Octojin
El terror blanco
15-08-2024, 10:04 PM
Camille observaba la bodega con la mirada vacía, sintiendo el agotamiento pesar sobre sus hombros. El combate había sido una pesadilla de violencia, y ahora que la adrenalina se desvanecía, solo quedaba el dolor. El ambiente olía a sangre y pólvora, mezclado con el aroma a vino derramado y madera podrida. Una extraña calma se asentaba sobre el lugar, como el respiro que sigue a una tormenta, aunque todavía había demasiado que hacer.
La oni respiró hondo, cerrando los ojos por un momento para intentar calmar su mente. A su lado, Octojin seguía arrodillado, también tratando de recuperar el aliento. Ambos estaban cubiertos de heridas, algunas más profundas que otras, pero al menos estaban vivos. Era lo único que importaba por ahora.
—Dos o tres veces, dices... —respondió el tiburón, forzando una sonrisa torcida, aunque también sentía el ardor de sus propias heridas. Miró a Camille, con una mezcla de admiración y cansancio en los ojos. A pesar de las bromas y la dureza, estaba agradecido de tenerla como compañera de batalla—. No ha sido un mal trabajo en equipo.
El gyojin se acomodó un poco más, soltando un suspiro largo mientras trataba de ignorar el dolor que se extendía por todo su cuerpo, sin mucho éxito. Ambos sabían que habían estado al borde de la muerte, pero esa sensación de supervivencia, esa euforia tras la batalla, también era adictiva. En cierto sentido, era lo que les hacía seguir adelante.
La figura del niño se había desvanecido ya en la distancia, y ambos se quedaron en silencio por un momento, recuperando fuerzas. El tiburón se pasó una mano por el rostro, sintiendo la sangre seca mezclada con sudor y polvo. No era la primera vez que acababa de esa manera, pero sí esperaba que fuera la última en lo que restaba de semana. Necesitaba, por lo menos, un par de días para descansar. Y una buena copa de sake.
—Oye, Camille —dijo finalmente Octojin, rompiendo el silencio que había empezado a volverse incómodo—. ¿Qué crees que había en este cargamento que hizo que todos estos idiotas decidieran arriesgar su vida por él? ¿Crees que todo esto es únicamente por el vino?
El gyojin levantó la cabeza, observando los restos del cargamento desperdigados por el suelo. Había cajas rotas, barriles derramados, y entre ellos, algunos objetos que parecían más que simples bienes de contrabando. Había algo extraño en todo aquello, más allá de la típica mercancía de bandidos.
—No estoy seguro —continuó Octojin, frunciendo el ceño mientras sus ojos recorrían el lugar—. Pero algo me dice que no era solo alcohol y provisiones lo que estaban transportando.
Octojin se quedó pensativo, observando el panorama. Para él era evidente que Hans no les había contado toda la historia. Uno no se arriesga a perder la vida por un cargamento de vino barato. No era raro que la gente mintiera para conseguir ayuda, pero el hecho de que aquellos bandidos hubieran estado tan desesperados por proteger su botín sugería que había algo más. Algo valioso, quizás incluso peligroso.
—Puede que debamos echar un vistazo más de cerca —sugirió el gyojin, aunque la idea de moverse mucho más en ese momento no le hacía ninguna gracia.
A regañadientes de sus propias palabras, el gyojin empezó a caminar por la zona. El dolor era intenso, pero la curiosidad y la necesidad de respuestas le empujaba a seguir adelante. Empezó a revisar lo que quedaba del cargamento, abriendo cajas y barriles que aún no habían sido completamente destruidos en la batalla.
Entre botellas rotas y comida echada a perder, Octojin encontró algo que llamó su atención: una caja pequeña, oculta entre los escombros, con el sello de un dragón grabado en la tapa. El diseño era elegante y detallado, claramente no era el tipo de objeto que se encontraba en un simple cargamento de provisiones. Con cuidado, la abrió, revelando en su interior un conjunto de pergaminos enrollados, cada uno de ellos marcado con símbolos que no reconocía.
—Esto no es normal... —murmuró, intentando llamando la atención de Camille.
Aunque el habitante del mar no entendía los símbolos que había en esos pergaminos, sabía que algo en ellos no estaba bien. Había oído hablar de objetos como esos, reliquias de tiempos antiguos que contenían conocimientos peligrosos. Cosas que algunos estarían dispuestos a matar para obtener. O para defender, como era el caso de los humanos caídos.
—Hans definitivamente no nos dijo todo —dijo Octojin en voz baja, mirando a Camille—. Esto es mucho más que un simple trabajo de recuperación de mercancías. Y no sé si habrá algo más por ahí.
El gyojin sintió cómo una nueva oleada de preocupación le invadía. Si esos pergaminos eran tan valiosos como parecían, seguramente habría más gente interesada en recuperarlos. Y eso significaba que su trabajo aún no había terminado. Aunque Octojin y Camille estaban agotados y heridos, sabían que no podían bajar la guardia. Este era solo el comienzo, y ambos lo sentían en lo más profundo de sus huesos.
El sonido de unos pasos se acercó desde el exterior de la bodega, y el escualo se tensó de inmediato, volviendo a adoptar una pose defensiva con las pocas fuerzas que les quedaban. Sin embargo, para su alivio, el rostro preocupado de Hans apareció en la entrada, seguido de un par de sus hombres.
—¡Por todos los cielos, estáis vivos! —exclamó el tabernero al verlos en pie, aunque su mirada rápidamente se desplazó a los cadáveres y los destrozos a su alrededor—. ¿Qué demonios ha pasado aquí?
—Una fiesta salvaje —bromeó el gyojin, aunque su tono estaba cargado de cansancio—. Como te dijimos, hemos recuperado tu mercancía... al menos, lo que queda de ella. Pero creo que deberías ser más generoso y ofrecer algo más—comentó a la par que señalaba con la mirada los cuerpos caídos de los humanos.
Hans asintió, aunque su mirada se clavó en la caja con los símbolos de dragón. Parecía saber exactamente lo que era, lo cual podría confirmar las sospechas originales del tiburón.
—Es mejor que nos vayamos de aquí cuanto antes —dijo Hans, tratando de ocultar su nerviosismo—. No queremos atraer más atención de la que ya hemos recibido.
El tabernero y sus hombres comenzaron a cargar las cajas en un carro que habían traído consigo, mientras le ofrecía otro a Camille y Octojin. Reacio, el gyojin se tragó su orgullo y se sentó en uno de ellos, esperando que la oni hiciese lo mismo, o quedaría como el débil de los dos. Aunque francamente, no creía poder llegar por su propio pie hasta la taberna de nuevo. No al menos sin parar cada cinco minutos. El camino de regreso sería largo y costaría mucha más energía de la que el tiburón tenía en ese momento.
Cuando todo estuvo cargado, comenzaron el lento viaje de regreso al Trago del Marinero, dejando atrás la bodega destrozada y los cuerpos que la llenaban. Aunque el combate había terminado, la verdadera batalla para conocer la verdad estaba lejos de haber concluido.
—Todos esos cuerpos... ¿Qué hacéis en la Marina con ellos? —preguntó Octojin intentando sacar un tema de conversación con Camille. El camino de vuelta se le haría aún más lento si iban callados— Lo digo porque quizá sería buena idea que, al menos para esto, pidieses refuerzos. Ya sabes, cuatro peones fregasuelos cargando cuerpos heridos e inertes de humanos. Me parece un planazo. ¿Por qué no habré pensado en alistarme en la marina antes?
La oni respiró hondo, cerrando los ojos por un momento para intentar calmar su mente. A su lado, Octojin seguía arrodillado, también tratando de recuperar el aliento. Ambos estaban cubiertos de heridas, algunas más profundas que otras, pero al menos estaban vivos. Era lo único que importaba por ahora.
—Dos o tres veces, dices... —respondió el tiburón, forzando una sonrisa torcida, aunque también sentía el ardor de sus propias heridas. Miró a Camille, con una mezcla de admiración y cansancio en los ojos. A pesar de las bromas y la dureza, estaba agradecido de tenerla como compañera de batalla—. No ha sido un mal trabajo en equipo.
El gyojin se acomodó un poco más, soltando un suspiro largo mientras trataba de ignorar el dolor que se extendía por todo su cuerpo, sin mucho éxito. Ambos sabían que habían estado al borde de la muerte, pero esa sensación de supervivencia, esa euforia tras la batalla, también era adictiva. En cierto sentido, era lo que les hacía seguir adelante.
La figura del niño se había desvanecido ya en la distancia, y ambos se quedaron en silencio por un momento, recuperando fuerzas. El tiburón se pasó una mano por el rostro, sintiendo la sangre seca mezclada con sudor y polvo. No era la primera vez que acababa de esa manera, pero sí esperaba que fuera la última en lo que restaba de semana. Necesitaba, por lo menos, un par de días para descansar. Y una buena copa de sake.
—Oye, Camille —dijo finalmente Octojin, rompiendo el silencio que había empezado a volverse incómodo—. ¿Qué crees que había en este cargamento que hizo que todos estos idiotas decidieran arriesgar su vida por él? ¿Crees que todo esto es únicamente por el vino?
El gyojin levantó la cabeza, observando los restos del cargamento desperdigados por el suelo. Había cajas rotas, barriles derramados, y entre ellos, algunos objetos que parecían más que simples bienes de contrabando. Había algo extraño en todo aquello, más allá de la típica mercancía de bandidos.
—No estoy seguro —continuó Octojin, frunciendo el ceño mientras sus ojos recorrían el lugar—. Pero algo me dice que no era solo alcohol y provisiones lo que estaban transportando.
Octojin se quedó pensativo, observando el panorama. Para él era evidente que Hans no les había contado toda la historia. Uno no se arriesga a perder la vida por un cargamento de vino barato. No era raro que la gente mintiera para conseguir ayuda, pero el hecho de que aquellos bandidos hubieran estado tan desesperados por proteger su botín sugería que había algo más. Algo valioso, quizás incluso peligroso.
—Puede que debamos echar un vistazo más de cerca —sugirió el gyojin, aunque la idea de moverse mucho más en ese momento no le hacía ninguna gracia.
A regañadientes de sus propias palabras, el gyojin empezó a caminar por la zona. El dolor era intenso, pero la curiosidad y la necesidad de respuestas le empujaba a seguir adelante. Empezó a revisar lo que quedaba del cargamento, abriendo cajas y barriles que aún no habían sido completamente destruidos en la batalla.
Entre botellas rotas y comida echada a perder, Octojin encontró algo que llamó su atención: una caja pequeña, oculta entre los escombros, con el sello de un dragón grabado en la tapa. El diseño era elegante y detallado, claramente no era el tipo de objeto que se encontraba en un simple cargamento de provisiones. Con cuidado, la abrió, revelando en su interior un conjunto de pergaminos enrollados, cada uno de ellos marcado con símbolos que no reconocía.
—Esto no es normal... —murmuró, intentando llamando la atención de Camille.
Aunque el habitante del mar no entendía los símbolos que había en esos pergaminos, sabía que algo en ellos no estaba bien. Había oído hablar de objetos como esos, reliquias de tiempos antiguos que contenían conocimientos peligrosos. Cosas que algunos estarían dispuestos a matar para obtener. O para defender, como era el caso de los humanos caídos.
—Hans definitivamente no nos dijo todo —dijo Octojin en voz baja, mirando a Camille—. Esto es mucho más que un simple trabajo de recuperación de mercancías. Y no sé si habrá algo más por ahí.
El gyojin sintió cómo una nueva oleada de preocupación le invadía. Si esos pergaminos eran tan valiosos como parecían, seguramente habría más gente interesada en recuperarlos. Y eso significaba que su trabajo aún no había terminado. Aunque Octojin y Camille estaban agotados y heridos, sabían que no podían bajar la guardia. Este era solo el comienzo, y ambos lo sentían en lo más profundo de sus huesos.
El sonido de unos pasos se acercó desde el exterior de la bodega, y el escualo se tensó de inmediato, volviendo a adoptar una pose defensiva con las pocas fuerzas que les quedaban. Sin embargo, para su alivio, el rostro preocupado de Hans apareció en la entrada, seguido de un par de sus hombres.
—¡Por todos los cielos, estáis vivos! —exclamó el tabernero al verlos en pie, aunque su mirada rápidamente se desplazó a los cadáveres y los destrozos a su alrededor—. ¿Qué demonios ha pasado aquí?
—Una fiesta salvaje —bromeó el gyojin, aunque su tono estaba cargado de cansancio—. Como te dijimos, hemos recuperado tu mercancía... al menos, lo que queda de ella. Pero creo que deberías ser más generoso y ofrecer algo más—comentó a la par que señalaba con la mirada los cuerpos caídos de los humanos.
Hans asintió, aunque su mirada se clavó en la caja con los símbolos de dragón. Parecía saber exactamente lo que era, lo cual podría confirmar las sospechas originales del tiburón.
—Es mejor que nos vayamos de aquí cuanto antes —dijo Hans, tratando de ocultar su nerviosismo—. No queremos atraer más atención de la que ya hemos recibido.
El tabernero y sus hombres comenzaron a cargar las cajas en un carro que habían traído consigo, mientras le ofrecía otro a Camille y Octojin. Reacio, el gyojin se tragó su orgullo y se sentó en uno de ellos, esperando que la oni hiciese lo mismo, o quedaría como el débil de los dos. Aunque francamente, no creía poder llegar por su propio pie hasta la taberna de nuevo. No al menos sin parar cada cinco minutos. El camino de regreso sería largo y costaría mucha más energía de la que el tiburón tenía en ese momento.
Cuando todo estuvo cargado, comenzaron el lento viaje de regreso al Trago del Marinero, dejando atrás la bodega destrozada y los cuerpos que la llenaban. Aunque el combate había terminado, la verdadera batalla para conocer la verdad estaba lejos de haber concluido.
—Todos esos cuerpos... ¿Qué hacéis en la Marina con ellos? —preguntó Octojin intentando sacar un tema de conversación con Camille. El camino de vuelta se le haría aún más lento si iban callados— Lo digo porque quizá sería buena idea que, al menos para esto, pidieses refuerzos. Ya sabes, cuatro peones fregasuelos cargando cuerpos heridos e inertes de humanos. Me parece un planazo. ¿Por qué no habré pensado en alistarme en la marina antes?