Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
18-08-2024, 02:24 AM
La explicación que elaboró el tabernero no solo confirmó las sospechas del escualo y la oni, sino que además le generó una intensa preocupación. Camille conocía a Hans desde su niñez, habiéndose topado por primera vez con él durante el primer o segundo mes desde su llegada a Loguetown bajo la tutela de Beatrice. Siempre había sido un hombre reservado y, por lo que la capitana le había dicho, acostumbraba a meterse en sitios que no le interesaba visitar. Según sus palabras, un día terminaría pasándole factura. Vaya si tenía razón. Pese a todo, había podido conocer en el dueño del Trago del Marinero a un hombre esencialmente bueno. Su brújula moral se empañaba a veces con un vaho gris, pero rara vez se alejaba de la luz del sol.
A Hans solo le importaban dos cosas: su taberna y mantener a sus chicos a salvo. Casi ni su propio pellejo era algo que le preocupase, más allá de lo humanamente inevitable. Siempre que medía algún riesgo lo hacía en función de las consecuencias que podrían recaer sobre los chicos que tenía a su cargo. La mayoría no eran más que huérfanos a los que el hombre les había dado un techo y un propósito en la vida. No era el más honrado, pero siempre sería mejor que nada. Las cosas debían haberse puesto muy mal para él si había aceptado un trato como ese. O quizá simplemente no pensó en que pudiera llegar a complicarse tanto. Después de todo, no dejaba de ser una persona con defectos, y las personas cometen errores incluso cuando intentan hacer lo correcto.
Ya le iba a costar asimilar toda la información que le había dado, pero más difícil le sería pensar alrededor de las palabras del escualo. Tenía razón: Hans se había metido en una situación que se escapaba de su control. Una que jamás le permitiría mantenerse al margen, ni a sus chiquillos tampoco. Hans replicó y Camille suspiró.
—Sabes que tiene razón —fue cuanto pudo formular, mirando al tabernero. Su propia mente era una maraña de ideas y pensamientos en ese preciso instante, así que tampoco se le ocurrió nada más elaborado—. Soy consciente de cómo funciona la Marina, y tú eres consciente de cuál es mi condición aquí. —Hizo una pausa que cargó de tensión el ambiente. Masculló algo en voz baja, probablemente una maldición, antes de chasquear la lengua—. Necesito pensar.
Hans pareció entender el mensaje y les dejó cierto espacio. Algo que también delataba la magnitud del problema era el visible nerviosismo del tabernero: ese hombre no perdía la compostura con nada y aun así ahí estaba, intentando mostrarse calmado cuando en su mirada solo podían verse arrepentimiento y un cierto grado de desesperación.
La mujer miró de reojo a su compañero, prácticamente sin haber tocado la bebida.
—Soy muy consciente de la pinta que tiene esto. Sinceramente, no sé siquiera si una isla como Loguetown está siquiera preparada para afrontar una situación así. Los criminales que pisan esta ciudad son siempre poco más que novatos, aspirantes a ser peces gordos pero que muchas veces no llegan ni a escapar de la trampa que es el G-31. Esto... no parece estar siquiera en la misma liga. Se escapa de mis posibilidades. —Torció el gesto en una mueca, jugueteando con el vaso tamaño jarra que Hans le había dejado, observando el vaivén de su contenido a medida que lo giraba—. Tampoco merece que caiga todo el peso de la ley sobre él. No es un ciudadano ejemplar, pero tampoco una mala persona.
Suspiró con cansancio, pero le devolvió la sonrisa al gyojin, quizá algo menos tétrica. Ni siquiera estaba segura de si lo que estaba diciendo tenía algún tipo de sentido para su compañero. Las heridas habían hecho mella en su cuerpo, por no hablar de la ausencia de energías que llevaba padeciendo desde que salieron con vida de aquella bodega. Con cierta desgana, alzó la mano para llamar la atención del tabernero y esperó a que se acercase a ellos.
—Hablaré con la capitana —empezó, mirándole fijamente. Había empatía en su forma de hacerlo, pero también templanza y peso, uno que acompañaba todas sus palabras—. Esta situación no es algo que podamos dejar estar sin más. Tú lo sabes mejor que nadie... terminará pasándote factura. No solo a ti, a tus chicos también. Conozco tus reticencias, pero la Marina es la única mano con fuerza suficiente como para parar este proyectil. O al menos la única que podría estar dispuesta a mediar en todo esto. Intentaré que no le salpique a tus chicos.
El hombre la miró con pesadumbre pero, a su vez, comprensión. Tras un rato en silencio terminó por asentir. Camille le dedicó una sonrisa leve pero cálida.
—Quizá te pidan colaborar y es posible que pases a estar cogido de los huevos, pero creo que no será tan fuerte como ahora —inquirió, encogiéndose de hombros—. Por ahora me llevaré esa caja. Mañana la capitana decidirá qué hacemos y seguramente venga yo misma a informarte. Por esta noche avisaré para que se recojan los cuerpos y se identifiquen, quizá averigüemos algo más.
Se levantó con no poco esfuerzo, tomó la jarra y se la bajó de una sola sentada, soltando un pesado suspiro al acabar. La dejó sobre la barra y se giró hacia su compañero, haciéndole un gesto con la cabeza hacia la puerta. No abriría la boca otra vez hasta que estuvieran fuera y empezasen a caminar por las calles de Loguetown bajo el amparo de la noche.
—La Marina es con quien menos me preocupa lidiar, la verdad. Llevo haciéndolo toda la vida, y eso que formo parte de ella —comentó con un tono ciertamente jocoso, como quitándole importancia—. Dudo que vayas a tener ningún viajecito parecido a este en un tiempo. Igual hasta se te hace aburrida tu próxima aventura —y se encogió de hombros, riéndose un poco para soltar un quejido a continuación. Aún dolía—. Hay una posada cerca de aquí. No es ningún hotel de lujo, pero tampoco harán preguntas y les importará un bledo que seas un tiburón de cuatro metros. ¿Cuatro? —Miró hacia arriba e hizo como si midiera la distancia desde su frente hacia el tope de su cabeza—. Sí, algo así.
El camino les llevó por calles poco transitadas, quizá lo suficiente como para generarle preocupación al gyojin. Camille sabía que esas calles estaban así de vacías simplemente por la hora que era: hacía mucho que habían dejado de estar en un barrio peligroso. Más o menos. No les llevó más de un cuarto de hora llegar hasta el sitio que le había dicho al escualo. Poco antes de llegar a la puerta, frenó sus pasos y se encaró hacia él.
—Oye, pese a todo lo que has visto hoy, no todos los días son así en la Marina. Por si aún quieres ser un friegasuelos sobredimensionado —bromeó, sonriendo un poco y extendiendo la mano—. Me haré cargo de esa puñetera caja a partir de aquí. Creo que ya te hemos metido en bastantes problemas por un día —esperaría a que se la entregase y justo después de guardársela le volvió a ofrecer la mano, esta vez a modo de despedida—. Suerte en tu próxima fiesta, Octojin. No creo que vaya a complicársete demasiado. Y... gracias por toda la ayuda.
A Hans solo le importaban dos cosas: su taberna y mantener a sus chicos a salvo. Casi ni su propio pellejo era algo que le preocupase, más allá de lo humanamente inevitable. Siempre que medía algún riesgo lo hacía en función de las consecuencias que podrían recaer sobre los chicos que tenía a su cargo. La mayoría no eran más que huérfanos a los que el hombre les había dado un techo y un propósito en la vida. No era el más honrado, pero siempre sería mejor que nada. Las cosas debían haberse puesto muy mal para él si había aceptado un trato como ese. O quizá simplemente no pensó en que pudiera llegar a complicarse tanto. Después de todo, no dejaba de ser una persona con defectos, y las personas cometen errores incluso cuando intentan hacer lo correcto.
Ya le iba a costar asimilar toda la información que le había dado, pero más difícil le sería pensar alrededor de las palabras del escualo. Tenía razón: Hans se había metido en una situación que se escapaba de su control. Una que jamás le permitiría mantenerse al margen, ni a sus chiquillos tampoco. Hans replicó y Camille suspiró.
—Sabes que tiene razón —fue cuanto pudo formular, mirando al tabernero. Su propia mente era una maraña de ideas y pensamientos en ese preciso instante, así que tampoco se le ocurrió nada más elaborado—. Soy consciente de cómo funciona la Marina, y tú eres consciente de cuál es mi condición aquí. —Hizo una pausa que cargó de tensión el ambiente. Masculló algo en voz baja, probablemente una maldición, antes de chasquear la lengua—. Necesito pensar.
Hans pareció entender el mensaje y les dejó cierto espacio. Algo que también delataba la magnitud del problema era el visible nerviosismo del tabernero: ese hombre no perdía la compostura con nada y aun así ahí estaba, intentando mostrarse calmado cuando en su mirada solo podían verse arrepentimiento y un cierto grado de desesperación.
La mujer miró de reojo a su compañero, prácticamente sin haber tocado la bebida.
—Soy muy consciente de la pinta que tiene esto. Sinceramente, no sé siquiera si una isla como Loguetown está siquiera preparada para afrontar una situación así. Los criminales que pisan esta ciudad son siempre poco más que novatos, aspirantes a ser peces gordos pero que muchas veces no llegan ni a escapar de la trampa que es el G-31. Esto... no parece estar siquiera en la misma liga. Se escapa de mis posibilidades. —Torció el gesto en una mueca, jugueteando con el vaso tamaño jarra que Hans le había dejado, observando el vaivén de su contenido a medida que lo giraba—. Tampoco merece que caiga todo el peso de la ley sobre él. No es un ciudadano ejemplar, pero tampoco una mala persona.
Suspiró con cansancio, pero le devolvió la sonrisa al gyojin, quizá algo menos tétrica. Ni siquiera estaba segura de si lo que estaba diciendo tenía algún tipo de sentido para su compañero. Las heridas habían hecho mella en su cuerpo, por no hablar de la ausencia de energías que llevaba padeciendo desde que salieron con vida de aquella bodega. Con cierta desgana, alzó la mano para llamar la atención del tabernero y esperó a que se acercase a ellos.
—Hablaré con la capitana —empezó, mirándole fijamente. Había empatía en su forma de hacerlo, pero también templanza y peso, uno que acompañaba todas sus palabras—. Esta situación no es algo que podamos dejar estar sin más. Tú lo sabes mejor que nadie... terminará pasándote factura. No solo a ti, a tus chicos también. Conozco tus reticencias, pero la Marina es la única mano con fuerza suficiente como para parar este proyectil. O al menos la única que podría estar dispuesta a mediar en todo esto. Intentaré que no le salpique a tus chicos.
El hombre la miró con pesadumbre pero, a su vez, comprensión. Tras un rato en silencio terminó por asentir. Camille le dedicó una sonrisa leve pero cálida.
—Quizá te pidan colaborar y es posible que pases a estar cogido de los huevos, pero creo que no será tan fuerte como ahora —inquirió, encogiéndose de hombros—. Por ahora me llevaré esa caja. Mañana la capitana decidirá qué hacemos y seguramente venga yo misma a informarte. Por esta noche avisaré para que se recojan los cuerpos y se identifiquen, quizá averigüemos algo más.
Se levantó con no poco esfuerzo, tomó la jarra y se la bajó de una sola sentada, soltando un pesado suspiro al acabar. La dejó sobre la barra y se giró hacia su compañero, haciéndole un gesto con la cabeza hacia la puerta. No abriría la boca otra vez hasta que estuvieran fuera y empezasen a caminar por las calles de Loguetown bajo el amparo de la noche.
—La Marina es con quien menos me preocupa lidiar, la verdad. Llevo haciéndolo toda la vida, y eso que formo parte de ella —comentó con un tono ciertamente jocoso, como quitándole importancia—. Dudo que vayas a tener ningún viajecito parecido a este en un tiempo. Igual hasta se te hace aburrida tu próxima aventura —y se encogió de hombros, riéndose un poco para soltar un quejido a continuación. Aún dolía—. Hay una posada cerca de aquí. No es ningún hotel de lujo, pero tampoco harán preguntas y les importará un bledo que seas un tiburón de cuatro metros. ¿Cuatro? —Miró hacia arriba e hizo como si midiera la distancia desde su frente hacia el tope de su cabeza—. Sí, algo así.
El camino les llevó por calles poco transitadas, quizá lo suficiente como para generarle preocupación al gyojin. Camille sabía que esas calles estaban así de vacías simplemente por la hora que era: hacía mucho que habían dejado de estar en un barrio peligroso. Más o menos. No les llevó más de un cuarto de hora llegar hasta el sitio que le había dicho al escualo. Poco antes de llegar a la puerta, frenó sus pasos y se encaró hacia él.
—Oye, pese a todo lo que has visto hoy, no todos los días son así en la Marina. Por si aún quieres ser un friegasuelos sobredimensionado —bromeó, sonriendo un poco y extendiendo la mano—. Me haré cargo de esa puñetera caja a partir de aquí. Creo que ya te hemos metido en bastantes problemas por un día —esperaría a que se la entregase y justo después de guardársela le volvió a ofrecer la mano, esta vez a modo de despedida—. Suerte en tu próxima fiesta, Octojin. No creo que vaya a complicársete demasiado. Y... gracias por toda la ayuda.