Jun Gunslinger
Nagaredama
17-08-2024, 02:21 AM
Como cada día en la ajetreada vida de una Hafugyo de pelo azul, el aire fresco de la mañana llevaba consigo la promesa de una aventura. Con su pequeño bolso colgando a la altura de la cadera, Jun recorría las callejuelas moviéndose con la agilidad de un gato patiperro. Aquellas horas las consideraba ideales para evaluar el entorno, saludar a algunos amigos, asegurarse de que no rondaran por ahí nuevas amenazas, y finalmente salir en busca de las oportunidades que las calles pudieran ofrecerle.
Una vez satisfecha con su habitual patrulla matutina, Jun se dirigió a su sitio favorito: el bullicioso mercado del pueblo. Un lugar concurrido donde le gustaba mezclarse con la multitud, manteniendo su apariencia extravagante oculta bajo una capucha gris, y encajando sorprendentemente bien entre los vendedores ambulantes, y los turistas, y los compradores apresurados.
El mercado era un caos organizado de colores, olores y sonidos, un laberinto de puestos donde los que vendían gritaban sus ofertas y los que compraban regateaban hasta el final para conseguir mejores precios. Era el escenario perfecto para Jun, que aprovechaba aquella mezcla de griterío y distracción para moverse con libertad y dedicarse, con una imborrable sonrisa traviesa dibujada en el rostro, a robar todo tipo de pequeños objetos. No era algo que hiciera por necesidad, sino por el puro placer de la adrenalina que eso le producía. Sus manos se movían con una velocidad y precisión asombrosas, deslizando relojes, monedas y otras cosas de valor desde los bolsillos de los incautos hacia su propio bolso de piel; Jun hacía que cada hurto pareciera un juego, y era tan buena en ello que lo perfeccionó y convirtió en un (mal)hábito.
Sin embargo, ese día, la suerte no estaría completamente de su lado. Mientras intentaba hurgar en los bolsillos de un distraído cliente que aguardaba por ser atendido en un puesto de pescado, la mirada perspicaz del vendedor captó el atrevido movimiento de su mano. El hombre, curtido por años de lidiar con todo tipo de personajes en el mercado, no dudó ni un segundo en delatarla.
—¡Detente ahí! —gritó a viva voz, alzando su deba, un cuchillo para pescado tan filoso que podría cortar el aire.
Pero Jun siempre estaba preparada para una situación como esa y, lejos de achicarse, reaccionó con la velocidad de un rayo. En un instante se giró y salió corriendo por las calles del mercado, mezclándose entre los transeúntes. Tras ella fueron un par de personas dispuestas a detenerle, pero Jun confiaba en su conocimiento de las calles y fue fácil dejar atrás a sus perseguidores haciendo uso del mapa mental que tenía del pueblo y su gran habilidad para los escapes rápidos. El corazón galopaba con fuerza dentro del pecho, pero no por miedo, sino por la emoción que siempre le provocaba una buena fuga.
Al doblar en una esquina y mirar hacia atrás, Jun notó que había despistado por completo a sus perseguidores. Sonrió satisfecha, sin detener su carrera, mas en su apuro por escapar no se dio cuenta de lo que tenía justo enfrente. Antes de que pudiera reaccionar, chocó de lleno contra un muchacho que permanecía de pie en la entrada de una taberna. El impacto fue tan fuerte que la haría caer al suelo, y algunas pertenencias que llevaba en el bolso se desparramaron a su alrededor. Aturdida por el golpe, Jun intentó incorporarse de inmediato, sin levantar la vista. Sus manos se movieron frenéticamente, recogiendo sus cosas con toda la prisa del mundo, mientras pensaba en desaparecer de allí cuanto antes.
—¡Maldición, fíjate por dónde vas! —reclamó, como si el otro tuviese la culpa.
Una vez satisfecha con su habitual patrulla matutina, Jun se dirigió a su sitio favorito: el bullicioso mercado del pueblo. Un lugar concurrido donde le gustaba mezclarse con la multitud, manteniendo su apariencia extravagante oculta bajo una capucha gris, y encajando sorprendentemente bien entre los vendedores ambulantes, y los turistas, y los compradores apresurados.
El mercado era un caos organizado de colores, olores y sonidos, un laberinto de puestos donde los que vendían gritaban sus ofertas y los que compraban regateaban hasta el final para conseguir mejores precios. Era el escenario perfecto para Jun, que aprovechaba aquella mezcla de griterío y distracción para moverse con libertad y dedicarse, con una imborrable sonrisa traviesa dibujada en el rostro, a robar todo tipo de pequeños objetos. No era algo que hiciera por necesidad, sino por el puro placer de la adrenalina que eso le producía. Sus manos se movían con una velocidad y precisión asombrosas, deslizando relojes, monedas y otras cosas de valor desde los bolsillos de los incautos hacia su propio bolso de piel; Jun hacía que cada hurto pareciera un juego, y era tan buena en ello que lo perfeccionó y convirtió en un (mal)hábito.
Sin embargo, ese día, la suerte no estaría completamente de su lado. Mientras intentaba hurgar en los bolsillos de un distraído cliente que aguardaba por ser atendido en un puesto de pescado, la mirada perspicaz del vendedor captó el atrevido movimiento de su mano. El hombre, curtido por años de lidiar con todo tipo de personajes en el mercado, no dudó ni un segundo en delatarla.
—¡Detente ahí! —gritó a viva voz, alzando su deba, un cuchillo para pescado tan filoso que podría cortar el aire.
Pero Jun siempre estaba preparada para una situación como esa y, lejos de achicarse, reaccionó con la velocidad de un rayo. En un instante se giró y salió corriendo por las calles del mercado, mezclándose entre los transeúntes. Tras ella fueron un par de personas dispuestas a detenerle, pero Jun confiaba en su conocimiento de las calles y fue fácil dejar atrás a sus perseguidores haciendo uso del mapa mental que tenía del pueblo y su gran habilidad para los escapes rápidos. El corazón galopaba con fuerza dentro del pecho, pero no por miedo, sino por la emoción que siempre le provocaba una buena fuga.
Al doblar en una esquina y mirar hacia atrás, Jun notó que había despistado por completo a sus perseguidores. Sonrió satisfecha, sin detener su carrera, mas en su apuro por escapar no se dio cuenta de lo que tenía justo enfrente. Antes de que pudiera reaccionar, chocó de lleno contra un muchacho que permanecía de pie en la entrada de una taberna. El impacto fue tan fuerte que la haría caer al suelo, y algunas pertenencias que llevaba en el bolso se desparramaron a su alrededor. Aturdida por el golpe, Jun intentó incorporarse de inmediato, sin levantar la vista. Sus manos se movieron frenéticamente, recogiendo sus cosas con toda la prisa del mundo, mientras pensaba en desaparecer de allí cuanto antes.
—¡Maldición, fíjate por dónde vas! —reclamó, como si el otro tuviese la culpa.