Takahiro
La saeta verde
16-08-2024, 01:13 PM
(Última modificación: 16-08-2024, 01:29 PM por Takahiro.)
Takahiro continuaba con la mano izquierda elevada, saludando al sujeto cantarín que no se encontraba muy lejos de allí. Parecía que había surgido un leve contacto de miradas, mas no le pareció que fuera a saludarlo, ¿o en ese momento sería saludarla? Continuaba extrañado al haberse visto como una atractiva mujer. Entretanto, cerca de ella apareció otra joven, una joven de cabellos rubios y un aspecto bastante atractivo. «Impresionante», pensó para sus adentros con los ojos de par en par.
—Yo sí —afirmó, tratando de darle con el dedo en el hombro para ver si era tangible—. Y tú también lo eres, ¿verdad? —le preguntó, saludándole mediante el ademán de una especie de gesto militar, aunque más chabacano, llevando dos dedos a su frente durante un instante—. Mi nombre es Taka… —Hizo una pausa. Ya no podía presentarse como Takahiro, ya que era un nombre de varón, así que tenía que cambiarlo—, …ra. Mi nombre es Takara Kenshin, un placer. Dime, ¿tú tampoco recuerdas como has llegado aquí o solo soy yo?
Mientras tanto, no muy lejos de allí, un grito desolador hizo retumbar los muros destrozados de aquella vieja ciudadela. Y de pronto, algo apareció dejándolo boquiabierto. Una figura aterradora como un espectro, de tez blanca como la nieve de las cúspides montañosas de Drum, emergió de entre los edificios a apenas unos pocos metros de ellos. A Taka le pareció que no tenía rostro alguno desde su perspectiva, aunque si había sido capaz de gritar como un ser del inframundo debía ser una ilusión óptica. Cada paso que daba resonaba en la tierra, como si hiciera temblar la tierra misma. Sin embargo, aquel engendro no iba a acabar con su vida; si es que continuaba vivo.
Entonces, el cantarín desenfundó un pistolón con el que se dispuso a disparar.
—Espero que tu puntería sea buena, moreno —le advirtió, pensando en distintas maneras de cortarles las manos. Odiaba a los tiradores, eran personas deshonrosas—. De acuerdo, Hato. Lo primero sería llamar su atención, pero creo que nuestro amigo el cantarín lo ha conseguido.
La peliverde aprovecharía para respirar hondo y aferrarse aún más a la empuñadura de su katana y reducir la distancia que había entre ellos. Llegados al momento oportuno, el espadachín se paró, dejó caer el peso de su cuerpo sobre su pierna derecha y se impulsaría hacia el ser blanco, haciendo un rápido movimiento en el cual desenfundaría su espada para tratar de darle un corte descendente apuntando a su cuello. Un golpe simple y letal, colocándose tras él justo después.
Tras ello, enfundó de nuevo su preciada espada. Su estado de concentración había comenzado, de no haber podido derrotar a aquel monstruo se dispondría a atacarlo de nuevo. Sin embargo, en su mente añun resonaba una canción que parecía estar dándole un mensaje: canicas has de acumular. De ver alguna canica por el suelo, no dudaría en cogerla y guardarla, a fin de cuentas, quizá esa era la solución para salir de aquel extraño sitio.
—Yo sí —afirmó, tratando de darle con el dedo en el hombro para ver si era tangible—. Y tú también lo eres, ¿verdad? —le preguntó, saludándole mediante el ademán de una especie de gesto militar, aunque más chabacano, llevando dos dedos a su frente durante un instante—. Mi nombre es Taka… —Hizo una pausa. Ya no podía presentarse como Takahiro, ya que era un nombre de varón, así que tenía que cambiarlo—, …ra. Mi nombre es Takara Kenshin, un placer. Dime, ¿tú tampoco recuerdas como has llegado aquí o solo soy yo?
Mientras tanto, no muy lejos de allí, un grito desolador hizo retumbar los muros destrozados de aquella vieja ciudadela. Y de pronto, algo apareció dejándolo boquiabierto. Una figura aterradora como un espectro, de tez blanca como la nieve de las cúspides montañosas de Drum, emergió de entre los edificios a apenas unos pocos metros de ellos. A Taka le pareció que no tenía rostro alguno desde su perspectiva, aunque si había sido capaz de gritar como un ser del inframundo debía ser una ilusión óptica. Cada paso que daba resonaba en la tierra, como si hiciera temblar la tierra misma. Sin embargo, aquel engendro no iba a acabar con su vida; si es que continuaba vivo.
Entonces, el cantarín desenfundó un pistolón con el que se dispuso a disparar.
—Espero que tu puntería sea buena, moreno —le advirtió, pensando en distintas maneras de cortarles las manos. Odiaba a los tiradores, eran personas deshonrosas—. De acuerdo, Hato. Lo primero sería llamar su atención, pero creo que nuestro amigo el cantarín lo ha conseguido.
La peliverde aprovecharía para respirar hondo y aferrarse aún más a la empuñadura de su katana y reducir la distancia que había entre ellos. Llegados al momento oportuno, el espadachín se paró, dejó caer el peso de su cuerpo sobre su pierna derecha y se impulsaría hacia el ser blanco, haciendo un rápido movimiento en el cual desenfundaría su espada para tratar de darle un corte descendente apuntando a su cuello. Un golpe simple y letal, colocándose tras él justo después.
Tras ello, enfundó de nuevo su preciada espada. Su estado de concentración había comenzado, de no haber podido derrotar a aquel monstruo se dispondría a atacarlo de nuevo. Sin embargo, en su mente añun resonaba una canción que parecía estar dándole un mensaje: canicas has de acumular. De ver alguna canica por el suelo, no dudaría en cogerla y guardarla, a fin de cuentas, quizá esa era la solución para salir de aquel extraño sitio.