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Octojin
El terror blanco
05-02-2025, 12:39 PM
La tormenta arrecia con furia, la nieve golpea como dagas en la piel y la batalla alcanza un nuevo nivel de brutalidad. Uno en el que parecéis sentiros bastante cómodos. ¿No pensáis en los niños? ¿Qué ejemplo le estáis dando? En fin, estos padres de hoy en día...
El choque entre la bestia y Airgid resuena con un impacto que parece estremecer la propia tierra. El fuego de su pierna biónica ilumina la tormenta por un instante, creando una imagen surrealista entre el frío blanco de la montaña y las llamas que brotan del metal ardiente.
Pero la bestia no cae. Se tambalea, sus garras desgarran la nieve para mantenerse en pie, y su respiración se torna más salvaje, más profunda. Su aliento exhala nubes de vapor helado, y su mirada azul centellea con un furor primitivo. Da un poquito de miedo, pero no es nada a lo que no podáis sobreponeros con unos cuantos gases o veinte cargadores.
Entonces, Ragn entra en acción, convirtiéndose en un improvisado salvador de Astrid e Ingrid.
El viento cambia, cargado de un aura venenosa que se extiende en el aire. Un remolino de gas azulado comienza a formarse en el cielo, vibrando con un poder que hasta la tormenta parece respetar. La bestia siente el cambio, su instinto le grita que es peligroso, pero no tiene tiempo para reaccionar.
Porque Ragn cae sobre ella como el mismísimo castigo divino.
Su puño, envuelto en Hasshoken y energía tóxica, se dirigía hacia la nuca del rival, sin embargo, éste cesa su intento de golpear a una indefensas Astrid e Ingrid y se gira con gran velocidad, chocando el ataque del vikingo contra la enorme garra del monstruo con una fuerza que desgarra la nieve a su alrededor. La onda expansiva que resulta de este choque es colosal, y el tiempo parece detenserse.
El aire estalla en un rugido atronador. La nieve se levanta como una ola descomunal, los árboles cercanos se sacuden, y el impacto se siente como un trueno rasgando la montaña. La bestia gruñe, forzada a retroceder varios metros, abriendo un surco profundo en la nieve con sus patas. Su hombro izquierdo vibra con el impacto, como si el peso del ataque de Ragn hubiera dejado una impresión en su carne. Y es que eso justo parece ser lo que ha ocurrido. Pero la batalla no ha terminado.
Freydis, aún de rodillas, eleva sus brazos en forma de <<T>>. Su expresión es la de alguien que está canalizando algo antiguo, algo más grande que ella misma. Sus ojos se cierran por un segundo, y la energía en el ambiente cambia drásticamente.
Y entonces…
Un rayo desciende desde el cielo con una velocidad imposible.
El estruendo es desgarrador. El destello ciega a todos por un instante, el calor chisporrotea en el aire, y la nieve a cuarenta metros a la redonda de la bestia explota en una lluvia de partículas congeladas. Es como si el propio cielo hubiera descendido para castigar a la criatura. Como si esto fuera un castigo divino ante quien intenta acabar con los lugareños de la isla.
Pero el rayo no solo golpea a la bestia.
Ragn siente el impacto recorriendo su cuerpo, una electricidad brutal que se extiende como un latigazo a través de cada fibra de su ser. Su piel se crispa, sus músculos se tensan, y su mente vibra con el estallido.
Airgid también es alcanzada. El golpe la hace tambalearse, un choque eléctrico que la recorre de arriba abajo, sacudiéndola con una descarga que nubla por un instante sus sentidos.
Pero lo peor… Los niños.
Por un miserable instante, el terror más absoluto se apodera del corazón de Airgid. Si el ataque de Ragn no hubiera desplazado a la bestia… si la cuna improvisada de metal no hubiera flotado en ese momento preciso…
Vuestros hijos ahora serían cenizas.
El alma le regresa al cuerpo cuando los ve intactos, meciéndose suavemente en el aire, salvados por los pelos. Aunque quizá eso haga sacar la madre coraje que lleva dentro.
Pese a todo, el Jarl no ha terminado. Se levanta y, aprovechando la parálisis del monstruo tras el impacto del rayo, Freydis lanza una señal.
—¡Ahora!
Los tiradores que se habían subido a los árboles desatan una lluvia de flechas. Estas silban a través del aire con una precisión letal. Cada proyectil va dirigido a la criatura, buscando atravesar su piel endurecida, perforar su carne y debilitarla aún más.
Pero lo extraño es que la bestia no se mueve, parece que el rayo la ha pillado tan de sorpresa que está completamente vencida.
Algo ha cambiado. La criatura, antes un torbellino de furia y violencia, ahora está inmóvil. Su respiración es errática, pero no ataca, no se defiende. Algo la ha dejado completamente paralizada.
El Jarl avanza, con el arma en mano, lista para rematar el trabajo.
Pero entonces…
Los dos hombres que Airgid había alcanzado por error con sus disparos finalmente logran ponerse de pie.
Son gigantes. Tienen una altura y rasgos similares a los de Ragn, con cuerpos cubiertos de cicatrices y armaduras ligeras, pero resistentes. El primero, con cabello rubio desordenado y una barba espesa que llega hasta su pecho, porta un afilado hacha lleno de runas. El segundo, más robusto, lleva un enorme martillo que, a juzgar por su forma, debe pesar una barbaridad.
Ambos han presenciado la batalla, ambos han sido heridos por los ataques de Airgid. Y no parecen muy contentos. Sin embargo, no parecen guardar rencor, por ahora. Con un rugido de furia, se lanzan al ataque.
El guerrero del hacha se impulsa contra la bestia con un salto brutal, buscando partirla en dos con un corte descendente cargado de haki. El del martillo, por su parte, se desliza por la nieve con velocidad sorprendente, acercándose peligrosamente a la bestia mientras su martillo resplandece con la intención de golpearla de manera contundente.
El combate no ha terminado, la bestia sigue paralizada y ahora hay más aliados en el campo de batalla. Y la tormenta sigue rugiendo.
El choque entre la bestia y Airgid resuena con un impacto que parece estremecer la propia tierra. El fuego de su pierna biónica ilumina la tormenta por un instante, creando una imagen surrealista entre el frío blanco de la montaña y las llamas que brotan del metal ardiente.
Pero la bestia no cae. Se tambalea, sus garras desgarran la nieve para mantenerse en pie, y su respiración se torna más salvaje, más profunda. Su aliento exhala nubes de vapor helado, y su mirada azul centellea con un furor primitivo. Da un poquito de miedo, pero no es nada a lo que no podáis sobreponeros con unos cuantos gases o veinte cargadores.
Entonces, Ragn entra en acción, convirtiéndose en un improvisado salvador de Astrid e Ingrid.
El viento cambia, cargado de un aura venenosa que se extiende en el aire. Un remolino de gas azulado comienza a formarse en el cielo, vibrando con un poder que hasta la tormenta parece respetar. La bestia siente el cambio, su instinto le grita que es peligroso, pero no tiene tiempo para reaccionar.
Porque Ragn cae sobre ella como el mismísimo castigo divino.
Su puño, envuelto en Hasshoken y energía tóxica, se dirigía hacia la nuca del rival, sin embargo, éste cesa su intento de golpear a una indefensas Astrid e Ingrid y se gira con gran velocidad, chocando el ataque del vikingo contra la enorme garra del monstruo con una fuerza que desgarra la nieve a su alrededor. La onda expansiva que resulta de este choque es colosal, y el tiempo parece detenserse.
El aire estalla en un rugido atronador. La nieve se levanta como una ola descomunal, los árboles cercanos se sacuden, y el impacto se siente como un trueno rasgando la montaña. La bestia gruñe, forzada a retroceder varios metros, abriendo un surco profundo en la nieve con sus patas. Su hombro izquierdo vibra con el impacto, como si el peso del ataque de Ragn hubiera dejado una impresión en su carne. Y es que eso justo parece ser lo que ha ocurrido. Pero la batalla no ha terminado.
Freydis, aún de rodillas, eleva sus brazos en forma de <<T>>. Su expresión es la de alguien que está canalizando algo antiguo, algo más grande que ella misma. Sus ojos se cierran por un segundo, y la energía en el ambiente cambia drásticamente.
Y entonces…
Un rayo desciende desde el cielo con una velocidad imposible.
El estruendo es desgarrador. El destello ciega a todos por un instante, el calor chisporrotea en el aire, y la nieve a cuarenta metros a la redonda de la bestia explota en una lluvia de partículas congeladas. Es como si el propio cielo hubiera descendido para castigar a la criatura. Como si esto fuera un castigo divino ante quien intenta acabar con los lugareños de la isla.
Pero el rayo no solo golpea a la bestia.
Ragn siente el impacto recorriendo su cuerpo, una electricidad brutal que se extiende como un latigazo a través de cada fibra de su ser. Su piel se crispa, sus músculos se tensan, y su mente vibra con el estallido.
Airgid también es alcanzada. El golpe la hace tambalearse, un choque eléctrico que la recorre de arriba abajo, sacudiéndola con una descarga que nubla por un instante sus sentidos.
Pero lo peor… Los niños.
Por un miserable instante, el terror más absoluto se apodera del corazón de Airgid. Si el ataque de Ragn no hubiera desplazado a la bestia… si la cuna improvisada de metal no hubiera flotado en ese momento preciso…
Vuestros hijos ahora serían cenizas.
El alma le regresa al cuerpo cuando los ve intactos, meciéndose suavemente en el aire, salvados por los pelos. Aunque quizá eso haga sacar la madre coraje que lleva dentro.
Pese a todo, el Jarl no ha terminado. Se levanta y, aprovechando la parálisis del monstruo tras el impacto del rayo, Freydis lanza una señal.
—¡Ahora!
Los tiradores que se habían subido a los árboles desatan una lluvia de flechas. Estas silban a través del aire con una precisión letal. Cada proyectil va dirigido a la criatura, buscando atravesar su piel endurecida, perforar su carne y debilitarla aún más.
Pero lo extraño es que la bestia no se mueve, parece que el rayo la ha pillado tan de sorpresa que está completamente vencida.
Algo ha cambiado. La criatura, antes un torbellino de furia y violencia, ahora está inmóvil. Su respiración es errática, pero no ataca, no se defiende. Algo la ha dejado completamente paralizada.
El Jarl avanza, con el arma en mano, lista para rematar el trabajo.
Pero entonces…
Los dos hombres que Airgid había alcanzado por error con sus disparos finalmente logran ponerse de pie.
Son gigantes. Tienen una altura y rasgos similares a los de Ragn, con cuerpos cubiertos de cicatrices y armaduras ligeras, pero resistentes. El primero, con cabello rubio desordenado y una barba espesa que llega hasta su pecho, porta un afilado hacha lleno de runas. El segundo, más robusto, lleva un enorme martillo que, a juzgar por su forma, debe pesar una barbaridad.
Ambos han presenciado la batalla, ambos han sido heridos por los ataques de Airgid. Y no parecen muy contentos. Sin embargo, no parecen guardar rencor, por ahora. Con un rugido de furia, se lanzan al ataque.
El guerrero del hacha se impulsa contra la bestia con un salto brutal, buscando partirla en dos con un corte descendente cargado de haki. El del martillo, por su parte, se desliza por la nieve con velocidad sorprendente, acercándose peligrosamente a la bestia mientras su martillo resplandece con la intención de golpearla de manera contundente.
El combate no ha terminado, la bestia sigue paralizada y ahora hay más aliados en el campo de batalla. Y la tormenta sigue rugiendo.