Octojin
El terror blanco
12-08-2024, 12:02 AM
El tiburón escuchó con cierta alegría lo que la oni le comentaba. Parecía ser que no era una experta en cuanto al arte de la estrategia en el campo de batalla, y a juzgar por sus palabras, también era de la vieja escuela. Y eso era una excelente noticia. Octojin no podría prometer ser un buen peón que se mueve según le dictan. Quizá pudiera serlo un par de turnos, pero finalmente se acabaría revelando en cuanto viese una ficha que comer, aunque aquello pudiera acabar en catástrofe.
Camille también hizo mención a que los hombres eran bastante despistados. Quizá novatos, quizá simplemente no olían el peligro. La cuestión es que su nueva compañera había visto ciertos patrones erráticos en sus vigilancias. Y aquello obviamente era una buena noticia para ellos. El ser del mar asintió sin terminar de ver el error en el patrón de vigilancia, e intentó descifrar algo que les aportase valor sin mucho éxito.
Antes que se diera cuenta, la marine salió de entre los matorrales de manera enérgica, con un único objetivo en mente; entrar en la que parecía ser la bodega donde se encontraban los alcoholes robados.
Al escualo le costó unos segundos asimilar lo que estaba pasando. Estaba colaborando con una marine e intentando recuperar un bien robado simplemente porque le había pillado allí. Curiosa manera de comenzar una aventura.
El gyojin se incorporó y miró en dirección a la puerta trasera. Sospechosamente allí parecía haber más vigilancia, así que se preparó y salió a toda velocidad hacia la puerta principal. Por el camino escuchó algunos ruidos y varios gritos, pero los ignoró y prosiguió su camino.
Octojin emergió de las sombras detrás de Camille, su presencia imponente llenó la bodega con una tensión palpable. Los rufianes, que ya estaban alerta por la irrupción de la oni, se congelaron momentáneamente al ver la figura del gyojin. Sus ojos amarillentos brillaban con una mezcla de determinación y salvajismo, reflejando la ferocidad de un depredador que ha encontrado a su presa. Su mandíbula, armada con una fila de dientes afilados como cuchillas, se tensó mientras observaba a la multitud de hombres armados que se encontraban frente a él.
La luz parpadeante de las lámparas de aceite apenas podía penetrar la penumbra de la bodega, pero era suficiente para que todos los presentes vieran con claridad el terrorífico aspecto de Octojin. Sus brazos musculosos y sus aletas dorsales se erguían amenazadoramente, cada movimiento suyo exudaba fuerza y peligro. Su piel, recubierta de escamas azules y negras, parecía aún más oscura bajo la luz tenue, dándole un aspecto casi fantasmal, como una criatura surgida de las profundidades del océano para llevarse a los desprevenidos.
El primero de los bandidos, un hombre robusto con una espada corta en la mano, gritó un intento desesperado de valentía antes de lanzarse hacia Octojin. El gyojin lo vio venir y, con un movimiento casi perezoso, levantó su brazo derecho. La velocidad de su contragolpe fue abrumadora; el puño de Octojin se estrelló contra el pecho del hombre con la fuerza de una ola golpeando un acantilado. El bandido salió despedido hacia atrás, estrellándose contra la pared de la bodega, donde cayó inerte.
El impacto del primer golpe fue como una señal para el resto de los presentes. Se desató el caos en la sala. Los bandidos cargaron contra Octojin y Camille con una mezcla de furia y desesperación, sabiendo que su única opción era superar a estos intrusos con pura fuerza de números. Las armas centelleaban en la penumbra mientras se acercaban, pero Octojin no retrocedió ni un paso. Su naturaleza de guerrero, forjada tanto por la supervivencia como por el odio hacia los humanos, lo empujó a enfrentar la tormenta de acero y gritos.
El primer grupo que se le acercó se encontró con una furia indomable. Octojin lanzó un golpe hacia abajo con su puño izquierdo, impactando la cabeza de uno de los bandidos que intentaba acuchillarlo desde un ángulo bajo. El cráneo del hombre se hundió con un crujido nauseabundo, y su cuerpo se desplomó al instante.
Simultáneamente, Octojin giró sobre sus talones y utilizó su cola, recubierta de escamas duras como la piedra, para barrer a dos hombres más que se acercaban por su derecha. Ambos cayeron al suelo con gemidos de dolor, tratando de levantarse mientras sus armas volaban fuera de su alcance.
Pero no todo fue a favor del gyojin. En medio del torbellino de violencia, una espada se deslizó bajo su guardia, abriéndose paso en su costado. La hoja corta penetró la carne escamosa de Octojin, provocándole un gruñido de dolor. Sin embargo, lejos de disuadirlo, la herida solo sirvió para despertar una ira más profunda en su interior. Con un movimiento rápido, atrapó al hombre que lo había herido por el brazo, rompiéndoselo con un solo apretón antes de lanzarlo a un lado como si fuera un muñeco de trapo.
Las armas continuaban lloviendo sobre
Octojin. Una cuchillada le alcanzó el hombro, otra rozó su mejilla, abriendo un corte que dejó un rastro de sangre roja que contrastaba vivamente con su piel blanca.
Sentía el ardor de cada herida, pero su furia lo mantenía en movimiento, ignorando el dolor. Respondía a cada golpe con una fuerza que parecía inhumana, derribando a uno tras otro de sus atacantes. Pero por cada hombre que caía, otro tomaba su lugar, y el número de enemigos empezaba a abrumarlo. El tiburón ya se había acostumbrado al sonido de gente bajando escaleras, pero lo cierto era que aquello no dejaba de ocurrir.
Un bandido, más astuto que los demás, logró colocarse detrás de Octojin y le lanzó una cadena que se enroscó alrededor de su cuello. Con una fuerza desesperada, comenzó a tirar, intentando estrangular al gyojin. Octojin sintió la presión en su tráquea, el aire se le escapaba mientras sus pulmones pedían a gritos oxígeno. Sus músculos se tensaron mientras luchaba por liberarse, pero la cadena estaba firmemente sujeta. Los otros bandidos aprovecharon su momentánea debilidad para abalanzarse sobre él, golpeándolo con lo que tenían a mano: cuchillos, porras, incluso un taburete improvisado como arma.
Con cada golpe, la furia de Octojin crecía.
Sabía que no podía permitirse caer allí, no después de haber aceptado la petición de Camille. Su honor y su orgullo como gyojin, dependía de ello. Con un rugido gutural que resonó por toda la bodega, tiró hacia atrás con toda su fuerza, levantando al hombre que lo estaba estrangulando y lanzándolo por encima de su cabeza. La cadena se aflojó y Octojin tomó una bocanada de aire mientras el cuerpo del bandido aterrizaba pesadamente contra el suelo.
Libre de la cadena, Octojin se giró con furia renovada a la par que sus ojos brillaban con una mezcla de rabia y determinación. Golpeó con su puño cerrado a otro bandido que se acercaba —y que juraría haber golpeado anteriormente—, haciéndolo retroceder varios metros antes de chocar contra un montón de barriles. Sin embargo, la embestida continua no le dio respiro. Tomó a un bandido cercano caído por el cuello y lo levantó del suelo, utilizándolo como un escudo improvisado mientras avanzaba hacia el siguiente grupo.
El ritmo de la batalla se intensificó. Los bandidos, al darse cuenta de que el gyojin no iba a caer tan fácilmente, comenzaron a coordinarse mejor, atacando en grupo y no individualmente, ya que así podrían atacar desde varios ángulos. Octojin sentía cómo el cansancio empezaba a instalarse en sus músculos, pero no podía permitirse ceder. Con un esfuerzo titánico, continuó defendiéndose, donde cada golpe suyo resonaba como un trueno, pero las heridas acumuladas y el incesante ataque lo estaban empujando al límite.
Varios bandidos aún en pie lo rodearon en un círculo apretado, sus rostros estaban marcados por una mezcla de miedo y determinación.
Todos sabían que la bestia frente a ellos estaba herida, pero también que aún podía destrozarlos si no actuaban con cuidado.
Octojin respiraba con dificultad, su pecho subiendo y bajando mientras la sangre brotaba de sus múltiples heridas. Sentía el dolor en cada fibra de su ser, pero su espíritu combativo aún no se había apagado.
El líder de los bandidos, un hombre de aspecto rudo con una cicatriz que le cruzaba la cara, dio un paso al frente, señalando al gyojin con una espada manchada de sangre.
—Esto termina aquí, monstruo —gruñó, su voz estaba cargada de una amenaza que intentaba ocultar su propio miedo—. No vas a salir de esta bodega con vida.
Octojin lo miró fijamente, destellando sus ojos una mezcla de desafío y desprecio. Sabía que estaba en desventaja, rodeado y herido, pero el gyojin no conocía el significado de la rendición. Estaba preparado para luchar hasta su último aliento, para llevarse consigo a tantos de estos malditos humanos como fuera posible
antes de caer. Sin embargo algo le llamó la atención. La sangre en la espada del bocazas. ¿Acaso era de Camille? Lo cierto es que no tenía tiempo de observar si la marine había caído, estaba contra las cuerdas o iba sobrada.
Con un último rugido que resonó en las paredes de la bodega, Octojin se preparó para lanzarse hacia adelante, sin embargo su pierna izquierda cedió, y tuvo que abortar el movimiento. Sus rivales pronto se dieron cuenta y se lanzaron al ataque.
El tiburón maldijo lo que había ocurrido y fijó ambas piernas doblándolas ligeramente, preparándose para un posible impacto. Aquello no pintaba demasiado bien.
Camille también hizo mención a que los hombres eran bastante despistados. Quizá novatos, quizá simplemente no olían el peligro. La cuestión es que su nueva compañera había visto ciertos patrones erráticos en sus vigilancias. Y aquello obviamente era una buena noticia para ellos. El ser del mar asintió sin terminar de ver el error en el patrón de vigilancia, e intentó descifrar algo que les aportase valor sin mucho éxito.
Antes que se diera cuenta, la marine salió de entre los matorrales de manera enérgica, con un único objetivo en mente; entrar en la que parecía ser la bodega donde se encontraban los alcoholes robados.
Al escualo le costó unos segundos asimilar lo que estaba pasando. Estaba colaborando con una marine e intentando recuperar un bien robado simplemente porque le había pillado allí. Curiosa manera de comenzar una aventura.
El gyojin se incorporó y miró en dirección a la puerta trasera. Sospechosamente allí parecía haber más vigilancia, así que se preparó y salió a toda velocidad hacia la puerta principal. Por el camino escuchó algunos ruidos y varios gritos, pero los ignoró y prosiguió su camino.
Octojin emergió de las sombras detrás de Camille, su presencia imponente llenó la bodega con una tensión palpable. Los rufianes, que ya estaban alerta por la irrupción de la oni, se congelaron momentáneamente al ver la figura del gyojin. Sus ojos amarillentos brillaban con una mezcla de determinación y salvajismo, reflejando la ferocidad de un depredador que ha encontrado a su presa. Su mandíbula, armada con una fila de dientes afilados como cuchillas, se tensó mientras observaba a la multitud de hombres armados que se encontraban frente a él.
La luz parpadeante de las lámparas de aceite apenas podía penetrar la penumbra de la bodega, pero era suficiente para que todos los presentes vieran con claridad el terrorífico aspecto de Octojin. Sus brazos musculosos y sus aletas dorsales se erguían amenazadoramente, cada movimiento suyo exudaba fuerza y peligro. Su piel, recubierta de escamas azules y negras, parecía aún más oscura bajo la luz tenue, dándole un aspecto casi fantasmal, como una criatura surgida de las profundidades del océano para llevarse a los desprevenidos.
El primero de los bandidos, un hombre robusto con una espada corta en la mano, gritó un intento desesperado de valentía antes de lanzarse hacia Octojin. El gyojin lo vio venir y, con un movimiento casi perezoso, levantó su brazo derecho. La velocidad de su contragolpe fue abrumadora; el puño de Octojin se estrelló contra el pecho del hombre con la fuerza de una ola golpeando un acantilado. El bandido salió despedido hacia atrás, estrellándose contra la pared de la bodega, donde cayó inerte.
El impacto del primer golpe fue como una señal para el resto de los presentes. Se desató el caos en la sala. Los bandidos cargaron contra Octojin y Camille con una mezcla de furia y desesperación, sabiendo que su única opción era superar a estos intrusos con pura fuerza de números. Las armas centelleaban en la penumbra mientras se acercaban, pero Octojin no retrocedió ni un paso. Su naturaleza de guerrero, forjada tanto por la supervivencia como por el odio hacia los humanos, lo empujó a enfrentar la tormenta de acero y gritos.
El primer grupo que se le acercó se encontró con una furia indomable. Octojin lanzó un golpe hacia abajo con su puño izquierdo, impactando la cabeza de uno de los bandidos que intentaba acuchillarlo desde un ángulo bajo. El cráneo del hombre se hundió con un crujido nauseabundo, y su cuerpo se desplomó al instante.
Simultáneamente, Octojin giró sobre sus talones y utilizó su cola, recubierta de escamas duras como la piedra, para barrer a dos hombres más que se acercaban por su derecha. Ambos cayeron al suelo con gemidos de dolor, tratando de levantarse mientras sus armas volaban fuera de su alcance.
Pero no todo fue a favor del gyojin. En medio del torbellino de violencia, una espada se deslizó bajo su guardia, abriéndose paso en su costado. La hoja corta penetró la carne escamosa de Octojin, provocándole un gruñido de dolor. Sin embargo, lejos de disuadirlo, la herida solo sirvió para despertar una ira más profunda en su interior. Con un movimiento rápido, atrapó al hombre que lo había herido por el brazo, rompiéndoselo con un solo apretón antes de lanzarlo a un lado como si fuera un muñeco de trapo.
Las armas continuaban lloviendo sobre
Octojin. Una cuchillada le alcanzó el hombro, otra rozó su mejilla, abriendo un corte que dejó un rastro de sangre roja que contrastaba vivamente con su piel blanca.
Sentía el ardor de cada herida, pero su furia lo mantenía en movimiento, ignorando el dolor. Respondía a cada golpe con una fuerza que parecía inhumana, derribando a uno tras otro de sus atacantes. Pero por cada hombre que caía, otro tomaba su lugar, y el número de enemigos empezaba a abrumarlo. El tiburón ya se había acostumbrado al sonido de gente bajando escaleras, pero lo cierto era que aquello no dejaba de ocurrir.
Un bandido, más astuto que los demás, logró colocarse detrás de Octojin y le lanzó una cadena que se enroscó alrededor de su cuello. Con una fuerza desesperada, comenzó a tirar, intentando estrangular al gyojin. Octojin sintió la presión en su tráquea, el aire se le escapaba mientras sus pulmones pedían a gritos oxígeno. Sus músculos se tensaron mientras luchaba por liberarse, pero la cadena estaba firmemente sujeta. Los otros bandidos aprovecharon su momentánea debilidad para abalanzarse sobre él, golpeándolo con lo que tenían a mano: cuchillos, porras, incluso un taburete improvisado como arma.
Con cada golpe, la furia de Octojin crecía.
Sabía que no podía permitirse caer allí, no después de haber aceptado la petición de Camille. Su honor y su orgullo como gyojin, dependía de ello. Con un rugido gutural que resonó por toda la bodega, tiró hacia atrás con toda su fuerza, levantando al hombre que lo estaba estrangulando y lanzándolo por encima de su cabeza. La cadena se aflojó y Octojin tomó una bocanada de aire mientras el cuerpo del bandido aterrizaba pesadamente contra el suelo.
Libre de la cadena, Octojin se giró con furia renovada a la par que sus ojos brillaban con una mezcla de rabia y determinación. Golpeó con su puño cerrado a otro bandido que se acercaba —y que juraría haber golpeado anteriormente—, haciéndolo retroceder varios metros antes de chocar contra un montón de barriles. Sin embargo, la embestida continua no le dio respiro. Tomó a un bandido cercano caído por el cuello y lo levantó del suelo, utilizándolo como un escudo improvisado mientras avanzaba hacia el siguiente grupo.
El ritmo de la batalla se intensificó. Los bandidos, al darse cuenta de que el gyojin no iba a caer tan fácilmente, comenzaron a coordinarse mejor, atacando en grupo y no individualmente, ya que así podrían atacar desde varios ángulos. Octojin sentía cómo el cansancio empezaba a instalarse en sus músculos, pero no podía permitirse ceder. Con un esfuerzo titánico, continuó defendiéndose, donde cada golpe suyo resonaba como un trueno, pero las heridas acumuladas y el incesante ataque lo estaban empujando al límite.
Varios bandidos aún en pie lo rodearon en un círculo apretado, sus rostros estaban marcados por una mezcla de miedo y determinación.
Todos sabían que la bestia frente a ellos estaba herida, pero también que aún podía destrozarlos si no actuaban con cuidado.
Octojin respiraba con dificultad, su pecho subiendo y bajando mientras la sangre brotaba de sus múltiples heridas. Sentía el dolor en cada fibra de su ser, pero su espíritu combativo aún no se había apagado.
El líder de los bandidos, un hombre de aspecto rudo con una cicatriz que le cruzaba la cara, dio un paso al frente, señalando al gyojin con una espada manchada de sangre.
—Esto termina aquí, monstruo —gruñó, su voz estaba cargada de una amenaza que intentaba ocultar su propio miedo—. No vas a salir de esta bodega con vida.
Octojin lo miró fijamente, destellando sus ojos una mezcla de desafío y desprecio. Sabía que estaba en desventaja, rodeado y herido, pero el gyojin no conocía el significado de la rendición. Estaba preparado para luchar hasta su último aliento, para llevarse consigo a tantos de estos malditos humanos como fuera posible
antes de caer. Sin embargo algo le llamó la atención. La sangre en la espada del bocazas. ¿Acaso era de Camille? Lo cierto es que no tenía tiempo de observar si la marine había caído, estaba contra las cuerdas o iba sobrada.
Con un último rugido que resonó en las paredes de la bodega, Octojin se preparó para lanzarse hacia adelante, sin embargo su pierna izquierda cedió, y tuvo que abortar el movimiento. Sus rivales pronto se dieron cuenta y se lanzaron al ataque.
El tiburón maldijo lo que había ocurrido y fijó ambas piernas doblándolas ligeramente, preparándose para un posible impacto. Aquello no pintaba demasiado bien.