Galhard
Gal
12-08-2024, 05:31 PM
Galhard, en medio de la cala apartada, había estado perdido en sus pensamientos, observando cómo las sombras se alargaban y el cielo se teñía con los tonos anaranjados y dorados del atardecer. El sonido rítmico de las olas, siempre constante, le proporcionaba una calma que raramente encontraba en otros lugares. Cada detalle del paisaje lo invitaba a relajarse, desde el susurro del viento entre las rocas hasta el lejano graznido de las gaviotas que planeaban sobre el horizonte.
Fue entonces cuando algo captó su atención. Al principio, apenas fue una perturbación en la superficie del agua, un par de suaves chapoteos que le hicieron levantar la mirada. Parpadeó, tratando de enfocar la vista hacia el mar, allí donde la luz de la luna comenzaba a ganar terreno sobre los colores del crepúsculo. La calma que lo envolvía se quebró con una chispa de curiosidad, y Galhard se levantó con movimientos lentos y cuidadosos, sin querer perturbar lo que fuera que se estaba manifestando ante él.
Lo que vio le dejó sin aliento.
De las aguas emergió una figura que parecía pertenecer más a un sueño que a la realidad. La luna, en su esplendor nocturno, iluminó un cuerpo cubierto de escamas plateadas que resplandecían como si estuvieran hechas del mismo material que las estrellas. La cola, larga y poderosa, se agitaba con gracia, lanzando reflejos de luz en todas direcciones. Cada movimiento de la criatura era un espectáculo en sí mismo, una danza líquida que hipnotizaba a quien la contemplara.
Galhard observó cómo la sirena se dejaba llevar por las olas hasta que su vientre y su cola acariciaron la arena de la orilla. Las escamas, ahora en contacto con la tierra, continuaban brillando con una intensidad que parecía desafiar la oscuridad circundante. Sus ojos, incapaces de apartarse de aquella escena, recorrieron cada detalle: las aletas afiladas, que le recordaban la fuerza y la velocidad de un tiburón, y cómo estas se agitaban suavemente, como si el agua aún las estuviera meciendo.
El marine se acercó un poco más, con pasos tan silenciosos como el susurro de la brisa, completamente absorto en lo que veía. No era solo la extrañeza de la situación lo que lo mantenía hechizado, sino la belleza innata de la criatura que tenía delante. Su cola, brillante y majestuosa, era la encarnación de la elegancia y el poder del océano. Cada destello de luz que las escamas capturaban lo llevaba a un estado de asombro renovado.
Galhard casi no se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Había escuchado historias sobre sirenas, criaturas mitad humanas y mitad peces, pero nunca imaginó que llegaría a ver una en persona. Y sin embargo, allí estaba, apenas a unos metros de distancia, tan real como la arena bajo sus pies.
Por un momento, se sintió pequeño en comparación con la magnificencia de la sirena. Todo en ella irradiaba una energía pura, un aura que parecía conectarla directamente con el vasto océano de donde había surgido. Su presencia en la orilla, aunque claramente una señal de agotamiento, no hacía más que reforzar su estatus como una criatura que pertenecía a un mar diferente, uno donde las leyes de la naturaleza seguían distintos ritmos y reglas.
Galhard no quería romper la quietud del momento. Sabía que cualquier movimiento brusco podría asustarla, y lo último que deseaba era ahuyentarla. En lugar de eso, decidió simplemente quedarse allí, en silencio, dejándose envolver por la serenidad que emanaba de la escena. Se sintió agradecido por la oportunidad de ser testigo de algo tan extraordinario, y su mente, que normalmente estaba llena de pensamientos sobre deberes y responsabilidades, se liberó por completo, llenándose solo de la visión de la sirena y su resplandeciente cola.
Mientras la luna seguía su ascenso en el cielo, Galhard no podía evitar pensar que, en un rincón tan apartado del mundo, había encontrado algo tan increíblemente bello y raro. Sin decir una palabra, supo que este encuentro, por fugaz que fuera, quedaría grabado en su memoria para siempre.
—Majestuoso—Murmuró absorto mirando a la sirena —No hace falta ser un genio para darse cuenta que has viajado mucho, debes de estar hambrienta— exclamó con un tono amable mientras sacaba una fiambrera, que al abrirla el olor de arroz con marisco y pescado finamente gratinado invadía el entorno —Iba a comerlo a la luz de la luna en esta cala pero creo que es mejor que te lo quedes tu, espero que eso te ayude— añadió acercando la fiambrera a la sirena con una sonrisa.
Fue entonces cuando algo captó su atención. Al principio, apenas fue una perturbación en la superficie del agua, un par de suaves chapoteos que le hicieron levantar la mirada. Parpadeó, tratando de enfocar la vista hacia el mar, allí donde la luz de la luna comenzaba a ganar terreno sobre los colores del crepúsculo. La calma que lo envolvía se quebró con una chispa de curiosidad, y Galhard se levantó con movimientos lentos y cuidadosos, sin querer perturbar lo que fuera que se estaba manifestando ante él.
Lo que vio le dejó sin aliento.
De las aguas emergió una figura que parecía pertenecer más a un sueño que a la realidad. La luna, en su esplendor nocturno, iluminó un cuerpo cubierto de escamas plateadas que resplandecían como si estuvieran hechas del mismo material que las estrellas. La cola, larga y poderosa, se agitaba con gracia, lanzando reflejos de luz en todas direcciones. Cada movimiento de la criatura era un espectáculo en sí mismo, una danza líquida que hipnotizaba a quien la contemplara.
Galhard observó cómo la sirena se dejaba llevar por las olas hasta que su vientre y su cola acariciaron la arena de la orilla. Las escamas, ahora en contacto con la tierra, continuaban brillando con una intensidad que parecía desafiar la oscuridad circundante. Sus ojos, incapaces de apartarse de aquella escena, recorrieron cada detalle: las aletas afiladas, que le recordaban la fuerza y la velocidad de un tiburón, y cómo estas se agitaban suavemente, como si el agua aún las estuviera meciendo.
El marine se acercó un poco más, con pasos tan silenciosos como el susurro de la brisa, completamente absorto en lo que veía. No era solo la extrañeza de la situación lo que lo mantenía hechizado, sino la belleza innata de la criatura que tenía delante. Su cola, brillante y majestuosa, era la encarnación de la elegancia y el poder del océano. Cada destello de luz que las escamas capturaban lo llevaba a un estado de asombro renovado.
Galhard casi no se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Había escuchado historias sobre sirenas, criaturas mitad humanas y mitad peces, pero nunca imaginó que llegaría a ver una en persona. Y sin embargo, allí estaba, apenas a unos metros de distancia, tan real como la arena bajo sus pies.
Por un momento, se sintió pequeño en comparación con la magnificencia de la sirena. Todo en ella irradiaba una energía pura, un aura que parecía conectarla directamente con el vasto océano de donde había surgido. Su presencia en la orilla, aunque claramente una señal de agotamiento, no hacía más que reforzar su estatus como una criatura que pertenecía a un mar diferente, uno donde las leyes de la naturaleza seguían distintos ritmos y reglas.
Galhard no quería romper la quietud del momento. Sabía que cualquier movimiento brusco podría asustarla, y lo último que deseaba era ahuyentarla. En lugar de eso, decidió simplemente quedarse allí, en silencio, dejándose envolver por la serenidad que emanaba de la escena. Se sintió agradecido por la oportunidad de ser testigo de algo tan extraordinario, y su mente, que normalmente estaba llena de pensamientos sobre deberes y responsabilidades, se liberó por completo, llenándose solo de la visión de la sirena y su resplandeciente cola.
Mientras la luna seguía su ascenso en el cielo, Galhard no podía evitar pensar que, en un rincón tan apartado del mundo, había encontrado algo tan increíblemente bello y raro. Sin decir una palabra, supo que este encuentro, por fugaz que fuera, quedaría grabado en su memoria para siempre.
—Majestuoso—Murmuró absorto mirando a la sirena —No hace falta ser un genio para darse cuenta que has viajado mucho, debes de estar hambrienta— exclamó con un tono amable mientras sacaba una fiambrera, que al abrirla el olor de arroz con marisco y pescado finamente gratinado invadía el entorno —Iba a comerlo a la luz de la luna en esta cala pero creo que es mejor que te lo quedes tu, espero que eso te ayude— añadió acercando la fiambrera a la sirena con una sonrisa.