Octojin
El terror blanco
14-08-2024, 10:02 AM
El viento seguía rugiendo con fuerza, sacudiendo los puentes colgantes y las velas rotas del barco mercante. El gyojin oyó un grito procedente de una especie de pájaro negro. Se frotó los ojos y volvió a mirar alrededor, esperando algún tipo de respuesta a aquello que ocurría. El silencio que siguió, roto solo por el constante silbido del viento y el sonido de las cascadas que caían en el abismo, hizo que una sensación de inquietud comenzara a crecer en su interior.
Mientras tanto, en la parte alta de la cubierta del barco, el tiburón notó algo que antes había pasado por alto: una pequeña bolsa de cuero atada a su cintura. La sorpresa detuvo sus pensamientos en seco, y por un momento, se preguntó cómo no había percibido su presencia antes.
Con manos firmes pero llenas de curiosidad, Octojin desató la cuerda que aseguraba la bolsa y la abrió lentamente. Dentro, una mezcla de colores vibrantes captó su atención: varios frutos rojos, pequeños y brillantes, se apretaban entre sí, emitiendo un aroma dulce y tentador. Pero lo que más llamó su atención fue una ficha del tamaño de una moneda, oculta entre los frutos. Era de un material extraño, duro y pulido, con símbolos grabados que no pudo identificar a simple vista.
Sin pensar demasiado, Octojin tomó uno de los frutos y lo probó. El sabor explotó en su boca, una mezcla de dulzura y acidez que despertó sus sentidos. Por un momento, todo lo demás quedó en segundo plano; el sabor era tan exquisito que cualquier pensamiento sobre los peligros de su situación se desvaneció. Los frutos, pequeños pero jugosos, lo llenaron de una sensación de euforia inesperada.
Uno tras otro, comenzó a devorar los frutos, con un ansia que crecía con cada bocado. Cada vez que su mano volvía a la bolsa, su necesidad de probar más se intensificaba, hasta que no quedó ninguno más que la extraña ficha. Su mente, nublada por el placer de los sabores, apenas registró la diferencia cuando se llevó la ficha a la boca, pensando que era otro fruto.
El objeto duro chocó contra sus dientes, y Octojin sintió un golpe de realidad. El sabor metálico y extraño lo sobresaltó, pero antes de que pudiera detenerse, ya había tragado la ficha. Sus ojos se abrieron de par en par cuando sintió cómo el objeto bajaba por su garganta, casi atascándose en el proceso. Un espasmo involuntario lo sacudió, y por un momento, pensó que se iba a atragantar.
Con un esfuerzo, tosió violentamente, pero la ficha finalmente pasó, dejando una sensación áspera y una molestia en su garganta. Octojin se quedó quieto, respirando con dificultad, mientras la sensación de euforia se desvanecía, reemplazada por una mezcla de vergüenza y alivio.
“¿Qué demonios acabo de hacer?” se preguntó en voz alta, llevándose una mano a la garganta y mirando la ahora vacía bolsa con un sentimiento de arrepentimiento.
Desde su posición, pudo ver claramente cómo un ser era evidentemente afectado por la ráfaga, siendo arrojado contra la madera del barco. La sorpresa inicial de Octojin al ver a alguien más en ese extraño lugar fue rápidamente reemplazada por una cautelosa curiosidad.
¿Quién era ese ser? ¿Había llegado allí por su cuenta, o era también una víctima de las extrañas fuerzas que gobernaban Las Cumbres del Destierro? Las preguntas se agolpaban en la mente de Octojin, pero sabía que no podía simplemente bajar y confrontar al hombre sin más. Ese lugar, con su atmósfera surrealista y desconcertante, podía jugar trucos con la mente. Era mejor observar, evaluar y actuar con precaución.
La embarcación mercante, aunque deteriorada por el tiempo y la exposición a los elementos, parecía aún en condiciones de mantenerse sobre la isla. Sin embargo, su proximidad al borde del abismo hacía que cada balanceo del barco sobre la cornisa pareciera un peligroso juego con la gravedad.
De repente, una nueva ráfaga sacudió la escena, solo que esta vez fue mucho más potente que la anterior. El tiburón intentó agarrarse a cada trozo de madera que veía, sin embargo, no fue suficiente. Salió despedido con la poca fortuna de golpearse contra el mástil del barco, el cual frenó su velocidad, haciendo que cayese al suelo y diese un par de vueltas. Se incorporó lo suficientemente rápido para ver cómo el mástil caía lentamente hacia la parte derecha del barco. Tan lento que parecía que nunca ocurriría. Tras un sonoro estruendo, fruto de la caída del mástil que se destrozó en mil pedazos, el habitante del mar caminó hacia la dirección en la que se encontraba anteriormente a la par que se crujía la espalda. Había sido un duro golpe, pero aquello no le iba a parar.
—Hola, hola, hola... —repitió en voz alta, con un tono que oscilaba entre la burla y la ansiedad—. ¿Acaso hay alguien por aquí, o estoy hablando con fantasmas?
La pregunta resonó en la bruma. Se frotó la frente, tratando de despejar su mente, cuando de repente sintió que algo lo observaba. Giró rápidamente, buscando la fuente de esa sensación. Nada en particular llamó su atención, pero el sentimiento persistió, haciendo que una gota de sudor le resbalara por la sien.
Finalmente, Octojin decidió actuar. Con un movimiento silencioso, se deslizó por la escalera que descendía desde la cubierta superior hasta el nivel donde parecía que se encontraba aquella voz. Cada paso estaba calculado para no hacer ruido, pero una tabla suelta crujió bajo su peso, alertando a aquello que fuera que hablaba de su presencia.
—Vaya, parece que no estoy solo después de todo —comentó con una fingida media sonrisa, tratando de mantener la calma—. ¿Tú también estás atrapado en este sitio loco?
Lo cierto era que desconocía las intenciones de aquel ser. Pero al menos no era un humano. O al menos no uno normal. Le miró de arriba a abajo e intentó descifrar cuáles eran sus intenciones. Aunque aquello no era su especialidad. Lo que sí tenía claro es que aquel pájaro negro no le caía nada bien. Le miró fijamente intentando entender cómo era posible que aquel animal pudiese hablar. Su mirada era casi un duelo, esperando que soltase algo por aquel pico, que, por otro lado, no parecía muy sofisticado.
Mientras tanto, en la parte alta de la cubierta del barco, el tiburón notó algo que antes había pasado por alto: una pequeña bolsa de cuero atada a su cintura. La sorpresa detuvo sus pensamientos en seco, y por un momento, se preguntó cómo no había percibido su presencia antes.
Con manos firmes pero llenas de curiosidad, Octojin desató la cuerda que aseguraba la bolsa y la abrió lentamente. Dentro, una mezcla de colores vibrantes captó su atención: varios frutos rojos, pequeños y brillantes, se apretaban entre sí, emitiendo un aroma dulce y tentador. Pero lo que más llamó su atención fue una ficha del tamaño de una moneda, oculta entre los frutos. Era de un material extraño, duro y pulido, con símbolos grabados que no pudo identificar a simple vista.
Sin pensar demasiado, Octojin tomó uno de los frutos y lo probó. El sabor explotó en su boca, una mezcla de dulzura y acidez que despertó sus sentidos. Por un momento, todo lo demás quedó en segundo plano; el sabor era tan exquisito que cualquier pensamiento sobre los peligros de su situación se desvaneció. Los frutos, pequeños pero jugosos, lo llenaron de una sensación de euforia inesperada.
Uno tras otro, comenzó a devorar los frutos, con un ansia que crecía con cada bocado. Cada vez que su mano volvía a la bolsa, su necesidad de probar más se intensificaba, hasta que no quedó ninguno más que la extraña ficha. Su mente, nublada por el placer de los sabores, apenas registró la diferencia cuando se llevó la ficha a la boca, pensando que era otro fruto.
El objeto duro chocó contra sus dientes, y Octojin sintió un golpe de realidad. El sabor metálico y extraño lo sobresaltó, pero antes de que pudiera detenerse, ya había tragado la ficha. Sus ojos se abrieron de par en par cuando sintió cómo el objeto bajaba por su garganta, casi atascándose en el proceso. Un espasmo involuntario lo sacudió, y por un momento, pensó que se iba a atragantar.
Con un esfuerzo, tosió violentamente, pero la ficha finalmente pasó, dejando una sensación áspera y una molestia en su garganta. Octojin se quedó quieto, respirando con dificultad, mientras la sensación de euforia se desvanecía, reemplazada por una mezcla de vergüenza y alivio.
“¿Qué demonios acabo de hacer?” se preguntó en voz alta, llevándose una mano a la garganta y mirando la ahora vacía bolsa con un sentimiento de arrepentimiento.
Desde su posición, pudo ver claramente cómo un ser era evidentemente afectado por la ráfaga, siendo arrojado contra la madera del barco. La sorpresa inicial de Octojin al ver a alguien más en ese extraño lugar fue rápidamente reemplazada por una cautelosa curiosidad.
¿Quién era ese ser? ¿Había llegado allí por su cuenta, o era también una víctima de las extrañas fuerzas que gobernaban Las Cumbres del Destierro? Las preguntas se agolpaban en la mente de Octojin, pero sabía que no podía simplemente bajar y confrontar al hombre sin más. Ese lugar, con su atmósfera surrealista y desconcertante, podía jugar trucos con la mente. Era mejor observar, evaluar y actuar con precaución.
La embarcación mercante, aunque deteriorada por el tiempo y la exposición a los elementos, parecía aún en condiciones de mantenerse sobre la isla. Sin embargo, su proximidad al borde del abismo hacía que cada balanceo del barco sobre la cornisa pareciera un peligroso juego con la gravedad.
De repente, una nueva ráfaga sacudió la escena, solo que esta vez fue mucho más potente que la anterior. El tiburón intentó agarrarse a cada trozo de madera que veía, sin embargo, no fue suficiente. Salió despedido con la poca fortuna de golpearse contra el mástil del barco, el cual frenó su velocidad, haciendo que cayese al suelo y diese un par de vueltas. Se incorporó lo suficientemente rápido para ver cómo el mástil caía lentamente hacia la parte derecha del barco. Tan lento que parecía que nunca ocurriría. Tras un sonoro estruendo, fruto de la caída del mástil que se destrozó en mil pedazos, el habitante del mar caminó hacia la dirección en la que se encontraba anteriormente a la par que se crujía la espalda. Había sido un duro golpe, pero aquello no le iba a parar.
—Hola, hola, hola... —repitió en voz alta, con un tono que oscilaba entre la burla y la ansiedad—. ¿Acaso hay alguien por aquí, o estoy hablando con fantasmas?
La pregunta resonó en la bruma. Se frotó la frente, tratando de despejar su mente, cuando de repente sintió que algo lo observaba. Giró rápidamente, buscando la fuente de esa sensación. Nada en particular llamó su atención, pero el sentimiento persistió, haciendo que una gota de sudor le resbalara por la sien.
Finalmente, Octojin decidió actuar. Con un movimiento silencioso, se deslizó por la escalera que descendía desde la cubierta superior hasta el nivel donde parecía que se encontraba aquella voz. Cada paso estaba calculado para no hacer ruido, pero una tabla suelta crujió bajo su peso, alertando a aquello que fuera que hablaba de su presencia.
—Vaya, parece que no estoy solo después de todo —comentó con una fingida media sonrisa, tratando de mantener la calma—. ¿Tú también estás atrapado en este sitio loco?
Lo cierto era que desconocía las intenciones de aquel ser. Pero al menos no era un humano. O al menos no uno normal. Le miró de arriba a abajo e intentó descifrar cuáles eran sus intenciones. Aunque aquello no era su especialidad. Lo que sí tenía claro es que aquel pájaro negro no le caía nada bien. Le miró fijamente intentando entender cómo era posible que aquel animal pudiese hablar. Su mirada era casi un duelo, esperando que soltase algo por aquel pico, que, por otro lado, no parecía muy sofisticado.