Ray
Kuroi Ya
13-08-2024, 10:31 AM
Situado en el tejado sobre la barca, Ray mantuvo el más absoluto silencio y aguzó el oído cuanto fue capaz. Permaneció allí unos minutos pacientemente, pero no consiguió escuchar nada. El sonido del mar, que en cualquier otra circunstancia le habría resultado relajante, casi como una nana que arrullaba con su regular vaivén a quien se detuviera a escucharla, impedía discernir si había algún otro sonido. Tenía que acercarse más si quería cerciorarse bien de que allí no estaba pasando nada.
Dada la altura de los tejados descender en su forma humana resultaba extremadamente complicado y peligroso, por lo que adoptó su forma híbrida y, convertido en una mezcla entre hombre y zángano, comenzó a mover sus alas lo más sigilosamente que fue capaz para descender. Se posó sobre uno de los salientes situados a los lados de la puerta. Una rampa de escasa pendiente se adentraba desde el mar hasta el interior del edificio por dicha entrada, que estaba abierta.
Aquello mosqueó considerablemente al peliblanco, pues lo lógico hubiera sido pensar que esa entrada permanecería cerrada durante la noche, igual que las demás. Aguzó el oído nuevamente, escuchando esta vez un sonido repetitivo, rítmico, que llamó su atención. Tenía un tono metálico, como si dos objetos hechos de metal estuvieran chocando una y otra vez el uno contra el otro. Desde luego algo estaba sucediendo allí dentro. Tenía que averiguar qué era lo que estaba pasando.
- Voy a entrar. - Avisó a sus compañeros mediante su Den Den Mushi. - Una de las puertas de entrada desde el mar está abierta y se oyen unos ruidos metálicos dentro, algo no me gusta.
Aún en su forma híbrida comenzó a caminar hacia el interior. Buscó el amparo de la oscuridad, ocultarse en las zonas menos iluminadas. Manteniendo siempre una postura en alerta, semiagachado para bajar su centro de gravedad y disminuir su tiempo de respuesta. El color negro de su cuerpo de abeja se fundía mejor con la noche que el blanco del uniforme de la Marina, y sus antenas le aportaban una gran ventaja a la hora de detectar señales de intrusos. No sabía describir muy bien cómo hacían su función estos órganos, pero combinando varios sentidos actuaban como una especie de radar. Eran capaces de detectar cambios en el aire que el peliblanco podía interpretar como movimiento y vibración. También podía detectar sutiles cambios en la composición del aire, como por ejemplo en su humedad o la cantidad de dióxido de carbono presente en él, o en su velocidad y dirección.
Preparado para actuar ante cualquier eventualidad y con todos sus sentidos tanto humanos como de abeja en alerta, el joven se adentró hacia lo desconocido. ¿Qué encontraría allí dentro?
Dada la altura de los tejados descender en su forma humana resultaba extremadamente complicado y peligroso, por lo que adoptó su forma híbrida y, convertido en una mezcla entre hombre y zángano, comenzó a mover sus alas lo más sigilosamente que fue capaz para descender. Se posó sobre uno de los salientes situados a los lados de la puerta. Una rampa de escasa pendiente se adentraba desde el mar hasta el interior del edificio por dicha entrada, que estaba abierta.
Aquello mosqueó considerablemente al peliblanco, pues lo lógico hubiera sido pensar que esa entrada permanecería cerrada durante la noche, igual que las demás. Aguzó el oído nuevamente, escuchando esta vez un sonido repetitivo, rítmico, que llamó su atención. Tenía un tono metálico, como si dos objetos hechos de metal estuvieran chocando una y otra vez el uno contra el otro. Desde luego algo estaba sucediendo allí dentro. Tenía que averiguar qué era lo que estaba pasando.
- Voy a entrar. - Avisó a sus compañeros mediante su Den Den Mushi. - Una de las puertas de entrada desde el mar está abierta y se oyen unos ruidos metálicos dentro, algo no me gusta.
Aún en su forma híbrida comenzó a caminar hacia el interior. Buscó el amparo de la oscuridad, ocultarse en las zonas menos iluminadas. Manteniendo siempre una postura en alerta, semiagachado para bajar su centro de gravedad y disminuir su tiempo de respuesta. El color negro de su cuerpo de abeja se fundía mejor con la noche que el blanco del uniforme de la Marina, y sus antenas le aportaban una gran ventaja a la hora de detectar señales de intrusos. No sabía describir muy bien cómo hacían su función estos órganos, pero combinando varios sentidos actuaban como una especie de radar. Eran capaces de detectar cambios en el aire que el peliblanco podía interpretar como movimiento y vibración. También podía detectar sutiles cambios en la composición del aire, como por ejemplo en su humedad o la cantidad de dióxido de carbono presente en él, o en su velocidad y dirección.
Preparado para actuar ante cualquier eventualidad y con todos sus sentidos tanto humanos como de abeja en alerta, el joven se adentró hacia lo desconocido. ¿Qué encontraría allí dentro?