Ray
Kuroi Ya
19-08-2024, 05:05 PM
El calor no menguaba, por mucho que se alejara del volcán seguía siendo asfixiante. Hasta aquel momento el joven no sabía que podía existir un lugar con aquella temperatura tan extrema, aunque claro, si como parecía era todo un sueño bien podía ser que no existiera realmente ningún lugar semejante y que todo fuera producto de su imaginación. Eso sí, no podía evitar pensar cuáles eran los motivos que le estaban llevando a imaginarse algo así y no una zona de agradable temperatura veraniega. El sol brillando sobre un cielo del más puro azul, la verde hierba bajo sus pies, árboles... No, tenía que acabar en aquel páramo ardiente y desierto.
El simple hecho de tener que estar aguantando ese calor insufrible le ponía de mal humor, y eso que no era precisamente una persona fácil de cabrear. Su naturaleza optimista y su omnipresente sonrisa solían ser el mejor antídoto contra el desánimo y la desidia en cuantos le rodeaban, pero en esa situación incluso su alegría innata le estaba abandonando poco a poco.
Había probado de todo, desde intentar deducir qué era lo que estaba sucediendo allí hasta echar carreras contra sí mismo corriendo durante pequeños tramos del camino. Incluso había probado a cantar, pero eso solo había servido para enfadarle más, pues en algún momento todas las canciones que se sabía mencionaban aquella maldita palabra que estaba intentando apartar de su mente.
- Ven a la escuela de Calor... no, esta no.
- Lo que quiero es comerme una sandía, uh-ah-uh, tengo mucho calor... joder, esta tampoco.
- Y en las paredes del metro, y en los ojos de la gente, hasta en la sopa más caliente...
- ¡Joder! - Exclamó en voz alta sin poder contenerse. - ¿Es que todas las canciones del mundo hablan del maldito calor?
Siguió caminando enfadado hasta que, en torno a media hora después, vio algo a lo lejos. O mejor dicho a alguien. Una familiar mata de pelo verde parcialmente tapada con un turbante coronaba su cabeza, y pese a la distancia el joven no tardó en reconocer a uno de sus amigos. No tenía la menor idea de qué hacía allí Takahiro, pero desde luego se alegraba de verle. En un momento su humor mejoró considerablemente.
- ¡Takaaaaa! - Le llamó, moviendo su mano derecha por encima de su cabeza a modo de saludo y para que el peliverde encontrase su ubicación lo antes posible.
- Tío, ¿cómo hemos llegado aquí? - Preguntó a su amigo, curioso por averiguar si él sabía algo más. - Yo no sé cómo he llegado hasta esta mierda de sitio con un calor inhumano. Por más que lo intente no lo recuerdo. Solo suena en mi cabeza un poema que me habla de que debo conseguir canicas, y que me hace pensar que todo esto es un sueño. Estoy bastante confuso, la verdad.
Escuchó pacientemente lo que su amigo tenía que decirle y, contento de verle, le propuso una idea que se le había ocurrido para hacer las cosas más interesantes.
- Podemos viajar juntos a alguna otra zona, ya que dices que hay más sitios además de esta olla gigante, y repartirnos las canicas que nos encontremos. Pero también podemos decidir quién se queda con las que tenemos por si acaso no encontramos ninguna. Al final esa extraña poesía decía que había que reunir cuantas más mejor, por lo que igual es la forma de despertarse. Así que si quieres nos las podemos jugar a piedra, papel o tijera.
Soltó una carcajada divertida mientras llevaba su mano derecha hacia Taka. Necesitaba algo que le distrajera del calor que hacía, y un juego tan sencillo pero a la par divertido como ese podía conseguirlo al menos durante unos minutos. Eso sin duda mejoraría su humor y le permitiría pensar con mayor claridad.
- ¿Al mejor de tres? - Propuso a su amigo.
El simple hecho de tener que estar aguantando ese calor insufrible le ponía de mal humor, y eso que no era precisamente una persona fácil de cabrear. Su naturaleza optimista y su omnipresente sonrisa solían ser el mejor antídoto contra el desánimo y la desidia en cuantos le rodeaban, pero en esa situación incluso su alegría innata le estaba abandonando poco a poco.
Había probado de todo, desde intentar deducir qué era lo que estaba sucediendo allí hasta echar carreras contra sí mismo corriendo durante pequeños tramos del camino. Incluso había probado a cantar, pero eso solo había servido para enfadarle más, pues en algún momento todas las canciones que se sabía mencionaban aquella maldita palabra que estaba intentando apartar de su mente.
- Ven a la escuela de Calor... no, esta no.
- Lo que quiero es comerme una sandía, uh-ah-uh, tengo mucho calor... joder, esta tampoco.
- Y en las paredes del metro, y en los ojos de la gente, hasta en la sopa más caliente...
- ¡Joder! - Exclamó en voz alta sin poder contenerse. - ¿Es que todas las canciones del mundo hablan del maldito calor?
Siguió caminando enfadado hasta que, en torno a media hora después, vio algo a lo lejos. O mejor dicho a alguien. Una familiar mata de pelo verde parcialmente tapada con un turbante coronaba su cabeza, y pese a la distancia el joven no tardó en reconocer a uno de sus amigos. No tenía la menor idea de qué hacía allí Takahiro, pero desde luego se alegraba de verle. En un momento su humor mejoró considerablemente.
- ¡Takaaaaa! - Le llamó, moviendo su mano derecha por encima de su cabeza a modo de saludo y para que el peliverde encontrase su ubicación lo antes posible.
- Tío, ¿cómo hemos llegado aquí? - Preguntó a su amigo, curioso por averiguar si él sabía algo más. - Yo no sé cómo he llegado hasta esta mierda de sitio con un calor inhumano. Por más que lo intente no lo recuerdo. Solo suena en mi cabeza un poema que me habla de que debo conseguir canicas, y que me hace pensar que todo esto es un sueño. Estoy bastante confuso, la verdad.
Escuchó pacientemente lo que su amigo tenía que decirle y, contento de verle, le propuso una idea que se le había ocurrido para hacer las cosas más interesantes.
- Podemos viajar juntos a alguna otra zona, ya que dices que hay más sitios además de esta olla gigante, y repartirnos las canicas que nos encontremos. Pero también podemos decidir quién se queda con las que tenemos por si acaso no encontramos ninguna. Al final esa extraña poesía decía que había que reunir cuantas más mejor, por lo que igual es la forma de despertarse. Así que si quieres nos las podemos jugar a piedra, papel o tijera.
Soltó una carcajada divertida mientras llevaba su mano derecha hacia Taka. Necesitaba algo que le distrajera del calor que hacía, y un juego tan sencillo pero a la par divertido como ese podía conseguirlo al menos durante unos minutos. Eso sin duda mejoraría su humor y le permitiría pensar con mayor claridad.
- ¿Al mejor de tres? - Propuso a su amigo.