Airgid Vanaidiam
Metalhead
23-01-2025, 02:49 PM
No parecía que fuera a tener suerte encontrando nada de metal en aquella montaña. El suspiro de frustración de Airgid fue breve, teniéndose que conformar con lo que llevaba encima solamente. No le hacía demasiada gracia, pero a peores situaciones se habían tenido que enfrentar. Dejó de prestar atención a los campos magnéticos que sentía a su alrededor y se concentró de nuevo en la mujer, que a ratos, le devolvía la mirada a Airgid. Se presentó como Astrid "La Tormenta", e instintivamente, miró de reojo a Ragn. Él hizo un gesto disimulado, pero ambos sabían la extraña casualidad que acababa de darse. No dijo nada al respecto, así que ella tampoco lo hizo.
Mencionó entonces que su estado se debía al ataque de una bestia, y dijo esa palabra con un tono especial, dejando intuir en los revolucionarios que no debía tratarse de un animal normal. Airgid solo podía imaginarse qué tipo de fauna podía poblar aquellas montañas. Un pensamiento que la emocionaba y le ponía los pelos de punta al mismo tiempo. En su pecho, cada uno de los niños centraba su atención en una cosa diferente. Harold parecía ensimismado con la brillante lanza de Astrid, mientras Gunnr observaba a su padre con fijación, y Lilyd seguía perdida en la montaña. Notó cómo Astrid se fijaba en ellos por un momento, aunque rápidamente paso a seguir explicándoles la situación.
Es ruda como una piedra, aferrándose a su lanza con desconfianza, pero entonces les ofrece tomar parte en la cacería del animal. No solos, la mujer forma parte de un grupo con el que planea volver a reunirse, pero antes de eso, ofrece la idea de ir avisar al Jarl, de buscar refuerzos. Airgid miró a Ragnheidr a su costado, notando rápidamente la emoción en su cuerpo de vikingo. Poder colaborar con el que era un rango importante en la isla no era cualquier tontería. Incluso Airgid sentía cierta curiosidad por conocerle, tanto a él como a las personas poderosas con las que se había reunido aquella mañana.
La bandada de cuervos había desaparecido, y mientras Ragn se inclinaba para hablar con Astrid, ella mantuvo su haki de observación bien atento. Quizás centrándose más en las energías más leves, más provenientes de animales que de personas. Pero no había nada que destacara. Al volver a ponerse en pie, Ragnheidr se dirigió a ella con decisión, preguntándole directamente qué es lo que quería hacer. Airgid miró primero a Astrid, la condición en la que se encontraba. Era dura, aguantaría con un poco de atención médica sin problemas, ¿cuántos años tenía? Parecía joven. Luego miró a Ragn. — Yo me quedaré, usaré el botiquín que llevo encima y la ayudaré. Ve tú a hablar con el Jarl. — Esbozó entonces una sonrisilla ladeada, juguetona. — Algo me dice que os entenderéis mejor. — Y que se le notaba que tenía ganas de entrar en aquel Salón.
Una vez Ragn se hubiera marchado, Airgid se acercó a Astrid, ignorando la lanza que aún sujetaba con fiereza entre sus manos. Sin decir nada, se arrodilló frente a ella y sacó la mochila de su espalda. Estaba a reventar, por cierto, y la abrió sobre la nieve. Sacó sus dos armas, ya preparándose para lo que se avecinaba; el botiquín que planeaba usar para tratar, aunque fuera de forma un poco torpe, las heridas de Astrid; su den den mushi, por si tenía que contactar con Ragn en algún momento, y el plato que el vikingo le había preparado aquella mañana, antes de salir. — No soy médico, pero creo que algo podré hacer con el botiquín. Ven, enséñame las heridas. — El olor de la comida de Ragn les llegó rápidamente, abriéndoles el estómago, al menos el de ella y los niños. Pero eran demasiado pequeños como para zamparse eso. — ¿Quieres un poco? Te sentirás mejor. — Le ofreció a Astrid, acercándole algo de comida antes de comerse ella uno de esos trozos de pescado, marisco y arroz. Si la mujer accedía a dejarla actuar sobre sus heridas, Airgid se pondría a ello sin problema, desinfectando y vendando lo necesario. — Quería preguntarte algo. Acabamos de llegar a isla, pero no hemos dejado de sentir desde que pusimos el pie en tierra firme, que hay una... energía mística en esta isla. ¿Se debe a algo en especial? — Se moría de curiosidad, y en parte no se esperaba una respuesta clara, pero sí quizás algo los mitos de las gentes de Skjoldheim, sobre sus creencias, su religión. ¿Sería parecia a la de Ragn? No lo esperaba, porque él ya le dejó entrever alguna vez que entre los suyos era considerado casi un pagano. Pero nunca quedaba de más preguntar, cuando era de forma sincera. Una vez hubo terminado con las heridas, sacó unos biberones que se dispuso a repartir entre los pequeños, dejando a Harold a la espera. — Tengo que fabricarme un tercer brazo. — Mencionó en voz baja, solo para ella.
Mencionó entonces que su estado se debía al ataque de una bestia, y dijo esa palabra con un tono especial, dejando intuir en los revolucionarios que no debía tratarse de un animal normal. Airgid solo podía imaginarse qué tipo de fauna podía poblar aquellas montañas. Un pensamiento que la emocionaba y le ponía los pelos de punta al mismo tiempo. En su pecho, cada uno de los niños centraba su atención en una cosa diferente. Harold parecía ensimismado con la brillante lanza de Astrid, mientras Gunnr observaba a su padre con fijación, y Lilyd seguía perdida en la montaña. Notó cómo Astrid se fijaba en ellos por un momento, aunque rápidamente paso a seguir explicándoles la situación.
Es ruda como una piedra, aferrándose a su lanza con desconfianza, pero entonces les ofrece tomar parte en la cacería del animal. No solos, la mujer forma parte de un grupo con el que planea volver a reunirse, pero antes de eso, ofrece la idea de ir avisar al Jarl, de buscar refuerzos. Airgid miró a Ragnheidr a su costado, notando rápidamente la emoción en su cuerpo de vikingo. Poder colaborar con el que era un rango importante en la isla no era cualquier tontería. Incluso Airgid sentía cierta curiosidad por conocerle, tanto a él como a las personas poderosas con las que se había reunido aquella mañana.
La bandada de cuervos había desaparecido, y mientras Ragn se inclinaba para hablar con Astrid, ella mantuvo su haki de observación bien atento. Quizás centrándose más en las energías más leves, más provenientes de animales que de personas. Pero no había nada que destacara. Al volver a ponerse en pie, Ragnheidr se dirigió a ella con decisión, preguntándole directamente qué es lo que quería hacer. Airgid miró primero a Astrid, la condición en la que se encontraba. Era dura, aguantaría con un poco de atención médica sin problemas, ¿cuántos años tenía? Parecía joven. Luego miró a Ragn. — Yo me quedaré, usaré el botiquín que llevo encima y la ayudaré. Ve tú a hablar con el Jarl. — Esbozó entonces una sonrisilla ladeada, juguetona. — Algo me dice que os entenderéis mejor. — Y que se le notaba que tenía ganas de entrar en aquel Salón.
Una vez Ragn se hubiera marchado, Airgid se acercó a Astrid, ignorando la lanza que aún sujetaba con fiereza entre sus manos. Sin decir nada, se arrodilló frente a ella y sacó la mochila de su espalda. Estaba a reventar, por cierto, y la abrió sobre la nieve. Sacó sus dos armas, ya preparándose para lo que se avecinaba; el botiquín que planeaba usar para tratar, aunque fuera de forma un poco torpe, las heridas de Astrid; su den den mushi, por si tenía que contactar con Ragn en algún momento, y el plato que el vikingo le había preparado aquella mañana, antes de salir. — No soy médico, pero creo que algo podré hacer con el botiquín. Ven, enséñame las heridas. — El olor de la comida de Ragn les llegó rápidamente, abriéndoles el estómago, al menos el de ella y los niños. Pero eran demasiado pequeños como para zamparse eso. — ¿Quieres un poco? Te sentirás mejor. — Le ofreció a Astrid, acercándole algo de comida antes de comerse ella uno de esos trozos de pescado, marisco y arroz. Si la mujer accedía a dejarla actuar sobre sus heridas, Airgid se pondría a ello sin problema, desinfectando y vendando lo necesario. — Quería preguntarte algo. Acabamos de llegar a isla, pero no hemos dejado de sentir desde que pusimos el pie en tierra firme, que hay una... energía mística en esta isla. ¿Se debe a algo en especial? — Se moría de curiosidad, y en parte no se esperaba una respuesta clara, pero sí quizás algo los mitos de las gentes de Skjoldheim, sobre sus creencias, su religión. ¿Sería parecia a la de Ragn? No lo esperaba, porque él ya le dejó entrever alguna vez que entre los suyos era considerado casi un pagano. Pero nunca quedaba de más preguntar, cuando era de forma sincera. Una vez hubo terminado con las heridas, sacó unos biberones que se dispuso a repartir entre los pequeños, dejando a Harold a la espera. — Tengo que fabricarme un tercer brazo. — Mencionó en voz baja, solo para ella.