Secundino Morales
El tio la vara
12-08-2024, 05:09 PM
Secundino evitó a la marabunta de gente evitando entrar al trapo en la conversación, cuando estaba a punto de verse obligado a hacerlo todo el grupo encontró otra victima de su persecución, un tipo que parecía dormir plácidamente en la costa, menuda le esperaba. Con el pato en brazos continuó el camino hasta llegar a la entrada de su casa, una vez allí lo dejó suavemente en el suelo. Mientras recogía unos guisantes cercanos del propio huerto, el joven hablaba con el pato como si este pudiera entenderlo. ¿Quién sabe? Quizás entendía mas que el sordo de Don Eusebio.
—Mira, pato —le decía Secundino, pelando los guisantes y lanzándolos hacia el pato—. No te preocupes, que aquí estás a salvo. A mí también me ha tocado lo mío, ¿sabes? No soy mas alto por todos los palos que me he llevao, yo creo que me han metidola cabeza pa dentro. Si yo hubiera podido estudiar como el primo de la tía Lepoldina... Pero aquí estoy, pelando guisantes pa ti. Y luego tovía tengo que ir a cambiar vacas de prao.
Secundino continuaba hablando mientras le daba los guisantes al pato, desahogándose.
—¡Qué rabia me da! To el mundo dice que uno tiene potencial, pero al final uno se queda aquí, trabajando en el campo y sin ver mundo. ¡Menuda vida!
Eladio Morales, el padre de Secundino, apareció en la entrada del huerto. Llevaba su legendaria vara en la mano, era un auténtico experto con ella, y una expresión severa, avanzó hacia su hijo.
—¡Secundino! —rugió Eladio—. ¿Qué haces con ese pato? ¿De donde lo has sacado? ¡¿Acaso no te das cuenta de que podrías estar metiéndote en problemas con los vecinos?!
Secundino, sorprendido por la aparición de su padre, se levantó rápidamente y se volvió hacia él.
—¡Pa, escúchame! —trató de defenderse Secundino—. ¡Este pato no es robado! Lo encontré en medio de un lío y lo traje para que no le pasara nada. ¡Te prometo que yo me hago cargo del!
Eladio, con la vara en alto y una mirada dura, no parecía dispuesto a escuchar razones.
—¡Deja de prometer tonterías! —exclamó Eladio—. No puedes quedarte con ese pato. ¡Pero tampoco lo vamos a devolver! ¡Dale con el machete de un tajo! Que no se asuste que sino la carne se pone siesa.
Secundino, sintiendo la frustración, miró al pato y luego a su padre, dándose cuenta de que la discusión no iba a llevar a nada. Asintió riendiéndose a los deseos de su padre y este volvió al interior del hogar.
—¿Pues sabes que? Mas vale un pájaro libre que un ciento en la mano. No voy a dejar que te pase lo mismo que a mi. —protestó Secundino—. ¡Voy soltarte! Pero tienes que andar mas espabilao, que aquí son muy pollinos. ¡Ala venga!
Eladio salió de la finca dándole los últimos guisantes que había pelado al pato, le indicó un camino seguro y volvió a su hogar, tenía que cambiar a las vacas de prado. Se giró dándole un último vistazo al animal. La frustración y la decepción se reflejaban en su rostro mientras se dirigía hacia la casa.
—Mira, pato —le decía Secundino, pelando los guisantes y lanzándolos hacia el pato—. No te preocupes, que aquí estás a salvo. A mí también me ha tocado lo mío, ¿sabes? No soy mas alto por todos los palos que me he llevao, yo creo que me han metidola cabeza pa dentro. Si yo hubiera podido estudiar como el primo de la tía Lepoldina... Pero aquí estoy, pelando guisantes pa ti. Y luego tovía tengo que ir a cambiar vacas de prao.
Secundino continuaba hablando mientras le daba los guisantes al pato, desahogándose.
—¡Qué rabia me da! To el mundo dice que uno tiene potencial, pero al final uno se queda aquí, trabajando en el campo y sin ver mundo. ¡Menuda vida!
Eladio Morales, el padre de Secundino, apareció en la entrada del huerto. Llevaba su legendaria vara en la mano, era un auténtico experto con ella, y una expresión severa, avanzó hacia su hijo.
—¡Secundino! —rugió Eladio—. ¿Qué haces con ese pato? ¿De donde lo has sacado? ¡¿Acaso no te das cuenta de que podrías estar metiéndote en problemas con los vecinos?!
Secundino, sorprendido por la aparición de su padre, se levantó rápidamente y se volvió hacia él.
—¡Pa, escúchame! —trató de defenderse Secundino—. ¡Este pato no es robado! Lo encontré en medio de un lío y lo traje para que no le pasara nada. ¡Te prometo que yo me hago cargo del!
Eladio, con la vara en alto y una mirada dura, no parecía dispuesto a escuchar razones.
—¡Deja de prometer tonterías! —exclamó Eladio—. No puedes quedarte con ese pato. ¡Pero tampoco lo vamos a devolver! ¡Dale con el machete de un tajo! Que no se asuste que sino la carne se pone siesa.
Secundino, sintiendo la frustración, miró al pato y luego a su padre, dándose cuenta de que la discusión no iba a llevar a nada. Asintió riendiéndose a los deseos de su padre y este volvió al interior del hogar.
—¿Pues sabes que? Mas vale un pájaro libre que un ciento en la mano. No voy a dejar que te pase lo mismo que a mi. —protestó Secundino—. ¡Voy soltarte! Pero tienes que andar mas espabilao, que aquí son muy pollinos. ¡Ala venga!
Eladio salió de la finca dándole los últimos guisantes que había pelado al pato, le indicó un camino seguro y volvió a su hogar, tenía que cambiar a las vacas de prado. Se giró dándole un último vistazo al animal. La frustración y la decepción se reflejaban en su rostro mientras se dirigía hacia la casa.