Ubben Sangrenegra
Loki
19-08-2024, 08:41 AM
El ambiente tranquilo y alegre de la posada era perfecto para Ubben, especialmente mientras lidiaba con el rubio Solarian que se había presentado como Gavyn Peregrino. Había algo embriagador en ese misterio que envolvía al ángel rubio, capaz de utilizar el descaro y el coqueteo como herramientas para conseguir lo que deseaba. El bribón de dorados luceros y cabellos blancos sonreía, cautivado por la astucia y franqueza de Gavyn, quien, con una mezcla de descaro y seducción, parecía jugar con él. La risa del rubio ante el coqueteo de Ubben, comparándolo con el sol, fue como una puñalada en el ego del peliblanco, aunque pronto se recuperó al escuchar la intrigante acotación del Solarian —Conque ver las estrellas, eh— pensó Ubben mientras observaba cómo Gavyn le guiñaba un ojo y se mordía el labio, un gesto que no pasó desapercibido.
El ángel no se quedó atrás y respondió a cada uno de los coqueteos de Ubben, incluso mientras aderezaba un nugget, jugando con la metáfora del coqueteo como si fuera un condimento más. Al peliblanco le fascinaba la originalidad del Solarian; cada palabra, cada gesto, parecía diseñado para mantenerlo en ese juego de seducción que ambos cruzaban, un campo minado de dobles intenciones. Cuando la mano de Ubben rozó la comisura de los labios de Gavyn, el rubio lamió el pulgar del peliblanco de manera descarada, y Ubben, sin dudarlo, repitió el gesto, lamiendo su propio pulgar mientras lo miraba directamente a los ojos, un desafío tácito que ambos aceptaban con placer.
Era evidente que Gavyn había mordido el anzuelo lanzado por Ubben cuando mencionó haberse endeudado por tocar su rostro. El rubio respondió con naturalidad, afirmando que, en efecto, Ubben se había endeudado. —Nunca desconozco una deuda... quizá al deudor, pero no la deuda.— respondió el peliblanco, fingiendo inocencia mientras sus ojos seguían de cerca cada movimiento de los labios de Gavyn, notando cómo el ángel rubio no podía evitar seguir su lengua cada vez que se relamía. —Supongo que hoy arderá la isla,— comentó Ubben de manera directa, sus palabras cargadas de una mezcla de anticipación y deseo.
Mientras la conversación avanzaba en el bullicioso bar, el intrusivo barman, que trabajaba junto a la señora, se sentó en un viejo piano vertical al fondo del salón. Sin embargo, no tocó de inmediato; en su lugar, observó atentamente la situación, analizando a los clientes, buscando a quién ofrecer un buen ambiente musical que acompañara la noche. En paralelo, Ubben, en un intento de bromear, se comportaba como si fuera un Lunarian desplumado, algo que claramente no hizo gracia a Gavyn, dejando ver un cierto recelo hacia esa raza. La conversación avanzó, y Gavyn retrocedió en la misma un momento para recordar a Ubben que los juegos de poder no estarían disponibles, aunque no ocultó su interés en ser sorprendido por los trucos del peliblanco. La tensión entre ambos era palpable, embriagante, un coqueteo desinteresado que, sin embargo, los mantenía cautivos.
Fue justo antes de que los labios de Ubben se encontraran con los de Gavyn cuando el barman comenzó a tocar una melodía en el piano, acompañado por otro músico con una guitarra. El sonido envolvió el bar en un ambiente sensual y misterioso. Cuando sus labios finalmente se unieron, de fondo se escuchaba la voz del camarero. —Ese hijo de puta canta bien— pensó Ubben por un instante, antes de perderse por completo en la sensación del tacto de los labios del rubio, que correspondía al beso con la misma intensidad. Si no hubieran estado en público, en ese momento, cuando sus labios se separaron, Ubben habría arrojado a Gavyn sobre la mesa para lanzarse sobre él, pero hoy no tenía tanta suerte.
Gavyn afirmó no ser un ángel como tal, y aunque Ubben tenía la respuesta perfecta, necesitaba recuperar la compostura después de haber confesado su miedo a encontrarse a sí mismo. En ese momento, aún dentro del juego de coqueteo y con el sensual ambiente que generaba la música del barman, Gavyn comprendió lo que ocurría con Ubben y le ofreció un refugio en él durante unas horas... algo que el peliblanco realmente necesitaba. Ubben levantó la mirada, ahora simplemente hambriento de volver a probar al rubio frente a él, y dijo —Incluso los demonios no son más que ángeles caídos... y como tal, reconozco a uno cuando lo veo.—
Tras esas palabras, se inclinó nuevamente sobre los labios de Gavyn, sellando un pacto con un profundo beso, permitiendo que su lengua danzara un apasionado vals con la del ángel. Cuando el beso terminó, Ubben lo miró con los ojos ligeramente vidriosos, intentando contener los sentimientos que surgían al enfrentarse a sí mismo, y, sin alejarse de sus labios, susurró —¿Te parece salir a ver las estrellas?— Luego, le dio otro beso, más corto y menos ansioso.
Ubben se levantó de la mesa y pagó la comida, sin permitir que Gavyn contribuyera, diciendo —La buena compañía ya salda la deuda, no te preocupes,— pues sabía que el rubio Solarian insistiría en pagar su parte. Una vez liquidada la cuenta, Ubben subió al segundo piso, donde se encontraban las habitaciones, y, al llegar a la puerta de la habitación que había alquilado, miró al rubio y dijo —Dudo que le temas a las alturas, ¿cierto?— Rió por un segundo mientras abría la puerta y se dirigía directamente hacia la ventana, sentándose en el marco de la misma. —Porque desde el techo probablemente las estrellas se vean preciosas,— añadió, y, saliendo a través de la ventana, escaló sin problemas la pared de la posada hasta llegar a la techumbre. Ubben era hábil en el escapismo y sabía muy bien cómo escalar paredes de casas y edificios no muy altos. Una vez en el techo, se recostó con los brazos tras su cabeza y, con una sonrisa traviesa, dijo a Gavyn —Tu boca es muy suave... me gusta— Luego, se concentró en el cielo nocturno y en la agradable brisa que acariciaba el lugar, permitiendo que el silencio y la compañía del rubio llenaran el espacio entre ellos.
El ángel no se quedó atrás y respondió a cada uno de los coqueteos de Ubben, incluso mientras aderezaba un nugget, jugando con la metáfora del coqueteo como si fuera un condimento más. Al peliblanco le fascinaba la originalidad del Solarian; cada palabra, cada gesto, parecía diseñado para mantenerlo en ese juego de seducción que ambos cruzaban, un campo minado de dobles intenciones. Cuando la mano de Ubben rozó la comisura de los labios de Gavyn, el rubio lamió el pulgar del peliblanco de manera descarada, y Ubben, sin dudarlo, repitió el gesto, lamiendo su propio pulgar mientras lo miraba directamente a los ojos, un desafío tácito que ambos aceptaban con placer.
Era evidente que Gavyn había mordido el anzuelo lanzado por Ubben cuando mencionó haberse endeudado por tocar su rostro. El rubio respondió con naturalidad, afirmando que, en efecto, Ubben se había endeudado. —Nunca desconozco una deuda... quizá al deudor, pero no la deuda.— respondió el peliblanco, fingiendo inocencia mientras sus ojos seguían de cerca cada movimiento de los labios de Gavyn, notando cómo el ángel rubio no podía evitar seguir su lengua cada vez que se relamía. —Supongo que hoy arderá la isla,— comentó Ubben de manera directa, sus palabras cargadas de una mezcla de anticipación y deseo.
Mientras la conversación avanzaba en el bullicioso bar, el intrusivo barman, que trabajaba junto a la señora, se sentó en un viejo piano vertical al fondo del salón. Sin embargo, no tocó de inmediato; en su lugar, observó atentamente la situación, analizando a los clientes, buscando a quién ofrecer un buen ambiente musical que acompañara la noche. En paralelo, Ubben, en un intento de bromear, se comportaba como si fuera un Lunarian desplumado, algo que claramente no hizo gracia a Gavyn, dejando ver un cierto recelo hacia esa raza. La conversación avanzó, y Gavyn retrocedió en la misma un momento para recordar a Ubben que los juegos de poder no estarían disponibles, aunque no ocultó su interés en ser sorprendido por los trucos del peliblanco. La tensión entre ambos era palpable, embriagante, un coqueteo desinteresado que, sin embargo, los mantenía cautivos.
Fue justo antes de que los labios de Ubben se encontraran con los de Gavyn cuando el barman comenzó a tocar una melodía en el piano, acompañado por otro músico con una guitarra. El sonido envolvió el bar en un ambiente sensual y misterioso. Cuando sus labios finalmente se unieron, de fondo se escuchaba la voz del camarero. —Ese hijo de puta canta bien— pensó Ubben por un instante, antes de perderse por completo en la sensación del tacto de los labios del rubio, que correspondía al beso con la misma intensidad. Si no hubieran estado en público, en ese momento, cuando sus labios se separaron, Ubben habría arrojado a Gavyn sobre la mesa para lanzarse sobre él, pero hoy no tenía tanta suerte.
Gavyn afirmó no ser un ángel como tal, y aunque Ubben tenía la respuesta perfecta, necesitaba recuperar la compostura después de haber confesado su miedo a encontrarse a sí mismo. En ese momento, aún dentro del juego de coqueteo y con el sensual ambiente que generaba la música del barman, Gavyn comprendió lo que ocurría con Ubben y le ofreció un refugio en él durante unas horas... algo que el peliblanco realmente necesitaba. Ubben levantó la mirada, ahora simplemente hambriento de volver a probar al rubio frente a él, y dijo —Incluso los demonios no son más que ángeles caídos... y como tal, reconozco a uno cuando lo veo.—
Tras esas palabras, se inclinó nuevamente sobre los labios de Gavyn, sellando un pacto con un profundo beso, permitiendo que su lengua danzara un apasionado vals con la del ángel. Cuando el beso terminó, Ubben lo miró con los ojos ligeramente vidriosos, intentando contener los sentimientos que surgían al enfrentarse a sí mismo, y, sin alejarse de sus labios, susurró —¿Te parece salir a ver las estrellas?— Luego, le dio otro beso, más corto y menos ansioso.
Ubben se levantó de la mesa y pagó la comida, sin permitir que Gavyn contribuyera, diciendo —La buena compañía ya salda la deuda, no te preocupes,— pues sabía que el rubio Solarian insistiría en pagar su parte. Una vez liquidada la cuenta, Ubben subió al segundo piso, donde se encontraban las habitaciones, y, al llegar a la puerta de la habitación que había alquilado, miró al rubio y dijo —Dudo que le temas a las alturas, ¿cierto?— Rió por un segundo mientras abría la puerta y se dirigía directamente hacia la ventana, sentándose en el marco de la misma. —Porque desde el techo probablemente las estrellas se vean preciosas,— añadió, y, saliendo a través de la ventana, escaló sin problemas la pared de la posada hasta llegar a la techumbre. Ubben era hábil en el escapismo y sabía muy bien cómo escalar paredes de casas y edificios no muy altos. Una vez en el techo, se recostó con los brazos tras su cabeza y, con una sonrisa traviesa, dijo a Gavyn —Tu boca es muy suave... me gusta— Luego, se concentró en el cielo nocturno y en la agradable brisa que acariciaba el lugar, permitiendo que el silencio y la compañía del rubio llenaran el espacio entre ellos.