Corrió cuanto pudo, pero la suerte no acompañó al muchacho. Un fuerte estruendo inundó la tundra, cuando se giró para ver la situación, un fuerte resplandor se acercaba hacia él. Parecía ser originario de una explosión, ocasionada por aquellas densas e intimidantes nubes negras, los rayos de estas habían consumido todo a su paso. Ante tal situación Byron aceptó su destino, estaba listo para morir, y recibió aquella fuerza sobrenatural con los brazos abiertos, como si la muerte fuese una vieja amiga a la que había dado esquinazo en más ocasiones de las que debería. El resplandor lo engulló, cegando con su luz al muchacho, sintiendo como cada una de sus células se desvanecían abrasadas por el fuerte calor de aquel destello, aquella luz se tornó oscuridad.
Dos pequeños golpes sobre su frente lo hicieron despertar, abriendo los ojos lentamente, volviendo a formarse una imagen nítida en sus ojos. Se encontraba sentado, era extraño para Byron aquel lugar, nunca había visto nada así, parecía ser una especie de carro, con varios asientos en fila, uno tras otro, separados por un pequeño pasillo en su centro, usado para circular por el vehículo hasta encontrar asiento, a vista rápida, contándose a sí mismo, habría unas 100 personas en aquella ubicación.
Frente a él, un hombre de piel negra, con una perilla cuidada y perfilada, parecía ser el que lo había despertado. Le otorgó al chico una mochila, con una especie de tela en su interior. Mirando a Byron, y a la chica de coleta que se sentaba junto a él dijo.
- ¿Dónde caemos gente?.- Y sin decir nada más, el chofer comenzó a tocar una especie de bocina como un poseso.
Todos los presentes comenzaron a moverse como locos, las puertas del carro se abrieron, y no tardaron en saltar los primeros valientes, al grito de "Caemos en pisos picados chicos". Era extraño y confuso, hasta ese momento no se había dado cuenta de que el cacharro que los transportaba estaba surcando los cielos, elevado por unas pompas de plástico, y los hombres se precipitaban al con la confianza de que todo saldría bien. El reflejo de una de las ventanas le hizo percatarse de su cambio de forma, ahora era un musculoso hombre rubio de 1,90, con cara neutra, en su cabeza solo cabía la definición "de NPC" aunque no sabía que significaba.
Su espada había sido transformada en un pico, aunque sorprendentemente se sentía idéntico en las manos.
Fue entonces cuando algo cambió dentro del chico, como si la personalidad del cuerpo que habitaba se apoderase de él, todo comenzaba a tomar sentido. Se levantó, quedaban pocos en aquel autobús azul, hizo un par de gestos a su grupo, y saltó con la certeza de que todo saldría bien. Como si llevase haciendo paracaidismo toda la vida, apuró al máximo el uso de su parapente, miro hacia arriba cuando lo tuvo abierto, y ante sus ojos vio desaparecer según caían a todos esos valientes guerreros que querían hacerse con una victoria royal, y con ellos el autobús.
Sin dejarse sobresaltar por aquel hecho, pues cuantos menos jugadores mejor, se preocupó de su aterrizaje. Planeaba sobre unas altas rocas, suspendidas en el aire ¿acaso era otro evento de EpicGames? ¿No se suponía que estaba sobre la posición de Charca Chorreante? Con estas dudas en su mente, siguió descendiendo, hasta que divisó a unos cuantos individuos sobre uno de estos peñascos flotantes, con un barco en ruinas incluido, la madera no era el mejor material para construir, pero era un comienzo.
Apresuró su caída con gran manejo de su "alado" compañero, y entró en escena, cayendo cerca de la chica de las ametralladoras, a unos 15 metros a su izquierda. Al aterrizar, rodó, para amortiguar, y se incorporó raudo mientras sacudía el polvo de su ropa por aquel revolcón. Una vez limpio, no dudó en marcarse tremendos pasos prohibidos, una melodía acompañaba sus movimientos, por lo menos, en su propia cabeza.
Una vez acabó, no pudo evitar fijarse en lo que colgaba del cinturón de la señorita, es más, instintivamente miró a su cinturón, pues algo le decía que él también tenía uno de esos. Sorprendiéndose al verlo, metió la mano dentro, sacando una pequeña canica, y como un relámpago, los recuerdos en su mente se abrieron paso, recordando los sucesos de la tundra, y quien era él, volviendo a controlar el cuerpo que hasta hace segundos parecía ser un militar experimentado.
- ¡ESTOY VIVO! ¡ESTOY VIVO! - Gritó Byron frente aquellos desconocidos, no pudiendo contener la alegría que sentía.
Dos pequeños golpes sobre su frente lo hicieron despertar, abriendo los ojos lentamente, volviendo a formarse una imagen nítida en sus ojos. Se encontraba sentado, era extraño para Byron aquel lugar, nunca había visto nada así, parecía ser una especie de carro, con varios asientos en fila, uno tras otro, separados por un pequeño pasillo en su centro, usado para circular por el vehículo hasta encontrar asiento, a vista rápida, contándose a sí mismo, habría unas 100 personas en aquella ubicación.
Frente a él, un hombre de piel negra, con una perilla cuidada y perfilada, parecía ser el que lo había despertado. Le otorgó al chico una mochila, con una especie de tela en su interior. Mirando a Byron, y a la chica de coleta que se sentaba junto a él dijo.
- ¿Dónde caemos gente?.- Y sin decir nada más, el chofer comenzó a tocar una especie de bocina como un poseso.
Todos los presentes comenzaron a moverse como locos, las puertas del carro se abrieron, y no tardaron en saltar los primeros valientes, al grito de "Caemos en pisos picados chicos". Era extraño y confuso, hasta ese momento no se había dado cuenta de que el cacharro que los transportaba estaba surcando los cielos, elevado por unas pompas de plástico, y los hombres se precipitaban al con la confianza de que todo saldría bien. El reflejo de una de las ventanas le hizo percatarse de su cambio de forma, ahora era un musculoso hombre rubio de 1,90, con cara neutra, en su cabeza solo cabía la definición "de NPC" aunque no sabía que significaba.
Su espada había sido transformada en un pico, aunque sorprendentemente se sentía idéntico en las manos.
Fue entonces cuando algo cambió dentro del chico, como si la personalidad del cuerpo que habitaba se apoderase de él, todo comenzaba a tomar sentido. Se levantó, quedaban pocos en aquel autobús azul, hizo un par de gestos a su grupo, y saltó con la certeza de que todo saldría bien. Como si llevase haciendo paracaidismo toda la vida, apuró al máximo el uso de su parapente, miro hacia arriba cuando lo tuvo abierto, y ante sus ojos vio desaparecer según caían a todos esos valientes guerreros que querían hacerse con una victoria royal, y con ellos el autobús.
Sin dejarse sobresaltar por aquel hecho, pues cuantos menos jugadores mejor, se preocupó de su aterrizaje. Planeaba sobre unas altas rocas, suspendidas en el aire ¿acaso era otro evento de EpicGames? ¿No se suponía que estaba sobre la posición de Charca Chorreante? Con estas dudas en su mente, siguió descendiendo, hasta que divisó a unos cuantos individuos sobre uno de estos peñascos flotantes, con un barco en ruinas incluido, la madera no era el mejor material para construir, pero era un comienzo.
Apresuró su caída con gran manejo de su "alado" compañero, y entró en escena, cayendo cerca de la chica de las ametralladoras, a unos 15 metros a su izquierda. Al aterrizar, rodó, para amortiguar, y se incorporó raudo mientras sacudía el polvo de su ropa por aquel revolcón. Una vez limpio, no dudó en marcarse tremendos pasos prohibidos, una melodía acompañaba sus movimientos, por lo menos, en su propia cabeza.
Una vez acabó, no pudo evitar fijarse en lo que colgaba del cinturón de la señorita, es más, instintivamente miró a su cinturón, pues algo le decía que él también tenía uno de esos. Sorprendiéndose al verlo, metió la mano dentro, sacando una pequeña canica, y como un relámpago, los recuerdos en su mente se abrieron paso, recordando los sucesos de la tundra, y quien era él, volviendo a controlar el cuerpo que hasta hace segundos parecía ser un militar experimentado.
- ¡ESTOY VIVO! ¡ESTOY VIVO! - Gritó Byron frente aquellos desconocidos, no pudiendo contener la alegría que sentía.