Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
23-01-2025, 09:33 AM
Ragn observó a la mujer mientras ella hablaba, con sus ojos clavados en los suyos, analizando cada palabra que pronunciaba. El nombre Astrid "La Tormenta" le arrancó una media sonrisa casi imperceptible, una que escondió tras un gesto aparentemente distraído mientras acomodaba el hacha que llevaba colgada del cinturón. Había algo en el destino que parecía siempre empujarle hacia las tormentas, ya fueran reales o metafóricas, y la ironía no se le escapaba. El Rompetormentas y La Tormenta en el mismo lugar... vaya coincidencia. Aunque no lo mostró abiertamente, la presencia de Astrid despertó en él un respeto instintivo, ese que se siente ante un igual. No era simplemente una guerrera poderosa; era alguien que, incluso al borde del colapso, irradiaba autoridad y determinación. Sin embargo, eso no le hizo olvidar que estaban en terreno peligroso, y que cualquier movimiento en falso podría costar caro, especialmente con los niños presentes. Su mente estaba tan enfocada en ella y en el entorno, que apenas se dio cuenta de que Airgid también se había mantenido completamente alerta, en perfecta sincronía con él. Cuando Astrid mencionó al Jarl y el Salón de Hrothgard, Ragn sintió una chispa de emoción recorrerle el cuerpo. No lo dejó entrever, pero internamente, se encendió un fuego que solo la idea de encontrarse cara a cara con una figura tan imponente podía provocar. Un Jarl digno de convocar a tantas presencias poderosas… eso es algo que tenía que ver con sus propios ojos. Era un impulso visceral, una necesidad de enfrentarse a lo desconocido y demostrar su valía, un deseo tan profundo que parecía grabado en su sangre.
A pesar de la urgencia de la situación, la escena de los cuervos, el ambiente cargado de tensión y el frío del bosque parecían amplificar el peso de cada palabra de Astrid. Y aunque su mirada volvió a la mujer frente a él, su mente ya imaginaba lo que podría esperarlos en ese Salón: guerreros dignos, aliados y rivales por igual, un lugar donde cada paso podría cambiar el curso de sus vidas. Pero primero… esta tormenta debía ser atendida. Y eso implicaba cazar a la bestia. Ragn apretó su mano en torno al hacha, sintiendo su peso familiar. Había una bestia que necesitaba ser enfrentada, y el destino parecía haberlos llevado directamente hacia ella. Con una mezcla de pragmatismo y determinación, volvió su atención completamente a Astrid, sabiendo que cada decisión tomada ahora era un paso más hacia el próximo desafío que tanto anhelaba. Ragn respiró hondo, dejando que el aire helado del bosque llenara sus pulmones. Sus pensamientos eran como el crujir de la nieve bajo sus botas, constantes, firmes, avanzando sin detenerse hacia lo que sabía que debía hacer. La imagen de Astrid recostada contra el árbol, cubierta de sangre pero aún sosteniendo su lanza como si en cualquier momento pudiera levantarse para enfrentarse a un enemigo, le resultaba extrañamente inspiradora. — Necesitaba un motivo para entrar en ese castillo. Y esto suena a motivo suficiente. ¿Tienes algún cargo importante entre ellos? — Con un movimiento casi inconsciente, volvió a apretar el hacha en su cinturón. El frío del metal contra su mano le recordó que estaba vivo, que había cosas por hacer, enemigos por enfrentar y un destino que cumplir. Pero no podía evitar pensar en las palabras de Astrid, sobre la bestia y el Jarl. La mención del Salón de Hrothgard y las poderosas presencias que lo llenaban encendieron un fuego interno que no podía ignorar. Allí, probablemente, encontraría algo que había estado buscando sin saberlo, un reto, un objetivo, y tal vez un camino más claro hacia lo que realmente era ser Ragn el Rompetormentas.
No había duda en su mente de que aceptarían ayudarla, y no solo porque estaba gravemente herida o porque la amenaza de la bestia pendía sobre sus cabezas. Esto iba más allá. Era una oportunidad de demostrar que ellos, como familia, podían superar cualquier cosa que se les pusiera enfrente. Incluso algo que había puesto de rodillas a una guerrera tan imponente como Astrid. Sin embargo, Ragn sabía que no podía dejarse llevar por sus propios impulsos. Miró de reojo a Airgid, viendo cómo ella seguía manteniendo su vigilancia activa, con los niños bien protegidos contra su pecho. Era un recordatorio constante de que no estaba solo, de que sus decisiones afectaban no solo su propio destino, sino el de todos los que viajaban con él. Incluso en medio de sus propios deseos ardientes, debía priorizar la seguridad de los demás. Sus ojos volvieron a Astrid, observando cómo el cansancio parecía querer arrastrarla al sueño eterno, pero su espíritu seguía luchando. Se inclinó levemente hacia ella, lo suficiente para que solo ella pudiera escuchar sus palabras, aunque su voz era lo suficientemente firme como para que resonaran en el aire helado del bosque. —Te ayudaremos. No porque nos lo pidas, sino porque esa bestia no tiene lugar en este bosque, y porque si quieres volver al Salón de Hrothgard, no puedes hacerlo sola. Nosotros nos aseguraremos de que llegues allí. —Sus palabras no eran una oferta, sino una declaración. Algo inamovible, como la nieve en esa montaña. Ragn le daría la espalda a la forastera, centrándose ahora en su mujer. — ¿Te quedas tú o me quedo yo? — Fue directo. Uno debía quedarse y el otro ir en busca de los vikingos para dar el aviso, ni Airgid ni Ragn eran médicos, necesitaban alguien que pudiera atenderla de verdad.
Mientras tanto, el rubio sacó del interior de su ropaje un trozo de pollo que estaba ya más congelado que su puta madre. El frío es lo que tenía, además, iba necesitando cocinar de nuevo una oleada de polloz preparados para los viajes, por que solo le quedaba ese y otro más y el sabor era ya espantoso. Pero le quitaba el hambre (mentira)
A pesar de la urgencia de la situación, la escena de los cuervos, el ambiente cargado de tensión y el frío del bosque parecían amplificar el peso de cada palabra de Astrid. Y aunque su mirada volvió a la mujer frente a él, su mente ya imaginaba lo que podría esperarlos en ese Salón: guerreros dignos, aliados y rivales por igual, un lugar donde cada paso podría cambiar el curso de sus vidas. Pero primero… esta tormenta debía ser atendida. Y eso implicaba cazar a la bestia. Ragn apretó su mano en torno al hacha, sintiendo su peso familiar. Había una bestia que necesitaba ser enfrentada, y el destino parecía haberlos llevado directamente hacia ella. Con una mezcla de pragmatismo y determinación, volvió su atención completamente a Astrid, sabiendo que cada decisión tomada ahora era un paso más hacia el próximo desafío que tanto anhelaba. Ragn respiró hondo, dejando que el aire helado del bosque llenara sus pulmones. Sus pensamientos eran como el crujir de la nieve bajo sus botas, constantes, firmes, avanzando sin detenerse hacia lo que sabía que debía hacer. La imagen de Astrid recostada contra el árbol, cubierta de sangre pero aún sosteniendo su lanza como si en cualquier momento pudiera levantarse para enfrentarse a un enemigo, le resultaba extrañamente inspiradora. — Necesitaba un motivo para entrar en ese castillo. Y esto suena a motivo suficiente. ¿Tienes algún cargo importante entre ellos? — Con un movimiento casi inconsciente, volvió a apretar el hacha en su cinturón. El frío del metal contra su mano le recordó que estaba vivo, que había cosas por hacer, enemigos por enfrentar y un destino que cumplir. Pero no podía evitar pensar en las palabras de Astrid, sobre la bestia y el Jarl. La mención del Salón de Hrothgard y las poderosas presencias que lo llenaban encendieron un fuego interno que no podía ignorar. Allí, probablemente, encontraría algo que había estado buscando sin saberlo, un reto, un objetivo, y tal vez un camino más claro hacia lo que realmente era ser Ragn el Rompetormentas.
No había duda en su mente de que aceptarían ayudarla, y no solo porque estaba gravemente herida o porque la amenaza de la bestia pendía sobre sus cabezas. Esto iba más allá. Era una oportunidad de demostrar que ellos, como familia, podían superar cualquier cosa que se les pusiera enfrente. Incluso algo que había puesto de rodillas a una guerrera tan imponente como Astrid. Sin embargo, Ragn sabía que no podía dejarse llevar por sus propios impulsos. Miró de reojo a Airgid, viendo cómo ella seguía manteniendo su vigilancia activa, con los niños bien protegidos contra su pecho. Era un recordatorio constante de que no estaba solo, de que sus decisiones afectaban no solo su propio destino, sino el de todos los que viajaban con él. Incluso en medio de sus propios deseos ardientes, debía priorizar la seguridad de los demás. Sus ojos volvieron a Astrid, observando cómo el cansancio parecía querer arrastrarla al sueño eterno, pero su espíritu seguía luchando. Se inclinó levemente hacia ella, lo suficiente para que solo ella pudiera escuchar sus palabras, aunque su voz era lo suficientemente firme como para que resonaran en el aire helado del bosque. —Te ayudaremos. No porque nos lo pidas, sino porque esa bestia no tiene lugar en este bosque, y porque si quieres volver al Salón de Hrothgard, no puedes hacerlo sola. Nosotros nos aseguraremos de que llegues allí. —Sus palabras no eran una oferta, sino una declaración. Algo inamovible, como la nieve en esa montaña. Ragn le daría la espalda a la forastera, centrándose ahora en su mujer. — ¿Te quedas tú o me quedo yo? — Fue directo. Uno debía quedarse y el otro ir en busca de los vikingos para dar el aviso, ni Airgid ni Ragn eran médicos, necesitaban alguien que pudiera atenderla de verdad.
Mientras tanto, el rubio sacó del interior de su ropaje un trozo de pollo que estaba ya más congelado que su puta madre. El frío es lo que tenía, además, iba necesitando cocinar de nuevo una oleada de polloz preparados para los viajes, por que solo le quedaba ese y otro más y el sabor era ya espantoso. Pero le quitaba el hambre (mentira)