¿Sabías que…?
Si muero aquí, será porque no estaba destinado a llegar más lejos.
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[Común] [C-Presente] La típica reyerta de taberna, no tan típica esta vez
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
Se quedó absorta en sus pensamientos durante un buen rato, tan profundamente que casi ni fue consciente del incómodo silencio que se había formado. En cierto sentido le transmitía paz. Después del caos que habían vivido en el interior de aquella bodega, la paz que se había instalado en esa calle y el silencio que la acompañaba le ayudaba a reconciliarse consigo misma. No era la primera vez que mataba, aunque nunca antes había tenido que acabar con tantas personas en un lapso de tiempo tan corto. ¿Qué podría haber durado todo eso? ¿Cinco o diez minutos a lo sumo? Mucho le parecía esa segunda cifra, pero seguro que era mayor la de los caídos. Tampoco es que fuera una niña ingenua: era consciente de que tendría que quitar vidas desde antes incluso de alistarse y empezar la instrucción. Lo que quizá no había tenido tan presente era la cantidad de preguntas que le vendrían a la mente cada vez que tuviera que hacerlo... o mejor dicho, después de hacerlo. 

No dudaba de su compromiso con la Marina y la ley, confiaba plenamente en que hacía lo que hacía por una causa noble; por defender a aquellos que no podían protegerse por sí mismos. También sabía que la morar no funcionaba con el blanco y el negro, sino que estaba repleta de grises. ¿Eran realmente malvados los hombres contra los que habían combatido? Seguramente muchos de ellos no fueran buenas personas pero, ¿cómo habían llegado a esa situación? ¿Habría alguno que lo hiciera por no tener otra alternativa? ¿Quizá para cuidar de alguien? Su mirada se dirigió al interior de la bodega, solo para dar otro vistazo más a la dantesca escena.

La voz de Octojin fue lo único que la sacó de su ensimismamiento, tan profundo que tardó unos segundos en asimilar la pregunta.

Pues... no lo sé —concluyó con cierto apuro. Sus labios se fueron torciendo en una mueca a medida que le daba vueltas—. Está claro que un cargamento de alcohol y algo de comida no valen tanto como para jugarse una vida, no hablemos ya de todas estas.

Su mirada siguió a la del gyojin, observando también el estropicio y la mercancía visible que yacía desperdigada por toda la bodega. Botellas rotas, comida desperdiciada, frascos de especias rotos e incluso algo de dinero; nada especialmente llamativo a simple vista. Como su compañero decía, algo no encajaba. Quizá para un pequeño negocio hubiera allí una cantidad de dinero importante, pero desde luego no para una banda organizada. Menos aún una con tantos integrantes. Le picaba en la nariz que el cabecilla ni siquiera era el pollo más grande del corral.

Camille asintió y se puso en pie a duras penas. Sentía dolor en zonas del cuerpo que ni siquiera sabía que podían doler y en músculos que no recordaba que existían.

Echemos un ojo, sí.

Deambularon por el interior de la bodega unos minutos, apartando cajas rotas y cuerpos del suelo para inspeccionar cuanto podía encontrarse allí. La oni movió a uno de los ladrones que se encontraba bocabajo, lo que hizo que un collar con guardapelo se le saliera del interior de la camisa, revelando en su interior la foto de un niño. Quizá un hermano o un hijo. Se obligó a apartar la mirada y buscar por otra zona. Por suerte, su compañero alzó la voz para captar su atención y pudo centrar sus pensamientos en otra cosa.

Cuando se plantó a su lado, acercó la mano a la pequeña caja como si quisiera sujetar uno de los pergaminos que guardaba en su interior, pero la detuvo a medio camino y evitó entrar en contacto con ellos. No sabía lo que eran, así que prefirió no tocarlos. No pudo hacer más que asentir.

Hans siempre ha sido un hombre de muchos secretos —pensó en voz alta, tras lo que buscó la mirada del gyojin—, pero nunca se ha metido en nada importante. Sabe perfectamente que hay peces mucho más grandes y peligrosos en el mar. Aun así, está claro que nos ha ocultado cosas.

Volvió a fijarse en los pergaminos. Aquellos símbolos le eran tan extraños como al escualo, incapaz de discernir si se trataba de algún tipo de sello o formaban parte de un dialecto que desconocía. No había visto nada que siquiera se le pareciera en toda su vida, de eso estaba segura.

Casi a la par que Octojin, Camille echó mano a la empuñadura de su odachi en el momento en el que empezaron a escuchar pasos desde fuera, aproximándose. Su cuerpo se tensó y su ceño se frunció, afilándole la mirada. No tenía claro que sus brazos y piernas fueran a responderle como ella quisiera, pero si tenía que desenvainar se aseguraría al menos de que la hoja se tiñese —más— antes de caer. Por suerte, toda esta tensión se alivió rápidamente en el momento en que vio el rostro de Hans. Suspiró con pesadez.

Por poco, pero estamos vivos —le confirmó, asintiendo ante las palabras del gyojin. Eso no se iba a pagar solo con una invitación, ni siquiera con una grande. Se pagaría con respuestas, o eso esperaba.

Dejaron que los chicos del tabernero se ocuparan de todo el desastre y cargasen la mercancía robada que aún fuera recuperable, pero no le pasó desapercibida la miradita que le echó Hans a la caja. Lo que tampoco se le pasó fue la oportunidad de sentarse en la carrera y dejar que sus piernas y pies reposasen tras todo el esfuerzo de aquel día, al contrario que en el caso de su compañero, sin ningún pudor o vergüenza. Antes se habría echado una buena siesta en plena calle de haber tenido que regresar andando hasta el Trago del Marinero.

Cerró los ojos por un momento, inspirando aire profundamente y soltándolo después. Abrió solo uno de ellos para mirar a Octojin cuando empezó a hablar, tan solo para volver a cerrarlo después.

Se los come la oni que tienen en la base. Dicen que en la Marina no se desperdicia nada —bromeó, aunque lo soltó con un tono tan serio que sonó macabro, al menos hasta que se echó a reír y volvió a abrir los ojos—. Nada especial. Primero se trasladan hasta la morgue de la base para identificarlos, por si hubiera criminales buscados entre los muertos. Luego se revisa si tienen alguna documentación o identificación que nos permita saber quienes son, lo que normalmente no ocurre. Si logramos averiguar la identidad de los que no tienen carteles y tienen familia en la isla, se les notifica la defunción. Si no está en la isla, probablemente ni siquiera se tramite el aviso. Y salvo reclamos van todos a una fosa común. —Le miró de reojo, alzando una ceja ante sus comentarios—. Si tanto te gusta la idea ya sabes, alístate y te ponemos a recoger muertos —encogiéndose de hombros—. Cuando estemos en el Trago informaré al G-31 de lo que ha ocurrido para que manden a alguien. Supongo que mañana me tocará dar un informe completo de esto.

Y eso en parte le preocupaba. Si Hans estaba metido en aquel tinglado de alguna forma, era bastante probable que una vez diera el informe le salpicase de alguna forma. Le faltaba información, pero se aseguraría de obtenerla como fuera.

No tardaron en llegar al Trago del Marinero y, mientras que los chicos empezaban a descargar la mercancía, la oni bajó del carro y empezó a caminar con cierta dificultad hacia el interior del local. Una vez dentro tomó asiento junto a la barra. El estropicio que había allí antes de que salieran a buscar el vino había desaparecido por completo. Así de eficaz era el tabernero. Esperó que su compañero también se sentase por allí y, en cuanto vio pasar al hombre cerca y hubo suficiente revuelo como para que no les prestasen atención, le llamó.

Sabes que voy a tener que hacer un reporte sobre lo ocurrido, Hans —empezó, tomándose una pausa antes de la siguiente frase—. Y no puedo omitir lo que he visto.

Su mirada se clavó en el dueño del local, que se quedó petrificado por un momento pero incapaz de mantenerle la mirada. Finalmente bajó los hombros y suspiró, negando con la cabeza. Observó la sala, que en esos momentos estaba vacía porque habían cerrado el lugar para los clientes.

—No creo que vaya a serte de mucha utilidad lo que pueda decirte. Y a mí menos —contestó con cansancio, mirando alternativamente a la oni y al gyojin.

Prueba.

—Todo esto es por culpa de lo que se ha encontrado nuestro amigo el grandullón —empezó, mirando a Octojin y después, si la sacaba o la tenía aún en las manos, a la cajita del símbolo de dragón—. No tengo ni puta idea de lo que es, sinceramente. Hace unas semanas llegó una mujer que insistió en hablar conmigo. No sé dónde habrá escuchado de mí, pero por algún motivo parecía muy dispuesta a confiar en mis capacidades, la muy imbécil —se encogió de hombros, tomándose un momento para encenderse un puro que sacó de dios sabe dónde. A Camille no, pero al gyojin le ofreció otro, por si fumaba. ¿Podían fumar los gyojins?—. El caso es que estos últimos meses han sido un poco malos para el negocio y teníamos algunas deudas apretándonos el cuello. Esta mujer parecía saberlo, o quizás lo intuyó, no sé. El caso es que me ofreció un trato: necesitaban que guardase una mercancía delicada durante un tiempo hasta que las aguas se calmasen, parece que tenían a alguien detrás buscando eso.

Se hizo el silencio durante unos segundos que la marine aprovechó para asimilar toda la información que el tabernero les daba. Miró un momento la caja, como para grabarse en la cabeza el símbolo e intentar asociarlo con algo... sin mucha suerte.

—El cargamento de alcohol ni siquiera lo tuve que comprar, lo pusieron ellos como un adelanto del pago y nos lo entregaron junto a esa condenada caja. Me ofrecieron una cantidad desorbitada de dinero por quedármela hasta que volvieran a por ella. —Otra pausa que aprovechó para dar una calada y soltar el humo en una bocanada. Volvió a mirar a ambos—. Esa gente es peligrosa. Mucho más que cualquiera que yo conozca... y si ellos le temen a alguien, no sé de qué cojones va todo esto pero no puede ser algo pequeño. Eso seguro. ¿Para qué me meteré yo en estas mierdas? Joder.
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RE: [C-Presente] La típica reyerta de taberna, no tan típica esta vez - por Camille Montpellier - 15-08-2024, 11:32 PM

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