Atlas
Nowhere | Fénix
17-08-2024, 11:26 AM
—¿Y se supone que tengo que ir hacia algún sitio? —me pregunté en voz baja, llevándome las manos a la cintura e intentando ver algo a más de diez metros de mí. Al hacerlo descubrí que, apoyada sobre mi cadera, una bolsita de gran trascendencia —no me preguntéis por qué lo sabía, porque lo desconozco— se contoneaba sin mucha sutileza para atraer la atención de quien quisiera echarle el guante.
Fuera como fuese, no podía ver nada más allá de diez metros porque una densa niebla lo impedía. A mis inexpertos ojos parecía deslizarse sobre el suelo, sin elevarse ni caer hacia el mismo, tal y como lo haría un hambriento reptil que finalmente había localizado a su presa. Hablando de reptiles, ¿habría serpientes o depredadores por la zona? En medio de un bosque de hongos —ya de por sí bastante raro— con nula visibilidad no era descabellado pensar que alguna fiera hambrienta se encontrase agazapada en espera del momento de su almuerzo. ¿O sería cena? ¿Era de día o de noche? Miré hacia arriba para intentar averiguarlo, pero altas setas que fácilmente podrían tener la envergadura de una secuoya centenaria, una al lado de otra, impedían ver el cielo. No obstante, había suficiente luz como para distinguir más o menos bien qué había a menos de diez metros de mí.
—Supongo que por... aquí mismo —musité, girando ciento ochenta grados sobre mis talones y empezando a caminar sin rumbo alguno. La niebla provocaba la falsa sensación de abrirse a mi paso, como si me encontrase en medio de una fúngica jungla en la que una perversa menta maestra se afanase para llevarme a un sitio en concreto. Probablemente, además, con el único afán de divertirse y reírse un poco a mi costa. «Al menos no hay mosquitos», pensé con una sonrisa en el rostro. Si había algo que me agobiaba en un lugar como aquél no era la escasa visibilidad o el hecho de que algo o alguien pudiese acechar entre la niebla —para eso, además, había desenvainado mi naginata precisamente—. No, lo que más detestaba era la posibilidad de tener que pasar el tiempo que estuviera allí dándome palmadas por doquier para que no me picasen y, lo peor de todo, que todos mis intentos resultasen ser inútiles.
De cualquier modo, en medio de tanto pensamiento estúpido sí me había dado cuenta de algo bastante curioso. El suelo bajo mis pies no parecía ser tan sólido como estaba acostumbrado. Se podría decir que cedía mínimamente ante mi peso, recuperando su posición inicial al levantar' el pie y dándome de este modo un pequeño impulso. Algo así como una suerte de cama elástica, sólo que llena de polvo y suciedad y de un tamaño capaz de batir cualquier récord. ¿Qué me esperaría en un lugar como aquél?