Takahiro
La saeta verde
13-08-2024, 03:24 PM
El peliverde podía notar cierta tensión cada vez que le dirigía la palabra o alguna mirada a la grandullona de deslumbrante cornamenta. Era consciente de que no le había caído bien, pero así solía ser con él, o le caías estupendamente o le caías como el culo. Y, en este caso, había sido lo último. Cabía la posibilidad de que la recluta fuera una amargada con pocos amigos, después de todo si era la recadera personal de la capitana, era probable que estuviera más tiempo haciendo recados que construyendo relaciones con sus compañeros. «Quizá después con un buen trago nos hagamos amigos», pensó el marine.
Pese a todo, la respuesta de la morena coincidía con sus propias deducciones. Aunque la marina fuera quien tuviera potestad dentro de la isla, al ser el núcleo urbano más cercano entre la entrada al Grand Line y el Mar del Este, era normal que hubiera barrios que eran una zona sin ley. Eso no le gustaba al peliverde, que veía la lucha contra la piratería entre un pulso entre lo que estaba bien y lo que —teóricamente— estaba mal. Prostitución, criminalidad, intercambios turbios de bienes y servicios ilícitos… Todo aquello que hacía que la sociedad fuera decadente, lo que había terminado con su familia.
«Pienso acabar con la criminalidad de esta isla»
El marine apretó el puño, absorto en sus pensamientos, cuando un marine se acercó a ellos. El tour por el cuartel había terminado e iban a dirigirse al puerto a recoger a otro nuevo recluta. ¿Entraría en su escuadrón? Era una posibilidad, ya que todos los nuevos parecían entrar al equipo de la capitana Montpellier. Sin embargo, esperaba que no se tratara de otro marine con un palo metido por la cavidad anal.
De camino al puerto por las calles de Loguetown, Ray disimuladamente les preguntó sobre el linaje étnico de la recluta. La respuesta de Atlas le hizo mucha gracia, haciendo que no pudiera evitar soltar una pequeña carcajada.
—No creo que se refiera a eso Atlas —comentó, sonriente—. Si os soy sincero…, en persona jamás he visto a alguien con sus características —le respondió en voz baja—. Mi abuelo era un fanático sobre las leyendas y los mitos de distintas islas. Cuando era niño me contaba historias protagonizadas por distintos tipos de de razas, desde personitas del tamaño de un hada que habitan el grand line, hasta seres descendiente de los mismos demonios del infierno con cuernos o seres humanos con alas en la espalda —le dijo—. Yo creo siempre hay algo de verdad dentro de los mitos que llegan a nuestros días, pero a saber.
El viaje continuó por el callejero de la ciudad, que resultó más aburrido de lo que hubiera esperado. No había muchos lugares de interés, además de los que había visto ya. Le interesaba mucho más las zonas que tenían prohibidas que las otras.
—Tomo nota —le dijo a Atlas—. Cerca de aquí también hay una taberna muy pequeña frecuentada por gentuza —comentó, recordando la reyerta que tuvo con el piratuelo de poca monta que pudo capturar—. Tampoco es muy recomendable si vas vestido como un marine—. Dime, Ray, ¿has tenido algún infortunio por la ciudad o somos solo nosotros dos los desafortunados?
Pese a todo, la respuesta de la morena coincidía con sus propias deducciones. Aunque la marina fuera quien tuviera potestad dentro de la isla, al ser el núcleo urbano más cercano entre la entrada al Grand Line y el Mar del Este, era normal que hubiera barrios que eran una zona sin ley. Eso no le gustaba al peliverde, que veía la lucha contra la piratería entre un pulso entre lo que estaba bien y lo que —teóricamente— estaba mal. Prostitución, criminalidad, intercambios turbios de bienes y servicios ilícitos… Todo aquello que hacía que la sociedad fuera decadente, lo que había terminado con su familia.
«Pienso acabar con la criminalidad de esta isla»
El marine apretó el puño, absorto en sus pensamientos, cuando un marine se acercó a ellos. El tour por el cuartel había terminado e iban a dirigirse al puerto a recoger a otro nuevo recluta. ¿Entraría en su escuadrón? Era una posibilidad, ya que todos los nuevos parecían entrar al equipo de la capitana Montpellier. Sin embargo, esperaba que no se tratara de otro marine con un palo metido por la cavidad anal.
De camino al puerto por las calles de Loguetown, Ray disimuladamente les preguntó sobre el linaje étnico de la recluta. La respuesta de Atlas le hizo mucha gracia, haciendo que no pudiera evitar soltar una pequeña carcajada.
—No creo que se refiera a eso Atlas —comentó, sonriente—. Si os soy sincero…, en persona jamás he visto a alguien con sus características —le respondió en voz baja—. Mi abuelo era un fanático sobre las leyendas y los mitos de distintas islas. Cuando era niño me contaba historias protagonizadas por distintos tipos de de razas, desde personitas del tamaño de un hada que habitan el grand line, hasta seres descendiente de los mismos demonios del infierno con cuernos o seres humanos con alas en la espalda —le dijo—. Yo creo siempre hay algo de verdad dentro de los mitos que llegan a nuestros días, pero a saber.
El viaje continuó por el callejero de la ciudad, que resultó más aburrido de lo que hubiera esperado. No había muchos lugares de interés, además de los que había visto ya. Le interesaba mucho más las zonas que tenían prohibidas que las otras.
—Tomo nota —le dijo a Atlas—. Cerca de aquí también hay una taberna muy pequeña frecuentada por gentuza —comentó, recordando la reyerta que tuvo con el piratuelo de poca monta que pudo capturar—. Tampoco es muy recomendable si vas vestido como un marine—. Dime, Ray, ¿has tenido algún infortunio por la ciudad o somos solo nosotros dos los desafortunados?