Takahiro
La saeta verde
18-08-2024, 03:48 PM
El peliverde mostraba su mejor sonrisa, mientras por dentro tenía ganas de mandar a varear aceitunas a más de uno de aquellos insolentes ciudadanos. Era exasperante tener que lidiar con personas cansinas, cotillas e impertinentes, sobre todo a esas horas de las noches. No obstante, era una parte importante de su precioso oficio. Algunos de ellos se habían marchado convencidos, incluso la señora Marisa, que era de las ancianas más simpáticas de toda la isla.
—Usted sí que va mona —le respondió el marine, sonriente—. Si yo tuviera treinta años más y usted treinta años menos… —bromeó, guiñándole un ojo como solía hacer cuando se la encontraba—. Que pase buena noche.
Sin embargo, no todo iba a ser tan fácil. Unos pocos ciudadanos se quedaron en la entrada de la obra, postrados de brazos cruzados como porteros de una discoteca de mala muerte del centro de cualquier ciudad. No se movían ni un ápice y observaban detenidamente cada uno de los movimientos del marine, cuya paciencia se iba acabando con cada segundo que transcurría.
—¿Usted se cree que el capataz de una obra va a venir a trabajar de noche? —le preguntó Takahiro, cuyo semblante se torno serio y más duro—. La información que os voy a dar no tendría que darla, pero si os vais a quedar más tranquilo y nos vais a dejar trabajar lo haré —trató de llamar la atención de los ciudadanos, pero entonces… sonó el den den mushi—. Reclaman mi atención —les dijo—. Si son tan amables, esperen un segundo aquí. ¿De acuerdo?
El marine se alejó unos metros, sin apartar la vista de los transeúntes. Activó el den den mushi, controlando el sonido para bajarlo y que no se escuchara mucho. La discreción era parte de su trabajo y no quería que ninguno de aquellos cotillas escuchara nada que pudiera poner en juicio su mentira.
—Todo bien —le respondió el marine, suspirando justo después—. Tengo a unos cuantos vecinos especialitos por aquí, pero nada que no pueda lidiar. Dadme un par de minutos. ¿Y a vosotros que tal os va?
Pero entonces, desde el den den mushi, Takahiro escuchó unos disparos. Se escucharon de forma muy tenue, casi en la lejanía, pero eran proyectiles. El marine colgó de pronto y suspiró. Tenía que quitarse a los ciudadanos de allí, porque si no lo hacía y se veían envueltos en una batalla sería una desgracia.
Se volvió hacia la entrada, esta vez con una actitud más seria e imperante. Él era la ley y los ciudadanos tenían que cumplirlas, así que fue claro y conciso.
—Miren ustedes —dijo en voz alta—. Por vuestra culpa me ha caído una reprimenda —les explicó, clavando la mirada sobre el que había dicho que no se fiaba de su explicación—. Así que voy a ser claro. Mañana el capataz responderá todas las preguntas, dudas, quejas o sugerencias que tengan a partir de las diez de la mañana. Y si no están conformes, les ruego que vayan al cuartel general y busquen a la capitana Beatrice Montpellier —dijo, esperando que al mencionar a la figura de autoridad de la camina quedaran conformes—. Y sólo voy a repetirlo una vez más, váyanse a sus hogares. Porque si tantas ganas tienen de estar aquí prestasen voluntarios para el turno de noche en la obra y así me ahorro tener que venir yo —El marine les hizo una pequeña reverencia militar y se dio media vuelta para ir hacia donde estaban Atlas y Ray, pero no sin antes darse una vuelta y decirles algo más—. ¡Ah, se me olvidaba! —dijo, acercándose de nuevo—. Voy a salir de nuevo en quince minutos, como vea a alguien husmeando dentro lo detendré por desacato a la autoridad y me encargaré personalmente de que cumpla una preciosa condena de servicios públicos, aunque yo tenga que pringar junto a él para ver cumplido ese castigo.
Tras eso, si todo había salido bien, el marine pondría dirección hacia el lugar donde debían estar Ray y Atlas. En el caso de que los ciudadanos se hubieran marchado, iría corriendo hasta entrar en la carpa, en el caso de que no iría a paso rápido, pero no tanto como para que los ciudadanos se alertaran. Fuera como fuere, entraría dentro y se dispondría a ser el factor sorpresa en el caso de que hubiera algún grupo enemigo cerca.
—Usted sí que va mona —le respondió el marine, sonriente—. Si yo tuviera treinta años más y usted treinta años menos… —bromeó, guiñándole un ojo como solía hacer cuando se la encontraba—. Que pase buena noche.
Sin embargo, no todo iba a ser tan fácil. Unos pocos ciudadanos se quedaron en la entrada de la obra, postrados de brazos cruzados como porteros de una discoteca de mala muerte del centro de cualquier ciudad. No se movían ni un ápice y observaban detenidamente cada uno de los movimientos del marine, cuya paciencia se iba acabando con cada segundo que transcurría.
—¿Usted se cree que el capataz de una obra va a venir a trabajar de noche? —le preguntó Takahiro, cuyo semblante se torno serio y más duro—. La información que os voy a dar no tendría que darla, pero si os vais a quedar más tranquilo y nos vais a dejar trabajar lo haré —trató de llamar la atención de los ciudadanos, pero entonces… sonó el den den mushi—. Reclaman mi atención —les dijo—. Si son tan amables, esperen un segundo aquí. ¿De acuerdo?
El marine se alejó unos metros, sin apartar la vista de los transeúntes. Activó el den den mushi, controlando el sonido para bajarlo y que no se escuchara mucho. La discreción era parte de su trabajo y no quería que ninguno de aquellos cotillas escuchara nada que pudiera poner en juicio su mentira.
—Todo bien —le respondió el marine, suspirando justo después—. Tengo a unos cuantos vecinos especialitos por aquí, pero nada que no pueda lidiar. Dadme un par de minutos. ¿Y a vosotros que tal os va?
Pero entonces, desde el den den mushi, Takahiro escuchó unos disparos. Se escucharon de forma muy tenue, casi en la lejanía, pero eran proyectiles. El marine colgó de pronto y suspiró. Tenía que quitarse a los ciudadanos de allí, porque si no lo hacía y se veían envueltos en una batalla sería una desgracia.
Se volvió hacia la entrada, esta vez con una actitud más seria e imperante. Él era la ley y los ciudadanos tenían que cumplirlas, así que fue claro y conciso.
—Miren ustedes —dijo en voz alta—. Por vuestra culpa me ha caído una reprimenda —les explicó, clavando la mirada sobre el que había dicho que no se fiaba de su explicación—. Así que voy a ser claro. Mañana el capataz responderá todas las preguntas, dudas, quejas o sugerencias que tengan a partir de las diez de la mañana. Y si no están conformes, les ruego que vayan al cuartel general y busquen a la capitana Beatrice Montpellier —dijo, esperando que al mencionar a la figura de autoridad de la camina quedaran conformes—. Y sólo voy a repetirlo una vez más, váyanse a sus hogares. Porque si tantas ganas tienen de estar aquí prestasen voluntarios para el turno de noche en la obra y así me ahorro tener que venir yo —El marine les hizo una pequeña reverencia militar y se dio media vuelta para ir hacia donde estaban Atlas y Ray, pero no sin antes darse una vuelta y decirles algo más—. ¡Ah, se me olvidaba! —dijo, acercándose de nuevo—. Voy a salir de nuevo en quince minutos, como vea a alguien husmeando dentro lo detendré por desacato a la autoridad y me encargaré personalmente de que cumpla una preciosa condena de servicios públicos, aunque yo tenga que pringar junto a él para ver cumplido ese castigo.
Tras eso, si todo había salido bien, el marine pondría dirección hacia el lugar donde debían estar Ray y Atlas. En el caso de que los ciudadanos se hubieran marchado, iría corriendo hasta entrar en la carpa, en el caso de que no iría a paso rápido, pero no tanto como para que los ciudadanos se alertaran. Fuera como fuere, entraría dentro y se dispondría a ser el factor sorpresa en el caso de que hubiera algún grupo enemigo cerca.