Terence Blackmore
Enigma del East Blue
11-08-2024, 03:24 PM
(Última modificación: 11-08-2024, 03:25 PM por Terence Blackmore.)
El combate había terminado, pero el eco de la batalla resonaba aún en el corazón de Carlotta, quien hasta hace poco era conocida como Titania.
Ahora, desde fuera del círculo de combate, observaba a su oponente enfrentarse a una multitud que había perdido el fervor que mostraron al inicio. Para ella, el desenlace no era solo una cuestión de victoria o derrota. No se trataba únicamente de quién había salido en pie, sino de lo que había sido sacrificado en el proceso. Y en ese sacrificio, ambos habían perdido y ganado mucho más de lo que cualquiera en las gradas podría entender.
Carlotta había empujado su cuerpo más allá de sus límites, soportando el desgaste y las secuelas de la droga que había tomado para mantenerse en pie. Había sentido el crujido de sus huesos, la tensión de sus músculos y, sobre todo, el peso de sus decisiones. Su transformación de Titania a Carlotta no fue solo un cambio de nombre hacia el suyo real y no aquel impuesto por el fervor del público y la inspiración del promotor Don Brum, sino una metamorfosis interna.
Había entrado en la arena como un ser implacable, pero ahora se encontraba en una encrucijada emocional. ¿Qué había ganado realmente al cruzar ese umbral de poder y dolor?
Mientras observaba a Tenji, quien con su característico tono burlón reprendía a la multitud, Carlotta sintió una mezcla de sentimientos. La multitud, aquella que había venido en busca de un espectáculo sanguinario, no comprendía la verdadera esencia del combate que habían presenciado. Ellos habían gritado y aclamado cuando los primeros golpes resonaron, pero al ver que ninguno de los contendientes había caído en un charco de sangre, su entusiasmo había menguado. No comprendían que lo que habían presenciado no era solo una demostración de fuerza física, sino un choque de voluntades y destinos. Lo que había transcurrido en ese ring era una batalla de almas, y ese tipo de lucha no siempre terminaba con una escena que pudiera saciar la sed de violencia de la multitud.
Carlotta miró al gentío con una mezcla de desaprobación y compasión. ¿Acaso esperaban más sangre, más brutalidad? ¿No podían ver que la verdadera lucha se libraba en un plano mucho más profundo, uno que no requería de mutilaciones ni de muertes? Al parecer, el valor del combate había pasado desapercibido para aquellos que solo buscaban un espectáculo. Pero para Carlotta, el valor radicaba en la resiliencia, en la capacidad de seguir luchando, incluso cuando el cuerpo clama por detenerse, y en la voluntad de buscar una victoria que va más allá de lo físico.
El ciego lo entendía. Con cada palabra que pronunciaba, quedaba claro que él también había sentido la falta de conexión con la audiencia. Para él, al igual que para Carlotta, esta pelea había significado algo mucho más profundo. Él había logrado más que una simple victoria en combate; había fortalecido su espíritu, y en el proceso, también el de Carlotta. Y aunque la multitud no lo celebrara, Carlotta sabía que lo que habían compartido en ese ring era más valioso que cualquier ovación.
Cuando Tenji lanzó su desafío al aire, Carlotta sintió una oleada de emociones. Por un lado, estaba orgullosa de él. Había demostrado ser un verdadero líder, alguien capaz de mantenerse firme en sus convicciones y de desafiar a aquellos que no podían ver más allá de la superficie. Por otro lado, sentía una profunda tristeza, porque la falta de reconocimiento hacia la naturaleza real de su lucha era un reflejo de la incomprensión del mundo que los rodeaba. Una incomprensión que a veces podía ser más dolorosa que cualquier herida física.
Con una sonrisa apenas perceptible, Carlotta decidió actuar con toda la confianza que su alma había guardado tras reencontrarse con su hija. Dio un paso al frente, sus piernas aún temblorosas por el esfuerzo masivo que había realizado. Cada movimiento le recordaba el dolor que había soportado, pero también la fuerza que había encontrado en medio de ese dolor. Apoyándose en lo poco que quedaba del ring, se colocó al lado de Tenji. No necesitaba palabras para expresar lo que sentía. Su simple presencia, su decisión de mantenerse junto a él, era suficiente para enviar un mensaje claro. Entonces tomó la mano de Tenji y la alzó, coronándole como ganador.
Miró a la multitud, que ahora parecía confundida por su actitud. Aun así, Carlotta no buscaba su aprobación. Sabía que, al igual que Tenji, había ganado algo mucho más valioso que los aplausos vacíos de aquellos que no entendían la profundidad de lo que había ocurrido. Había ganado un respeto mutuo y una alianza forjada en la adversidad, una conexión que iba más allá de las palabras y que ninguno de los dos necesitaba explicar.
El silencio que los rodeaba ya no era ensordecedor, sino pacífico. Ambos sabían que habían librado una batalla importante, no solo contra el otro, sino contra sus propias limitaciones. Y en ese sentido, ambos habían salido victoriosos, aunque la multitud nunca llegara a comprenderlo.
Don Brum, entonces desde su podio, el cual descansaba dominando toda la escena, comenzó a vociferar por medio del altavoz improvisado que utilizaba para las comunicaciones con el público.
Su profunda voz resonó por todo el estadio, dando un eco más metálico aún al reverberar por la estancia de chatarra:
-¡¡EEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEL PRÍÍÍÍNCIPE CIEGOOOOOOOOOOOOOOO SEÑORAS Y SEÑOOOOOOORES!!, demos todos un fuerte aplauso. ¡Pásense a recoger el fruto de sus apuestas! ¡Y que ambos contendientes se pasen por aquí!- comentó con un carisma inusual en alguien de su complexión y facciones y proyectando la voz como un profesional.
Entonces, el pulso de Carlotta se aceleró, no de la manera en la cual estaba cuando se encontraba bajo los efectos de la droga, sino que realmente había cierto miedo en aquel latido.
Ahora, desde fuera del círculo de combate, observaba a su oponente enfrentarse a una multitud que había perdido el fervor que mostraron al inicio. Para ella, el desenlace no era solo una cuestión de victoria o derrota. No se trataba únicamente de quién había salido en pie, sino de lo que había sido sacrificado en el proceso. Y en ese sacrificio, ambos habían perdido y ganado mucho más de lo que cualquiera en las gradas podría entender.
Carlotta había empujado su cuerpo más allá de sus límites, soportando el desgaste y las secuelas de la droga que había tomado para mantenerse en pie. Había sentido el crujido de sus huesos, la tensión de sus músculos y, sobre todo, el peso de sus decisiones. Su transformación de Titania a Carlotta no fue solo un cambio de nombre hacia el suyo real y no aquel impuesto por el fervor del público y la inspiración del promotor Don Brum, sino una metamorfosis interna.
Había entrado en la arena como un ser implacable, pero ahora se encontraba en una encrucijada emocional. ¿Qué había ganado realmente al cruzar ese umbral de poder y dolor?
Mientras observaba a Tenji, quien con su característico tono burlón reprendía a la multitud, Carlotta sintió una mezcla de sentimientos. La multitud, aquella que había venido en busca de un espectáculo sanguinario, no comprendía la verdadera esencia del combate que habían presenciado. Ellos habían gritado y aclamado cuando los primeros golpes resonaron, pero al ver que ninguno de los contendientes había caído en un charco de sangre, su entusiasmo había menguado. No comprendían que lo que habían presenciado no era solo una demostración de fuerza física, sino un choque de voluntades y destinos. Lo que había transcurrido en ese ring era una batalla de almas, y ese tipo de lucha no siempre terminaba con una escena que pudiera saciar la sed de violencia de la multitud.
Carlotta miró al gentío con una mezcla de desaprobación y compasión. ¿Acaso esperaban más sangre, más brutalidad? ¿No podían ver que la verdadera lucha se libraba en un plano mucho más profundo, uno que no requería de mutilaciones ni de muertes? Al parecer, el valor del combate había pasado desapercibido para aquellos que solo buscaban un espectáculo. Pero para Carlotta, el valor radicaba en la resiliencia, en la capacidad de seguir luchando, incluso cuando el cuerpo clama por detenerse, y en la voluntad de buscar una victoria que va más allá de lo físico.
El ciego lo entendía. Con cada palabra que pronunciaba, quedaba claro que él también había sentido la falta de conexión con la audiencia. Para él, al igual que para Carlotta, esta pelea había significado algo mucho más profundo. Él había logrado más que una simple victoria en combate; había fortalecido su espíritu, y en el proceso, también el de Carlotta. Y aunque la multitud no lo celebrara, Carlotta sabía que lo que habían compartido en ese ring era más valioso que cualquier ovación.
Cuando Tenji lanzó su desafío al aire, Carlotta sintió una oleada de emociones. Por un lado, estaba orgullosa de él. Había demostrado ser un verdadero líder, alguien capaz de mantenerse firme en sus convicciones y de desafiar a aquellos que no podían ver más allá de la superficie. Por otro lado, sentía una profunda tristeza, porque la falta de reconocimiento hacia la naturaleza real de su lucha era un reflejo de la incomprensión del mundo que los rodeaba. Una incomprensión que a veces podía ser más dolorosa que cualquier herida física.
Con una sonrisa apenas perceptible, Carlotta decidió actuar con toda la confianza que su alma había guardado tras reencontrarse con su hija. Dio un paso al frente, sus piernas aún temblorosas por el esfuerzo masivo que había realizado. Cada movimiento le recordaba el dolor que había soportado, pero también la fuerza que había encontrado en medio de ese dolor. Apoyándose en lo poco que quedaba del ring, se colocó al lado de Tenji. No necesitaba palabras para expresar lo que sentía. Su simple presencia, su decisión de mantenerse junto a él, era suficiente para enviar un mensaje claro. Entonces tomó la mano de Tenji y la alzó, coronándole como ganador.
Miró a la multitud, que ahora parecía confundida por su actitud. Aun así, Carlotta no buscaba su aprobación. Sabía que, al igual que Tenji, había ganado algo mucho más valioso que los aplausos vacíos de aquellos que no entendían la profundidad de lo que había ocurrido. Había ganado un respeto mutuo y una alianza forjada en la adversidad, una conexión que iba más allá de las palabras y que ninguno de los dos necesitaba explicar.
El silencio que los rodeaba ya no era ensordecedor, sino pacífico. Ambos sabían que habían librado una batalla importante, no solo contra el otro, sino contra sus propias limitaciones. Y en ese sentido, ambos habían salido victoriosos, aunque la multitud nunca llegara a comprenderlo.
Don Brum, entonces desde su podio, el cual descansaba dominando toda la escena, comenzó a vociferar por medio del altavoz improvisado que utilizaba para las comunicaciones con el público.
Su profunda voz resonó por todo el estadio, dando un eco más metálico aún al reverberar por la estancia de chatarra:
-¡¡EEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEL PRÍÍÍÍNCIPE CIEGOOOOOOOOOOOOOOO SEÑORAS Y SEÑOOOOOOORES!!, demos todos un fuerte aplauso. ¡Pásense a recoger el fruto de sus apuestas! ¡Y que ambos contendientes se pasen por aquí!- comentó con un carisma inusual en alguien de su complexión y facciones y proyectando la voz como un profesional.
Entonces, el pulso de Carlotta se aceleró, no de la manera en la cual estaba cuando se encontraba bajo los efectos de la droga, sino que realmente había cierto miedo en aquel latido.