Gavyn Peregrino
Rose/Ícaro
11-08-2024, 07:50 AM
(Última modificación: 11-08-2024, 07:56 AM por Gavyn Peregrino.)
Isla Kilombo no era el mejor lugar para migrar, en absoluto, bueno, no estaba siendo objetivo, me corrijo, Isla Kilombo es un buen lugar para realizar una parada rápida, quizás para quedarme unos días, pero no para vivir, al menos no para mí, inclusive si fuese una persona que lleva un estilo de vida sedentaria. A pesar de que el ambiente agradable de su único pueblo, Rostock, de la calidez de la gente, de las fiestas y la tranquilidad, la isla estaba dominada en gran parte por la Marina, era consciente de que uno de sus cuarteles se asentaba yendo hacia el centro de la misma; no es como si supiera esto por medio de la adivinación, sino por charlas triviales que tuve después de bajar del navío mercante para el que trabajé como navegante, al menos hasta que atracamos en el puerto de Kilombo, allí terminaba mi contrato, y tendría que encargarme de conseguir uno nuevo. Otro motivo por el cual no me emocionaba desembarcar en la isla era su cercanía con mi lugar de nacimiento, si, Loguetown se encontraba lejos… Pero nunca lo suficientemente lejos como para que sienta que mi espalda no arde.
Después de llegar, a principios de la tarde, no perdí el tiempo y me dirigí a la cabina del capitán, Barliman, un hombre desagradable, pero que pagaba bien por los servicios prestados, especialmente de un Solarian dispuesto a trabajar como navegante. No estaba tan dispuesto a gestionar un buen ambiente de trabajo en su barco, prefería que los marinos resuelvan los problemas por cuenta propia y, aunque a nadie le sienta mal la independencia, las personas sentían mucha curiosidad por mis alas en algunas ocasiones, suficiente para intentar tocarlas sin saber el significado de la acción y lo incómodo que podía ser por lo sensibles que son.
Si las alas de las aves comunes eran sensibles a las corrientes de aire y los cambios ambientales, sin duda la sensibilidad en las mías tendía a ser mucho mayor.
Esquivé a todos los marinos para llegar hasta la cabina y golpee ligeramente, solo para entrar cuando escuché un brusco “¡Pase, quienquiera que sea!”, resoplé, adentrándome a la habitación, no tuve que plegar demasiado mis alas, el capitán era un oni, por lo que requería un barco de sus proporciones, aún así, no era tan ancho como los 230 centímetros de envergadura que llevaba en mi espalda, por lo que apreté las alas lo suficiente contra mi cuerpo para no derribar nada; era cansador, las habitaciones no estaban adaptadas, muchas veces, para su tamaño, así que salir a volar o estar en alguna zona abierta me permitía estirarlas, relajarlas…
. – ¿Qué quieres, Peregrino?
Levanté la mirada, me había ensimismado por un momento, observando el alhajero brillante que tenía Barliman sobre su escritorio… Bueno, era algo así como un escritorio, estaba roído por los años en ciertas partes, las juntas de las patas chillaban cuando el barco se movía demasiado, y parecía no haber visto una capa de pintura en mucho, mucho tiempo. El alhajero siempre estaba allí, era hermoso, sin duda valía más que el escritorio o lo que tuvera allí, estaba bastante seguro que era de plata. Volví mis ojos dorados hacia los rojos del oni, entrecerrándolos al acercarme lo suficiente.
. – Vine a buscar mi paga, obviamente, ya atracamos después de todo ¿O prefieres que me quede aquí más tiempo? –Elevé una ceja, sonriendo de lado, lo suficientemente confiado para que él chasquee la lengua.
A veces ser o fingir confianza evitaba muchos problemas. Por lo que, con un gesto calmado metí las manos dentro de mis bolsillos, adoptando una postura perezosa.
Barliman chasqueó la lengua, pero sacó de un cajón un sobre de papel madera y lo arrojó sobre la madera, dejando que se deslice, dentro estaban los berries prometidos. Me estiré para agarrarlo, revisando que estuviera todo.
. – No exijas más de lo que mereces chico, tu trabajo-
. – Sé lo que vale mi trabajo, gracias. –Dije sin levantar la mirada hasta terminar de contar los billetes– No soy un lobo de mar como usted, estoy bastante seguro que tiene una buena cantidad de años a su espalda en el mar.
Él entrecerró los ojos ante el descaro, solo sonreí, dando un paso hacia atrás, luego otro, y continué hasta que estuve en el umbral de la puerta, sujetando el pomo
. – Diría que fue un gusto, pero no es el caso, viejo.
Cerré la puerta, escuchando el grito de “¡Maldito mocoso!”, y reí alegremente, guardando el sobre en el interior de mi chaqueta, junto con algunos objetos de primera necesidad que llevaba allí o en mi mochila.
Bajé del barco, aprovechando la tarde para explorar el puerto de la isla, poco a poco se hizo de noche y me adentré en el pueblo, buscando una posada en la que pasar la noche. No estaba buscando nada lujoso, pero esperaba conseguir algo lo suficientemente comodo para que mis alas tuvieran su merecido descanso. Llamó mi atención una posada llamada “El Pony Pisador”, curioso, entré, y fui recibido por una mujer de mediana edad, parecía amable, aunque también lo suficientemente severa como para dirigir el lugar. Se presentó como la dueña de la posada, la Señora Butterbur, a la cual mencioné que me quedaría por un tiempo hasta conseguir el siguiente trabajo que me sacaría de allí, con suerte lo suficientemente lejos. Ella me explicó amablemente los precios según las habitaciones y, cansado de convivir en espacios pequeños con personas sin límites por mi privacidad, decidí quedarme en una habitación mediana.
Mediana era un decir, no esperaba que la posada tuviera habitaciones donde pudiera caber, pero si me ponía en diagonal a las esquinas de la habitación, luego de ir a revisarla para dejar mis cosas, era capaz de estirar mis alas libremente. Me senté en la cama, quitándome los guantes, y pasé un buen rato acicalando las plumas torcidas hasta que estuve satisfecho, por supuesto mi estómago no estaba satisfecho cuando hizo un ruido gutural, exigiendo comida. Salí de allí solo para pedir comida, pollo de preferencia… Y me senté en una mesa vacía, la única que encontré vacía ya que las demás estaban rebosantes de marineros, visitantes o locales festejando en una noche tranquila. Cerré los ojos por un instante, reclinándome en la silla para dejar que mis músculos se distentieran, pero la soledad fue efímera cuando sentí las vibraciones de los pasos acercándose a mi mesa y abrí los ojos, acomodándome para recibir… Mi comida y a un hombre de tez morena y cabello blanco que decidió sentarse justo frente a mi.
Entrecerré los ojos por un momento, solo para ver las brochetas de pollo frente a mí, las 10 que necesitaba, recogí una, dándole un mordisco y haciendo un ruido de satisfacción. Las alas en mi espalda se movieron ligeramente en respuesta, las dejé cerca de mí por si acaso.
. – ¿Gracias? –Elevé una ceja por un momento, consciente de que me observaba. No es como sí yo no hiciera lo mismo, por precaución– Si te pregunto que te trae a Rostock sonará muy cliché, así que ¿Quieres hacer las preguntas que tienes en mente? Podría adivinar al menos una de esas.
Apoyé los antebrazos sobre la mesa, moviendo las alas para rodear los laterales ligeramente, rozando la madera antes de retraerlas, sabía que le causaban curiosidad.
Después de llegar, a principios de la tarde, no perdí el tiempo y me dirigí a la cabina del capitán, Barliman, un hombre desagradable, pero que pagaba bien por los servicios prestados, especialmente de un Solarian dispuesto a trabajar como navegante. No estaba tan dispuesto a gestionar un buen ambiente de trabajo en su barco, prefería que los marinos resuelvan los problemas por cuenta propia y, aunque a nadie le sienta mal la independencia, las personas sentían mucha curiosidad por mis alas en algunas ocasiones, suficiente para intentar tocarlas sin saber el significado de la acción y lo incómodo que podía ser por lo sensibles que son.
Si las alas de las aves comunes eran sensibles a las corrientes de aire y los cambios ambientales, sin duda la sensibilidad en las mías tendía a ser mucho mayor.
Esquivé a todos los marinos para llegar hasta la cabina y golpee ligeramente, solo para entrar cuando escuché un brusco “¡Pase, quienquiera que sea!”, resoplé, adentrándome a la habitación, no tuve que plegar demasiado mis alas, el capitán era un oni, por lo que requería un barco de sus proporciones, aún así, no era tan ancho como los 230 centímetros de envergadura que llevaba en mi espalda, por lo que apreté las alas lo suficiente contra mi cuerpo para no derribar nada; era cansador, las habitaciones no estaban adaptadas, muchas veces, para su tamaño, así que salir a volar o estar en alguna zona abierta me permitía estirarlas, relajarlas…
. – ¿Qué quieres, Peregrino?
Levanté la mirada, me había ensimismado por un momento, observando el alhajero brillante que tenía Barliman sobre su escritorio… Bueno, era algo así como un escritorio, estaba roído por los años en ciertas partes, las juntas de las patas chillaban cuando el barco se movía demasiado, y parecía no haber visto una capa de pintura en mucho, mucho tiempo. El alhajero siempre estaba allí, era hermoso, sin duda valía más que el escritorio o lo que tuvera allí, estaba bastante seguro que era de plata. Volví mis ojos dorados hacia los rojos del oni, entrecerrándolos al acercarme lo suficiente.
. – Vine a buscar mi paga, obviamente, ya atracamos después de todo ¿O prefieres que me quede aquí más tiempo? –Elevé una ceja, sonriendo de lado, lo suficientemente confiado para que él chasquee la lengua.
A veces ser o fingir confianza evitaba muchos problemas. Por lo que, con un gesto calmado metí las manos dentro de mis bolsillos, adoptando una postura perezosa.
Barliman chasqueó la lengua, pero sacó de un cajón un sobre de papel madera y lo arrojó sobre la madera, dejando que se deslice, dentro estaban los berries prometidos. Me estiré para agarrarlo, revisando que estuviera todo.
. – No exijas más de lo que mereces chico, tu trabajo-
. – Sé lo que vale mi trabajo, gracias. –Dije sin levantar la mirada hasta terminar de contar los billetes– No soy un lobo de mar como usted, estoy bastante seguro que tiene una buena cantidad de años a su espalda en el mar.
Él entrecerró los ojos ante el descaro, solo sonreí, dando un paso hacia atrás, luego otro, y continué hasta que estuve en el umbral de la puerta, sujetando el pomo
. – Diría que fue un gusto, pero no es el caso, viejo.
Cerré la puerta, escuchando el grito de “¡Maldito mocoso!”, y reí alegremente, guardando el sobre en el interior de mi chaqueta, junto con algunos objetos de primera necesidad que llevaba allí o en mi mochila.
Bajé del barco, aprovechando la tarde para explorar el puerto de la isla, poco a poco se hizo de noche y me adentré en el pueblo, buscando una posada en la que pasar la noche. No estaba buscando nada lujoso, pero esperaba conseguir algo lo suficientemente comodo para que mis alas tuvieran su merecido descanso. Llamó mi atención una posada llamada “El Pony Pisador”, curioso, entré, y fui recibido por una mujer de mediana edad, parecía amable, aunque también lo suficientemente severa como para dirigir el lugar. Se presentó como la dueña de la posada, la Señora Butterbur, a la cual mencioné que me quedaría por un tiempo hasta conseguir el siguiente trabajo que me sacaría de allí, con suerte lo suficientemente lejos. Ella me explicó amablemente los precios según las habitaciones y, cansado de convivir en espacios pequeños con personas sin límites por mi privacidad, decidí quedarme en una habitación mediana.
Mediana era un decir, no esperaba que la posada tuviera habitaciones donde pudiera caber, pero si me ponía en diagonal a las esquinas de la habitación, luego de ir a revisarla para dejar mis cosas, era capaz de estirar mis alas libremente. Me senté en la cama, quitándome los guantes, y pasé un buen rato acicalando las plumas torcidas hasta que estuve satisfecho, por supuesto mi estómago no estaba satisfecho cuando hizo un ruido gutural, exigiendo comida. Salí de allí solo para pedir comida, pollo de preferencia… Y me senté en una mesa vacía, la única que encontré vacía ya que las demás estaban rebosantes de marineros, visitantes o locales festejando en una noche tranquila. Cerré los ojos por un instante, reclinándome en la silla para dejar que mis músculos se distentieran, pero la soledad fue efímera cuando sentí las vibraciones de los pasos acercándose a mi mesa y abrí los ojos, acomodándome para recibir… Mi comida y a un hombre de tez morena y cabello blanco que decidió sentarse justo frente a mi.
Entrecerré los ojos por un momento, solo para ver las brochetas de pollo frente a mí, las 10 que necesitaba, recogí una, dándole un mordisco y haciendo un ruido de satisfacción. Las alas en mi espalda se movieron ligeramente en respuesta, las dejé cerca de mí por si acaso.
. – ¿Gracias? –Elevé una ceja por un momento, consciente de que me observaba. No es como sí yo no hiciera lo mismo, por precaución– Si te pregunto que te trae a Rostock sonará muy cliché, así que ¿Quieres hacer las preguntas que tienes en mente? Podría adivinar al menos una de esas.
Apoyé los antebrazos sobre la mesa, moviendo las alas para rodear los laterales ligeramente, rozando la madera antes de retraerlas, sabía que le causaban curiosidad.