Asradi
Völva
28-01-2025, 06:55 PM
El bullicioso sonido del mercado había sido dejado atrás y, a medida que Asradi avanzaba rumbo a los acantilados, el sonido de la tranquilidad de la naturaleza, el canto animado de los pájaros y el chirriar de algunos insectos ya comenzaba a abundar más por el lugar. Aunque generalmente ella era una criatura sociable, siempre le agradaban momentos como eses, de soledad. Además, le venía bien para pensar. Y tenía muchas cosas en las que pensar, realmente. Qué hacer con su vida a partir de ahora. Pero lo más importante, en estes instantes, y lo que más llenaba su mente, era el tema del curandero, de Doremus. Y, sobre todo, el tema de las flores. Por eso se dirigía a los acantilados Shachi, porque allí era donde le habían dicho que debía empezar a buscar, en cierto sentido. Eran muchas cosas y muchas conjeturas en las que pensar.
Durante un buen rato, no se encontró a nadie, pero pronto su camino se entrecruzó con algún pequeño grupo de viajeros. Los ojos azules de Asradi se posaron en algunos. Incluso saludó con un educado cabeceo a algunos, hasta que su atención se detuvo en un nervioso mink conejo. El mismo que ahora le cuestionaba.
— Sí, ando investigando unas cosas y me han dicho que los acantilados son un buen lugar. Aparte, hace un buen día para pasear. — Asradi sonrió suavemente, también porque lo había notado bastante inquieto y esperaba que ese gesto afable sirviese un poco para tranquilizarle.
No supo si funcionó, pero lo que sí es que, al final, el mink conejo le explicó un poco más la situación. Y la cabecita de Asradi, que ya llevaba funcionando durante un buen rato, aceleró un poquito más las vueltas de los engranajes. Entendía que los Daimink pudiesen tener reticencia a los forasteros. En algunos lugares, eran perseguidos y ninguneados, como pasaba con las sirenas y los gyojin. Pero esperaba que el hecho de ser médica, una raza también subestimada y perseguida, y que fuese oriunda del North Blue, pudiese ayudar en algo. Y, sobre todo, en que iba con intenciones pacíficas.
— ¿Un... tratamiento? — ¿Una medicina capaz de curar cualquier enfermedad? Eso era el sueño de cualquier médico o curandero que se preciase. Pero, ¿existía algo así? Le extrañaba un poco y más que solo estuviese en posesión de una pequeña tribu. Pero podía ser. En este mundo cosas más raras se habia visto.
Asradi escuchó con atención, anotando mentalmente aquellos datos. Finalmente, sonrió de manera suave.
— Tendré cuidado y muchas gracias por contarme eso. — Se despidió, con amabilidad, del mink conejo. Tenía unos rasgos peculiares, que le hicieron fijarse en él un poco más de lo habitual.
Había dicho algo sobre las flores que crecían en los acantilados. Eso le interesaba mucho. ¿Sería el mismo tipo de flores que las que Doremus había encontrado? Solo había una forma de averiguarlo, de confirmarlo. Pero todo parecía indicar que, en aquel lugar, algo tenía relación con todo lo que había sucedido con Doremus. Finalmente, tras un buen trayecto en el que tuvo que orientarse cuidadosamente a través de las indicaciones que le habian dado, la sirena llegó a lo que parecía ser un poblado escondido entre las rocas, entre los pliegues de la montaña. Los ojos de Asradi, así como su evidente expresión, se maravillaron con las formas de las tallas que adornaban las casas y otros edificios y adornos públicos. Era, en verdad, un hermoso lugar. Era tan distinto a lo que ella estaba habituada bajo el mar y, no por ello era menos hermoso o menos digno.
Para cuando quiso ingresar al poblado, sus intenciones fueron interrumpidas por una presencia intimidante y enorme. ¿Eso era un Daimink? ¡Era altísimo! Y fornido. Por unos segundos, tragó saliva, pero había ido hasta ahí por un motivo, y no iba a irse de buenas a primeras.
— Soy consciente de que los forasteros no sean bienvenidos a este lugar. — Tenían sus motivos y no podía culparles por ello. Aún así, no se iba a ir de allí sin al menos intentarlo. De su mochila sacó, cuidadosamente, la flor, la llorosa de plata que había encontrado Doremus en su día y que Rilen le había entregado una vez más. Y se la mostró abiertamente. — Vengo a intentar investigar y entender qué es lo que está pasando alrededor de estas plantas.
La pelinegra tenía que alzar el rostro y, por ende, la mirada debido a la considerable diferencia de estatura entre uno y otro. Pero lo que el enorme búfalo encontraría en los ojos celestes de la habitante del mar sería una determinación férrea.
— Hace poco tuve que tratar a una persona relacionada con estas plantas. Doremus, no sé si el nombre te suena. — Tras eso, decidió mostrarse un poco más afable. — Mi nombre es Asradi, soy también del North Blue, aunque llevo tiempo fuera y he regresado hace relativamente poco. Provengo de un clan de curanderas.
Esperaba que, al menos, eso ayudase un poco a aliviar tensiones.
Durante un buen rato, no se encontró a nadie, pero pronto su camino se entrecruzó con algún pequeño grupo de viajeros. Los ojos azules de Asradi se posaron en algunos. Incluso saludó con un educado cabeceo a algunos, hasta que su atención se detuvo en un nervioso mink conejo. El mismo que ahora le cuestionaba.
— Sí, ando investigando unas cosas y me han dicho que los acantilados son un buen lugar. Aparte, hace un buen día para pasear. — Asradi sonrió suavemente, también porque lo había notado bastante inquieto y esperaba que ese gesto afable sirviese un poco para tranquilizarle.
No supo si funcionó, pero lo que sí es que, al final, el mink conejo le explicó un poco más la situación. Y la cabecita de Asradi, que ya llevaba funcionando durante un buen rato, aceleró un poquito más las vueltas de los engranajes. Entendía que los Daimink pudiesen tener reticencia a los forasteros. En algunos lugares, eran perseguidos y ninguneados, como pasaba con las sirenas y los gyojin. Pero esperaba que el hecho de ser médica, una raza también subestimada y perseguida, y que fuese oriunda del North Blue, pudiese ayudar en algo. Y, sobre todo, en que iba con intenciones pacíficas.
— ¿Un... tratamiento? — ¿Una medicina capaz de curar cualquier enfermedad? Eso era el sueño de cualquier médico o curandero que se preciase. Pero, ¿existía algo así? Le extrañaba un poco y más que solo estuviese en posesión de una pequeña tribu. Pero podía ser. En este mundo cosas más raras se habia visto.
Asradi escuchó con atención, anotando mentalmente aquellos datos. Finalmente, sonrió de manera suave.
— Tendré cuidado y muchas gracias por contarme eso. — Se despidió, con amabilidad, del mink conejo. Tenía unos rasgos peculiares, que le hicieron fijarse en él un poco más de lo habitual.
Había dicho algo sobre las flores que crecían en los acantilados. Eso le interesaba mucho. ¿Sería el mismo tipo de flores que las que Doremus había encontrado? Solo había una forma de averiguarlo, de confirmarlo. Pero todo parecía indicar que, en aquel lugar, algo tenía relación con todo lo que había sucedido con Doremus. Finalmente, tras un buen trayecto en el que tuvo que orientarse cuidadosamente a través de las indicaciones que le habian dado, la sirena llegó a lo que parecía ser un poblado escondido entre las rocas, entre los pliegues de la montaña. Los ojos de Asradi, así como su evidente expresión, se maravillaron con las formas de las tallas que adornaban las casas y otros edificios y adornos públicos. Era, en verdad, un hermoso lugar. Era tan distinto a lo que ella estaba habituada bajo el mar y, no por ello era menos hermoso o menos digno.
Para cuando quiso ingresar al poblado, sus intenciones fueron interrumpidas por una presencia intimidante y enorme. ¿Eso era un Daimink? ¡Era altísimo! Y fornido. Por unos segundos, tragó saliva, pero había ido hasta ahí por un motivo, y no iba a irse de buenas a primeras.
— Soy consciente de que los forasteros no sean bienvenidos a este lugar. — Tenían sus motivos y no podía culparles por ello. Aún así, no se iba a ir de allí sin al menos intentarlo. De su mochila sacó, cuidadosamente, la flor, la llorosa de plata que había encontrado Doremus en su día y que Rilen le había entregado una vez más. Y se la mostró abiertamente. — Vengo a intentar investigar y entender qué es lo que está pasando alrededor de estas plantas.
La pelinegra tenía que alzar el rostro y, por ende, la mirada debido a la considerable diferencia de estatura entre uno y otro. Pero lo que el enorme búfalo encontraría en los ojos celestes de la habitante del mar sería una determinación férrea.
— Hace poco tuve que tratar a una persona relacionada con estas plantas. Doremus, no sé si el nombre te suena. — Tras eso, decidió mostrarse un poco más afable. — Mi nombre es Asradi, soy también del North Blue, aunque llevo tiempo fuera y he regresado hace relativamente poco. Provengo de un clan de curanderas.
Esperaba que, al menos, eso ayudase un poco a aliviar tensiones.