Atlas
Nowhere | Fénix
16-08-2024, 01:14 AM
Se presentó como Sidd, aproximándose a mí en el proceso y no sin antes confirmar que, tal y como yo sabía —aunque no sabía muy bien cómo—, la bolsita era especialmente relevante; crucial, de hecho, en lo referente a que hubiésemos llegado a aquel lugar. ¿Que qué era aquel lugar? Ésa era otra pregunta a mis ojos igual o más relevante que la primera, pero cuya respuesta se antojaba aún más difuminada.
Sidd estaba muy cerca de mí cuando las piernas le fallaron brevemente. No fue un momento de debilidad suficiente como para que cayese de bruces, pero sí para que su peso descansase sobre mí durante unos instantes. Debía ser el maldito frío, esa fiera siempre sedienta de sangre que también me mantenía preso entre sus fauces. Mis pies se hundieron algunos centímetros en la nieve cuando mi cuerpo recibió su peso, provocando que me encorvase hacia atrás en un ángulo que en otro momento hubiese catalogado como imposible para mí. No me caí de espaldas de puro milagro, pero cuando al fin mi inclinación se detuvo pude empujar a Sidd para que recuperase su posición.
—No, no me he topado con ningún rastro de vida viniendo hacia aquí. Eres la primera persona con la que hablo desde que aparecí. La verdad es que no tengo ni idea de qué es este sitio ni de cómo he llegado. Simplemente estaba aquí, de repente. ¿Tú puedes recordar algo más? —pregunté al tiempo que, aceptando tácitamente su idea, volvía a dirigirme hacia el río para reemprender la marcha sobre su superficie—. Yo no recuerdo haber escuchado nada que me dijese que la bolsa es importante. Cuando me encontré aquí me fijé en la ropa que llevaba, porque tampoco recuerdo haberla comprado nunca, y mientras la miraba me di cuenta de llevaba esto colgado de la cintura. He intentado quitarla de ahí para guardarla en un bolsillo, más segura, pero es imposible. Tampoco entiendo por qué, porque no veo nada que la mantenga fija. No está cosida al pantalón ni nada. Es todo muy extraño... —sentencié con claro tono de duda en mi voz.
Mientras tanto me iba dirigiendo de vuelta al congelado cauce del río junto a Sidd. Mis pasos eran lentos y pesados. En parte porque el frío progresaba cada vez más en mi cuerpo y lo forzaba a sumirse en un estado de entumecimiento ciertamente incómodo —por decirlo suavemente—. Por otro lado, tal y como había experimentado al aproximarme a la montaña, había varios metros entre la zona en la que me había encontrado al recién conocido y el río en los que la nieve había formado capas más gruesas. En esas zonas el terreno te obligaba a enterrar buena parte de las piernas para encontrar una superficie de apoyo que permitiese seguir caminando.
—Los ríos llevan al mar y, ya sea en la misma costa o antes, siempre se tiende a construir asentamientos cerca de fuentes de agua potable. Sí, yo también creo que si seguimos caminando por aquí acabaremos dando con un lugar en el que puedan ponernos un plato caliente por delante y una cama cómoda en la que descansar.
No obstante, en el ambiente flotaba una amenazante duda de la que ninguno se había hecho eco —al menos en voz alta—, como si enunciarla pudiese actuar como una suerte de reclamo a un ser superior para que la hiciese real. ¿Y si no existía ese oasis cálido en medio de la tundra? ¿Y si existía pero el frío terminaba de devorarnos antes de alcanzarlo, antes de verlo siquiera?
Esperábamos que no fuese así —al menos yo, y hubiese apostado la mano derecha a que Sidd también— y, en el peor de los casos, el hecho de ir acompañados tal vez pudiese permitir que, en caso de desfallecer uno, el otro pudiese hacerse cargo de él hasta que consiguiésemos encontrar ayuda. ¿Estaba siendo demasiado optimista?
Sidd estaba muy cerca de mí cuando las piernas le fallaron brevemente. No fue un momento de debilidad suficiente como para que cayese de bruces, pero sí para que su peso descansase sobre mí durante unos instantes. Debía ser el maldito frío, esa fiera siempre sedienta de sangre que también me mantenía preso entre sus fauces. Mis pies se hundieron algunos centímetros en la nieve cuando mi cuerpo recibió su peso, provocando que me encorvase hacia atrás en un ángulo que en otro momento hubiese catalogado como imposible para mí. No me caí de espaldas de puro milagro, pero cuando al fin mi inclinación se detuvo pude empujar a Sidd para que recuperase su posición.
—No, no me he topado con ningún rastro de vida viniendo hacia aquí. Eres la primera persona con la que hablo desde que aparecí. La verdad es que no tengo ni idea de qué es este sitio ni de cómo he llegado. Simplemente estaba aquí, de repente. ¿Tú puedes recordar algo más? —pregunté al tiempo que, aceptando tácitamente su idea, volvía a dirigirme hacia el río para reemprender la marcha sobre su superficie—. Yo no recuerdo haber escuchado nada que me dijese que la bolsa es importante. Cuando me encontré aquí me fijé en la ropa que llevaba, porque tampoco recuerdo haberla comprado nunca, y mientras la miraba me di cuenta de llevaba esto colgado de la cintura. He intentado quitarla de ahí para guardarla en un bolsillo, más segura, pero es imposible. Tampoco entiendo por qué, porque no veo nada que la mantenga fija. No está cosida al pantalón ni nada. Es todo muy extraño... —sentencié con claro tono de duda en mi voz.
Mientras tanto me iba dirigiendo de vuelta al congelado cauce del río junto a Sidd. Mis pasos eran lentos y pesados. En parte porque el frío progresaba cada vez más en mi cuerpo y lo forzaba a sumirse en un estado de entumecimiento ciertamente incómodo —por decirlo suavemente—. Por otro lado, tal y como había experimentado al aproximarme a la montaña, había varios metros entre la zona en la que me había encontrado al recién conocido y el río en los que la nieve había formado capas más gruesas. En esas zonas el terreno te obligaba a enterrar buena parte de las piernas para encontrar una superficie de apoyo que permitiese seguir caminando.
—Los ríos llevan al mar y, ya sea en la misma costa o antes, siempre se tiende a construir asentamientos cerca de fuentes de agua potable. Sí, yo también creo que si seguimos caminando por aquí acabaremos dando con un lugar en el que puedan ponernos un plato caliente por delante y una cama cómoda en la que descansar.
No obstante, en el ambiente flotaba una amenazante duda de la que ninguno se había hecho eco —al menos en voz alta—, como si enunciarla pudiese actuar como una suerte de reclamo a un ser superior para que la hiciese real. ¿Y si no existía ese oasis cálido en medio de la tundra? ¿Y si existía pero el frío terminaba de devorarnos antes de alcanzarlo, antes de verlo siquiera?
Esperábamos que no fuese así —al menos yo, y hubiese apostado la mano derecha a que Sidd también— y, en el peor de los casos, el hecho de ir acompañados tal vez pudiese permitir que, en caso de desfallecer uno, el otro pudiese hacerse cargo de él hasta que consiguiésemos encontrar ayuda. ¿Estaba siendo demasiado optimista?