Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
14-08-2024, 06:24 PM
(Última modificación: 14-08-2024, 06:55 PM por Camille Montpellier.)
En parte agradeció el gesto de Ray, pero dudaba que fuera a ser suficiente alivio como para quitarse el pequeño rebote que se había pillado. No es que tuviera problemas en cumplir las órdenes que se le asignaban, pero la capitana tenía una capacidad casi innata para ensamblar una tarea con otra hasta que, al final, terminabas con una única labor que englobaba muchas otras más pequeñas. En este caso, su pequeño paseo turístico se había convertido también en una recepción para el marine sureño, y aún quedaba día suficiente como para que le encasquetasen alguna cosa más.
Dirigió al grupo más allá de la entrada del G-31, deambulando por el camino que bajaba hasta la urbe y dirigiéndose desde allí hacia el puerto. Durante el trayecto explicaría algún que otro detalle, pero nada de lo que hubiera cerca del cuartel era realmente interesante. Lo más llamativo que señalo fueron la herrería que se encontraba a los pies de la base y un pequeño mercado frecuentado por los marines que vivían allí. Para ella, lo interesante siempre había estado en las afueras y en los barrios más humildes; entre los puestos de los mercadillos y las callejuelas lúgubres que conducían hasta tabernas de dudosa reputación, pero donde se contaban las mejores historias para compensar la escasa calidez de la comida.
Durante el trayecto no prestó especial atención a la conversación que mantenían: desde un primer momento había quedado claro que el trío se conocía de antes y que habían hecho buenas migas, de modo que respetó en la medida de lo posible la privacidad de su conversación y no le dio mayor importancia. Puede que incluso se adelantase un metro más para dejarles su espacio, así que difícilmente podía imaginar la oni que el tema de conversación los incumbía a ella y a sus rojizos cuernos. Ajena a todo esto siguió guiándoles, y no dejó de prestar atención al recorrido hasta que uno de ellos comentó en voz alta al respecto de una taberna que acababan de cruzar.
Camille desvió la mirada hacia el cartel que exhibía aquel trébol rojo, esbozando una pequeña sonrisa para reírse poco después.
—Me da que no os podréis librar del todo de ese sitio —les dijo, ladeando la cabeza para mirarles de reojo—. Aunque está en pleno centro, el Trébol de Otoño es un antro en el que siempre hay algún jaleo. Eso sí, lo pisaréis más estando de servicio que por ocio... salvo que os vaya la marcha, claro.
Se encogió de hombros con aquella última frase, volviendo su atención al frente. El anterior dueño de aquel local había muerto cuando ella era poco más que una adolescente, heredándolo su hijo. En tan solo un par de años convirtió uno de los negocios más reputados de Loguetown en un bareto de mala muerte, lo suficientemente céntrico como para alejar a la chusma más peligrosa, pero no a los borrachos ni a los fulleros con algo de poder adquisitivo.
Al fin llegaron al puerto y, una vez allí, no pudo sino dibujar una mueca en su gesto ante la pregunta de Atlas.
—No, para variar la información que tenemos es escasa —comentó algo hastiada—. De todos modos, no deberían haber llegado muchos barcos del South Blue hoy, por no decir que seguramente sea el único. Tiraremos de ahí.
Iba a ponerse a caminar pero, para su sorpresa, no iban a tener que esmerarse demasiado en encontrar al recién llegado. De hecho, sería él quien les encontraría a ellos. Fornido y alto, más o menos de la estatura de Atlas, se presentó ante ellos un muchacho que tenía pinta de no haber tenido una muy buena vida o que llevaba muy mal los años, de gestos estrafalarios y un acento que a Camille no identificaba. Sus esperanzas de encontrarse con un compañero normal, quizá como Ray, se hicieron añicos en cuanto abrió la boca y se plantó frente a ella de esa forma.
—Em... ¿Viva? —Sus palabras nacieron cargadas de una confusión palpable, la misma que sentía la recluta en ese instante. Su rostro se volvió la máxima expresión de la perplejidad, con los ojos un poco más abiertos que antes, intentando encontrar las palabras. ¿Quizá fuera aquel saludo una costumbre del Mar del Sur o un saludo típico?— Tú debes de ser el marine que trasladan desde el South, ¿verdad? Yo soy la recluta Camille y estos Ray, Atlas y Takahiro —les señaló en orden de relevancia para ella, aunque diría que el único poco importante era el del pelo musgoso—. La capitana Montpellier me ha asignado la tarea de enseñarte la ciudad y guiarte hasta el G-31.
Dirigió al grupo más allá de la entrada del G-31, deambulando por el camino que bajaba hasta la urbe y dirigiéndose desde allí hacia el puerto. Durante el trayecto explicaría algún que otro detalle, pero nada de lo que hubiera cerca del cuartel era realmente interesante. Lo más llamativo que señalo fueron la herrería que se encontraba a los pies de la base y un pequeño mercado frecuentado por los marines que vivían allí. Para ella, lo interesante siempre había estado en las afueras y en los barrios más humildes; entre los puestos de los mercadillos y las callejuelas lúgubres que conducían hasta tabernas de dudosa reputación, pero donde se contaban las mejores historias para compensar la escasa calidez de la comida.
Durante el trayecto no prestó especial atención a la conversación que mantenían: desde un primer momento había quedado claro que el trío se conocía de antes y que habían hecho buenas migas, de modo que respetó en la medida de lo posible la privacidad de su conversación y no le dio mayor importancia. Puede que incluso se adelantase un metro más para dejarles su espacio, así que difícilmente podía imaginar la oni que el tema de conversación los incumbía a ella y a sus rojizos cuernos. Ajena a todo esto siguió guiándoles, y no dejó de prestar atención al recorrido hasta que uno de ellos comentó en voz alta al respecto de una taberna que acababan de cruzar.
Camille desvió la mirada hacia el cartel que exhibía aquel trébol rojo, esbozando una pequeña sonrisa para reírse poco después.
—Me da que no os podréis librar del todo de ese sitio —les dijo, ladeando la cabeza para mirarles de reojo—. Aunque está en pleno centro, el Trébol de Otoño es un antro en el que siempre hay algún jaleo. Eso sí, lo pisaréis más estando de servicio que por ocio... salvo que os vaya la marcha, claro.
Se encogió de hombros con aquella última frase, volviendo su atención al frente. El anterior dueño de aquel local había muerto cuando ella era poco más que una adolescente, heredándolo su hijo. En tan solo un par de años convirtió uno de los negocios más reputados de Loguetown en un bareto de mala muerte, lo suficientemente céntrico como para alejar a la chusma más peligrosa, pero no a los borrachos ni a los fulleros con algo de poder adquisitivo.
Al fin llegaron al puerto y, una vez allí, no pudo sino dibujar una mueca en su gesto ante la pregunta de Atlas.
—No, para variar la información que tenemos es escasa —comentó algo hastiada—. De todos modos, no deberían haber llegado muchos barcos del South Blue hoy, por no decir que seguramente sea el único. Tiraremos de ahí.
Iba a ponerse a caminar pero, para su sorpresa, no iban a tener que esmerarse demasiado en encontrar al recién llegado. De hecho, sería él quien les encontraría a ellos. Fornido y alto, más o menos de la estatura de Atlas, se presentó ante ellos un muchacho que tenía pinta de no haber tenido una muy buena vida o que llevaba muy mal los años, de gestos estrafalarios y un acento que a Camille no identificaba. Sus esperanzas de encontrarse con un compañero normal, quizá como Ray, se hicieron añicos en cuanto abrió la boca y se plantó frente a ella de esa forma.
—Em... ¿Viva? —Sus palabras nacieron cargadas de una confusión palpable, la misma que sentía la recluta en ese instante. Su rostro se volvió la máxima expresión de la perplejidad, con los ojos un poco más abiertos que antes, intentando encontrar las palabras. ¿Quizá fuera aquel saludo una costumbre del Mar del Sur o un saludo típico?— Tú debes de ser el marine que trasladan desde el South, ¿verdad? Yo soy la recluta Camille y estos Ray, Atlas y Takahiro —les señaló en orden de relevancia para ella, aunque diría que el único poco importante era el del pelo musgoso—. La capitana Montpellier me ha asignado la tarea de enseñarte la ciudad y guiarte hasta el G-31.