Muken
Veritas
13-08-2024, 02:55 AM
Los comercios oscuros no eran meros establecimientos comerciales; eran fortalezas diseñadas para repeler cualquier intrusión. Sus fachadas, de un gris metálico y opaco, reflejaban la luz de tal manera que era imposible distinguir el interior de lo que parecía un espejo gigantesco. Las ventanas, reducidas a estrechas ranuras, estaban recubiertas de un material oscuro y translúcido que permitía la entrada de luz, pero no ofrecía ninguna visión hacia adentro. Las puertas, verdaderas obras de ingeniería, eran de hierro macizo, reforzadas con bandas de metal y cerradas con candados de combinación que solo conocían unos pocos. Para abrirlas, se requería la autorización de un guardia, un individuo corpulento y experimentado en el arte de la violencia. Estos corsarios, como se les conocía, eran mercenarios reclutados de los rincones más oscuros del mundo, hombres acostumbrados a lidiar con situaciones peligrosas y dispuestos a usar la fuerza para proteger sus intereses.
A pesar de las medidas de seguridad, un flujo constante de personas se acercaba a estas fortalezas. Sin embargo, no todos eran bienvenidos. Aquellos que deseaban entrar debían someterse a un ritual de iniciación que garantizaba su lealtad y discreción. Desde la distancia, un observador atento podía notar un patrón en este ritual. Los recién llegados, vestidos con ropas sencillas y sin ningún distintivo que los identificara, se acercaban a la puerta y entregaban un pequeño trozo de papel al guardia. En ese mismo instante, susurraban unas pocas palabras al oído del centinela, como si compartieran un secreto inconfesable. El guardia, tras examinar el papel y escuchar las palabras, asentía con la cabeza y abría la puerta, permitiendo así el paso al visitante.
¿Qué contenían esos trozos de papel? ¿Qué secretos se susurraban al oído de los guardias? Nadie lo sabía con certeza. Algunos decían que eran invitaciones especiales, emitidas por una sociedad secreta que controlaba los comercios oscuros. Otros aseguraban que eran contraseñas cambiantes, diseñadas para evitar la infiltración de espías. Lo cierto es que estos pequeños pedazos de papel eran el sésamo que abría las puertas de un mundo oculto, un mundo lleno de peligros y tentaciones. Más allá de las puertas de los comercios oscuros se extendía un laberinto de pasillos oscuros y habitaciones ocultas. Allí, se llevaban a cabo transacciones ilegales de todo tipo: armas, drogas, arte robado, información confidencial. Los compradores y vendedores eran una mezcla heterogénea de personajes: nobles decadentes, piratas despiadados, espías astutos y criminales comunes.
Los ojos del pirata herido se abrieron de par en par, llenos de un terror indescriptible. Su rostro, contorsionado por el dolor, era una máscara de horror. La patada había sido tan precisa, tan brutal, que por un instante creyó que había sido transportado al infierno. Su compañero, paralizado por el miedo, se quedó inmóvil, observando con horror la escena. La imagen del cuerpo destrozado de su amigo se grabó en su mente, una pesadilla que lo perseguiría hasta el final de sus días. Nunca había visto nada igual, ni siquiera en las batallas más cruentas. Preso del pánico, intentó escapar, pero su cuerpo se movía como el de un títere cuyas cuerdas habían sido cortadas. Chocó contra un pilar de hierro forjado, su cabeza rebotando con un sonido sordo. Cayó al suelo inerte, la vida abandonando lentamente su cuerpo. El sonido de la respiración agitada del pirata herido se mezclaba con el silencio sepulcral que había caído sobre la herrería. Era como si el tiempo se hubiera detenido, dejando a los dos hombres atrapados en un instante de terror absoluto. El aire se llenó de un olor metálico y acre, una mezcla de sudor, miedo y sangre. Las herramientas esparcidas por el suelo, antes instrumentos de creación, ahora parecían testigos mudos de una escena de brutal violencia.
El anciano se levanto lentamente del piso, todavia temblando de miedo al no saber si el muchacho estaba a favor de la justicia o no. Con voz temblorosa -Muchas gracias joven por ayudarme, mi nombre es Kensho. Aunque se que no tengo mucho, pídeme lo que quieras y si esta a mi alcance te ayudare a conseguirlo. -
A pesar de las medidas de seguridad, un flujo constante de personas se acercaba a estas fortalezas. Sin embargo, no todos eran bienvenidos. Aquellos que deseaban entrar debían someterse a un ritual de iniciación que garantizaba su lealtad y discreción. Desde la distancia, un observador atento podía notar un patrón en este ritual. Los recién llegados, vestidos con ropas sencillas y sin ningún distintivo que los identificara, se acercaban a la puerta y entregaban un pequeño trozo de papel al guardia. En ese mismo instante, susurraban unas pocas palabras al oído del centinela, como si compartieran un secreto inconfesable. El guardia, tras examinar el papel y escuchar las palabras, asentía con la cabeza y abría la puerta, permitiendo así el paso al visitante.
¿Qué contenían esos trozos de papel? ¿Qué secretos se susurraban al oído de los guardias? Nadie lo sabía con certeza. Algunos decían que eran invitaciones especiales, emitidas por una sociedad secreta que controlaba los comercios oscuros. Otros aseguraban que eran contraseñas cambiantes, diseñadas para evitar la infiltración de espías. Lo cierto es que estos pequeños pedazos de papel eran el sésamo que abría las puertas de un mundo oculto, un mundo lleno de peligros y tentaciones. Más allá de las puertas de los comercios oscuros se extendía un laberinto de pasillos oscuros y habitaciones ocultas. Allí, se llevaban a cabo transacciones ilegales de todo tipo: armas, drogas, arte robado, información confidencial. Los compradores y vendedores eran una mezcla heterogénea de personajes: nobles decadentes, piratas despiadados, espías astutos y criminales comunes.
Los ojos del pirata herido se abrieron de par en par, llenos de un terror indescriptible. Su rostro, contorsionado por el dolor, era una máscara de horror. La patada había sido tan precisa, tan brutal, que por un instante creyó que había sido transportado al infierno. Su compañero, paralizado por el miedo, se quedó inmóvil, observando con horror la escena. La imagen del cuerpo destrozado de su amigo se grabó en su mente, una pesadilla que lo perseguiría hasta el final de sus días. Nunca había visto nada igual, ni siquiera en las batallas más cruentas. Preso del pánico, intentó escapar, pero su cuerpo se movía como el de un títere cuyas cuerdas habían sido cortadas. Chocó contra un pilar de hierro forjado, su cabeza rebotando con un sonido sordo. Cayó al suelo inerte, la vida abandonando lentamente su cuerpo. El sonido de la respiración agitada del pirata herido se mezclaba con el silencio sepulcral que había caído sobre la herrería. Era como si el tiempo se hubiera detenido, dejando a los dos hombres atrapados en un instante de terror absoluto. El aire se llenó de un olor metálico y acre, una mezcla de sudor, miedo y sangre. Las herramientas esparcidas por el suelo, antes instrumentos de creación, ahora parecían testigos mudos de una escena de brutal violencia.
El anciano se levanto lentamente del piso, todavia temblando de miedo al no saber si el muchacho estaba a favor de la justicia o no. Con voz temblorosa -Muchas gracias joven por ayudarme, mi nombre es Kensho. Aunque se que no tengo mucho, pídeme lo que quieras y si esta a mi alcance te ayudare a conseguirlo. -