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Arthur Soriz
Gramps
31-01-2025, 11:37 PM
— No sé si sepa dónde está, de lo contrario te aseguro que habría sido él quien le abriera el pescuezo a Hefesto personalmente.
Aquellas palabras las decía con tanto desprecio, que parecían salir de un lado de su mente del que siquiera ella era consciente realmente. Apretó apenas un momento los labios al darse la cuenta el desdén con el que ahora se refería a su hermano, la manera en la que sus sentimientos estaban tan a flor de piel que hasta le dolía escucharse a si misma. Era como si un enorme peso hubiera sido levantado de sus hombros y ahora, recién tenía oportunidad de sentirse aunque fuera un poco libre; sin miedo a las consecuencias de sus palabras.
— Dudo que a Heracles le importe —espetó, frunciendo el ceño por un momento antes de suspirar—. De haberle importado habría estado aquí.
Agregó, notándose el despecho que sentía hasta ahora. El claro testigo de esto habías sido tu al ver cómo apuñalaba la pintura que con tanto orgullo horas antes te había presentado. Su mirada mostraba tristeza pero también... ¿alivio? Tal vez.
Ella también se levantó y comenzó a vestirse, colocándose tan solo la capa negra con detalles dorados... lo suficientemente grande como para tapar todo su cuerpo y hacer a cualquiera pensar que estaba completamente vestida. Luego se puso su calzado que consistía en simples sandalias de paja y cuero, algo que sin lugar a dudas se veía extremadamente rústico. ¿Pero qué más podrían necesitar aquellos que se movían en la fría humedad de las alcantarillas? Tan solo unos pocos tenían el gusto de poseer calzados más cómodos y cálidos, tales como Harpócrates que era de los pocos con derecho a salir a la superficie.
Mientras terminaba de acomodar sus vestimentas, te miró de reojo al escuchar tus palabras. Asintió con su cabeza tan solo un poco, dedicándote una última sonrisa antes de levantarse del asiento improvisado que anteriormente habían usado como nido de pasiones.
Salió de la habitación, y a los pocos minutos llegó tan solo Harpócrates. Su intérprete usual, Eos, no había venido con él, al menos no hasta el interior de la sala. Ella asomó la cabeza por el umbral de la puerta, moviendo una mano cual saludo, para luego señalar las manos de Harpócrates dejándote ver que llevaba consigo un cuaderno viejo, con un plumón para escribir. Al parecer el Diablos quería cierta privacidad contigo... si bien la conversación llevaría un poco más de tiempo mientras escribía, podrían comunicarse de hombre a hombre personalmente, tal y como habías pedido.
Eos antes de cerrar la puerta, habló.
— Si me necesitan, estaré aquí afuera.
Y tras esto, cerró la puerta para darles su merecida privacidad. Harpócrates se sentó frente a ti, una sonrisa casi que ladina o burlona plasmada en su rostro. El gesto que procedió a hacer era, sin lugar a dudas, digna de alguien que era un adolescente, no un adulto. Con el índice y pulgar de una mano formó un círculo, con el índice de la otra pasó el dedo por entre medio de ese círculo mientras subía bajaba el ceño; no hay necesidad de dar explicaciones.
Soltó una suave risa, a pesar de no tener lengua al menos era capaz de vocalizar algún sonido, llevándose un dedo a la boca en acto de silencio como diciéndote "No diré nada". Acto seguido empezó a escribir, dando vuelta el cuaderno y mostrándote sus palabras.
— "¿Qué dudas tienes? Sé que tienes muchas."
Aquellas palabras las decía con tanto desprecio, que parecían salir de un lado de su mente del que siquiera ella era consciente realmente. Apretó apenas un momento los labios al darse la cuenta el desdén con el que ahora se refería a su hermano, la manera en la que sus sentimientos estaban tan a flor de piel que hasta le dolía escucharse a si misma. Era como si un enorme peso hubiera sido levantado de sus hombros y ahora, recién tenía oportunidad de sentirse aunque fuera un poco libre; sin miedo a las consecuencias de sus palabras.
— Dudo que a Heracles le importe —espetó, frunciendo el ceño por un momento antes de suspirar—. De haberle importado habría estado aquí.
Agregó, notándose el despecho que sentía hasta ahora. El claro testigo de esto habías sido tu al ver cómo apuñalaba la pintura que con tanto orgullo horas antes te había presentado. Su mirada mostraba tristeza pero también... ¿alivio? Tal vez.
Ella también se levantó y comenzó a vestirse, colocándose tan solo la capa negra con detalles dorados... lo suficientemente grande como para tapar todo su cuerpo y hacer a cualquiera pensar que estaba completamente vestida. Luego se puso su calzado que consistía en simples sandalias de paja y cuero, algo que sin lugar a dudas se veía extremadamente rústico. ¿Pero qué más podrían necesitar aquellos que se movían en la fría humedad de las alcantarillas? Tan solo unos pocos tenían el gusto de poseer calzados más cómodos y cálidos, tales como Harpócrates que era de los pocos con derecho a salir a la superficie.
Mientras terminaba de acomodar sus vestimentas, te miró de reojo al escuchar tus palabras. Asintió con su cabeza tan solo un poco, dedicándote una última sonrisa antes de levantarse del asiento improvisado que anteriormente habían usado como nido de pasiones.
Salió de la habitación, y a los pocos minutos llegó tan solo Harpócrates. Su intérprete usual, Eos, no había venido con él, al menos no hasta el interior de la sala. Ella asomó la cabeza por el umbral de la puerta, moviendo una mano cual saludo, para luego señalar las manos de Harpócrates dejándote ver que llevaba consigo un cuaderno viejo, con un plumón para escribir. Al parecer el Diablos quería cierta privacidad contigo... si bien la conversación llevaría un poco más de tiempo mientras escribía, podrían comunicarse de hombre a hombre personalmente, tal y como habías pedido.
Eos antes de cerrar la puerta, habló.
— Si me necesitan, estaré aquí afuera.
Y tras esto, cerró la puerta para darles su merecida privacidad. Harpócrates se sentó frente a ti, una sonrisa casi que ladina o burlona plasmada en su rostro. El gesto que procedió a hacer era, sin lugar a dudas, digna de alguien que era un adolescente, no un adulto. Con el índice y pulgar de una mano formó un círculo, con el índice de la otra pasó el dedo por entre medio de ese círculo mientras subía bajaba el ceño; no hay necesidad de dar explicaciones.
Soltó una suave risa, a pesar de no tener lengua al menos era capaz de vocalizar algún sonido, llevándose un dedo a la boca en acto de silencio como diciéndote "No diré nada". Acto seguido empezó a escribir, dando vuelta el cuaderno y mostrándote sus palabras.
— "¿Qué dudas tienes? Sé que tienes muchas."