Norfeo
El Poeta Insomne
17-08-2024, 01:40 AM
— Hmmmrrrrrr... —
El murmullo de Norfeo resonó por la sala, no como un suspiro perezoso, sino como una advertencia silenciosa de la devastación que se avecinaba. Ya vestido con su túnica roja y adornos vetustos, su figura imponente se encontraba de pie junto a un ventanal enorme, observando el paisaje que se extendía ante él, aunque su atención no estaba realmente en el mundo que tenía delante. Algo en su interior ya había decidido que era hora de actuar.
— Fffffffff... — exhaló con calma, mientras el aire se llenaba de una energía pesada, como si el mismo espacio a su alrededor se preparara para lo inevitable.
Norfeo se giró lentamente, caminando con pasos seguros y decididos hacia el centro de la sala, donde una esfera flotante de energía lo esperaba, proyectando imágenes en constante cambio de distintos lugares del mundo. Sus dedos trazaban círculos perezosos en el aire, controlando las visiones que aparecían frente a él. Un volcán abrasador, una selva formada por hongos gigantescos, una ciudad en pleno bullicio... nada captaba realmente su interés, hasta que una tundra helada apareció en la superficie de la esfera.
Un vasto paisaje blanco y desolado, donde la vida luchaba contra el frío implacable. Las figuras dispersas que intentaban sobrevivir en ese páramo parecían insignificantes frente a la majestuosidad brutal del entorno. Norfeo frunció el ceño, ligeramente disgustado.
— Pfff... no soporto el frío — murmuró con desdén, mientras una sonrisa perversa empezaba a formarse en sus labios.
Con un simple gesto, hizo que la esfera se centrara en ese rincón del mundo. Las nubes sobre la tundra comenzaron a oscurecerse, convocadas por su voluntad. Pesadas y negras como la obsidiana, se extendieron rápidamente, cubriendo todo el cielo y bloqueando cualquier atisbo de luz. El aire se volvió denso y estático, mientras una tensión palpable comenzaba a apoderarse de cada rincón de la tundra.
El primer trueno retumbó en la distancia, un estruendo tan poderoso que sacudió la tierra. Norfeo observaba con ojos entrecerrados, disfrutando del poder que desataba con tanta facilidad. Los rayos comenzaron a caer, iluminando brevemente el paisaje blanco antes de destruirlo por completo. El hielo se partía en enormes grietas, el suelo temblaba y las montañas de nieve se desplomaban en avalanchas. Todo se desmoronaba bajo la furia implacable de la tormenta.
Entre el caos, Norfeo notó algo interesante: una figura ágil de orejas largas que se encontraba peleando contra otras figuras a su alrededor. Pero la tormenta de Norfeo era implacable. Un rayo lo alcanzó, reduciendo su cuerpo a cenizas en un instante, mientras los restos de hielo se iban volatilizando gracias a los relámpagos que había invocado con su gracia.
Norfeo observó con una mezcla de curiosidad y desdén. Bajó la mirada hacia el lugar donde el conejo había caído y soltó una risa profunda y peculiar que resonó por toda la sala.
— Fuhuhuhuhu... — se rió con burla, disfrutando del eco de su propia voz. — Parece que las patas de conejo no dan tanta suerte, después de todo.
El cielo sobre la tundra comenzó a despejarse lentamente, dejando tras de sí la nada en un lugar que antes había sido una escena de vida y supervivencia.
Norfeo, satisfecho con su obra, desvió su atención de la esfera.
Se acercó a su trono de piedra negra, tomó asiento y dejó escapar un suspiro ligero, cruzando una pierna sobre la otra. La diversión había terminado, por ahora. Quizá, después de un breve descanso, encontraría algo más interesante con lo que entretenerse.
El murmullo de Norfeo resonó por la sala, no como un suspiro perezoso, sino como una advertencia silenciosa de la devastación que se avecinaba. Ya vestido con su túnica roja y adornos vetustos, su figura imponente se encontraba de pie junto a un ventanal enorme, observando el paisaje que se extendía ante él, aunque su atención no estaba realmente en el mundo que tenía delante. Algo en su interior ya había decidido que era hora de actuar.
— Fffffffff... — exhaló con calma, mientras el aire se llenaba de una energía pesada, como si el mismo espacio a su alrededor se preparara para lo inevitable.
Norfeo se giró lentamente, caminando con pasos seguros y decididos hacia el centro de la sala, donde una esfera flotante de energía lo esperaba, proyectando imágenes en constante cambio de distintos lugares del mundo. Sus dedos trazaban círculos perezosos en el aire, controlando las visiones que aparecían frente a él. Un volcán abrasador, una selva formada por hongos gigantescos, una ciudad en pleno bullicio... nada captaba realmente su interés, hasta que una tundra helada apareció en la superficie de la esfera.
Un vasto paisaje blanco y desolado, donde la vida luchaba contra el frío implacable. Las figuras dispersas que intentaban sobrevivir en ese páramo parecían insignificantes frente a la majestuosidad brutal del entorno. Norfeo frunció el ceño, ligeramente disgustado.
— Pfff... no soporto el frío — murmuró con desdén, mientras una sonrisa perversa empezaba a formarse en sus labios.
Con un simple gesto, hizo que la esfera se centrara en ese rincón del mundo. Las nubes sobre la tundra comenzaron a oscurecerse, convocadas por su voluntad. Pesadas y negras como la obsidiana, se extendieron rápidamente, cubriendo todo el cielo y bloqueando cualquier atisbo de luz. El aire se volvió denso y estático, mientras una tensión palpable comenzaba a apoderarse de cada rincón de la tundra.
El primer trueno retumbó en la distancia, un estruendo tan poderoso que sacudió la tierra. Norfeo observaba con ojos entrecerrados, disfrutando del poder que desataba con tanta facilidad. Los rayos comenzaron a caer, iluminando brevemente el paisaje blanco antes de destruirlo por completo. El hielo se partía en enormes grietas, el suelo temblaba y las montañas de nieve se desplomaban en avalanchas. Todo se desmoronaba bajo la furia implacable de la tormenta.
Entre el caos, Norfeo notó algo interesante: una figura ágil de orejas largas que se encontraba peleando contra otras figuras a su alrededor. Pero la tormenta de Norfeo era implacable. Un rayo lo alcanzó, reduciendo su cuerpo a cenizas en un instante, mientras los restos de hielo se iban volatilizando gracias a los relámpagos que había invocado con su gracia.
Norfeo observó con una mezcla de curiosidad y desdén. Bajó la mirada hacia el lugar donde el conejo había caído y soltó una risa profunda y peculiar que resonó por toda la sala.
— Fuhuhuhuhu... — se rió con burla, disfrutando del eco de su propia voz. — Parece que las patas de conejo no dan tanta suerte, después de todo.
El cielo sobre la tundra comenzó a despejarse lentamente, dejando tras de sí la nada en un lugar que antes había sido una escena de vida y supervivencia.
Norfeo, satisfecho con su obra, desvió su atención de la esfera.
Se acercó a su trono de piedra negra, tomó asiento y dejó escapar un suspiro ligero, cruzando una pierna sobre la otra. La diversión había terminado, por ahora. Quizá, después de un breve descanso, encontraría algo más interesante con lo que entretenerse.
Bajo el hielo eterno, la vida se afana,
Pero el destino es cruel, y la suerte es vana.
Rayos caen desde el cielo enardecido,
El frío se quiebra, lo que fue ya es perdido.
El conejo salta, sus patas son su guía,
Pero ante la tormenta, su suerte desvaría.
El trueno lo alcanza, su danza termina,
Parece que las patas de conejo no salvan en la ruina.
Todo se esfuma, lo fuerte y lo leve,
La tundra se disuelve en un mar breve.
Nada perdura en la helada tormenta,
La suerte se va, y solo el viento la cuenta.
Pero el destino es cruel, y la suerte es vana.
Rayos caen desde el cielo enardecido,
El frío se quiebra, lo que fue ya es perdido.
El conejo salta, sus patas son su guía,
Pero ante la tormenta, su suerte desvaría.
El trueno lo alcanza, su danza termina,
Parece que las patas de conejo no salvan en la ruina.
Todo se esfuma, lo fuerte y lo leve,
La tundra se disuelve en un mar breve.
Nada perdura en la helada tormenta,
La suerte se va, y solo el viento la cuenta.