Ubben Sangrenegra
Loki
11-08-2024, 07:45 AM
(Última modificación: 07-09-2024, 02:41 AM por Ubben Sangrenegra.
Razón: Olvidé poner la fecha 2 veces xD
)
Día 20 de Invierno del año 723
La villa Shimotsuki... un lugar de incomparable belleza y profunda tradición, donde la estética oriental se mezcla con la historia de algunos de los más renombrados espadachines. Este enclave, con su aire de serenidad, parece congelado en el tiempo, conservando la esencia de una era pasada. Entre los templos de madera y los jardines zen, el bribón de ojos dorados y cabellos blancos había encontrado un refugio temporal, ocultándose de la marina que lo perseguía sin descanso. Había llegado a la isla de Demonthoot hace menos de una semana, y en su afán por mantenerse fuera de la vista, decidió adentrarse en las profundidades de la isla, hasta llegar a la tranquila y enigmática villa Shimotsuki.
Ubben no tenía otro propósito en mente más que el de mejorar sus habilidades en el lanzamiento de agujas. Estaba decidido a encontrar un maestro que pudiera enseñarle el arte con una precisión letal, pero hasta ahora, la suerte no había estado de su lado. Las sombras comenzaban a alargarse cuando decidió buscar refugio en una posada casi vacía, cuyas luces cálidas brillaban como un faro en la noche que ya empezaba a caer. La oscuridad no era propicia para seguir su búsqueda, y Ubben sabía que sería inútil continuar en esas condiciones. Al entrar en la taberna, sus ojos se adaptaron rápidamente a la tenue iluminación, y se dirigió hacia una pequeña barra en el fondo del local, donde un hombre calvo, de ojos rasgados y piel pálida, que evidentemente había vivido muchas lunas, lo recibió con una sonrisa amable.
—Buenas noches, joven. ¿En qué puedo ayudarle?— saludó el anciano con una voz que emanaba hospitalidad y sabiduría. Ubben, agradecido por la cordialidad en aquel lugar remoto, respondió con un tono igualmente educado, —Necesito alquilar una habitación para la noche, y me gustaría poder comer algo también.— Su voz, aunque cargada con un tono de cansancio, mantenía la cortesía que el entorno exigía. El hombre tras la barra asintió con una sonrisa y replicó, —Por supuesto, joven. Tengo habitaciones disponibles. No son muy grandes, pero cumplen con su función; eso sí, espero que no le moleste dormir sobre un tatami.—
Aquella mención del tatami despertó una curiosidad latente en Ubben. Hasta entonces, jamás había tenido la experiencia de dormir en uno, y no podía evitar preguntarse si sería más cómodo que el duro suelo al que estaba acostumbrado en sus jornadas más duras. Sin embargo, esperaba que la experiencia fuese más placentera, pues de lo contrario, sentiría que le habían timado de una manera sutil, pero efectiva.
El anciano lo condujo por un largo y estrecho pasillo en el lateral de la posada, donde la estética oriental, con sus puertas corredizas y suelos de madera pulida, continuaba fascinando al albino. Cada detalle de la construcción era un recordatorio del lugar en el que se encontraba, uno cargado de historia y tradiciones ancestrales. Al llegar a la habitación asignada, Ubben dejó sus pocas pertenencias con cuidado, observando el modesto espacio, antes de regresar al cuarto principal, donde el amable anciano lo invitó a sentarse en un kotatsu, una mesa baja con un futón que cubría las piernas, proporcionando un calor acogedor que rápidamente relajó al forastero.
Ubben, emocionado por la novedad, se sentó en el kotatsu, sintiendo una calidez que no esperaba. Después de unos minutos, el anciano regresó con una bandeja cuidadosamente preparada, que contenía un bowl de arroz perfectamente cocido, verduras frescas y coloridas, un pequeño trozo de pollo asado a la perfección, y un humeante plato de sopa que llenaba el ambiente con su aroma reconfortante. —Muchas gracias, señor— dijo Ubben, sinceramente agradecido. El hambre acumulada tras un largo día de exploración en Shimotsuki lo había dejado exhausto, y la comida que ahora tenía ante él parecía un verdadero banquete.
La villa Shimotsuki... un lugar de incomparable belleza y profunda tradición, donde la estética oriental se mezcla con la historia de algunos de los más renombrados espadachines. Este enclave, con su aire de serenidad, parece congelado en el tiempo, conservando la esencia de una era pasada. Entre los templos de madera y los jardines zen, el bribón de ojos dorados y cabellos blancos había encontrado un refugio temporal, ocultándose de la marina que lo perseguía sin descanso. Había llegado a la isla de Demonthoot hace menos de una semana, y en su afán por mantenerse fuera de la vista, decidió adentrarse en las profundidades de la isla, hasta llegar a la tranquila y enigmática villa Shimotsuki.
Ubben no tenía otro propósito en mente más que el de mejorar sus habilidades en el lanzamiento de agujas. Estaba decidido a encontrar un maestro que pudiera enseñarle el arte con una precisión letal, pero hasta ahora, la suerte no había estado de su lado. Las sombras comenzaban a alargarse cuando decidió buscar refugio en una posada casi vacía, cuyas luces cálidas brillaban como un faro en la noche que ya empezaba a caer. La oscuridad no era propicia para seguir su búsqueda, y Ubben sabía que sería inútil continuar en esas condiciones. Al entrar en la taberna, sus ojos se adaptaron rápidamente a la tenue iluminación, y se dirigió hacia una pequeña barra en el fondo del local, donde un hombre calvo, de ojos rasgados y piel pálida, que evidentemente había vivido muchas lunas, lo recibió con una sonrisa amable.
—Buenas noches, joven. ¿En qué puedo ayudarle?— saludó el anciano con una voz que emanaba hospitalidad y sabiduría. Ubben, agradecido por la cordialidad en aquel lugar remoto, respondió con un tono igualmente educado, —Necesito alquilar una habitación para la noche, y me gustaría poder comer algo también.— Su voz, aunque cargada con un tono de cansancio, mantenía la cortesía que el entorno exigía. El hombre tras la barra asintió con una sonrisa y replicó, —Por supuesto, joven. Tengo habitaciones disponibles. No son muy grandes, pero cumplen con su función; eso sí, espero que no le moleste dormir sobre un tatami.—
Aquella mención del tatami despertó una curiosidad latente en Ubben. Hasta entonces, jamás había tenido la experiencia de dormir en uno, y no podía evitar preguntarse si sería más cómodo que el duro suelo al que estaba acostumbrado en sus jornadas más duras. Sin embargo, esperaba que la experiencia fuese más placentera, pues de lo contrario, sentiría que le habían timado de una manera sutil, pero efectiva.
El anciano lo condujo por un largo y estrecho pasillo en el lateral de la posada, donde la estética oriental, con sus puertas corredizas y suelos de madera pulida, continuaba fascinando al albino. Cada detalle de la construcción era un recordatorio del lugar en el que se encontraba, uno cargado de historia y tradiciones ancestrales. Al llegar a la habitación asignada, Ubben dejó sus pocas pertenencias con cuidado, observando el modesto espacio, antes de regresar al cuarto principal, donde el amable anciano lo invitó a sentarse en un kotatsu, una mesa baja con un futón que cubría las piernas, proporcionando un calor acogedor que rápidamente relajó al forastero.
Ubben, emocionado por la novedad, se sentó en el kotatsu, sintiendo una calidez que no esperaba. Después de unos minutos, el anciano regresó con una bandeja cuidadosamente preparada, que contenía un bowl de arroz perfectamente cocido, verduras frescas y coloridas, un pequeño trozo de pollo asado a la perfección, y un humeante plato de sopa que llenaba el ambiente con su aroma reconfortante. —Muchas gracias, señor— dijo Ubben, sinceramente agradecido. El hambre acumulada tras un largo día de exploración en Shimotsuki lo había dejado exhausto, y la comida que ahora tenía ante él parecía un verdadero banquete.