Atlas
Nowhere | Fénix
19-08-2024, 01:36 AM
La voz llegó hasta mí bastante antes de que pudiese intuir su figura. Quieta en la distancia, la silueta de un hombre se desdibujaba en los límites que marcaba la espesa niebla que me abrazaba sin llegar a tocarme del todo. Al contrario de mí, aquel tipo sí parecía tener claro qué pintaba allí. Por lo que se podía deducir de sus palabras, estaba llevando a cabo una suerte de prueba, un desafío que experimentaba como algo capaz de decidir su valía y, quizás, su destino. Yo, por el contrario, en aquel momento tenía más que suficiente con cuestionarme si al pinchar el suelo bajo mis pies, como si de una colchoneta se tratase, todo se vendría abajo y acabaríamos sepultados bajo una gran lona con forma de champiñones.
Mentiría si dijese que desde el primer momento sabía qué responder a los misteriosas preguntas del desconocido. Desde luego, que yo supiese no era una prueba de nada y para nadie. Bastante tenía yo con mis problemas como para encima convertirme en el de otro, lo que al mismo tiempo también se volvería un problema para mí. No obstante, el sujeto no parecía dejar margen a que existiese ninguna otra posibilidad. Hasta en tres ocasiones me relacionó con esa supuesta prueba y... ¿qué se hace con las pruebas? La respuesta era obvia: intentar superarlas.
Sus intenciones quedaron por fin claras al final de su tercera intervención, cuando se refirió expresamente a la canica que albergaba mi bolsa. Podía haber empezado por ahí, ¿no? A decir verdad, no tenía la menor idea de qué demonios era aquella canica ni de su utilidad. Ni para mí ni para los demás. No obstante, algo dentro de mí me gritaba insistentemente que era relevante, crucial, vital dentro del extraño ambiente con tintes irreales en el que me había visto sumergido.
—No tengo ni idea de para qué se supone que es esta canica, pero sé que dársela sin más a un tipo que me medio amenaza sin motivo aparente en medio de la bruma no es muy buena idea —respondí en tono distraído, liberando la naginata doble del fijador con el que la portaba en mi espalda y asiéndolas con las dos manos. Adelanté ligeramente el pie izquierdo y flexioné levemente las rodillas, percibiendo cómo el suelo gomoso se amoldaba a mi peso. A mi alrededor, varias setas de diferentes alturas se repartían de forma anárquica. Tal vez podría usarlas para ocultarme o zafarme de alguna ofensiva de aquel tipo, si es que finalmente optaba por decidir que su valía dependía de atacarme o no—. Mi nombre es Atlas, y no sé qué demonios estoy haciendo aquí —termine por sentenciar.
Mentiría si dijese que desde el primer momento sabía qué responder a los misteriosas preguntas del desconocido. Desde luego, que yo supiese no era una prueba de nada y para nadie. Bastante tenía yo con mis problemas como para encima convertirme en el de otro, lo que al mismo tiempo también se volvería un problema para mí. No obstante, el sujeto no parecía dejar margen a que existiese ninguna otra posibilidad. Hasta en tres ocasiones me relacionó con esa supuesta prueba y... ¿qué se hace con las pruebas? La respuesta era obvia: intentar superarlas.
Sus intenciones quedaron por fin claras al final de su tercera intervención, cuando se refirió expresamente a la canica que albergaba mi bolsa. Podía haber empezado por ahí, ¿no? A decir verdad, no tenía la menor idea de qué demonios era aquella canica ni de su utilidad. Ni para mí ni para los demás. No obstante, algo dentro de mí me gritaba insistentemente que era relevante, crucial, vital dentro del extraño ambiente con tintes irreales en el que me había visto sumergido.
—No tengo ni idea de para qué se supone que es esta canica, pero sé que dársela sin más a un tipo que me medio amenaza sin motivo aparente en medio de la bruma no es muy buena idea —respondí en tono distraído, liberando la naginata doble del fijador con el que la portaba en mi espalda y asiéndolas con las dos manos. Adelanté ligeramente el pie izquierdo y flexioné levemente las rodillas, percibiendo cómo el suelo gomoso se amoldaba a mi peso. A mi alrededor, varias setas de diferentes alturas se repartían de forma anárquica. Tal vez podría usarlas para ocultarme o zafarme de alguna ofensiva de aquel tipo, si es que finalmente optaba por decidir que su valía dependía de atacarme o no—. Mi nombre es Atlas, y no sé qué demonios estoy haciendo aquí —termine por sentenciar.