
Asradi
Völva
04-03-2025, 01:46 PM
Montfort era un caos de vapor y piedra, de olores entremezclados y ruidos constantes que jamás parecían dar tregua. Las calles serpenteaban como laberintos entre edificios de madera ennegrecida por el humo, y el empedrado húmedo reflejaba los destellos dorados de los faroles que colgaban de las esquinas. Era un lugar de contrastes marcados, de sombras proyectadas sobre quienes apenas podían alzar la vista y de luces que solo iluminaban a unos pocos. Asradi lo comprendía con solo observar. Desde su discreto rincón, apoyada contra la estructura de una librería móvil, dejó que su mirada recorriera la escena ante ella con la paciencia de un depredador.
La fuente de la plaza, que hasta hacía poco solo había estado rodeada por plebeyos ocupados en sus asuntos, ahora era testigo de la llegada de otro noble que desentonaba con el resto del entorno. Ropajes de telas finas, bordados con hilos dorados, caían con elegancia sobre las dos figuras que permanecían ante la fuente con porte regio. No se mezclaban con la multitud; más bien, la multitud se apartaba para darles paso. Eran nobles, eso era evidente. Su sola presencia exigía espacio, como si el aire se hiciera más denso alrededor de ellos, como si su existencia misma fuera incompatible con la de quienes apenas podían permitirse el lujo de detenerse a observar. Asradi se fijó en los pequeños detalles: la forma en que sus manos enguantadas apenas se movían, acostumbradas a no necesitar hacer nada por sí mismas.
Uno de los recién llegados, sin embargo, se separó apenas del grupo y tomó asiento en el borde de la fuente. Su cabello rojizo destacaba como una brasa entre las vestiduras más apagadas de su compañero, y sus ropas, aunque igual de lujosas, parecían haber sido elegidas con más pretensión que las de los demás, al menos desde el punto de vista de la sirena. No miraba a su alrededor con desdén, pero tampoco con empatía. Simplemente observaba, como si la escena no le concerniera del todo, como si fuera un espectador más en una obra de teatro mal ensayada.
Asradi entrecerró los ojos. Aquel lugar no era seguro para alguien como ella. Sabía bien lo que significaba pertenecer a una raza distinta en un mundo dominado por humanos. Sabía lo que era sentirse fuera de lugar, incluso cuando su apariencia le permitía camuflarse entre la multitud. Pero también sabía que, a pesar de todo, siempre había quienes miraban demasiado de cerca, quienes notaban los pequeños detalles que otros ignoraban. Y si alguien de aquel grupo noble tenía la costumbre de prestar atención a lo que ocurría a su alrededor, entonces ella debía ser aún más cuidadosa. Se envolvió un poco más en su capa, fingiendo interés en uno de los libros que acababa de adquirir. Pasó las páginas sin realmente leerlas, permitiendo que las palabras fueran solo un telón de fondo mientras su mente seguía analizando la situación.
Los nobles no solían aventurarse tan lejos de sus distritos sin razón. La plaza de Montfort no era un lugar de recreo para ellos; era un espacio de tránsito, de observación o, en el peor de los casos, de supervisión. ¿Qué los traía aquí? ¿Curiosidad? ¿Negocios? ¿Algo más turbio?
Asradi sintió un escalofrío recorrer su columna, una sensación instintiva de alerta que la hizo apretar la mandíbula. No desvió la mirada de inmediato, pero tampoco la sostuvo por mucho tiempo. No quería llamar la atención. No quería ser encontrada de esa manera, no tan pronto. Pero algo le decía que aquel encuentro, por más fugaz que fuera, no tardaría en tejer su propio destino.
La fuente de la plaza, que hasta hacía poco solo había estado rodeada por plebeyos ocupados en sus asuntos, ahora era testigo de la llegada de otro noble que desentonaba con el resto del entorno. Ropajes de telas finas, bordados con hilos dorados, caían con elegancia sobre las dos figuras que permanecían ante la fuente con porte regio. No se mezclaban con la multitud; más bien, la multitud se apartaba para darles paso. Eran nobles, eso era evidente. Su sola presencia exigía espacio, como si el aire se hiciera más denso alrededor de ellos, como si su existencia misma fuera incompatible con la de quienes apenas podían permitirse el lujo de detenerse a observar. Asradi se fijó en los pequeños detalles: la forma en que sus manos enguantadas apenas se movían, acostumbradas a no necesitar hacer nada por sí mismas.
Uno de los recién llegados, sin embargo, se separó apenas del grupo y tomó asiento en el borde de la fuente. Su cabello rojizo destacaba como una brasa entre las vestiduras más apagadas de su compañero, y sus ropas, aunque igual de lujosas, parecían haber sido elegidas con más pretensión que las de los demás, al menos desde el punto de vista de la sirena. No miraba a su alrededor con desdén, pero tampoco con empatía. Simplemente observaba, como si la escena no le concerniera del todo, como si fuera un espectador más en una obra de teatro mal ensayada.
Asradi entrecerró los ojos. Aquel lugar no era seguro para alguien como ella. Sabía bien lo que significaba pertenecer a una raza distinta en un mundo dominado por humanos. Sabía lo que era sentirse fuera de lugar, incluso cuando su apariencia le permitía camuflarse entre la multitud. Pero también sabía que, a pesar de todo, siempre había quienes miraban demasiado de cerca, quienes notaban los pequeños detalles que otros ignoraban. Y si alguien de aquel grupo noble tenía la costumbre de prestar atención a lo que ocurría a su alrededor, entonces ella debía ser aún más cuidadosa. Se envolvió un poco más en su capa, fingiendo interés en uno de los libros que acababa de adquirir. Pasó las páginas sin realmente leerlas, permitiendo que las palabras fueran solo un telón de fondo mientras su mente seguía analizando la situación.
Los nobles no solían aventurarse tan lejos de sus distritos sin razón. La plaza de Montfort no era un lugar de recreo para ellos; era un espacio de tránsito, de observación o, en el peor de los casos, de supervisión. ¿Qué los traía aquí? ¿Curiosidad? ¿Negocios? ¿Algo más turbio?
Asradi sintió un escalofrío recorrer su columna, una sensación instintiva de alerta que la hizo apretar la mandíbula. No desvió la mirada de inmediato, pero tampoco la sostuvo por mucho tiempo. No quería llamar la atención. No quería ser encontrada de esa manera, no tan pronto. Pero algo le decía que aquel encuentro, por más fugaz que fuera, no tardaría en tejer su propio destino.