Octojin
El terror blanco
12-08-2024, 01:07 PM
Octojin llevaba ya un par de semanas en aquella isla. Había llegado por casualidad, siguiendo distintas corrientes marinas y un instinto que cada vez le daba más disgustos. Había decidido quedarse ya que todo el mundo hablaba de un posible desembarco de algo muy valioso. Y lo cierto es que llevaba una temporada sobreviviendo con lo mínimo, así que quizá un poco de dinero no le viniese mal.
La noche se cernía pesada sobre el barrio, cargada de ese bochorno que parecía pegar la ropa al cuerpo como si fuera una segunda piel. Octojin, con la chaqueta raída colgando de un hombro y el saco de tela al otro, avanzaba con paso decidido por las callejuelas estrechas y mal iluminadas. Con cada cruce, su mirada se posaba en cada sombra, cada rincón, evaluando posibles amenazas o testigos inoportunos. Conocía las reglas del barrio: la supervivencia dependía de la discreción y la rapidez. Y esa noche, más que nunca, tenía que moverse con cuidado.
El puerto de la isla era un hervidero de actividad a esas horas, aunque todo sucedía en susurros y miradas furtivas. Los barcos atracados balanceaban ligeramente sus cascos al ritmo de las olas tranquilas, y el leve chirrido de las cuerdas tensadas llenaba el aire junto con el olor a sal y pescado en descomposición. Pero había algo más en el aire, algo que hacía que los gatos callejeros se escondieran en los callejones y que los pocos transeúntes apresuraran el paso: una sensación de peligro inminente.
Mientras se acercaba al muelle, el tiburón recordó las palabras de la gente del barrio, que no hacían sino aumentar el peligro que tenía el clan del cual era el cargamento que iba a atracar. Ese clan de mafiosos era conocido por su brutalidad y su control férreo sobre los barrios bajos, sin embargo el gyojin no podía recordar su nombre. Si esa noche lograba sacar algo de valor de entre sus manos, no solo sería una hazaña increíble, sino que podría asegurar su sustento por un tiempo. Pero también sabía que la más mínima imprudencia podría costarle la vida.
Al llegar a las cercanías del puerto, se deslizó entre las sombras como un pez en el agua, usando su agudo instinto de supervivencia para evitar a los guardias dispersos y a los vigías apostados en lugares estratégicos. No era fácil ocultar un cuerpo de cuatro metros, pero Octojin había aprendido a lidiar con ello. Desde su escondite detrás de unas viejas cajas de madera apiladas, el gyojin observó la escena. Tal como había escuchado, los mafiosos estaban haciendo un desembarco importante. Un grupo de hombres corpulentos, armados hasta los dientes, vigilaban mientras otros descargaban cajas pesadas de un barco de tamaño medio, cubierto por lonas que disimulaban su verdadero cargamento.
Las conversaciones en voz baja, los gruñidos de esfuerzo, y el ocasional tintineo de metales al chocar dentro de las cajas indicaban que el cargamento era valioso. Octojin podía sentir cómo su corazón se aceleraba, no solo por la adrenalina que comenzaba a inundar su sistema, sino por la expectativa de lo que podría conseguir esa noche. Era una oportunidad única, y no podía dejarla pasar.
Esperó pacientemente, manteniendo su respiración lenta y controlada mientras evaluaba la situación. Necesitaba un momento de distracción, algo que desviara la atención de los guardias lo suficiente como para que él pudiera acercarse a una de esas cajas sin ser visto. Sabía que no podía tomar mucho, solo lo que pudiera cargar en su saco y escapar rápidamente. La clave estaba en ser rápido y sigiloso, como siempre. Dos grandes virtudes que Octojin no poseía. Afortunadamente, si conseguía llegar al agua, sería pan comido.
Mientras observaba, notó que dos de los guardias se separaban del grupo principal para hacer una ronda de vigilancia por el perímetro. Esto creaba una pequeña ventana de tiempo en la que los demás estarían menos atentos. Sabía que ese era un buen momento para intentar algo, y que tenía poco tiempo para pensar. Si ojeaban el perímetro, muy probablemente acabarían viéndole.
La noche se cernía pesada sobre el barrio, cargada de ese bochorno que parecía pegar la ropa al cuerpo como si fuera una segunda piel. Octojin, con la chaqueta raída colgando de un hombro y el saco de tela al otro, avanzaba con paso decidido por las callejuelas estrechas y mal iluminadas. Con cada cruce, su mirada se posaba en cada sombra, cada rincón, evaluando posibles amenazas o testigos inoportunos. Conocía las reglas del barrio: la supervivencia dependía de la discreción y la rapidez. Y esa noche, más que nunca, tenía que moverse con cuidado.
El puerto de la isla era un hervidero de actividad a esas horas, aunque todo sucedía en susurros y miradas furtivas. Los barcos atracados balanceaban ligeramente sus cascos al ritmo de las olas tranquilas, y el leve chirrido de las cuerdas tensadas llenaba el aire junto con el olor a sal y pescado en descomposición. Pero había algo más en el aire, algo que hacía que los gatos callejeros se escondieran en los callejones y que los pocos transeúntes apresuraran el paso: una sensación de peligro inminente.
Mientras se acercaba al muelle, el tiburón recordó las palabras de la gente del barrio, que no hacían sino aumentar el peligro que tenía el clan del cual era el cargamento que iba a atracar. Ese clan de mafiosos era conocido por su brutalidad y su control férreo sobre los barrios bajos, sin embargo el gyojin no podía recordar su nombre. Si esa noche lograba sacar algo de valor de entre sus manos, no solo sería una hazaña increíble, sino que podría asegurar su sustento por un tiempo. Pero también sabía que la más mínima imprudencia podría costarle la vida.
Al llegar a las cercanías del puerto, se deslizó entre las sombras como un pez en el agua, usando su agudo instinto de supervivencia para evitar a los guardias dispersos y a los vigías apostados en lugares estratégicos. No era fácil ocultar un cuerpo de cuatro metros, pero Octojin había aprendido a lidiar con ello. Desde su escondite detrás de unas viejas cajas de madera apiladas, el gyojin observó la escena. Tal como había escuchado, los mafiosos estaban haciendo un desembarco importante. Un grupo de hombres corpulentos, armados hasta los dientes, vigilaban mientras otros descargaban cajas pesadas de un barco de tamaño medio, cubierto por lonas que disimulaban su verdadero cargamento.
Las conversaciones en voz baja, los gruñidos de esfuerzo, y el ocasional tintineo de metales al chocar dentro de las cajas indicaban que el cargamento era valioso. Octojin podía sentir cómo su corazón se aceleraba, no solo por la adrenalina que comenzaba a inundar su sistema, sino por la expectativa de lo que podría conseguir esa noche. Era una oportunidad única, y no podía dejarla pasar.
Esperó pacientemente, manteniendo su respiración lenta y controlada mientras evaluaba la situación. Necesitaba un momento de distracción, algo que desviara la atención de los guardias lo suficiente como para que él pudiera acercarse a una de esas cajas sin ser visto. Sabía que no podía tomar mucho, solo lo que pudiera cargar en su saco y escapar rápidamente. La clave estaba en ser rápido y sigiloso, como siempre. Dos grandes virtudes que Octojin no poseía. Afortunadamente, si conseguía llegar al agua, sería pan comido.
Mientras observaba, notó que dos de los guardias se separaban del grupo principal para hacer una ronda de vigilancia por el perímetro. Esto creaba una pequeña ventana de tiempo en la que los demás estarían menos atentos. Sabía que ese era un buen momento para intentar algo, y que tenía poco tiempo para pensar. Si ojeaban el perímetro, muy probablemente acabarían viéndole.