¿Sabías que…?
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[Autonarrada] Es hora de buscar a los demás [T3]
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
El viento salado golpeaba su rostro mientras descendía por la ladera hacia la costa. La isla no era grande, pero su aislamiento la hacía una prisión tan efectiva como cualquier muro de piedra. Si quería reunirse con sus compañeros, debía encontrar una forma de cruzar el mar. Ragn había escuchado rumores de un puerto al otro lado de la isla, donde pescadores y mercaderes llegaban esporádicamente. Si podía llegar allí, tal vez encontraría un barco dispuesto a llevarlo. Pero no podía arriesgarse a presentarse como un simple pasajero. Un hombre solo, mutilado y con urgencia en su mirada, levantaría sospechas. Se movió con cautela por los caminos boscosos, evitando a los pocos viajeros que encontraba. No sabía si la isla tenía presencia enemiga, pero prefería no arriesgarse. Cada paso que daba era un recordatorio de su nueva realidad: un solo brazo para equilibrarse, para sostener su arma, para aferrarse a la vida. Y sin embargo, avanzaba. Al caer la noche, llegó a una pequeña aldea costera. Las casas de madera estaban agrupadas en torno a una bahía natural, y en el muelle vio lo que buscaba: un barco pesquero de velas raídas, lo suficientemente pequeño para moverse rápido, lo suficientemente grande para cruzar hasta el continente. Pero no era el único que lo había visto. Un grupo de hombres conversaba en voz baja junto al barco. Sus ropas eran sencillas, pero Ragn reconoció la postura, la forma en que mantenían las manos cerca de sus armas. No eran pescadores. Mercenarios, quizá. Tal vez incluso soldados enemigos de civil. Fuera lo que fuera, representaban un obstáculo. Retrocedió entre las sombras, observando. Esperó. La noche avanzó y uno a uno, los hombres fueron alejándose hacia la taberna cercana. Solo uno quedó en el muelle, vigilando. Era su oportunidad. Se deslizó entre los barriles, acercándose por la retaguardia. Sus pasos eran sigilosos, su respiración controlada. Cuando estuvo lo bastante cerca, tomó un pedazo de madera del suelo y lo lanzó lejos, hacia el extremo del muelle.

El guardia se giró ante el ruido. Fue todo lo que Ragn necesitó. Con una rapidez sorprendente, lo golpeó en la nuca con el mango de su daga. El hombre cayó de rodillas, inconsciente antes de tocar el suelo. Ragn se aseguró de que respiraba y luego, sin perder tiempo, abordó el barco. Soltó las amarras, izó la vela como pudo y empujó la embarcación lejos del muelle con una pértiga. El barco se deslizó sobre el agua. Detrás de él, en la aldea, los mercenarios seguían bebiendo, ajenos a su escape. Miró hacia adelante. La costa se alejaba, la luna iluminaba su camino. La guerra lo esperaba. Y esta vez, no pensaba perder. El viaje no sería fácil. Con un solo brazo, maniobrar la embarcación resultaba agotador. El viento lo ayudaba, pero las corrientes eran impredecibles. Aun así, no podía permitirse descansar. Cuando el sol comenzó a despuntar en el horizonte, divisó en la lejanía una silueta oscura: otro barco. No sabía si era aliado o enemigo, pero su instinto le dijo que debía ocultarse. A duras penas consiguió ajustar la vela para desviar su rumbo y evitar ser visto. Sin embargo, el otro barco giró en su dirección. Ragn maldijo entre dientes. No tenía forma de defenderse en un combate naval. Miró alrededor, buscando una opción. Las aguas eran profundas, pero si lograba acercarse lo suficiente a la costa antes de ser interceptado, tal vez podría saltar y nadar hasta la seguridad de la selva. Respiró hondo. Si la guerra lo esperaba, entonces lucharía hasta el final. Se preparó.

El barco enemigo se acercaba con rapidez. No había tiempo para dudar. Ragn tensó la vela, aprovechando una ráfaga de viento que le dio un pequeño impulso hacia adelante. Aún estaba demasiado lejos de la costa para nadar, pero si lograba resistir un poco más, tal vez habría una oportunidad. Los gritos de los tripulantes del otro barco llegaron hasta él. Lo habían visto. Sabía que no tenía opción: debía arriesgarse. Con un último esfuerzo, viró bruscamente el timón, desviando su embarcación hacia una serie de rocas afiladas que emergían del agua. Los perseguidores no tendrían más remedio que reducir su velocidad para no encallar. El impacto fue brutal. Su barco crujió al chocar contra las piedras, pero su plan funcionó. Mientras el otro barco aminoraba la marcha, Ragn se envolvió en gas y flotó sobre el agua. Finalmente, sus manos tocaron la arena húmeda. Cuando miró hacia atrás, vio cómo el barco enemigo maniobraba torpemente entre las rocas. Tenía unos minutos, tal vez menos, antes de que lo siguieran a tierra. Sin perder tiempo, se levantó tambaleante y corrió hacia la selva.

Había escapado de la isla. Ahora debía encontrar el camino de regreso. Se movió con dificultad entre la espesura, su cuerpo exhausto por el esfuerzo. Finalmente, encontró una cueva pequeña entre las rocas de un acantilado. Era un refugio improvisado, pero le ofrecía protección y un lugar donde recuperar fuerzas. Encendió un fuego con ramas secas y comió lo poco que tenía: un trozo de pan duro y un poco de pescado seco que había tomado del barco. Su estómago protestó al principio, pero después de días de tensión y hambre, su cuerpo aceptó el alimento con gratitud. Durante dos días, descansó y se fortaleció. Encontró un arroyo cercano donde bebió agua fresca y, con esfuerzo, cazó pequeños animales con trampas rudimentarias. Poco a poco, su energía regresó. Con el amanecer del tercer día, supo que debía moverse. Su guerra no había terminado. Se dirigió hacia el interior del continente, buscando rastros de sus compañeros. En cada aldea que pasaba, escuchaba rumores de la resistencia, de pequeñas batallas en las sombras. Sabía que estaban en algún lugar, luchando, esperando refuerzos. Y él, Ragn, volvería a ellos.

Con un último vistazo a la selva que lo había acogido, se encaminó hacia su destino.
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Es hora de buscar a los demás [T3] - por Ragnheidr Grosdttir - 15-02-2025, 12:56 AM

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