Gautama D. Lovecraft
El Ascendido
16-08-2024, 12:55 PM
Durante la tarde libre de ese día, decidí disfrutar del clima veraniego aprovechando que el sol comenzaba a caer. Los rayos comenzaban a ser más perpendiculares y trazaban bellas siluetas de contornos rojizos en todo tipo de estructuras, árboles, barcos y personas, las sombras se alargaban y los tonos del atardecer dibujaban preciosos degradados con los colores que le caracterizaban.
En el encuentro entre el disfrute contemplativo del pueblo de Rostock, y mi presencia, caminé por las empedradas calles de este con una parsimonia despreocupada, llevaba las manos hacia atrás con los dedos de estas entrelazados, una pose que con el paso de los años había empezado a adquirir inconscientemente. Había escuchado que por la edad, algo que ni descartaba, pero el caso es, que me había acostumbrado a dar paseos de esa forma y le había cogido el gusto.
Mis pasos me llevaron sin darme cuenta hacia el murmullo que se levantaba en una de las plazas más concurridas del pueblo, en ella, se contemplaba un grueso del comercio local, además de las ya conocidas calles comerciales del pueblo, aquella plaza cerca del pueblo disponía de un género que era a veces difícil de encontrar en otros lados, y yo, de manera desinteresada, al verlo desde un par de calles, decidí ir a echar un vistazo por mera curiosidad.
Allí, los dueños de los puestos clamaban a los potenciales clientes haciendo gala de sus mejores artes, para atraerlos hasta lo que ofrecían y llamar la atención. Me interné en lo que parecía la vértebra central del núcleo comercial, que ramificaba en pequeñas aberturas generadas por la consecución de puestos, y que se retroalimentaban de la gente que iba y venía de la principal. El jolgorio era palpable, y los trueques, así como las rebajas en las negociaciones estaban a la orden del día.
Un puesto de piedras preciosas llamó mi atención, me sentía atraído al final por el efecto de compra y venta que se respiraba allí. Me acerqué con prudencia al puesto, en el que el vendedor ya regateaba con algunos precios de su género con 2 clientes. A escasos centímetros del puesto, me incliné hacia un cuarzo que resaltaba entre el resto, tenía en su base engarzados unos motivos de acero, su brillo me resultaba algo diferente, pues en el templo, estábamos muy familiarizados con el cuarzo rosa, y cada hermano tenía uno en su cuarto, esta piedra equilibraba las energías de su portador, y emite un brillo muy característico a la luz de la luna llena, tiempo en el que hay que exponerlo a la luz de esta para recargar sus propiedades.
Sin embargo, aquel cuarzo rosa me hacía desconfiar de su originalidad, ignoraba que tipo de piedra similar sería, pero apostaría que ese en concreto no gozaba de las propiedades de uno auténtico, ya que estos además, también eran difíciles de conseguir. Me fui del puesto, comencé a andar de nuevo y vi a lo lejos una figura un tanto familiar. La edad a veces me jugaba malas pasadas con la vista, la cual se iría deteriorando, pero si tenía la suficiente como para diferenciar un cuarzo rosa falso, de uno auténtico, estaba seguro de que aquel vendedor, 6 puestos más allá, era el joven Galhard.
Con parsimonia, me acerqué hasta el stand del joven, desconocía que tuviera también un negocio a parte de su labor como marine, y una vez allí, le dediqué la mejor de mi sonrisas junto a una acentuada reverencia, arqueando las 2 cejas y enchinando los ojos levemente. El joven ya era un grato conocido para mí, con un potencial enorme y enriquecedor potencial para el cuerpo, lo que no sabía es que tuviera además de un gran perfil como marine, dotes comerciales suficientes como para ser también vendedor. Sin duda, todo un ejemplo multidisciplinar.
Tras ello, revisé con curiosidad su mercancía, y para mi sorpresa, vendía diales, el último en concreto, a una joven rubia con una esbeltez envidiable. Tenía unos ojos vivos del color de una esmeralda de gran pureza, con un verde eterno casi hipnótico, y portaba en su espalda unas sutiles y ligeras alas blancas. Parecía indicar que recién adquiría un dial para ella por lo que pude terminar de escuchar en su transacción con Galhard.
Esperé respetuosamente que acabaran, para que cuando se finiquitase la venta, dirigirme sin interrupciones al marine de cabellos castaños. Mientras tanto, revisaba el resto de diales, cada uno con un letrero pequeñito que describía su nombre. Revisé todos y cada uno, ligeramente familiarizado con los efectos y funcionamiento de algunos, acabé por detener mis ojos en uno en concreto, el dial de destello.
- Galhard... ¿Cuánto vale? -
Le pregunté al joven, interesado en esa pieza que llamó mi curiosidad, para acto seguido alcanzar con mi mano derecha uno de mis bolsillos traseros, con la intención de coger mi cartera, cuando para mi detrimento, ahí no había cartera alguna. Durante un par de segundos lo lamenté, recordaba que la había dejado justo encima del la mesa de mi habitación antes de cambiarme de uniforme, algo descuidado por mi parte. Me palpé por todos lados con la fé de tenerla en alguno de los bolsillos frontales o del chaleco, pero no fue así, en su lugar, extraje una vieja nota que escribí de un viejo libro de la biblioteca de la base sobre cartografía y navegación náutica. Trataba de la construcción casera de algunos elementos en los que no estaba del todo familiarizado, pero que llamaron mi curiosidad en el momento de apuntarlos.
La extraje para revisarlo, aquel papel también podría verlo Galhard, aunque desestimé ofrecérselo por el dial por puro pudor. ¿Podríamos quizá llegar a un acuerdo y pagárselo más adelante?
En el encuentro entre el disfrute contemplativo del pueblo de Rostock, y mi presencia, caminé por las empedradas calles de este con una parsimonia despreocupada, llevaba las manos hacia atrás con los dedos de estas entrelazados, una pose que con el paso de los años había empezado a adquirir inconscientemente. Había escuchado que por la edad, algo que ni descartaba, pero el caso es, que me había acostumbrado a dar paseos de esa forma y le había cogido el gusto.
Mis pasos me llevaron sin darme cuenta hacia el murmullo que se levantaba en una de las plazas más concurridas del pueblo, en ella, se contemplaba un grueso del comercio local, además de las ya conocidas calles comerciales del pueblo, aquella plaza cerca del pueblo disponía de un género que era a veces difícil de encontrar en otros lados, y yo, de manera desinteresada, al verlo desde un par de calles, decidí ir a echar un vistazo por mera curiosidad.
Allí, los dueños de los puestos clamaban a los potenciales clientes haciendo gala de sus mejores artes, para atraerlos hasta lo que ofrecían y llamar la atención. Me interné en lo que parecía la vértebra central del núcleo comercial, que ramificaba en pequeñas aberturas generadas por la consecución de puestos, y que se retroalimentaban de la gente que iba y venía de la principal. El jolgorio era palpable, y los trueques, así como las rebajas en las negociaciones estaban a la orden del día.
Un puesto de piedras preciosas llamó mi atención, me sentía atraído al final por el efecto de compra y venta que se respiraba allí. Me acerqué con prudencia al puesto, en el que el vendedor ya regateaba con algunos precios de su género con 2 clientes. A escasos centímetros del puesto, me incliné hacia un cuarzo que resaltaba entre el resto, tenía en su base engarzados unos motivos de acero, su brillo me resultaba algo diferente, pues en el templo, estábamos muy familiarizados con el cuarzo rosa, y cada hermano tenía uno en su cuarto, esta piedra equilibraba las energías de su portador, y emite un brillo muy característico a la luz de la luna llena, tiempo en el que hay que exponerlo a la luz de esta para recargar sus propiedades.
Sin embargo, aquel cuarzo rosa me hacía desconfiar de su originalidad, ignoraba que tipo de piedra similar sería, pero apostaría que ese en concreto no gozaba de las propiedades de uno auténtico, ya que estos además, también eran difíciles de conseguir. Me fui del puesto, comencé a andar de nuevo y vi a lo lejos una figura un tanto familiar. La edad a veces me jugaba malas pasadas con la vista, la cual se iría deteriorando, pero si tenía la suficiente como para diferenciar un cuarzo rosa falso, de uno auténtico, estaba seguro de que aquel vendedor, 6 puestos más allá, era el joven Galhard.
Con parsimonia, me acerqué hasta el stand del joven, desconocía que tuviera también un negocio a parte de su labor como marine, y una vez allí, le dediqué la mejor de mi sonrisas junto a una acentuada reverencia, arqueando las 2 cejas y enchinando los ojos levemente. El joven ya era un grato conocido para mí, con un potencial enorme y enriquecedor potencial para el cuerpo, lo que no sabía es que tuviera además de un gran perfil como marine, dotes comerciales suficientes como para ser también vendedor. Sin duda, todo un ejemplo multidisciplinar.
Tras ello, revisé con curiosidad su mercancía, y para mi sorpresa, vendía diales, el último en concreto, a una joven rubia con una esbeltez envidiable. Tenía unos ojos vivos del color de una esmeralda de gran pureza, con un verde eterno casi hipnótico, y portaba en su espalda unas sutiles y ligeras alas blancas. Parecía indicar que recién adquiría un dial para ella por lo que pude terminar de escuchar en su transacción con Galhard.
Esperé respetuosamente que acabaran, para que cuando se finiquitase la venta, dirigirme sin interrupciones al marine de cabellos castaños. Mientras tanto, revisaba el resto de diales, cada uno con un letrero pequeñito que describía su nombre. Revisé todos y cada uno, ligeramente familiarizado con los efectos y funcionamiento de algunos, acabé por detener mis ojos en uno en concreto, el dial de destello.
- Galhard... ¿Cuánto vale? -
Le pregunté al joven, interesado en esa pieza que llamó mi curiosidad, para acto seguido alcanzar con mi mano derecha uno de mis bolsillos traseros, con la intención de coger mi cartera, cuando para mi detrimento, ahí no había cartera alguna. Durante un par de segundos lo lamenté, recordaba que la había dejado justo encima del la mesa de mi habitación antes de cambiarme de uniforme, algo descuidado por mi parte. Me palpé por todos lados con la fé de tenerla en alguno de los bolsillos frontales o del chaleco, pero no fue así, en su lugar, extraje una vieja nota que escribí de un viejo libro de la biblioteca de la base sobre cartografía y navegación náutica. Trataba de la construcción casera de algunos elementos en los que no estaba del todo familiarizado, pero que llamaron mi curiosidad en el momento de apuntarlos.
La extraje para revisarlo, aquel papel también podría verlo Galhard, aunque desestimé ofrecérselo por el dial por puro pudor. ¿Podríamos quizá llegar a un acuerdo y pagárselo más adelante?