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Arthur Soriz
Gramps
29-01-2025, 10:44 PM
El cantinero al escuchar toda esa frustración que te desbordaba, con tantos improperios y gritos, no pudo evitar encogerse ligeramente de hombros. El hombre suspiró profundamente casi como si el peso de la situación estuviera comenzando a aplastarlo. Sabía lo que era ser víctima de rumores pero a diferencia de ti, él estaba atrapado entre la espada y la pared, quería tener a sus clientes contentos y por ende no podía ponerse de un lado o del otro ... debía mantener la estabilidad económica que le permitía mantener a su familia y en especial a su hija. La gente del pueblo era como una pequeña corriente, y cuando los rumores se filtraban en ella, se arrastraba todo a su paso dejando poco espacio para la duda.
A pesar de la frustración, te miró fijo a los ojos... mostraba cierta simpatía por ti, y tal vez un poco de compasión, o empatía. No era su culpa que las cosas hubieran llegado a este punto. Tras un largo suspiro dejó sobre la mesada una jarra de cerveza frente a ti, como un intento de aliviar la presión que sentías en el pecho por tanta ira acumulada.
— Mira, la verdad es que no sé dónde estarán ahora mismo —respondió, rascándose la cabeza—, pero lo que sí puedo decirte es dónde suelo verlos cada vez que han estado por aquí. Tal vez eso te sirva...
El cantinero parecía dispuesto a ayudar, aunque sabía que lo que te proponía no era mucho, pero al menos te ofrecía algo sobre lo que construir tu caso y tal vez incluso lograr encontrar a estos sujetos y darles su merecido por lo que estaban haciéndote. Que a vista de tanto el cantinero como su hija, era una injusticia tremenda.
— Lo que te puedo decir es que cuando no están armando alboroto por la ciudad, esta gente tiende a reunirse cerca del muelle en la parte más apartada. Ahí suelen estar cuando están muy aburrido o quieren hablar de cosas... turbias. Si no están en el muelle también hay una vieja taberna vieja y abandonada a las afueras de la ciudad. Ahí también podrían estar escondidos.
Justo en ese momento, la hija del cantinero que había estado en silencio mientras observaba la escena con cierta incomodidad se acercó con tímida cautela. Su voz, suave y un tanto vacilante, sonó entre los dos.
— M... Mi papá tiene razón, pero... hay otro lugar. Es más cerca, en la plaza del mercado, cerca de las casas de los encargados de las cosechas de mandarinas. Es un pequeño callejón donde la gente rara vez pasa porque está lleno de cajas viejas y barriles sucios. Ellos suelen estar ahí, no estoy segura de qué hacen pero siempre que me molesta, salen de ahí...
La hija del cantinero miró al suelo después de hablar, como si hubiera dicho algo inapropiado pero al menos había dado una pista más que podría servirte. El cantinero se limitó a mirar a su hija por un momento sin decir nada, asintiendo ligeramente con la cabeza antes de regresar a su tarea de limpiar jarras y hablarte.
— Bueno, ya tienes algo para empezar. —dijo con una media sonrisa. Se notaba que aunque deseaba ayudarte sabía que no podía hacer mucho más que ofrecerte las pocas pistas que tenía.
A pesar de la frustración, te miró fijo a los ojos... mostraba cierta simpatía por ti, y tal vez un poco de compasión, o empatía. No era su culpa que las cosas hubieran llegado a este punto. Tras un largo suspiro dejó sobre la mesada una jarra de cerveza frente a ti, como un intento de aliviar la presión que sentías en el pecho por tanta ira acumulada.
— Mira, la verdad es que no sé dónde estarán ahora mismo —respondió, rascándose la cabeza—, pero lo que sí puedo decirte es dónde suelo verlos cada vez que han estado por aquí. Tal vez eso te sirva...
El cantinero parecía dispuesto a ayudar, aunque sabía que lo que te proponía no era mucho, pero al menos te ofrecía algo sobre lo que construir tu caso y tal vez incluso lograr encontrar a estos sujetos y darles su merecido por lo que estaban haciéndote. Que a vista de tanto el cantinero como su hija, era una injusticia tremenda.
— Lo que te puedo decir es que cuando no están armando alboroto por la ciudad, esta gente tiende a reunirse cerca del muelle en la parte más apartada. Ahí suelen estar cuando están muy aburrido o quieren hablar de cosas... turbias. Si no están en el muelle también hay una vieja taberna vieja y abandonada a las afueras de la ciudad. Ahí también podrían estar escondidos.
Justo en ese momento, la hija del cantinero que había estado en silencio mientras observaba la escena con cierta incomodidad se acercó con tímida cautela. Su voz, suave y un tanto vacilante, sonó entre los dos.
— M... Mi papá tiene razón, pero... hay otro lugar. Es más cerca, en la plaza del mercado, cerca de las casas de los encargados de las cosechas de mandarinas. Es un pequeño callejón donde la gente rara vez pasa porque está lleno de cajas viejas y barriles sucios. Ellos suelen estar ahí, no estoy segura de qué hacen pero siempre que me molesta, salen de ahí...
La hija del cantinero miró al suelo después de hablar, como si hubiera dicho algo inapropiado pero al menos había dado una pista más que podría servirte. El cantinero se limitó a mirar a su hija por un momento sin decir nada, asintiendo ligeramente con la cabeza antes de regresar a su tarea de limpiar jarras y hablarte.
— Bueno, ya tienes algo para empezar. —dijo con una media sonrisa. Se notaba que aunque deseaba ayudarte sabía que no podía hacer mucho más que ofrecerte las pocas pistas que tenía.