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Ares Brotoloigos
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11-02-2025, 07:39 PM
La cola reptiliana de Ares se movía sutilmente de un lado a otro, como la de un gato al acecho, en espera, paciente y listo para saltar en cualquier momento. Era muy consciente de que su presencia podía intimidar a unos cuantos. Y de eso se aprovechaba también cuando la situación lo requería. Dejó que el Teniente pensase la situación, mientras él se maldecía internamente por unos momentos. Adonis había pintado la situación demasiado bien y no confiaba en ese pequeño renacuajo de buenas a primeras. No cuando se había escabullido de aquellas maneras. Los ojos rojizos del diablos seguían cada movimiento de su superior, mientras éste daba vueltas y vueltas en el interior de aquel despacho. Casi diese la sensación de que le fuese a saltar encima en cualquier momento, pero eso nunca sucedió.
— No le estoy pidiendo que haga la vista gorda. Le estoy diciendo que sea consecuente. — Era consciente de que no todos los diablos de ahí abajo eran inocentes con lo que habían hecho. Pero sí sabía que el consumo de carne cruda estaba en su naturaleza. Él mejor que nadie lo sabía.
¿Cuál era el problema? Que la sociedad humana se veía a sí misma como algo superior cuando no eran más que otros trozos de carne a mayores. No sabían lo que era sobrevivir como tal. Pero eso se lo guardó en sus pensamiento soslo para no empeorar todavía más la situación de por sí.
— No tengo prisa. — Fue lo único que le dijo cuando el hombre sentenció aquello.
Era verdad que podía seguir comiéndole la oreja pero, ¿para qué? En realidad no había nada más que decir. Ares había puesto las cartas sobre la mesa, las cartas que había. Y con esa mano era con la que había que jugar, realmente.
Tras unos momentos en los que la tensión pareciese cortarse con un cuchillo, al final el teniente pareció dictar su sentencia al respecto.
El diablos permaneció atento y a la escucha y, aunque, inicialmente, la idea pareció disgustarle, a juzgar por cómo se le escapó un breve gruñido gutural que su superior podría escuchar perfectamente, no se opuso de manera abierta. Incluso pareció sopesar la idea durante unos momentos.
— No las justifica, efectivamente. Pero es demasiado extremista cortar cabezas por eso. — Y lo decía alguien que veía la justicia de un modo totalmente absolutista. O parcialmente, al menos. Cuando el teniente dió el veredicto, al final el diablos asintió de manera breve. — Me parece una medida justa. — Al fin y al cabo, él no podría controlarlos de buenas a primeras. Si estaban, de momento, en una colonia de trabajo, podrían moldear su carácter. Él podría hacerlo si, como el Teniente decía, era enviado ahí también.
Ares se relamió ligeramente las fauces, pensativo.
— Soltarlos a la sociedad, sin más, es un peligro. Y aunque yo me ocupe de ellos, no tengo ojos suficientes para todos, al menos en primera instancia. Solo le pediré una cosa, Teniente. — Esta vez fue el diablos quien se aproximó un par de pasos hacia el susodicho. Su sombra cubriendo parcialmente al otro hombre, debido a la diferencia de estaturas y complexiones. — Que se me permita castigarles personalmente si hacen algo indebido. No dejaré que otros les pongan la mano encima. — Eso incluía el buen trato al respecto hacia ellos. Si nos ganamos su confianza, si los reeducamos bajo esas premisas, tendrá unos buenos efectivos en el cuartel a futuro. Los que quieran quedarse, claro.
Porque si alguno quería ir a hacer su vida por ahí, no podían tampoco impedírselo.
— No le estoy pidiendo que haga la vista gorda. Le estoy diciendo que sea consecuente. — Era consciente de que no todos los diablos de ahí abajo eran inocentes con lo que habían hecho. Pero sí sabía que el consumo de carne cruda estaba en su naturaleza. Él mejor que nadie lo sabía.
¿Cuál era el problema? Que la sociedad humana se veía a sí misma como algo superior cuando no eran más que otros trozos de carne a mayores. No sabían lo que era sobrevivir como tal. Pero eso se lo guardó en sus pensamiento soslo para no empeorar todavía más la situación de por sí.
— No tengo prisa. — Fue lo único que le dijo cuando el hombre sentenció aquello.
Era verdad que podía seguir comiéndole la oreja pero, ¿para qué? En realidad no había nada más que decir. Ares había puesto las cartas sobre la mesa, las cartas que había. Y con esa mano era con la que había que jugar, realmente.
Tras unos momentos en los que la tensión pareciese cortarse con un cuchillo, al final el teniente pareció dictar su sentencia al respecto.
El diablos permaneció atento y a la escucha y, aunque, inicialmente, la idea pareció disgustarle, a juzgar por cómo se le escapó un breve gruñido gutural que su superior podría escuchar perfectamente, no se opuso de manera abierta. Incluso pareció sopesar la idea durante unos momentos.
— No las justifica, efectivamente. Pero es demasiado extremista cortar cabezas por eso. — Y lo decía alguien que veía la justicia de un modo totalmente absolutista. O parcialmente, al menos. Cuando el teniente dió el veredicto, al final el diablos asintió de manera breve. — Me parece una medida justa. — Al fin y al cabo, él no podría controlarlos de buenas a primeras. Si estaban, de momento, en una colonia de trabajo, podrían moldear su carácter. Él podría hacerlo si, como el Teniente decía, era enviado ahí también.
Ares se relamió ligeramente las fauces, pensativo.
— Soltarlos a la sociedad, sin más, es un peligro. Y aunque yo me ocupe de ellos, no tengo ojos suficientes para todos, al menos en primera instancia. Solo le pediré una cosa, Teniente. — Esta vez fue el diablos quien se aproximó un par de pasos hacia el susodicho. Su sombra cubriendo parcialmente al otro hombre, debido a la diferencia de estaturas y complexiones. — Que se me permita castigarles personalmente si hacen algo indebido. No dejaré que otros les pongan la mano encima. — Eso incluía el buen trato al respecto hacia ellos. Si nos ganamos su confianza, si los reeducamos bajo esas premisas, tendrá unos buenos efectivos en el cuartel a futuro. Los que quieran quedarse, claro.
Porque si alguno quería ir a hacer su vida por ahí, no podían tampoco impedírselo.