
Ares Brotoloigos
—
31-01-2025, 08:33 PM
Ares siguió, certeramente, con la mirada a Eos cuando éste se separó parcialmente de él en cuanto hizo la pregunta. No podía culparle. Ella había convivido con todos ellos, ella sí podía considerarlos hermanos. Ares, todavía, no. Los veía como unas herramientas por ahora. Era así de descarnado y, al mismo tiempo, entendía que tampoco merecían vivir bajo el yugo de Heracles. Un tipo que, sin más, los había abandonado, de la misma manera que lo había hecho con él. Con la diferencia de que a Ares nunca le había sido revelado ese lugar por su padre, como sí parecía haber ocurrido con todos aquellos o con, al menos, la mayoría.
Escuchó atentamente la situación con Adonis. Por algún motivo, no le extrañaba ni sorprendía. Y tampoco le alarmaba como, a posteriori, dejó entrever.
— Si es así, es más que probable que se haya ido a buscar a Heracles, si sabe donde encontrarle. — Era una probabilidad más que factible. Ahora bien, el hecho de que Adonis encontrase a Heracles era algo que también le convenía, en cierto sentido. — No me parece mal, no le busquéis. Que Heracles se entere de lo que ha sucedido.
Había una ligera media sonrisa mordaz en las fauces de Ares en cuanto dijo esto. Pero sí había sido consciente de las habilidades de Adonis. Quizás eso no le había gustado demasiado, que supiese tanto de él en cierto sentido. Pero tenía que reconocerle ese mérito. La mirada rojiza de Ares se posó, de reojo, sobre la hembra, mientras él mismo se ponía en pie. En toda su desnudez y con total naturalidad. Aún así, caminó tranquilamente por la sala antes de encontrar parte de las prendas que, durante el escarceo sexual nocturno, habia dejado desperdigadas por ahí. Se cubrió con parte de ellas, dejando el torso al descubierto, todavía marcado por los dientes de Eos.
— No le culpo. Los demás también tuvieron la oportunidad de continuar viviendo. — Él se la había dado a todos, incluso al contrariado Hefesto. Pasó por un costado de la mesa, tomando un trozo de carne que paladeó con verdadero deleite. — Pero decidieron desperdiciarla por culpa de su orgullo ciego. — Un orgullo que él también tenía, todo sea dicho. Pero quizás no había sido tan estúpido. — ¿Cuántos años lleváis así, Eos? Heracles os ha prometido cosas y, ¿ha cumplido alguna? — Quiso saber.
Pasó por un costado de ella, acariciándole sutilmente la mejilla escamada, provocando que la mirada femenina se entrecruzase con la suya, intensa y arrolladora.
— Yo os daré lo que Heracles no pudo. Solo necesito unos cuantos días, y comenzaremos a proceder. — En su cabeza ya estaba ideando la “excusa” o explicación que daría en la base al respecto de todo aquello. Por supuesto, omitiría cosas. Era arrojado y apasionado, pero no era imbécil.
También hizo una mueca de ligero desagrado cuando Eos le relató lo acontecido entre Hefesto y Harpócrates. Este último representaba, ahora mismo, la perfecta definición del silencio y los secretos. Irónicamente, su estado le venía que ni pintado. Se adelantó para sentarse cerca de ella, cuando ésta comenzó a acariciarle la mano.
En verano, así que aquel que había visto en el callejón, en aquella ocasión, había sido Harpócrates. Todo tenía sentido ahora. Ya tenían que tener una buena temporada vigilándole. ¿Durante cuanto tiempo? Ahora no importaba.
— Nunca seré como él. — Admitió, casi en un gruñido gutural. Era ya también una cuestión de orgullo. Ares se quedó pensativo unos segundos, no tenía demasiado tiempo, pero quería dejar ciertas cosas bien atadas. — Llama a Harpócrates. Él continuará siendo mis ojos y tú mi voz cuando no esté presente. Pero hay que organizarse a partir de ahora.
Y, al mismo tiempo, quería comprobar si podía confiar en eses dos. No ciegamente, de momento, pero sí comenzando a tantear el terreno.
Escuchó atentamente la situación con Adonis. Por algún motivo, no le extrañaba ni sorprendía. Y tampoco le alarmaba como, a posteriori, dejó entrever.
— Si es así, es más que probable que se haya ido a buscar a Heracles, si sabe donde encontrarle. — Era una probabilidad más que factible. Ahora bien, el hecho de que Adonis encontrase a Heracles era algo que también le convenía, en cierto sentido. — No me parece mal, no le busquéis. Que Heracles se entere de lo que ha sucedido.
Había una ligera media sonrisa mordaz en las fauces de Ares en cuanto dijo esto. Pero sí había sido consciente de las habilidades de Adonis. Quizás eso no le había gustado demasiado, que supiese tanto de él en cierto sentido. Pero tenía que reconocerle ese mérito. La mirada rojiza de Ares se posó, de reojo, sobre la hembra, mientras él mismo se ponía en pie. En toda su desnudez y con total naturalidad. Aún así, caminó tranquilamente por la sala antes de encontrar parte de las prendas que, durante el escarceo sexual nocturno, habia dejado desperdigadas por ahí. Se cubrió con parte de ellas, dejando el torso al descubierto, todavía marcado por los dientes de Eos.
— No le culpo. Los demás también tuvieron la oportunidad de continuar viviendo. — Él se la había dado a todos, incluso al contrariado Hefesto. Pasó por un costado de la mesa, tomando un trozo de carne que paladeó con verdadero deleite. — Pero decidieron desperdiciarla por culpa de su orgullo ciego. — Un orgullo que él también tenía, todo sea dicho. Pero quizás no había sido tan estúpido. — ¿Cuántos años lleváis así, Eos? Heracles os ha prometido cosas y, ¿ha cumplido alguna? — Quiso saber.
Pasó por un costado de ella, acariciándole sutilmente la mejilla escamada, provocando que la mirada femenina se entrecruzase con la suya, intensa y arrolladora.
— Yo os daré lo que Heracles no pudo. Solo necesito unos cuantos días, y comenzaremos a proceder. — En su cabeza ya estaba ideando la “excusa” o explicación que daría en la base al respecto de todo aquello. Por supuesto, omitiría cosas. Era arrojado y apasionado, pero no era imbécil.
También hizo una mueca de ligero desagrado cuando Eos le relató lo acontecido entre Hefesto y Harpócrates. Este último representaba, ahora mismo, la perfecta definición del silencio y los secretos. Irónicamente, su estado le venía que ni pintado. Se adelantó para sentarse cerca de ella, cuando ésta comenzó a acariciarle la mano.
En verano, así que aquel que había visto en el callejón, en aquella ocasión, había sido Harpócrates. Todo tenía sentido ahora. Ya tenían que tener una buena temporada vigilándole. ¿Durante cuanto tiempo? Ahora no importaba.
— Nunca seré como él. — Admitió, casi en un gruñido gutural. Era ya también una cuestión de orgullo. Ares se quedó pensativo unos segundos, no tenía demasiado tiempo, pero quería dejar ciertas cosas bien atadas. — Llama a Harpócrates. Él continuará siendo mis ojos y tú mi voz cuando no esté presente. Pero hay que organizarse a partir de ahora.
Y, al mismo tiempo, quería comprobar si podía confiar en eses dos. No ciegamente, de momento, pero sí comenzando a tantear el terreno.