¿Sabías que…?
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[C-Presente] Érase una vez un tiburón y un fénix…
Octojin
El terror blanco
8 de Verano del año 724, Loguetown.

Habían pasado tres días desde que Octojin y Camille enfrentaron a los criminales en la bodega. El gyojin aún podía sentir el peso de las heridas en su cuerpo, cada movimiento le recordaba la intensidad del combate y el peligro al que se había enfrentado. El Trago del Marinero se había vuelto un lugar incómodo para él, no solo por la tensión que había dejado el enfrentamiento, sino por la constante atención que recibía. Las miradas, los cuchicheos. Para alguien que prefería el anonimato, la tranquilidad de los puertos y la soledad del océano, Loguetown comenzaba a volverse asfixiante.

Esa mañana, mientras el sol naciente arrojaba sus primeros rayos dorados sobre los techos de la ciudad, Octojin decidió salir a caminar. No podía permanecer más tiempo entre esas paredes, necesitaba aire, espacio, el reconfortante sonido del mar. Su piel escamosa aún estaba sensible al tacto, pero el dolor era algo que había aprendido a manejar con los años. Había tenido peores heridas en el pasado, y sobreviviría a estas también.

Con una exhalación profunda, se levantó de la cama de madera de la posada que Camille le había recomendado y se dirigió hacia la puerta. El aire matutino le golpeó el rostro con suavidad cuando salió al exterior, una brisa fresca que prometía un día cálido. El gyojin respiró hondo, llenando sus pulmones de ese aire salado que tanto le gustaba. Durante un momento, simplemente se quedó ahí, de pie, mirando el cielo, como si estuviera buscando algún signo en las nubes que lo guiara. Pero sabía que su verdadera paz no estaba en el cielo, sino en el mar.

Comenzó a caminar por las calles adoquinadas de Loguetown. Su figura era imponente: alto, con su piel blanquecina y su forma robusta, una especie rara en esas tierras dominadas por humanos. A cada paso que daba, la gente se detenía para mirarlo. Algunos con curiosidad, otros con miedo. Incluso había quienes lo observaban con una mezcla de respeto y desconfianza. Sabían lo que había hecho junto a Camille, cómo había ayudado a la Marina a desmantelar una red de contrabando, pero también sabían que él no era uno de los suyos. Nunca lo sería.

Los susurros lo seguían por donde iba. "Mira, es el gyojin...", "Dicen que es un monstruo marino...", "¿Viste lo que hizo en la bodega?", "No me gustaría cruzarme con él en un callejón oscuro..."

Octojin intentó ignorarlos. No era la primera vez que recibía ese tipo de miradas y comentarios, y dudaba que fuera la última. En las islas humanas, su especie siempre había sido objeto de discriminación y miedo. Era algo que había aprendido a aceptar, aunque nunca a entender del todo. No obstante, sabía que reaccionar no haría más que empeorar las cosas. Así que siguió adelante, su rostro impasible a la par de sus pasos firmes.

A medida que avanzaba, dejó atrás el bullicio del mercado y las calles llenas de puestos. Las voces humanas se desvanecían poco a poco, sustituidas por el sonido del viento y el golpeteo de las olas en la distancia. El puerto estaba cerca, y con cada paso que daba, Octojin sentía que una pequeña parte de la tensión en su pecho comenzaba a relajarse.

Cuando finalmente llegó al puerto, se dirigió hacia una parte más apartada, donde los muelles estaban más tranquilos. Había varios barcos amarrados, sus velas ondeando suavemente en la brisa, y un par de pescadores trabajando con sus redes, pero por lo demás, era un lugar pacífico. Sin pensarlo dos veces, se sentó al borde del muelle, dejando que sus pies colgaran sobre el agua. Las olas chocaban suavemente contra la madera, creando un ritmo constante que le resultaba increíblemente relajante.

Por un momento, cerró los ojos y dejó que el sonido del mar llenara sus pensamientos. Se imaginó bajo el agua, nadando libremente entre las corrientes, dejando que la fuerza del océano lo guiara sin un rumbo fijo. Era una fantasía, lo sabía, pero era lo más cerca que podía estar de la libertad que tanto anhelaba.

"Esto es lo que necesitaba", pensó. Lejos de las calles abarrotadas, lejos de las miradas curiosas y los murmullos. Allí, en el puerto, solo estaba él y el mar.

Sin embargo, su tranquilidad no duró mucho. No había pasado más de una hora cuando sintió una presencia acercándose. Octojin abrió un ojo lentamente y vio a un hombre mayor, vestido con un uniforme de pescador, caminando hacia él. No parecía una amenaza, pero el gyojin permaneció alerta de todos modos. Había aprendido a no bajar la guardia, especialmente en lugares donde no era bienvenido.

El hombre se detuvo a unos metros de distancia y lo miró con cautela. Era delgado, con el rostro curtido por el sol y el viento, y sus ojos tenían una mezcla de curiosidad y respeto.

—Tú eres el gyojin que ayudó a la marine, ¿verdad? —preguntó el hombre con voz rasposa.

Octojin asintió levemente, sin decir nada. No estaba de humor para conversaciones, pero tampoco quería ser grosero.

El pescador pareció entender la falta de respuesta como un gesto de reserva más que de rechazo, y se acercó un poco más.

—No te preocupes, no vine a molestarte —dijo—. Solo quería agradecerte. Mi hijo... —hizo una pausa, como si le costara encontrar las palabras adecuadas—. Mi hijo trabaja en el almacén que esos bandidos atacaron. Si no hubieras intervenido, podría haber salido herido, o peor.

Octojin lo miró en silencio durante unos segundos antes de asentir de nuevo. No estaba acostumbrado a recibir agradecimientos. La mayoría de las veces, la gente lo veía como una amenaza, incluso cuando los ayudaba. Que alguien se tomara el tiempo para agradecerle era algo raro, y aunque no lo expresara abiertamente, lo apreciaba.

—No hice más que lo que debía —respondió finalmente haciendo que su voz profunda resonando en el aire.

El pescador sonrió levemente y asintió. Parecía aliviado de que el gyojin hubiera respondido, aunque fuera con pocas palabras. Se quedó un momento más allí, mirando al mar junto a Octojin, antes de darle una palmadita en el hombro y marcharse. No había más que decir.

Cuando el pescador se alejó, Octojin volvió a centrarse en el mar. Durante un rato, el silencio fue su único compañero. Sin embargo, algo en su interior había cambiado. Las palabras del pescador, aunque simples, le habían recordado que, a pesar de todo, había hecho una diferencia en Loguetown. Había salvado vidas, incluso si no todas las consecuencias habían sido ideales.

Pero esa sensación de logro no duró mucho. En cuanto se permitió relajarse un poco, su mente comenzó a divagar hacia el pasado. Imágenes de su juventud en las profundidades del mar, rodeado de su propia gente, empezaron a asaltar su conciencia. La nostalgia era un sentimiento extraño para él. Había aprendido a dejar ir las cosas, a no aferrarse al pasado, pero en momentos como ese, cuando el mar estaba tan cerca y, sin embargo, tan fuera de su alcance, no podía evitar recordar.

Recordó las expediciones con su familia, los momentos de paz bajo las aguas cristalinas. Pero también recordó la violencia que había enfrentado, los humanos que lo habían cazado, las veces que había tenido que luchar por su vida. La historia entre los gyojin y los humanos estaba marcada por la desconfianza y el conflicto, y aunque él había decidido tomar su propio camino, no podía olvidar lo que había vivido.

Ese era su dilema constante. Aunque intentara mantenerse neutral, el mundo seguía empujándolo a tomar partido. Los humanos seguían desconfiando de él, y su propia especie lo veía con recelo por su decisión de interactuar con ellos. Octojin se encontraba atrapado entre dos mundos, sin pertenecer realmente a ninguno.
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[C-Presente] Érase una vez un tiburón y un fénix… - por Octojin - 18-08-2024, 04:40 PM

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