cuando finalmente termináis vuestra práctica, Skein sonríe con aprobación. Sin embargo, la calma del momento se interrumpe cuando dos hombres aparecen en la entrada del área de trabajo. Uno de ellos gesticula con las manos, claramente frustrado, mientras el otro intenta calmarle. Aunque están demasiado lejos para oír lo que dicen, su lenguaje corporal sugiere una discusión acalorada. Me imagino que es algo normal en un taller el tener alguna discusión. Algunos trabajadores les echan un vistazo rápido, pero pronto vuelven a centrarse en sus tareas. Igual es algo típico en ellos. O la gente de ahí resuelve sus cosas así. No sé, en cualquier caso no parecen darle demasiada importancia.
Uno de los recién llegados, un tipo robusto con una barba espesa, se acerca a vosotros. A diferencia de los otros dos, parece más interesado en el submarino que en cualquier otra cosa. Y eso se hace ver pronto cuando empieza a hablar. Su tono es más directo que el de los demás.
—¿Podéis mostrarnos los planos? —pregunta con una mezcla de entusiasmo y respeto— Nos encantaría ayudar a arreglarlo. Pero antes de tallar las runas, os recomendaría practicar un poco más en madera. Así podéis decidir la frase exacta que queréis y cómo queréis que quede. Os podemos ayudar con eso si queréis.
Al salir hacia la zona designada para el submarino, el bullicio del astillero os envuelve nuevamente. Los trabajadores están inmersos en sus tareas, moviéndose con una coordinación casi coreografiada. Enormes tablones de madera son transportados por grupos de hombres que parecen tan fuertes como los mismos barcos que construyen. El sonido de los martillos y las sierras llena el aire, mezclándose con el olor a resina y barniz.
Los barcos en construcción son una mezcla de funcionalidad y arte. Cada uno lleva grabadas distintas runas que parecen dotarlos de una personalidad propia, y el cuidado con el que se trabaja en ellos sugiere que son mucho más que simples medios de transporte. Son símbolos de la habilidad y la tradición de los skjoldr, un legado flotante que parece destinado a desafiar el tiempo y las tormentas. Son algo más que barcos, y el cuidado con el que los hacen lo refleja claramente.
Cuando finalmente os detenéis en la zona señalada, uno de los carpinteros se acerca y os observa con una mezcla de curiosidad y expectativa.
—Entonces, ¿qué frase queréis grabar? —pregunta, inclinando ligeramente la cabeza— Y si podéis, mostradnos los planos. Nos gustaría entender cómo está hecho ese submarino y cómo podemos ayudaros a mejorarlo antes de que ponernos a ello.
El entusiasmo en sus palabras es innegable. Aunque están acostumbrados a trabajar con madera y herramientas manuales, la idea de interactuar con una máquina tan avanzada parece despertar en ellos una mezcla de fascinación y desafío. Y es que, todos queremos hacer lo que no estamos acostumbrados a hacer, ¿no? Salir un poco de la rutina y aprender cosas nuevas. Está claro que, para ellos, el submarino no es solo una máquina: es una oportunidad de aprender algo completamente nuevo.