Terence Blackmore
Enigma del East Blue
14-08-2024, 02:09 AM
Don Brum observaba la escena desde su posición elevada, su rostro impenetrable como una máscara de mármol. El mafioso orondo, con su corpulenta figura envuelta en un traje caro que apenas contenía su abundancia, mantenía una expresión serena mientras sus ojos calculadores seguían cada movimiento de Tenji.
El joven ciego se desplazaba con una seguridad desconcertante, su bastón tocando el suelo con precisión mientras esquivaba los restos destrozados del ring. Había algo en Tenji que captaba la atención de Brum: una mezcla de audacia y despreocupación que desafiaba la brutalidad del entorno. A pesar de la fatiga evidente en sus movimientos, Tenji caminaba con la cabeza alta, como si el peligro y el dolor no fueran más que simples obstáculos en su camino.
Mientras el ciego avanzaba y ascendía las escaleras que lo llevaban hacia él, Brum no podía evitar una sonrisa ligera, casi imperceptible, que se asomaba en las comisuras de sus labios. Había algo fascinante en ese muchacho, algo que iba más allá de sus habilidades físicas. Su ceguera, lejos de ser una desventaja, parecía otorgarle una especie de ventaja mística en la arena. El orondo hombre reconocía en él a un luchador digno de algo más que peleas clandestinas.
Cuando Tenji llegó hasta él, sin rastro de la bandana que usualmente cubría sus ojos, Brum pudo ver claramente los globos oculares vacíos, sin vida, que miraban hacia ninguna parte y hacia todas a la vez. Fue un recordatorio visual de que este joven no era un oponente común; había algo profundo y casi sobrenatural en su presencia.
El mafioso escuchó con atención lo que el principe ciego decía, pero su mente ya había tomado una decisión. Este chico tenía potencial, más del que probablemente él mismo imaginaba. El hecho de que hubiera derrotado a Carlotta, una gladiadora curtida, a pesar de su estado maltrecho y las drogas, no hacía sino confirmar lo que Brum había estado sospechando desde el principio: el novato era un diamante en bruto.
Brum asintió lentamente, sus ojos entrecerrados, evaluando cada palabra del joven. La despreocupación de Tenji, su energía aparentemente inagotable y su disposición a regresar al coliseo, si la oportunidad se presentaba, le hablaban de un luchador que no solo tenía talento, sino también una ambición oculta.
—Interesante... —murmuró Brum para sí mismo, su voz apenas audible sobre el murmullo del público que comenzaba a reanimarse. Finalmente, dio un paso al frente, su figura imponente proyectando una sombra larga sobre Tenji.
—Has demostrado algo hoy, muchacho —dijo Brum, su voz grave resonando en el espacio entre ellos—. No es solo la habilidad lo que te hace fuerte, sino tu actitud. Este lugar... es solo el principio. Si estás dispuesto, te abriré las puertas a un mundo más grande, a peleas donde los profesionales de verdad se miden, donde la gloria y las recompensas son mayores, pero también lo son los riesgos—finalizó exhalando una bocanada de humo previamente tomado en la pausa mediante un cigarrillo, proyectando dicha nube sobre ambos luchadores.
Brum dejó que sus palabras se asentaran por un momento antes de continuar.
—Piensa en ello, Tenji. Esto no es una invitación para cualquiera. Los combates que te ofrezco no son para los débiles de corazón, pero creo que tú tienes lo necesario para enfrentarlos. Ya sabes dónde encontrarme cuando decidas dar el siguiente paso— comentó con una voz carismática, llena de malas intenciones veladas.
Con esas palabras, Don Brum selló la oferta, consciente de que un luchador como Tenji no dejaría pasar la oportunidad de probarse en el terreno de los profesionales. Y mientras el joven se alejaba, Brum ya estaba planeando cómo convertir a este diamante en bruto en una de sus mayores atracciones.
Dejó que ambos, guerrera y guerrero, se marcharan en paz como símbolo de buena fe, aunque sus anhelos eran mucho más grandes...
En la penumbra del despacho, Don Brum se mantenía en silencio, atento a cada movimiento del hombre frente a él.
Singed, el científico desgarbado y siniestro, revisaba los frascos de sustancias químicas que tenía en su poder.
Su mirada, llena de resentimiento y obsesión, dejaba claro que su motivación iba mucho más allá de simples experimentos. Para él, cada fórmula era un paso más hacia su venganza contra el Rey.
Brum sabía que trabajaba para un hombre peligroso, pero también entendía que su propio futuro dependía del éxito del científico.
Tenji, el joven ciego que había mostrado un potencial inusual en la arena, podía ser clave en el futuro de la experimentación de su patrón, ya que se había mostrado desafiante para alguien de la magnitud de su combatiente con la última versión del fármaco.
Singed estaba obsesionado con perfeccionar su droga, aquella que prometía transformar a simples gladiadores en criaturas temibles. Pero Brum sabía que no era solo por los combates; el verdadero objetivo de Singed era destruir a Eulalio, quien alguna vez le había arrebatado todo. El coliseo no era más que un campo de pruebas, un lugar donde Singed podía afilar sus herramientas de venganza, pero de ser consumada, se convertiría en el epicentro del ocio de todo el reino.
El joven ciego se desplazaba con una seguridad desconcertante, su bastón tocando el suelo con precisión mientras esquivaba los restos destrozados del ring. Había algo en Tenji que captaba la atención de Brum: una mezcla de audacia y despreocupación que desafiaba la brutalidad del entorno. A pesar de la fatiga evidente en sus movimientos, Tenji caminaba con la cabeza alta, como si el peligro y el dolor no fueran más que simples obstáculos en su camino.
Mientras el ciego avanzaba y ascendía las escaleras que lo llevaban hacia él, Brum no podía evitar una sonrisa ligera, casi imperceptible, que se asomaba en las comisuras de sus labios. Había algo fascinante en ese muchacho, algo que iba más allá de sus habilidades físicas. Su ceguera, lejos de ser una desventaja, parecía otorgarle una especie de ventaja mística en la arena. El orondo hombre reconocía en él a un luchador digno de algo más que peleas clandestinas.
Cuando Tenji llegó hasta él, sin rastro de la bandana que usualmente cubría sus ojos, Brum pudo ver claramente los globos oculares vacíos, sin vida, que miraban hacia ninguna parte y hacia todas a la vez. Fue un recordatorio visual de que este joven no era un oponente común; había algo profundo y casi sobrenatural en su presencia.
El mafioso escuchó con atención lo que el principe ciego decía, pero su mente ya había tomado una decisión. Este chico tenía potencial, más del que probablemente él mismo imaginaba. El hecho de que hubiera derrotado a Carlotta, una gladiadora curtida, a pesar de su estado maltrecho y las drogas, no hacía sino confirmar lo que Brum había estado sospechando desde el principio: el novato era un diamante en bruto.
Brum asintió lentamente, sus ojos entrecerrados, evaluando cada palabra del joven. La despreocupación de Tenji, su energía aparentemente inagotable y su disposición a regresar al coliseo, si la oportunidad se presentaba, le hablaban de un luchador que no solo tenía talento, sino también una ambición oculta.
—Interesante... —murmuró Brum para sí mismo, su voz apenas audible sobre el murmullo del público que comenzaba a reanimarse. Finalmente, dio un paso al frente, su figura imponente proyectando una sombra larga sobre Tenji.
—Has demostrado algo hoy, muchacho —dijo Brum, su voz grave resonando en el espacio entre ellos—. No es solo la habilidad lo que te hace fuerte, sino tu actitud. Este lugar... es solo el principio. Si estás dispuesto, te abriré las puertas a un mundo más grande, a peleas donde los profesionales de verdad se miden, donde la gloria y las recompensas son mayores, pero también lo son los riesgos—finalizó exhalando una bocanada de humo previamente tomado en la pausa mediante un cigarrillo, proyectando dicha nube sobre ambos luchadores.
Brum dejó que sus palabras se asentaran por un momento antes de continuar.
—Piensa en ello, Tenji. Esto no es una invitación para cualquiera. Los combates que te ofrezco no son para los débiles de corazón, pero creo que tú tienes lo necesario para enfrentarlos. Ya sabes dónde encontrarme cuando decidas dar el siguiente paso— comentó con una voz carismática, llena de malas intenciones veladas.
Con esas palabras, Don Brum selló la oferta, consciente de que un luchador como Tenji no dejaría pasar la oportunidad de probarse en el terreno de los profesionales. Y mientras el joven se alejaba, Brum ya estaba planeando cómo convertir a este diamante en bruto en una de sus mayores atracciones.
Dejó que ambos, guerrera y guerrero, se marcharan en paz como símbolo de buena fe, aunque sus anhelos eran mucho más grandes...
Horas más tarde
En la penumbra del despacho, Don Brum se mantenía en silencio, atento a cada movimiento del hombre frente a él.
Singed, el científico desgarbado y siniestro, revisaba los frascos de sustancias químicas que tenía en su poder.
Su mirada, llena de resentimiento y obsesión, dejaba claro que su motivación iba mucho más allá de simples experimentos. Para él, cada fórmula era un paso más hacia su venganza contra el Rey.
Brum sabía que trabajaba para un hombre peligroso, pero también entendía que su propio futuro dependía del éxito del científico.
Tenji, el joven ciego que había mostrado un potencial inusual en la arena, podía ser clave en el futuro de la experimentación de su patrón, ya que se había mostrado desafiante para alguien de la magnitud de su combatiente con la última versión del fármaco.
Singed estaba obsesionado con perfeccionar su droga, aquella que prometía transformar a simples gladiadores en criaturas temibles. Pero Brum sabía que no era solo por los combates; el verdadero objetivo de Singed era destruir a Eulalio, quien alguna vez le había arrebatado todo. El coliseo no era más que un campo de pruebas, un lugar donde Singed podía afilar sus herramientas de venganza, pero de ser consumada, se convertiría en el epicentro del ocio de todo el reino.