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Marian
Marian
26-01-2025, 10:04 PM
Marian permaneció inmóvil por un instante, sentado al borde de la cama, frotándose las muñecas donde las cadenas habían dejado marcas rojizas en su piel. Las palabras del hombre todavía resonaban en su mente como un eco interminable, tanto como el silencio que inundaba aquel lugar: “Algo que ya ha cobrado cientos de vidas… Tú también estás en medio de ello”. Se pasó una mano por el rostro, sintiendo el peso de la fatiga, la sed y el hambre, pero también algo más. Una carga invisible, algo que no terminaba de comprender. Este lugar no solo jugaba con su cuerpo, sino también con su espíritu, como si deseara despojarlo de todo lo que creía ser. Cada palabra, cada susurro, parecía ir directo a desafiar las creencias que siempre le habían atado a este mundo terrenal. La duda que lo asolaba era inmensa, pero podía reducirse a un claro y simple “¿por qué?”.
Su mirada se dirigió al rincón oscuro que el hombre había señalado. La abertura parecía más un agujero que un túnel, un pasadizo tallado a la fuerza en las rocas que conformaban las paredes que lo encerraban. Algo en su profundidad parecía llamarlo, como si el mismo aire de aquel lugar lo instara a moverse, a huir. Pero Marian no era alguien que simplemente escapara. Siempre había sido un buscador, un explorador que prefería enfrentar lo desconocido antes que darle la espalda. Esa era una de las tantas partes que conformaban su identidad. Explorar. Indagar. La curiosidad. Sin embargo, esta vez, las palabras del extraño hombre lo habían dejado con una duda persistente: ¿Era esto algo que realmente podía enfrentar? ¿O estaba atrapado en algo más grande que él mismo, un juego en el que no era más que una pieza prescindible?
Se puso de pie con esfuerzo, sus piernas temblaban y se tambaleaban débilmente bajo el peso de su propio cuerpo. Una oleada de vértigo lo golpeó, teniendo que apoyarse contra la pared de piedra para no caer. El frío del material se filtró a través de su piel, despertándolo ligeramente del letargo en el que había estado envuelto. Cerró los ojos y respiró hondo, dejando que el aire viciado de la habitación llenara sus pulmones. Cada inhalación era como una lucha, pero también un recordatorio de que todavía estaba vivo. Y mientras estuviera vivo, aún podía decidir... ¿no?
Miró la jarra con el líquido rojizo. No era vino, ni agua, ni algo que pudiera identificar, pero en ese momento, poco importaba. Marian la tomó con ambas manos y bebió con avidez, ignorando el sabor metálico y la textura viscosa que segundos después se revolverían en su estómago. Sintió cómo el líquido bajaba por su garganta, dejando un rastro de calor que, aunque desagradable, le devolvió algo de fuerza. Aunque no mucha. No podía permitirse el lujo de rechazar lo poco que se le ofrecía, incluso si eso significaba jugar bajo las reglas de aquel lugar. Al final, su vida siempre se había tratado de eso, de adaptarse y aceptar la realidad que se le había impuesto. Su vida no había sido marcada por la fe por decisión propia, sino por haber socializado en un entorno que la practicaba y la veneraba. Las creencias y dogmas que ahora veía como suyos no eran más que vestigios de un pasado carente de libertad. Aunque él todavía no era consciente de esto.
Finalmente, se dirigiría hacia el pasadizo. No dudó demasiado, incluso a pesar de la extraña apariencia y palabras de aquel hombre que se había desvanecido como el gas que lo envolviera minutos, horas o días antes. Él no lo sabía. Sus pasos eran lentos, cautelosos, y cada crujido de las piedras bajo sus pies parecía amplificarse en el silencio. Las sombras en las paredes seguían moviéndose, pero Marian ya no las miraba con temor. De hecho, se detuvo un momento para observarlas, como si buscara entenderlas. “¿Qué sois?” murmuró, casi como si fuese un susurro. No esperaba una respuesta, pero en su mente, las palabras del extraño seguían cobrando forma: “La fe aquí no es más que una máscara”, pronunciaba para sí mismo mientras continuaba su avanzada. Esa idea lo perseguía. Marian había dedicado su vida a buscar la verdad en las ruinas, en los restos de civilizaciones pasadas. Pero aquí, en este lugar, la verdad no parecía estar escrita en piedra ni tallada en las runas que lo rodeaban. Era algo vivo, algo que se retorcía entre las sombras y los ecos, algo que lo desafiaba a mirarse a sí mismo. Tal vez eso era lo que más le aterraba: que este lugar no fuera un enemigo externo, sino un espejo que reflejaba lo que él más temía enfrentar. ¿Acaso el juego de la Bruja, probablemente un ente inexistente llegados a este punto, era tan sólo un punto de inflexión en su vida? ¿Una prueba que desafiaba toda creencia a la que tantos años se había aferrado?
Mientras avanzaba por el túnel, el aire se volvía más pesado, como si el mismo espacio lo empujara hacia atrás, desafiándolo a continuar. El pasadizo era estrecho, y en algunos puntos tuvo que agacharse para pasar. Su tamaño dificultaba esta tarea; pues un diablo como él no era alguien especialmente diminuto. Sus manos rozaban las paredes, sintiendo las imperfecciones de la roca, la humedad que se filtraba por las grietas. Era un recordatorio de lo tangible, de lo real, en contraste con las sombras y las voces que lo habían atormentado. Marian se aferraba a esas sensaciones, usándolas como un ancla para no perderse en sus propios pensamientos. Finalmente, llegaría a la pequeña cámara que el hombre había mencionado. Era un espacio apenas más amplio que el pasadizo, con una antorcha parpadeante en una esquina y un montón de telas viejas que parecían haber sido usadas como improvisado lecho. Marian se dejó caer sobre ellas, sintiendo cómo su cuerpo protestaba con cada movimiento. Cerró los ojos por un momento, dejando que la oscuridad lo envolviera, aunque su mente continuaba trabajando, intentando desentrañar el misterio de aquel lugar.
Las palabras del hombre, las sombras, las voces... Todo parecía apuntar a algo más grande, algo que iba más allá de su comprensión inmediata. Pero había algo que sabía con certeza: este lugar no lo dejaría ir tan fácilmente. Era como si el mismo aire estuviera cargado de intenciones, como si las paredes lo observaran, esperando su próxima decisión. Marian sabía que no podía quedarse allí por mucho tiempo. Recuperar fuerzas era una necesidad, pero la verdadera batalla no sería contra el hambre o el cansancio, sino contra el peso de las preguntas que lo asediaban. Contra él mismo, incluso. Y contra todo lo que había construído.
Se obligó a recordar por qué había venido aquí en primer lugar. La mujer. La misión. La promesa de algo más grande que él mismo. Pero ahora, esas razones parecían tan lejanas, tan irrelevantes frente a lo que este lugar le ofrecía: un enfrentamiento con su propia esencia, con las preguntas que siempre había evitado. ¿Quién era él, realmente? ¿Un explorador? ¿Un glotón que ansía respuestas? ¿Un Dracul? ¿O simplemente alguien perdido, buscando en el mundo lo que no podía encontrar en sí mismo? Marian sabía que no podía responder a esas preguntas en este momento. Pero también sabía que no podía ignorarlas. Este lugar, con todo su misterio y peligro, era una prueba, no solo de su fuerza física, sino de su capacidad para enfrentar la verdad, por dolorosa que fuera o fuese. Y aunque no tenía todas las respuestas, había algo en su interior que se negaba a rendirse, algo que lo impulsaba a seguir adelante, incluso cuando todo parecía en su contra.
Se levantó lentamente, apoyándose en la pared para estabilizarse. En este momento recordó su tan preciado bastón, que no lo había abandonado en ningún momento, pero que él no había recordado hasta este momento. Lo agarró con fuerza, apoyándose sobre él. Miró hacia la abertura por donde había llegado y luego hacia la otra pared, donde un nuevo túnel se adentraba en la oscuridad. Sabía que el hombre le había advertido que no avanzara más, que se quedara allí y esperara. Pero Marian no era alguien que simplemente esperara. Era un Dracul, un explorador, un hombre anclado a una fe irrefutable. Y aunque las sombras lo acecharan y las voces intentaran despojarlo de su fe, había algo que siempre lo había definido: su voluntad de avanzar, de enfrentar lo desconocido, de buscar la verdad, sin importar el coste. Con paso ciertamente vacilante, aunque decidido, Marian se adentró en el nuevo túnel. Su cuerpo estaba débil, su mente agotada, pero su espíritu seguía ardiendo. Este lugar podía intentar consumirlo, pero él no se dejaría vencer. Porque Marian no era solo un hombre perdido en las sombras. Era alguien dispuesto a enfrentarlas, a desafiar lo que fuera necesario para encontrar lo que buscaba, incluso si eso significaba enfrentarse a sí mismo.
Con la luz de la antorcha parpadeando a sus espaldas, Marian desapareció en la oscuridad, dejando atrás la cámara y las advertencias del hombre. El aire se volvió más frío, las sombras más densas, pero él siguió avanzando. Porque aunque no sabía lo que le esperaba al final, sabía que este viaje no se trataba solo de respuestas, sino de transformación. De reciclaje. De transitar mundos desconocidos. Y Marian estaba dispuesto a pagar el precio, porque eso era lo que significaba vivir: enfrentar lo desconocido, un paso a la vez.
Suspiró. Suspiró varias veces, antes de sentenciarse a sí mismo. “Amén”, gritó, lo más alto que pudo.