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Gautama D. Lovecraft
El Ascendido
31-01-2025, 11:20 PM
La petición
La niebla se cernía sobre el mar como un velo mortecino que camuflaba la vengativa tentación de sus aguas por amasar más y más ruina, espesando el aire con un hedor salobre, viejo y salino, impregnado de madera podrida y algas descompuestas. El Zenit Nirvana surcaba aquella marea templada y dormida despacio, deslizando su casco sobre las aguas traicioneras que envolvían la bahía. Nos habíamos aventurado hasta aquella cala olvidada, atraídos por rumores sobre el misterio que, como huesos rotos, yacían dispersos en sus fondos, buscando también si era un lugar idóneo para resguardarse de las miradas más discretas de la isla.
Remontamos la vela e hicimos que la corriente empujara con suavidad hasta que la quilla rozó la arena, un sonido apenas perceptible entre el murmullo de las olas y el crujir de la madera carcomida que afloraba de los restos cercanos. Salté a tierra con un paso firme y sentí el suelo húmedo ceder bajo mis botas. La bruma hacía que los restos de los naufragios parecieran espectros emergiendo de un pasado olvidado pero ruinoso que acechaba sin cesar a los malaventurados que osaban entrar allí.
Observé mi alrededor, atento a cualquier señal de actividad humana que pudiera detectarnos. Sabíamos bien que esta cala era más que un cementerio de barcos, también era un refugio de aquellos que vivían al margen del margen de la ley, seguramente individuos que incluso querían pasar desapercibidos de piratas, desertores, traficantes... Todos hallaban en estos escombros un escondrijo propicio, por ello, debía moverme con sigilo, sin revelar mi presencia y mucho menos mi identidad como marine, o todo estará perdido.
Avancé entre restos de navíos desgarrados por los arrecifes y la furia de la tempestad. Algunos barcos eran apenas esqueletos de madera con su quilla elevada como un espinazo roto, otros en cambio, estaban semienterrados en la arena, desmoronándose lentamente bajo el peso del tiempo. Me detuve junto a un pecio particularmente grande, su mascarón de proa astillado pero aún reconocible. Parecía un bergantín mercante, quizá una antigua presa de corsarios que no logró escapar de las emboscadas en las costas de la isla y terminó varado en la bahía. Unos cofres resquebrajados yacían entre los escombros, su contenido disperso estaba compuesto pergaminos empapados, vajilla rota y algunas monedas oxidadas, probablemente fue saqueado tiempo atrás por los carroñeros del lugar.
El viento arrastró un eco distante que no diletante, eso era otra cosa. Me refugié rápidamente tras el casco derrumbado de un navío cercano mientras contenía la respiración, desde mi escondite, pude distinguir figuras moviéndose entre los restos de otro naufragio más al sur de la cala, eran hombres de andares cautelosos, de espalda baja, vestidos con ropas desgastadas, armas a la cintura y rostros endurecidos por la vida errante y la sal del mar, aquellos por las pintas que llevaban eran sin lugar a dudas piratas de la zona. Los observé en silencio, siendo que no parecían haberme notado, pues andaban ocupados en remover lo que quedaba de la bodega de un barco encallado, profiriendo algunos cuchicheos entre ellos que no alcancé a descifrar. Sabía desde el primer momento que enfrentarme a ellos sería un error, además de que no estaba allí para combatir, sino para explorar, otear y desentrañar los secretos de aquel lugar así como su discreción.
Esperé pacientemente hasta que se alejaron, perdiéndose entre los restos dispersos. Solo entonces emergí de mi escondite y continué mi avance con la precaución de una sombra en la noche. El oleaje golpeaba con vastedad los restos de un galeón semihundido, su popa sobresalía del agua en un ángulo imposible. Me acerqué al borde del acantilado desde donde podía contemplar mejor la escena, el naufragio parecía reciente comparado con los demás, su madera aún conservaba rastros de pintura y las velas, aunque deshechas, no estaban del todo comidas por la salinidad o resquebrajada por violentas rachas de viento costeras. Si había sobrevivientes, ya habrían sido rescatados o devorados por las aguas que colmaban el lugar.
Descendí con cautela, mis botas se hundieron en la pérfida arena y el fango. Cerca de la quilla fracturada del galeón encontré un camino abierto a través del casco, una hendidura lo suficientemente amplia como para permitirme el paso. Me aventuré en su interior, donde la penumbra y la humedad reinaban, allí el aire era denso, cargado del hedor de la descomposición y la sal que hacían que me estremeciera y aguantase alguna que otra arcada.
Entre los restos dispersos encontré lo que parecía una caja fuerte empotrada en la pared de lo que había sido la cabina del capitán. Su cerradura estaba destrozada, signos de un saqueo apresurado, aun así, entre los escombros hallé un mapa ajado, con la tinta corrida pero aún legible. Lo desplegué con cuidado, reconociendo en él la disposición de la cala y, marcados con crípticas anotaciones, puntos que parecían señalar ubicaciones de interés para entrar a ella y a los recovecos que tenía, no era para nada un experto en leer mapas, pero mi instinto me decía de que aquel pergamino mostraba levemente rutas de acceso seguras para el lugar.
Decidí no guardarme el mapa y salí del pecio con la misma precaución con la que había entrado viendo que la luz del día se desvanecía, tiñendo el cielo de ocres y púrpuras. Sabía que no podía permanecer mucho más tiempo por allí teniendo además una visión ya cercana y casi completa del lugar, además de que si se me hacía tarde correría peligro, pues la noche era aliada de los espectros y de los hombres que acechan en las sombras.
Retrocedí con el mismo sigilo con el que había llegado, evitando las zonas expuestas y cualquier signo de actividad. Al alcanzar la orilla donde me esperaba el Zenit, soltamos amarras y el vaivén del agua nos alejó de la cala, llevándonos de vuelta al mar abierto. La cala de los naufragios había revelado algunos de sus secretos, pero sabía que guardaba muchos más, enterrados entre las sombras de su historia y los restos de sus víctimas, aunque no era un destino propicio para los objetivos que me movían.
~ Día 5 de Invierno, año 724.
Cala de los naufragios, Isla Tortuga.
Cala de los naufragios, Isla Tortuga.
La niebla se cernía sobre el mar como un velo mortecino que camuflaba la vengativa tentación de sus aguas por amasar más y más ruina, espesando el aire con un hedor salobre, viejo y salino, impregnado de madera podrida y algas descompuestas. El Zenit Nirvana surcaba aquella marea templada y dormida despacio, deslizando su casco sobre las aguas traicioneras que envolvían la bahía. Nos habíamos aventurado hasta aquella cala olvidada, atraídos por rumores sobre el misterio que, como huesos rotos, yacían dispersos en sus fondos, buscando también si era un lugar idóneo para resguardarse de las miradas más discretas de la isla.
Remontamos la vela e hicimos que la corriente empujara con suavidad hasta que la quilla rozó la arena, un sonido apenas perceptible entre el murmullo de las olas y el crujir de la madera carcomida que afloraba de los restos cercanos. Salté a tierra con un paso firme y sentí el suelo húmedo ceder bajo mis botas. La bruma hacía que los restos de los naufragios parecieran espectros emergiendo de un pasado olvidado pero ruinoso que acechaba sin cesar a los malaventurados que osaban entrar allí.
Observé mi alrededor, atento a cualquier señal de actividad humana que pudiera detectarnos. Sabíamos bien que esta cala era más que un cementerio de barcos, también era un refugio de aquellos que vivían al margen del margen de la ley, seguramente individuos que incluso querían pasar desapercibidos de piratas, desertores, traficantes... Todos hallaban en estos escombros un escondrijo propicio, por ello, debía moverme con sigilo, sin revelar mi presencia y mucho menos mi identidad como marine, o todo estará perdido.
Avancé entre restos de navíos desgarrados por los arrecifes y la furia de la tempestad. Algunos barcos eran apenas esqueletos de madera con su quilla elevada como un espinazo roto, otros en cambio, estaban semienterrados en la arena, desmoronándose lentamente bajo el peso del tiempo. Me detuve junto a un pecio particularmente grande, su mascarón de proa astillado pero aún reconocible. Parecía un bergantín mercante, quizá una antigua presa de corsarios que no logró escapar de las emboscadas en las costas de la isla y terminó varado en la bahía. Unos cofres resquebrajados yacían entre los escombros, su contenido disperso estaba compuesto pergaminos empapados, vajilla rota y algunas monedas oxidadas, probablemente fue saqueado tiempo atrás por los carroñeros del lugar.
El viento arrastró un eco distante que no diletante, eso era otra cosa. Me refugié rápidamente tras el casco derrumbado de un navío cercano mientras contenía la respiración, desde mi escondite, pude distinguir figuras moviéndose entre los restos de otro naufragio más al sur de la cala, eran hombres de andares cautelosos, de espalda baja, vestidos con ropas desgastadas, armas a la cintura y rostros endurecidos por la vida errante y la sal del mar, aquellos por las pintas que llevaban eran sin lugar a dudas piratas de la zona. Los observé en silencio, siendo que no parecían haberme notado, pues andaban ocupados en remover lo que quedaba de la bodega de un barco encallado, profiriendo algunos cuchicheos entre ellos que no alcancé a descifrar. Sabía desde el primer momento que enfrentarme a ellos sería un error, además de que no estaba allí para combatir, sino para explorar, otear y desentrañar los secretos de aquel lugar así como su discreción.
Esperé pacientemente hasta que se alejaron, perdiéndose entre los restos dispersos. Solo entonces emergí de mi escondite y continué mi avance con la precaución de una sombra en la noche. El oleaje golpeaba con vastedad los restos de un galeón semihundido, su popa sobresalía del agua en un ángulo imposible. Me acerqué al borde del acantilado desde donde podía contemplar mejor la escena, el naufragio parecía reciente comparado con los demás, su madera aún conservaba rastros de pintura y las velas, aunque deshechas, no estaban del todo comidas por la salinidad o resquebrajada por violentas rachas de viento costeras. Si había sobrevivientes, ya habrían sido rescatados o devorados por las aguas que colmaban el lugar.
Descendí con cautela, mis botas se hundieron en la pérfida arena y el fango. Cerca de la quilla fracturada del galeón encontré un camino abierto a través del casco, una hendidura lo suficientemente amplia como para permitirme el paso. Me aventuré en su interior, donde la penumbra y la humedad reinaban, allí el aire era denso, cargado del hedor de la descomposición y la sal que hacían que me estremeciera y aguantase alguna que otra arcada.
Entre los restos dispersos encontré lo que parecía una caja fuerte empotrada en la pared de lo que había sido la cabina del capitán. Su cerradura estaba destrozada, signos de un saqueo apresurado, aun así, entre los escombros hallé un mapa ajado, con la tinta corrida pero aún legible. Lo desplegué con cuidado, reconociendo en él la disposición de la cala y, marcados con crípticas anotaciones, puntos que parecían señalar ubicaciones de interés para entrar a ella y a los recovecos que tenía, no era para nada un experto en leer mapas, pero mi instinto me decía de que aquel pergamino mostraba levemente rutas de acceso seguras para el lugar.
Decidí no guardarme el mapa y salí del pecio con la misma precaución con la que había entrado viendo que la luz del día se desvanecía, tiñendo el cielo de ocres y púrpuras. Sabía que no podía permanecer mucho más tiempo por allí teniendo además una visión ya cercana y casi completa del lugar, además de que si se me hacía tarde correría peligro, pues la noche era aliada de los espectros y de los hombres que acechan en las sombras.
Retrocedí con el mismo sigilo con el que había llegado, evitando las zonas expuestas y cualquier signo de actividad. Al alcanzar la orilla donde me esperaba el Zenit, soltamos amarras y el vaivén del agua nos alejó de la cala, llevándonos de vuelta al mar abierto. La cala de los naufragios había revelado algunos de sus secretos, pero sabía que guardaba muchos más, enterrados entre las sombras de su historia y los restos de sus víctimas, aunque no era un destino propicio para los objetivos que me movían.