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Arthur Soriz
Gramps
15-02-2025, 08:12 AM
El hombre se ve completamente bajo el control del pánico. El único sentimiento superficial que más sientes ahora mismo es el de miedo, terror absoluto. La presión en el aire es sofocante e incluso el aire cargado aquí abajo es aún peor con el aroma de pólvora que podría llegar a hacerlos volar por los aires en mil pedazos a cualquiera de los dos. Al verte mojar la pólvora obviamente su mandíbula se tensa, siente frustración porque obviamente eso significa que sus planes o tendrían que esperar o estaban completamente arruinados.
— ¡Mierda, la pólvora no! —vociferó. A pesar de no poder moverse, su voz escapaba sin control alguno. Estaba desesperado. Es miedo. Ese miedo primitivo que se anida en el estómago y paraliza las extremidades, que convierte al más curtido de los hombres en un muñeco de trapo incapaz de sostener su propia voluntad. Sabe que ahora mismo no hay nada ni nadie que pudiera ayudarlo. Podría gritar, pero sería en vano y solamente se ganaría una muerte inmediata y probablemente muy dolorosa.
El capataz es ahora mismo prisionero de ese miedo que le inspiras. Su respiración es errática, entrecortada y cada vez que intenta tragar saliva su nuez se desliza por su garganta como si le pasaran una cuchilla filosa invisible. Sus ojos están abiertos al límite y bailan por el sótano pero no buscan una salida... ya no; buscan un milagro.
Su cuerpo permanece rígido, clavado al suelo. Tiene la sensación de que si se moviera un centímetro más las fuerzas que lo mantienen de pie lo abandonarían y caería al suelo como los otros cuerpos que alfombran ese lugar. Sabe que debería estar ahí tirado como los demás, pero no. Su suerte, o condena, es su voluntad. Esa misma que tanto había exhibido frente a sus subordinados ha resultado lo bastante fuerte como para dejarlo despierto, pero no lo bastante como para protegerlo de lo que está sintiendo ahora.
Su mirada recorre el suelo. Sus compañeros yacen desparramados unos sobre otros. Un brazo torcido aquí. Un rostro congelado en una mueca de sorpresa allá. Y entre ellos, un charco de vómito, resultado del impacto del Haki. El capataz se siente parte de ese desastre. Es un sobreviviente, sí, pero lo que ha sobrevivido no lo ha fortalecido... lo ha reducido a una frágil cáscara. Intenta respirar profundo y fracasa. El aire entra con un silbido por su nariz. El hedor es insoportable. Pólvora húmeda, sudor rancio, y un ligero rastro de agua salada que no debería estar allí. Se le revuelve el estómago.
Intenta hablar. Su voz no llega más allá de un hilo quebrado...
— N-no… yo… ¿Quién... quién eres...? —sus palabras se arrastran por el aire, está completamente desesperado, como si estuviera buscando un resquicio de esperanza. No es más que una estrategia, un intento inútil de ganar tiempo pero el miedo hace que su mente actúe sin pensar.
Pero sabe que no encontrará respuesta en esa pregunta, ¿Quién en su sano juicio respondería en una situación así? Tenías toda la ventaja, todas las de ganar. Por fin te miró fijo a los ojos, bajando el ritmo de su corazón e intentando por todos los medios mantener la compostura. Para ti al menos por el momento estaban completamente solos allí. Tus amenazas obviamente no eran vacías, no tendrías testigos si los llegabas a matar así que sería un paseo por el parque si tomabas esa cruel decisión.
De todos modos, el hombre asiente rápidamente con la cabeza mostrando intenciones de responder. Estaba a punto de entrar en pánico, lo escuchabas en su voz.
— Queríamos... q-queríamos volar la ciudadela en Ivansk... para eso... e-era toda la pólvora. ¿Quieres hacerlo tú? ... Vamos, déjame ir, puedes... puedes llevarte la pólvora, usarla cuando se seque... Dios, toda la puta pólvora mojada... ¡MIERDA! —exclamó, fue una reacción visceral de frustración. Incluso enojo si no fuera porque estaba tan espantado por tu presencia, por tu poder, que obviamente era sin lugar a dudas mucho mayor que el suyo. Ya siquiera podía mantenerse de pie porque lo habías agarrado tú, moviendo un poco las piernas intentando encontrar apoyo pero no pudo hacerlo.
Cuando escuchó que preguntabas quién era su jefe, se dio cuenta que siquiera eras parte de la banda o de otro grupo que quería liberar a su capitán. Eso solamente lo espantó más, porque nadie más que la banda sabía de lo que pensaban hacer. Y ahora lo dejabas en claro con esa última serie de preguntas.
— C-carajo... de verdad, tío... ¿quién eres... qué quieres con nosotros? ¿Quieres dinero? Nuestro capitán... puede darte mucho dinero, muchísimo... s-solo tenemos que sacarlo... de la ciudadela, ¿qué dices... quieres... ayudarnos? ¡Te dejo llevarte el crédito! ... V-vamos, viejo... no hagas esto, por favor...
Imploraba con el sudor brotándole por los poros y cayendo por su frente y espalda.
Por lo que lograbas deducir, algún capitán estaba en la ciudadela de Ivansk, y toda esta pólvora era para volarla por los putos aires y así liberarlo. ¿Sería efectivo? Tal vez, pero también sumamente peligroso, por el hecho de que en cualquier momento podría incluso poner en riesgo vidas inocentes e inclusive la de su capitán. De todas maneras, ahora con el plan completamente echado a perder, siquiera tenía razones para luchar. A pesar de estar pidiéndote clemencia, lo único que podías sentir de manera externa era resignación, se estaba dando completamente por vencido, como si ya hubiera aceptado su destino por completo.
Al momento de decidir qué harías, sentirías que un gran grupo se aproximaba entrando en el rango de tu Haki de Observación. Varios de alto poder quizás de tu misma habilidad, y otros cuantos de menor fuerza... a juzgar por lo que sentías, el sentimiento más externo de esta nueva gente era de sospecha, extrañados, inquisitivos... ¿serían guardias de la ciudad, o más de estos sujetos?
— ¡Mierda, la pólvora no! —vociferó. A pesar de no poder moverse, su voz escapaba sin control alguno. Estaba desesperado. Es miedo. Ese miedo primitivo que se anida en el estómago y paraliza las extremidades, que convierte al más curtido de los hombres en un muñeco de trapo incapaz de sostener su propia voluntad. Sabe que ahora mismo no hay nada ni nadie que pudiera ayudarlo. Podría gritar, pero sería en vano y solamente se ganaría una muerte inmediata y probablemente muy dolorosa.
El capataz es ahora mismo prisionero de ese miedo que le inspiras. Su respiración es errática, entrecortada y cada vez que intenta tragar saliva su nuez se desliza por su garganta como si le pasaran una cuchilla filosa invisible. Sus ojos están abiertos al límite y bailan por el sótano pero no buscan una salida... ya no; buscan un milagro.
Su cuerpo permanece rígido, clavado al suelo. Tiene la sensación de que si se moviera un centímetro más las fuerzas que lo mantienen de pie lo abandonarían y caería al suelo como los otros cuerpos que alfombran ese lugar. Sabe que debería estar ahí tirado como los demás, pero no. Su suerte, o condena, es su voluntad. Esa misma que tanto había exhibido frente a sus subordinados ha resultado lo bastante fuerte como para dejarlo despierto, pero no lo bastante como para protegerlo de lo que está sintiendo ahora.
Su mirada recorre el suelo. Sus compañeros yacen desparramados unos sobre otros. Un brazo torcido aquí. Un rostro congelado en una mueca de sorpresa allá. Y entre ellos, un charco de vómito, resultado del impacto del Haki. El capataz se siente parte de ese desastre. Es un sobreviviente, sí, pero lo que ha sobrevivido no lo ha fortalecido... lo ha reducido a una frágil cáscara. Intenta respirar profundo y fracasa. El aire entra con un silbido por su nariz. El hedor es insoportable. Pólvora húmeda, sudor rancio, y un ligero rastro de agua salada que no debería estar allí. Se le revuelve el estómago.
Intenta hablar. Su voz no llega más allá de un hilo quebrado...
— N-no… yo… ¿Quién... quién eres...? —sus palabras se arrastran por el aire, está completamente desesperado, como si estuviera buscando un resquicio de esperanza. No es más que una estrategia, un intento inútil de ganar tiempo pero el miedo hace que su mente actúe sin pensar.
Pero sabe que no encontrará respuesta en esa pregunta, ¿Quién en su sano juicio respondería en una situación así? Tenías toda la ventaja, todas las de ganar. Por fin te miró fijo a los ojos, bajando el ritmo de su corazón e intentando por todos los medios mantener la compostura. Para ti al menos por el momento estaban completamente solos allí. Tus amenazas obviamente no eran vacías, no tendrías testigos si los llegabas a matar así que sería un paseo por el parque si tomabas esa cruel decisión.
De todos modos, el hombre asiente rápidamente con la cabeza mostrando intenciones de responder. Estaba a punto de entrar en pánico, lo escuchabas en su voz.
— Queríamos... q-queríamos volar la ciudadela en Ivansk... para eso... e-era toda la pólvora. ¿Quieres hacerlo tú? ... Vamos, déjame ir, puedes... puedes llevarte la pólvora, usarla cuando se seque... Dios, toda la puta pólvora mojada... ¡MIERDA! —exclamó, fue una reacción visceral de frustración. Incluso enojo si no fuera porque estaba tan espantado por tu presencia, por tu poder, que obviamente era sin lugar a dudas mucho mayor que el suyo. Ya siquiera podía mantenerse de pie porque lo habías agarrado tú, moviendo un poco las piernas intentando encontrar apoyo pero no pudo hacerlo.
Cuando escuchó que preguntabas quién era su jefe, se dio cuenta que siquiera eras parte de la banda o de otro grupo que quería liberar a su capitán. Eso solamente lo espantó más, porque nadie más que la banda sabía de lo que pensaban hacer. Y ahora lo dejabas en claro con esa última serie de preguntas.
— C-carajo... de verdad, tío... ¿quién eres... qué quieres con nosotros? ¿Quieres dinero? Nuestro capitán... puede darte mucho dinero, muchísimo... s-solo tenemos que sacarlo... de la ciudadela, ¿qué dices... quieres... ayudarnos? ¡Te dejo llevarte el crédito! ... V-vamos, viejo... no hagas esto, por favor...
Imploraba con el sudor brotándole por los poros y cayendo por su frente y espalda.
Por lo que lograbas deducir, algún capitán estaba en la ciudadela de Ivansk, y toda esta pólvora era para volarla por los putos aires y así liberarlo. ¿Sería efectivo? Tal vez, pero también sumamente peligroso, por el hecho de que en cualquier momento podría incluso poner en riesgo vidas inocentes e inclusive la de su capitán. De todas maneras, ahora con el plan completamente echado a perder, siquiera tenía razones para luchar. A pesar de estar pidiéndote clemencia, lo único que podías sentir de manera externa era resignación, se estaba dando completamente por vencido, como si ya hubiera aceptado su destino por completo.
Al momento de decidir qué harías, sentirías que un gran grupo se aproximaba entrando en el rango de tu Haki de Observación. Varios de alto poder quizás de tu misma habilidad, y otros cuantos de menor fuerza... a juzgar por lo que sentías, el sentimiento más externo de esta nueva gente era de sospecha, extrañados, inquisitivos... ¿serían guardias de la ciudad, o más de estos sujetos?