Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
25-01-2025, 11:01 PM
La espera no duró mucho. Apenas unos minutos después de que sus palabras se desvanecieran en el aire, el sonido de unos pasos volvió a llenar la habitación. Pero esta vez eran diferentes. Más pesados, firmes, decididos. Marian giró la cabeza hacia la puerta metálica, observando cómo esta se abría lentamente con un chirrido agudo que perforó el silencio. La figura que apareció no era la misma que había entrado antes. Era un hombre corpulento, vestido con ropajes oscuros que parecían más funcionales que ceremoniales. Tenía el rostro cubierto parcialmente por una capucha, y en su cintura colgaba un arma que Marian identificó de inmediato,un arma blanca, larga, tal vez una lanza desarmada. Sin embargo, su expresión —visiblemente tensa y marcada por la fatiga— le dijo a Marian que no era solo un verdugo más. Este hombre parecía estar cargando algo más pesado que sus propias armas. El hombre se acercó rápidamente, con un movimiento hábil que contrastaba con su gran tamaño. Se detuvo al lado de la cama, y sin decir una palabra, sacó una llave metálica y comenzó a desbloquear las cadenas que sujetaban a Marian. El tintineo del metal resonó con cada movimiento, y Marian no pudo evitar levantar una ceja, desconfiado. — No te muevas demasiado rápido. Tus músculos deben estar entumecidos, y lo último que necesitamos es que te desplomes justo ahora. — La voz del hombre era grave, pero había algo en su tono que transmitía urgencia, no amenaza. El hombre terminó de liberar las últimas ataduras y dio un paso atrás, como si quisiera mantener algo de distancia entre ambos. Sus ojos oscuros buscaron los de Marian por un instante antes de responder.
— Mi nombre no importa, no lo preguntes. Lo que importa es que si te quedas aquí, no vivirás para encontrar tus respuestas. — Su voz bajó ligeramente, como si temiera que alguien estuviera escuchando. — La gran ama no toma prisioneros por compasión. Lo que ocurrió aquí, lo que tú viste en esa cueva... no fue casualidad. Es parte de algo más grande. Algo que ya ha cobrado cientos de vidas.— Suspiró. El hombre te miró y cruzó los brazos, como si tratara de encontrar la mejor forma de explicar algo que ni siquiera él entendía del todo. — Este lugar... y la fe que sostiene a quienes lo protegen... ha cobrado más víctimas de las que puedo contar. Muchos han venido buscando respuestas, justicia, o incluso poder. Pero la mayoría han encontrado muerte. Las sombras que viste, las voces, los susurros... todo eso es parte de algo que ya no se puede controlar. Y ahora tú estás en medio de ello. — El hombre que había liberado las cadenas de Marian permaneció de pie junto a la cama, observándolo con atención. La tensión en su cuerpo era evidente, como si esperara algún movimiento impredecible o una reacción inesperada. Su mirada se desvió momentáneamente hacia la jarra con el líquido rojizo antes de volver al rostro de Marian. Afuera, el eco de pasos lejanos resonaba débilmente, un recordatorio de que no estaban solos en aquel lugar.
El hombre dio un paso hacia la puerta, cerrándola parcialmente detrás de él, pero manteniéndola entreabierta para vigilar. Las luces de las antorchas en las paredes titilaban, proyectando sombras alargadas que bailaban en las superficies de piedra húmeda. La atmósfera del lugar era opresiva, cargada de un silencio que parecía contener secretos demasiado oscuros para ser pronunciados en voz alta. Con un gesto rápido, el hombre señaló hacia un rincón oscuro de la habitación, donde una abertura estrecha, apenas visible entre las rocas, parecía conducir a un pasadizo secundario. Dio instrucciones claras, con voz baja pero firme, indicando que aquel era el camino que debía tomar si quería salir de allí. Explicó que ese túnel lo llevaría a una pequeña cámara oculta donde podría esconderse y recuperarse. Advirtió que el lugar estaba protegido por un mecanismo de cierre improvisado, pero seguro. El hombre añadió, casi en un susurro, que debía quedarse allí hasta que la situación se calmara. Insistió en que no intentara avanzar más profundo en el complejo y que, si quería sobrevivir, necesitaba pedir ayuda. La naturaleza de aquel lugar y de quienes lo habitaban no dejaba espacio para la imprudencia. Al mencionar a los muertos, el rostro del hombre adoptó una expresión sombría. Explicó que aquellos que habían llegado allí antes de Marian lo hicieron bajo la promesa de respuestas o de algo que buscaban desesperadamente, pero que la mayoría solo encontró la muerte. La fe que sostenía aquel lugar, dijo, no era más que una máscara que ocultaba la verdadera naturaleza de lo que estaba ocurriendo.
Sin decir más, se volvió hacia la puerta, dejándola abierta por completo. Miró por última vez en dirección a Marian antes de desaparecer por el pasillo. El eco de sus pasos se desvaneció rápidamente, dejando la habitación sumida nuevamente en un silencio inquietante. Las sombras en las paredes continuaban moviéndose, como si el lugar mismo estuviera vivo, observando. El tiempo seguía corriendo en el reloj de arena, marcando cada segundo con una precisión implacable. En el aire persistía la sensación de que algo más estaba acechando, esperando.
— Mi nombre no importa, no lo preguntes. Lo que importa es que si te quedas aquí, no vivirás para encontrar tus respuestas. — Su voz bajó ligeramente, como si temiera que alguien estuviera escuchando. — La gran ama no toma prisioneros por compasión. Lo que ocurrió aquí, lo que tú viste en esa cueva... no fue casualidad. Es parte de algo más grande. Algo que ya ha cobrado cientos de vidas.— Suspiró. El hombre te miró y cruzó los brazos, como si tratara de encontrar la mejor forma de explicar algo que ni siquiera él entendía del todo. — Este lugar... y la fe que sostiene a quienes lo protegen... ha cobrado más víctimas de las que puedo contar. Muchos han venido buscando respuestas, justicia, o incluso poder. Pero la mayoría han encontrado muerte. Las sombras que viste, las voces, los susurros... todo eso es parte de algo que ya no se puede controlar. Y ahora tú estás en medio de ello. — El hombre que había liberado las cadenas de Marian permaneció de pie junto a la cama, observándolo con atención. La tensión en su cuerpo era evidente, como si esperara algún movimiento impredecible o una reacción inesperada. Su mirada se desvió momentáneamente hacia la jarra con el líquido rojizo antes de volver al rostro de Marian. Afuera, el eco de pasos lejanos resonaba débilmente, un recordatorio de que no estaban solos en aquel lugar.
El hombre dio un paso hacia la puerta, cerrándola parcialmente detrás de él, pero manteniéndola entreabierta para vigilar. Las luces de las antorchas en las paredes titilaban, proyectando sombras alargadas que bailaban en las superficies de piedra húmeda. La atmósfera del lugar era opresiva, cargada de un silencio que parecía contener secretos demasiado oscuros para ser pronunciados en voz alta. Con un gesto rápido, el hombre señaló hacia un rincón oscuro de la habitación, donde una abertura estrecha, apenas visible entre las rocas, parecía conducir a un pasadizo secundario. Dio instrucciones claras, con voz baja pero firme, indicando que aquel era el camino que debía tomar si quería salir de allí. Explicó que ese túnel lo llevaría a una pequeña cámara oculta donde podría esconderse y recuperarse. Advirtió que el lugar estaba protegido por un mecanismo de cierre improvisado, pero seguro. El hombre añadió, casi en un susurro, que debía quedarse allí hasta que la situación se calmara. Insistió en que no intentara avanzar más profundo en el complejo y que, si quería sobrevivir, necesitaba pedir ayuda. La naturaleza de aquel lugar y de quienes lo habitaban no dejaba espacio para la imprudencia. Al mencionar a los muertos, el rostro del hombre adoptó una expresión sombría. Explicó que aquellos que habían llegado allí antes de Marian lo hicieron bajo la promesa de respuestas o de algo que buscaban desesperadamente, pero que la mayoría solo encontró la muerte. La fe que sostenía aquel lugar, dijo, no era más que una máscara que ocultaba la verdadera naturaleza de lo que estaba ocurriendo.
Sin decir más, se volvió hacia la puerta, dejándola abierta por completo. Miró por última vez en dirección a Marian antes de desaparecer por el pasillo. El eco de sus pasos se desvaneció rápidamente, dejando la habitación sumida nuevamente en un silencio inquietante. Las sombras en las paredes continuaban moviéndose, como si el lugar mismo estuviera vivo, observando. El tiempo seguía corriendo en el reloj de arena, marcando cada segundo con una precisión implacable. En el aire persistía la sensación de que algo más estaba acechando, esperando.