Galhard
Gal
12-08-2024, 01:59 PM
Verano, 223
La cala apartada en la que Galhard se encontraba era un rincón de paz y serenidad, alejado del bullicio de la Isla Kilombo. Era un lugar casi secreto, oculto tras una serie de formaciones rocosas que se alzaban como guardianes naturales, protegiendo la pequeña playa de la vista del resto del mundo. Desde su posición, el faro Rostock se alzaba majestuoso en la distancia, su luz parpadeante como un faro guía en la creciente penumbra del atardecer. A medida que el sol comenzaba su lento descenso hacia el horizonte, el cielo se pintaba con tonos de naranja, rosa y púrpura, reflejándose en las tranquilas aguas que bañaban la orilla de la cala.El suave murmullo de las olas, que se deslizaban con gentileza sobre la arena, creaba una melodía constante y relajante. Cada ola traía consigo un susurro, como si la marea compartiera sus secretos ancestrales con aquellos que tenían la paciencia de escuchar. El agua era clara y cristalina, revelando el lecho marino cubierto de suaves algas y pequeños peces plateados que se movían en sincronía, ajenos a la presencia de Galhard. A lo lejos, las gaviotas planeaban en círculos, sus siluetas recortadas contra el cielo, dejando escapar de vez en cuando un graznido que rompía momentáneamente la calma.
La arena bajo los pies de Galhard era fina y dorada, mezclada en algunos puntos con pequeñas conchas marinas de delicados colores pastel. Aquí y allá, trozos de madera flotante, probablemente restos de viejos naufragios, se dispersaban por la orilla, narrando historias de marineros y navíos perdidos en el tiempo. Algunas rocas sobresalían del agua, cubiertas de musgo y líquenes, proporcionando un hogar a pequeños cangrejos que se apresuraban a esconderse al percibir la proximidad del marine.
Los acantilados que rodeaban la cala ofrecían una impresionante vista del entorno. En sus grietas y salientes crecían resistentes arbustos y plantas costeras, sus raíces profundamente ancladas en la roca. Estas plantas, acostumbradas a la dura vida junto al mar, se mecían suavemente al compás del viento marino, cuyas brisas acariciaban el rostro de Galhard y jugaban con su cabello, trayendo consigo el aroma salado y refrescante del océano.
A medida que el sol continuaba su descenso, las sombras se alargaban y la luz comenzaba a tornarse dorada, dándole a todo un brillo cálido y nostálgico. El mundo parecía ralentizarse en aquel lugar, como si el tiempo mismo se resistiera a avanzar. En la distancia, el faro encendió su luz, un haz que barría lentamente el horizonte, asegurando a los navegantes que su camino estaba seguro.
Galhard, sumido en la tranquilidad de la cala, sentía cómo su mente se despejaba. El cansancio y la tensión acumulados en sus misiones recientes parecían disiparse con cada respiración profunda, llenando sus pulmones del aire puro y revitalizante del mar. Había algo especial en ese lugar, algo que lo conectaba con la naturaleza en su estado más puro y que le recordaba la vastedad y el misterio del mundo que lo rodeaba. Era un lugar de introspección, de renovación.
Pero esa paz estaba a punto de ser interrumpida. En el silencio de la cala, Galhard escuchó un suave chapoteo, un sonido diferente al ritmo regular de las olas. Giró la cabeza hacia el mar, donde la superficie del agua se rompía suavemente, revelando una figura que se acercaba hacia él desde las profundidades...