
Ares Brotoloigos
—
02-02-2025, 03:51 PM
No conocía a Heracles, ni falta que hacía (aunque algo de curiosidad tenia por saber como era ese tipo, más allá del cuadro que Eos había rasgado), pero sí podia dilucidar ese rencor que la diablos mantenía sobre el susodicho sin necesidad de saber mucho más. Les había recluido en las sombras sin demasiadas explicaciones, al parecer. Como esclavos, como perros. Ares contempló de reojo como la hembra se cubría únicamente con una capa, y él mismo terminaba de acomodarse las suyas propias, antes de tomar asiento sobre una silla amplia y mullida, reclamándola para sí. De la misma forma y manera que lo haría el dueño y señor de una casa. Hefesto ya estaba fuera del tablero de juego y de momento parecía tener la confianza de Eos y Harpócrates, según la primera. Adonis había huído, pero no le preocupaba en demasía. Podía entender que quisiese vivir lejos de todo aquello. O incluso que le fuese a Heracles con el chisme, si le encontraba.
Mientras los pensamientos de Ares iban y venían, su mirada estaba puesta en Eos. Recorriendo con los ojos rojizos cada marca que él mismo le había propinado a su medio hermana. Pero también fijándose en el atuendo sencillo, casi harapiento, con el que se estaba vistiendo. Ya no solo la capa que había utilizado para cubrir su desnudez, sino las raídas y sencillísimas sandalias de paja y cuero, seguramente algo húmedas por las condiciones de aquel lugar subterráneo y que protegían más bien poco. Ares afiló la mirada unos segundos.
También pensaba en Harpócrates. Le había ido a buscar, o a vigilar, en verano. Le recordaba de aquella vez del callejón. Efectivamente, parecía ser un tipo bastante discreto. En cierto sentido parecía que tampoco le quedaba de otra, al no poder hablar. Pero era perfecto para lo que iba formándose en su cabeza. Dejó que Eos saliese en busca del otro diablos y él esperó ahí pacientemente. Por unos segundos, sus ojos viajaron, de soslayo, hacia el retrato que había de Heracles, ahora total y completamente desgarrado después de que Eos lo apuñalase. Y no por accidente, precisamente. Había muchas cosas que averiguar primero. Tenía, también, que regresar a la base y plantear lo que había sucedido. A su modo, claro. Los detalles importantes se los iba a guardar para sí mismo, pero ya estaba planeando como “venderles” los beneficios de tener a ese grupo trabajando para la Marina. De su lado, más bien.
Su carril de pensamiento se vió interrumpido poco después, cuando Harpócrates ingresó en la habitación. Pero lo que Ares no se esperó fue que Eos se quedase fuera. La expresión del recién nombrado “patriarca” de ese grupo de sectarios fue fruncir ligeramente el ceño, mirando hacia Harpócrates y luego hacia la puerta cerrada.
¿Cómo iba a comunicarse con el otro diablos cuando no sabía lenguaje de señas? Aunque... Sí hubo una seña que el marine reconoció.
— Aún sin lengua, eres más simpático de lo que esperaba. — Mencionó con una media sonrisa afilada tras el obvio y obsceno gesto que el otro hombre había hecho con los dedos de ambas manos. — Sí, no hemos sido discretos, precisamente.
¿Le importaba? No. Aunque agradecía, en su fuero interno, la discreción que ahora le ofrecía Harpócrates.
Ahora bien... Cuando el otro comenzó a escribir en una libreta y se la enseñó...
— . . . — Hubo un espeso silencio que se evidenció y creció entre ambos. La mirada de Ares puesta, específicamente, en aquel conjunto de garabatos que, directamente, no entendía.
No sabía leer.
El más alto fue frunciendo notoriamente el ceño, y sin decir nada, se levantó. Pasó por un costado de Harpócrates, sin más, y abrió la puerta asomándose ligeramente hasta toparse con Eos, que seguía esperando ahí.
— No recuerdo haberte dicho que te quedases fuera. Entra. — Se separó del umbral para permitirle el paso a la fémina, y regresó a donde había estado acomodado antes.
Ahora, con los tres en el interior, miró a uno y a otro. Primero a Harpócrates y luego a Eos.
— No sé leer. — Dijo, refiriéndose a lo que fuese que estuviese pintarrajeado ahí.
Lo dijo con tanta naturalidad y aplomo que no parecía haber vergüenza alguna en sus palabras o por el hecho de ser analfabeto en ese sentido. Había tenido que preocuparse de cosas más importantes en su vida, al fin y al cabo.
Fuese como fuese, después de que Eos le explicase o le tradujese, Ares ladeó levemente la cabeza.
— Primero quiero saber el funcionamiento de este lugar. La jerarquía que ha habido hasta ahora y en durante las ausencias de Heracles. — Comenzó a decir, poco después. Intercambiaba miradas entre una y otro. — Y cualquier cosa que consideréis que debo conocer.
Mientras los pensamientos de Ares iban y venían, su mirada estaba puesta en Eos. Recorriendo con los ojos rojizos cada marca que él mismo le había propinado a su medio hermana. Pero también fijándose en el atuendo sencillo, casi harapiento, con el que se estaba vistiendo. Ya no solo la capa que había utilizado para cubrir su desnudez, sino las raídas y sencillísimas sandalias de paja y cuero, seguramente algo húmedas por las condiciones de aquel lugar subterráneo y que protegían más bien poco. Ares afiló la mirada unos segundos.
También pensaba en Harpócrates. Le había ido a buscar, o a vigilar, en verano. Le recordaba de aquella vez del callejón. Efectivamente, parecía ser un tipo bastante discreto. En cierto sentido parecía que tampoco le quedaba de otra, al no poder hablar. Pero era perfecto para lo que iba formándose en su cabeza. Dejó que Eos saliese en busca del otro diablos y él esperó ahí pacientemente. Por unos segundos, sus ojos viajaron, de soslayo, hacia el retrato que había de Heracles, ahora total y completamente desgarrado después de que Eos lo apuñalase. Y no por accidente, precisamente. Había muchas cosas que averiguar primero. Tenía, también, que regresar a la base y plantear lo que había sucedido. A su modo, claro. Los detalles importantes se los iba a guardar para sí mismo, pero ya estaba planeando como “venderles” los beneficios de tener a ese grupo trabajando para la Marina. De su lado, más bien.
Su carril de pensamiento se vió interrumpido poco después, cuando Harpócrates ingresó en la habitación. Pero lo que Ares no se esperó fue que Eos se quedase fuera. La expresión del recién nombrado “patriarca” de ese grupo de sectarios fue fruncir ligeramente el ceño, mirando hacia Harpócrates y luego hacia la puerta cerrada.
¿Cómo iba a comunicarse con el otro diablos cuando no sabía lenguaje de señas? Aunque... Sí hubo una seña que el marine reconoció.
— Aún sin lengua, eres más simpático de lo que esperaba. — Mencionó con una media sonrisa afilada tras el obvio y obsceno gesto que el otro hombre había hecho con los dedos de ambas manos. — Sí, no hemos sido discretos, precisamente.
¿Le importaba? No. Aunque agradecía, en su fuero interno, la discreción que ahora le ofrecía Harpócrates.
Ahora bien... Cuando el otro comenzó a escribir en una libreta y se la enseñó...
— . . . — Hubo un espeso silencio que se evidenció y creció entre ambos. La mirada de Ares puesta, específicamente, en aquel conjunto de garabatos que, directamente, no entendía.
No sabía leer.
El más alto fue frunciendo notoriamente el ceño, y sin decir nada, se levantó. Pasó por un costado de Harpócrates, sin más, y abrió la puerta asomándose ligeramente hasta toparse con Eos, que seguía esperando ahí.
— No recuerdo haberte dicho que te quedases fuera. Entra. — Se separó del umbral para permitirle el paso a la fémina, y regresó a donde había estado acomodado antes.
Ahora, con los tres en el interior, miró a uno y a otro. Primero a Harpócrates y luego a Eos.
— No sé leer. — Dijo, refiriéndose a lo que fuese que estuviese pintarrajeado ahí.
Lo dijo con tanta naturalidad y aplomo que no parecía haber vergüenza alguna en sus palabras o por el hecho de ser analfabeto en ese sentido. Había tenido que preocuparse de cosas más importantes en su vida, al fin y al cabo.
Fuese como fuese, después de que Eos le explicase o le tradujese, Ares ladeó levemente la cabeza.
— Primero quiero saber el funcionamiento de este lugar. La jerarquía que ha habido hasta ahora y en durante las ausencias de Heracles. — Comenzó a decir, poco después. Intercambiaba miradas entre una y otro. — Y cualquier cosa que consideréis que debo conocer.