Airgid Vanaidiam
Metalhead
25-01-2025, 12:09 PM
La respuesta de Ragn le sacó una de sus enormes y características sonrisas a la rubia. Que continuara mencionando lo de sus manos era tan tonto... pero le encantaba, se sentía de nuevo como aquella chica que atendía las heridas de un desconocido en la puerta de su casa, sin saber que acabaría convirtiéndose en el amor de su vida. — Y que seguramente me perdería por el camino. — No muchas veces le daba problemas su mala orientación, pues para explorar, por ejemplo, tampoco es que requiriera de mucha. Pero como tuviera que poner rumbo ella sola al poblado... igual llegaba dos horas más tarde, después de dar unas cuantas e innecesarias vueltas. Antes de emprender el camino, Ragnheidr se inclinó sobre Airgid, dedicándole unas palabras en el oído para que solo ella las escuchara. Airgid disimuló su gesto con un abrazo cariñoso, para que, por si acaso, Astrid no sospechara de que estaban murmurando, sino que compartían un momento tierno antes de la partida del buccaneer. Sí, al parecer el tampoco se había fiado mucho de los cuervos, algo en el comportamiento de aquellos animales resultaba inquietante, al menos para un par de extranjeros como ellos. Quizás en Skjoldheim fueran normales... quién sabe. — Estaremos bien. — Aunque algo desconfiada, a Airgid le gustaba mantenerse positiva ante cualquier adversidad.
Se separaron, Astrid le entregó la flecha y le dejó un cuervo a Ragn con el que al parecer le facilitarían la entrada al Salón de Hrothgard. A Airgid le llamó especialmente la atención la punta de aquella flecha. Ella se dedicaba a la creación de las armas y de diferentes inventos en general, había tratado con todo tipo de metales, ayudándose con su fruta para encontrarlo y utilizarlo. Incluso conocía el kairoseki. Pero ese... material, no le sonaba de absolutamente nada. El rostro de Airgid reflejó la admiración en aquel momento, y deseó ser ella la que portara la flecha para poder observarla mejor. Pero eso tendría que esperar. Con todo listo, el vikingo puso marcha de nuevo hacia el poblado. Los bebés se le quedaron mirando unos segundos, con unas expresiones en sus caras de verdadera intriga y curiosidad, ¿por qué se iba? — Tranquilos, no tardará mucho. — Estaba claro que no la entendían, pero igualmente, a Airgid le gustaba hablarles, que fueran haciéndose a las palabras. Tendrían que estudiar mucho en el futuro... seguro que Ragnheidr se empeña en enseñarles su idioma natal.
Airgid se dedicó entonces a tratar a Astrid, sentándose junto a ella, incluso sacando algo de comer y compartiéndolo con la guerrera. Los humanos a veces somos como los animales, si conservamos el apetito, es que tan mal no debemos estar. Así que se alegró de ver cómo tomaba la comida con ganas. Estaba ya dedicándose a dar los respectivos biberones —porque lo de sacarse las tetas delante de una desconocida guerrera en mitad del campo pues... como que no— cuando Astrid compartió con ella un poco más del misticismo de la isla. Le mostró las runas de sus ropajes, los tatuajes de su piel, y le confirmó que honraban a varios dioses. Y algo muy curioso, y es que al parecer, las costumbres o las leyendas no son las mismas entre las tribus de las afueras de la isla con las del pueblo central de Skjoldheim. ¿Tan grande era la isla como para desarrollar diferentes vertientes incluso dentro de la misma religión? La rubia sonrió, se la notaba intrigada, con un brillito en los ojos mientras escuchaba a Astrid hablar.
Se moría por preguntarle ahora acerca de la flecha, pero antes de que pudiera abrir la boca, Astrid comenzó a ponerse en pie. Airgid la miró fijamente, terminando de darle el biberón a Harold. Señaló hacia el monte, indicándole la dirección en la que se encontraba su grupo. Tenía intención de poner rumbo cuanto antes, y Airgid no pensó en dejarla sola, aunque ella lo sugiriese. Guardó los biberones vacíos en la mochila, así como el recipiente de la comida. — No irás sola. — Sacó una lata de refresco, guardándola en el pantalón para tenerla más a mano, pues empezaba a notar el gusanillo por darle un buen trago. Y ahora sí, estaba lista para partir. Se puso en pie y se echó la mochila a la espalda, cargando sus armas sobre su hombro y con los bebés en el pecho. Parecía un puto tanque llena de cosas por cada sitio que mirases, sin olvidar que cargaba incluso bombas en los bolsillos de los pantalones, además de chatarra. Pero era fuerte, llevar todo eso no le costaba. — Vamos a por los tuyos. — Puso rumbo justo después de ella, caminando a su lado a la vez que tomaba el den den mushi con la diestra, pues con la zurda se dedicaba a darles palmaditas a los niños en la espalda, para que eructaran después de comer. Sí, era muy bonito ser madre. — Ragn, ¿me escuchas? He puesto rumbo con Astrid para reunirnos con su grupo, en dirección al monte. Nos encontraremos mediante el haki. — No dijo nada más, pero mantuvo el den den mushi en su mano, por si Ragn le respondía.
Se separaron, Astrid le entregó la flecha y le dejó un cuervo a Ragn con el que al parecer le facilitarían la entrada al Salón de Hrothgard. A Airgid le llamó especialmente la atención la punta de aquella flecha. Ella se dedicaba a la creación de las armas y de diferentes inventos en general, había tratado con todo tipo de metales, ayudándose con su fruta para encontrarlo y utilizarlo. Incluso conocía el kairoseki. Pero ese... material, no le sonaba de absolutamente nada. El rostro de Airgid reflejó la admiración en aquel momento, y deseó ser ella la que portara la flecha para poder observarla mejor. Pero eso tendría que esperar. Con todo listo, el vikingo puso marcha de nuevo hacia el poblado. Los bebés se le quedaron mirando unos segundos, con unas expresiones en sus caras de verdadera intriga y curiosidad, ¿por qué se iba? — Tranquilos, no tardará mucho. — Estaba claro que no la entendían, pero igualmente, a Airgid le gustaba hablarles, que fueran haciéndose a las palabras. Tendrían que estudiar mucho en el futuro... seguro que Ragnheidr se empeña en enseñarles su idioma natal.
Airgid se dedicó entonces a tratar a Astrid, sentándose junto a ella, incluso sacando algo de comer y compartiéndolo con la guerrera. Los humanos a veces somos como los animales, si conservamos el apetito, es que tan mal no debemos estar. Así que se alegró de ver cómo tomaba la comida con ganas. Estaba ya dedicándose a dar los respectivos biberones —porque lo de sacarse las tetas delante de una desconocida guerrera en mitad del campo pues... como que no— cuando Astrid compartió con ella un poco más del misticismo de la isla. Le mostró las runas de sus ropajes, los tatuajes de su piel, y le confirmó que honraban a varios dioses. Y algo muy curioso, y es que al parecer, las costumbres o las leyendas no son las mismas entre las tribus de las afueras de la isla con las del pueblo central de Skjoldheim. ¿Tan grande era la isla como para desarrollar diferentes vertientes incluso dentro de la misma religión? La rubia sonrió, se la notaba intrigada, con un brillito en los ojos mientras escuchaba a Astrid hablar.
Se moría por preguntarle ahora acerca de la flecha, pero antes de que pudiera abrir la boca, Astrid comenzó a ponerse en pie. Airgid la miró fijamente, terminando de darle el biberón a Harold. Señaló hacia el monte, indicándole la dirección en la que se encontraba su grupo. Tenía intención de poner rumbo cuanto antes, y Airgid no pensó en dejarla sola, aunque ella lo sugiriese. Guardó los biberones vacíos en la mochila, así como el recipiente de la comida. — No irás sola. — Sacó una lata de refresco, guardándola en el pantalón para tenerla más a mano, pues empezaba a notar el gusanillo por darle un buen trago. Y ahora sí, estaba lista para partir. Se puso en pie y se echó la mochila a la espalda, cargando sus armas sobre su hombro y con los bebés en el pecho. Parecía un puto tanque llena de cosas por cada sitio que mirases, sin olvidar que cargaba incluso bombas en los bolsillos de los pantalones, además de chatarra. Pero era fuerte, llevar todo eso no le costaba. — Vamos a por los tuyos. — Puso rumbo justo después de ella, caminando a su lado a la vez que tomaba el den den mushi con la diestra, pues con la zurda se dedicaba a darles palmaditas a los niños en la espalda, para que eructaran después de comer. Sí, era muy bonito ser madre. — Ragn, ¿me escuchas? He puesto rumbo con Astrid para reunirnos con su grupo, en dirección al monte. Nos encontraremos mediante el haki. — No dijo nada más, pero mantuvo el den den mushi en su mano, por si Ragn le respondía.